John F. Kennedy, EE UU y la paz mundial
De John Kennedy se recuerdan sus palabras en el discurso de toma de posesi¨®n: "No preguntes lo que tu pa¨ªs puede hacer por ti, pregunta qu¨¦ puedes hacer t¨² por tu pa¨ªs". Esta frase inspir¨® a una generaci¨®n de j¨®venes (entre ellos, Bill Clinton) que decidieron emprender una carrera de servicio p¨²blico. En realidad, la intenci¨®n inicial de Kennedy, en su papel de l¨ªder de un imperio liberal, era apelar a sus conciudadanos a que hicieran sacrificios en las luchas de la guerra fr¨ªa. Tanto ¨¦l como sus asesores en la Casa Blanca se sorprendieron al ver que los j¨®venes estadounidenses empezaban a prestar atenci¨®n a las insuficiencias y patolog¨ªas internas de su pa¨ªs, la pobreza y el racismo, y que rechazaban el tremendo narcisismo de la expresi¨®n "la naci¨®n m¨¢s grande de la tierra". Para la generaci¨®n de Kennedy, la grandeza estadounidense est¨¢ todav¨ªa por llegar. Un esp¨ªritu semejante fue el que movi¨® a miles de voluntarios a incorporarse al nuevo Cuerpo de Paz, con el fin de combatir la enfermedad y la hambruna en rincones remotos, en vez de alistarse en la CIA o las fuerzas especiales del Ej¨¦rcito para extender el poder de Estados Unidos.
Kennedy no fund¨® la izquierda estadounidense, pero s¨ª le dio un espacio que pod¨ªa ocupar. Hab¨ªa cierta consonancia entre su idea de un pa¨ªs m¨¢s ¨¦tico y la sensibilidad que engendr¨® el movimiento de los derechos civiles y las protestas contra la guerra de Vietnam. Siempre crey¨® en el derecho de Estados Unidos a dirigir el mundo y defendi¨® la idea de que el pa¨ªs ten¨ªa la responsabilidad especial de luchar contra la tiran¨ªa, que entonces se encarnaba, sobre todo, en el comunismo. Pero era un hombre culto, inteligente y reflexivo. Cuando Estados Unidos se encontraba con oposici¨®n, estaba dispuesto a preguntar por qu¨¦, en lugar de condenar autom¨¢ticamente a pa¨ªses enteros porque se les ocurriera tener su propia historia. En su servicio como joven oficial de la Marina durante la guerra del Pac¨ªfico y, m¨¢s tarde, como senador, hab¨ªa adquirido un escepticismo considerable sobre la capacidad de los jefes militares estadounidenses para ejercer raciocinio hist¨®rico y pol¨ªtico. Se arrepent¨ªa enormemente de haber dejado que el Ej¨¦rcito y la CIA le involucrasen en el desastre del desembarco de cubanos anticastristas en la bah¨ªa de Cochinos, en 1961. Despu¨¦s se preguntaba por qu¨¦ hab¨ªa sido tan ingenuo como para creerles cuando le hab¨ªan dicho que el pueblo cubano estaba preparado para rebelarse contra Castro y que ¨¦ste no ten¨ªa la capacidad militar suficiente para derrotar a las fuerzas invasoras.
En plena crisis de los misiles cubanos de 1962, Kennedy, que hab¨ªa rechazado las exigencias de sus generales de que atacara Cuba y las instalaciones sovi¨¦ticas que all¨ª se encontraban, habl¨® de sus jefes militares en estos t¨¦rminos: "Si les hacemos caso y hacemos lo que nos piden, no quedar¨¢ vivo nadie que pueda decirles que estaban equivocados". Durante toda la crisis siempre insisti¨®, tanto con Jruschov como con sus belicosos generales, en que la guerra nuclear era una locura absoluta. El autor de la biograf¨ªa m¨¢s amplia y profunda de Kennedy, Robert Dallek, llega a esta conclusi¨®n: "El a?o 1962 no s¨®lo fue el momento estelar de Kennedy en la Casa Blanca, sino un ejemplo imperecedero de c¨®mo un hombre fue capaz de impedir una cat¨¢strofe que todav¨ªa puede sobrevenir al mundo".
Ocho meses m¨¢s tarde, el 10 de junio de 1963, en un discurso en la American University de Washington, propuso una soluci¨®n negociada para la guerra fr¨ªa: "?Qu¨¦ tipo de paz buscamos? No una Pax Americana, impuesta al mundo por las armas estadounidenses". Defini¨® la paz, en una ¨¦poca de armamento destructivo, como "el fin racional necesario de los hombres racionales". Pidi¨® la revisi¨®n de las actitudes estadounidenses respecto a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. "La paz mundial, como la paz en una comunidad, no exige que cada hombre ame a su vecino, sino s¨®lo que vivan juntos y se toleren, y que sometan sus disputas a juicios justos y pac¨ªficos". Luego anunci¨® que Estados Unidos no ser¨ªa el primero en reanudar las pruebas nucleares atmosf¨¦ricas, y que unos negociadores brit¨¢nicos y estadounidenses iban a ir a Mosc¨², invitados por Jruschov, para hablar sobre una prohibici¨®n general de las pruebas nucleares. No hab¨ªa ense?ado el texto del discurso ni a sus secretarios de Defensa y Estado ni al jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas. La respuesta de los asistentes fue tibia, cosa que le decepcion¨®. Pero los republicanos aprovecharon para recurrir a un tema conocido: el presidente era demasiado conciliador, demasiado contemporizador. No obstante, el discurso sirvi¨® de gu¨ªa a una generaci¨®n posterior a la hora de proponer una pol¨ªtica exterior alternativa para Estados Unidos.
