Mirar y ver
Vayas donde vayas, siempre hay alguien que lleva una c¨¢mara digital y que se ofrece para hacer fotograf¨ªas que inmortalizar¨¢n momentos que no siempre merecer¨ªan sobrevivir. Banquetes de bodas o despedidas de soltera, cualquier excusa es buena para desenfundar la c¨¢mara y disparar. Del mismo modo que el tel¨¦fono port¨¢til ha modificado las fronteras de la intimidad y de la discreci¨®n, la c¨¢mara digital va imponiendo su presencia (ya no digamos cuando el tel¨¦fono tiene c¨¢mara) en territorios de los que antes no ten¨ªamos constancia gr¨¢fica. Luego recibes los resultados por correo electr¨®nico, un prodigio tecnol¨®gico que te permite comprobar la cara de imb¨¦cil que pon¨ªas al dispararse el flash estando, pongamos, en la cola del cine. Si la fiesta es conmemorativa de un reencuentro escolar, incluso hay generosos entusiastas que crean foros y p¨¢ginas web en Internet en las que cuelgan fotograf¨ªas de ex alumnos, actuales y pasadas. El verbo 'colgar' aplicado a las fotos define bien el lado de ejecuci¨®n sumar¨ªsima de seg¨²n qu¨¦ momentos.
Sentimentalmente, esta aportaci¨®n visual tiene un enorme valor, y te permite comprobar lo bien que se conservan tus ex compa?eras. Y cuando sientes nostalgia de la infancia, recuperas las fotos de entonces, que tambi¨¦n est¨¢n colgadas en los distintos foros que organizan ex alumnos, ex colegas o soldados de la misma quinta. La grandeza de estos documentos, no obstante, tiene sus l¨ªmites. Cuando quien dispara la c¨¢mara es un artista, en cambio, el resultado perdura aunque no conozcas a quienes salen en las instant¨¢neas. Es el caso de Eugeni Forcano, cuya exposici¨®n en el Palau de la Virreina ha sido un ¨¦xito. Los que se quedaron con las ganas de visitarla pueden comprar el libro Eugeni Forcano, fotografies 1960-1996 (Lunwerg), por el que desfilan tricornios, sotanas e infancias de postguerra, las volutas del cigarrillo de Josep Pla y algunas abstraciones psicod¨¦licas. A los personajes de Forcano conviene mirarlos de cerca para verlos mejor, fijarse bien para ir asumiendo todos los matices que puede llegar a tener una buena foto. De entrada, sientes el impacto de la primera impresi¨®n y luego completas tu emoci¨®n a trav¨¦s de los detalles y de las preguntas que t¨² mismo vas respondiendo. Es un ejercicio de sugesti¨®n pura, basado en hip¨®tesis que dependen de la expresi¨®n del modelo, de la luz o del encuadre. Por suerte, la fotograf¨ªa de calidad sigue generando respeto e inter¨¦s. Se llame William Klein o Joan Guerrero, el testimonio fragmentado no ha sido desbancado por otros discursos gr¨¢ficos. Y siempre acabas envidiando al que lleva la c¨¢mara, espectador privilegiado. En sus memorias, Man Ray confiesa: "Ser un espectador tiene sus compensaciones: carece de riesgos y de desilusiones". Los que andan con la c¨¢mara digital a cuestas no tienen tantas pretensiones pero contribuyen a mantener esta fiebre y nos ayudan, aunque sea fotografiando cosas aparentemente banales. Digo aparentemente porque, a trav¨¦s de la mirada de un aut¨¦ntico fot¨®grafo, cualquier cosa puede adquirir una nueva dimensi¨®n. Un ejemplo clar¨ªsimo es el del suizo Arnold Odermatt. Fue polic¨ªa de tr¨¢fico y se dedic¨® a fotografiar coches accidentados, pero sin mostrar nunca las v¨ªctimas. A?os m¨¢s tarde, su trabajo pervive y, pese a la gravedad del asunto, conmueve, intriga, asusta o despierta la curiosidad. Veh¨ªculos empotrados contra ¨¢rboles o postes telef¨®nicos, medio hundidos en un lago, volcados sobre una calzada mojada, sorprendidos por la nieve, casi da miedo que algo tan tr¨¢gico pueda contener un tipo de belleza similar a la de los restos de nav¨ªos hundidos en el mar.
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