El 10 de junio de 1963, a Kennedy s¨®lo le quedaban cinco meses y unos d¨ªas de vida, hasta morir asesinado en Dallas. Fue un periodo en el que tuvo que hacer frente a enormes conflictos raciales y en el que acab¨® apoyando a Martin Luther King y el movimiento de los derechos civiles. La ma?ana de su fat¨ªdico viaje a Tejas dio instrucciones a su equipo para que elaborara un estudio de todas sus opciones en el conflicto que iba extendi¨¦ndose en Vietnam, "incluida la retirada". ?Es posible que su distanciamiento creciente de la ideolog¨ªa y la pr¨¢ctica de la guerra fr¨ªa provocara una conspiraci¨®n para acabar con su vida? La pregunta permanece abierta. Lo que est¨¢ claro es que un presidente que, al principio, hab¨ªa asumido el cargo como l¨ªder confiado del imperio estadounidense, en el tercer a?o de su mandato estaba modificando profundamente sus opiniones.
La posibilidad de que el presidente Bush sufra una transformaci¨®n similar en su segundo mandato es inexistente. Acaba de declarar que las informaciones sobre torturas en las prisiones estadounidenses son inventos de quienes "odian a Am¨¦rica". El presidente, en parte de forma deliberada y en parte por instinto, expresa el airado chovinismo y la estupidez provinciana de un buen n¨²mero de nuestros ciudadanos que son plebeyos espirituales. En realidad, los sondeos muestran un descensoen la aprobaci¨®n de las decisiones presidenciales, y existe mucho escepticismo sobre el precio que est¨¢ costando la aventura de Irak. En esta situaci¨®n, el Partido Dem¨®crata no destaca m¨¢s que por su c¨ªnico oportunismo. Los posibles candidatos para las presidenciales de 2008 (los senadores Bayh, Clinton y Kerry, el gobernador Vilsack, incluso el relativamente honrado ex senador Edwards) han hecho tremendos esfuerzos para no calificar la cat¨¢strofe de Irak como lo que es.
El instrumento de Hillary Clinton para la campa?a presidencial es el Centro para el Progreso Americano, una organizaci¨®n muy bien dotada de dinero y personal, situada en Washington y dirigida por el inteligente ex jefe de Gabinete de la Casa Blanca John Podesta. Sus colegas especializados en pol¨ªtica exterior tienen una propuesta de soluci¨®n para la crisis de Irak: enviar m¨¢s tropas. Resulta dif¨ªcil pensar que se lo creen; m¨¢s bien, que se consideran obligados a decirlo. Kennedy parece estar tan olvidado como si hubiera muerto en 1863, y no en 1963.
?A qu¨¦ se debi¨® la transformaci¨®n de Kennedy? Para empezar, el presidente desconfiaba de la jerarqu¨ªa oficial encabezada por ¨¦l. Nada entusiasta de su propio secretario de Estado, era frecuente que pidiera la opini¨®n a los funcionarios que estaban verdaderamente trabajando sobre regiones y pa¨ªses espec¨ªficos. Tambi¨¦n se sent¨ªa muy esc¨¦ptico respecto a los almirantes y generales, y buscaba el consejo de oficiales de mente m¨¢s abierta. Gracias a haber sido congresista y senador por Massachusetts, conoc¨ªa a los cient¨ªficos de Harvard y del MIT, as¨ª como a la comunidad cient¨ªfica en general. Su asesor cient¨ªfico, Jerome Wiesner, era gran defensor de la necesidad de acabar con la carrera de armamento nuclear. De hecho, Kennedy reaccion¨® positivamente a las presiones de distintos movimientos ciudadanos que ped¨ªan una tregua en la guerra fr¨ªa. No organiz¨® (como algunos de sus sucesores) ninguna campa?a de difamaci¨®n de los disidentes, ni se aisl¨® a s¨ª mismo ni a su Gobierno de esas opiniones. Kennedy fue un gran presidente para Estados Unidos porque era una persona inteligente y de car¨¢cter. Pero el pa¨ªs contaba adem¨¢s con una sociedad civil fuerte, preparada y deseosa de desafiarle a hacer m¨¢s, a poner en pr¨¢ctica los valores que compart¨ªan: una concepci¨®n laica de coexistencia progresista.
Esa sociedad todav¨ªa existe en Estados Unidos, e incluso es posible que comprenda a la mayor¨ªa del pa¨ªs. Lo malo es que las ¨¦lites que dirigen la pol¨ªtica exterior viven dependientes del imperio. Y otro problema es que los medios de comunicaci¨®n est¨¢n sometidos a las autoridades imperiales.
Los segmentos de la sociedad civil que podr¨ªan ser cr¨ªticos est¨¢n divididos, y los intelectuales no disponen de ning¨²n proyecto nuevo que les sirva de fuerza unificadora. Los intelectuales m¨¢s importantes de la era Kennedy no estaban en la Casa Blanca, pero sus textos cr¨ªticos se le¨ªan en ella. Por tanto, un nuevo John Kennedy tendr¨ªa que superar unos obst¨¢culos inmensos. No se ve a nadie en el horizonte, y ¨¦se es mayor motivo para honrar el recuerdo del que tuvimos.
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito de la Facultad de Derecho de Georgetown y autor de Despu¨¦s del progreso: reformismo social estadounidense y socialismo europeo en el siglo XX. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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