La nueva Camorra
N¨¢poles, uno de los m¨¢s bellos lugares del mundo, es de los m¨¢s peligrosos. Una veintena de clanes de la organizaci¨®n mafiosa dominan el tejido social y los negocios clandestinos de la ciudad, que contabiliz¨® el a?o pasado 139 asesinatos. Sus 'capos' libran ahora una guerra por el control de la joven Camorra
Emilio Albanese, un ingeniero jubilado de 69 a?os, muri¨® el pasado 3 de mayo ante el portal de su casa en el centro de N¨¢poles. Hab¨ªa salido un momento para retirar 3.200 euros de su cuenta bancaria en una sucursal de la calle Toledo, la v¨ªa m¨¢s popular de la ciudad, y le hab¨ªan puesto el hilo en la chaqueta. ?sa es una pr¨¢ctica frecuente. El ojeador est¨¢ dentro de la oficina, y cuando ve que alguien se carga de efectivo, lo marca con un trozo de hilo. El c¨®mplice, fuera, se ocupa del resto. A Albanese le siguieron hasta su domicilio, a 10 minutos del banco, y le asestaron un golpe mortal en la cabeza. El homicida huy¨® con el dinero a bordo de un ciclomotor. Nadie vio rostros, ni matr¨ªculas, ni supo describir la vestimenta del agresor, porque la ley del silencio, que antes s¨®lo cubr¨ªa los delitos de la Camorra, ahora se extiende a todos los cr¨ªmenes. Porque todo est¨¢ conectado con el camorrismo.
N¨¢poles es la ciudad italiana con m¨¢s atracos violentos: 251 al a?o por cada 100.000 habitantes, una cifra que ser¨ªa m¨¢s elevada si se denunciaran todos. Lo de Albanese habr¨ªa quedado en una simple nota en las p¨¢ginas de sucesos, una de esas cosas que suceden en todas las ciudades, si el pensionista no hubiera resultado ser consuegro de un premio Nobel de Literatura, Dario Fo, que en esos d¨ªas representaba en la ciudad su ¨²ltimo espect¨¢culo. La muerte del jubilado se convirti¨® en el en¨¦simo s¨ªmbolo de una ciudad bell¨ªsima, carnal, simp¨¢tica y violenta que camina por el filo del abismo.
Emilio Albanese era el padre de Eleonora, la mujer de Jacobo Fo. El dramaturgo, residente en Mil¨¢n, no quiso "hacer sociolog¨ªa" y se limit¨® a decir que N¨¢poles era "una de las ciudades m¨¢s bellas del mundo y una de las m¨¢s crueles". La hija del difunto, Eleonora, s¨ª incluy¨® la tragedia privada en una tragedia colectiva: "Nunca entend¨ª que mis padres quisieran seguir viviendo aqu¨ª", coment¨®, "porque no se puede vivir en N¨¢poles". Maurizio Merolla, actor y director teatral, sobrino de Albanese, fue a¨²n m¨¢s tajante: "Esta muerte representa la quiebra de una ciudad".
La palabra quiebra aflora con frecuencia cuando se habla de N¨¢poles. Vale para referirse a la econom¨ªa, a la convivencia y a la moral colectiva. Un examen de las estad¨ªsticas de empleo podr¨ªa sugerir que la falta de trabajo est¨¢ en el origen de la delincuencia, porque las cifras son apabullantes: en toda la regi¨®n, Campania, el paro juvenil (hasta los 30 a?os) alcanza el 58,4%. En el barrio de Scampia, s¨ªmbolo de todo lo que va mal, supera el 80%. Algo no encaja, sin embargo, porque los j¨®venes desempleados napolitanos suelen conducir motos caras, visten buena ropa y son generosos a la hora de invitar. "Todo este desempleo no es real, es s¨®lo una ficci¨®n creada por la existencia de la Camorra y por la desaparici¨®n de la frontera entre lo legal y lo ilegal", explica Pasquale Errico, comisario de Scampia. "Nada se entiende sin la Camorra". Y sin los negocios clandestinos cultivados por la veintena de clanes camorristas que dominan la ciudad.
En N¨¢poles funciona el mayor mercado europeo de la droga. El principal instituto estad¨ªstico italiano, Eurispes, estima que la droga vendida en N¨¢poles, y distribuida al resto de Italia y de Europa, gener¨® en 2004 una facturaci¨®n de 16.459 millones de euros (casi 2,5 billones de pesetas) y dio empleo a unas 100.000 personas. La mayor parte del dinero acaba, probablemente, en Bolsa y en promociones inmobiliarias; otra parte se derrama capilarmente y se mezcla con el contrabando de cigarrillos y de armas, con la prostituci¨®n, con el tr¨¢fico de veh¨ªculos robados y con m¨²ltiples actividades m¨¢s o menos leg¨ªtimas. En cualquier caso, la presencia del dinero sucio es dominante y amenaza con desgarrar de forma definitiva el tejido social. "La violencia y la ilegalidad difusa est¨¢n erosionando, y quiz¨¢ destruyendo, los fundamentos de la convivencia c¨ªvica", dice el ministro del Interior, Giuseppe Pisanu.
El problema adopta la forma de un pez que se muerde la cola: no tiene mucho sentido perseguir las peque?as infracciones mientras se comenten delitos de gran calado y violencia; sin embargo, quiz¨¢ los grandes delitos adquieren carta de normalidad porque la tolerancia general se ha desbocado. Como si el c¨¦lebre sarcasmo de Thomas de Quincey, que dec¨ªa que uno empieza por permitirse un asesinato y acaba faltando a misa, se plasmara en modelo social. Un ejemplo: los conductores napolitanos prefieren no utilizar el cintur¨®n de seguridad, y cuando las autoridades anunciaron que multar¨ªan a los infractores, hace un par de a?os, se populariz¨® una camiseta con el cintur¨®n pintado sobre el pecho. Los motoristas tampoco suelen utilizar casco, pero esgrimen una buena excusa: los matones camorristas llevan un casco integral para cubrirse el rostro cuando ejecutan una misi¨®n. Un joven en ciclomotor con casco puede ser confundido con un camorrista de fuera del barrio y corre el riesgo de encajar los disparos de la banda local. La propia polic¨ªa lo admite.
El comisario Errico -un cuarent¨®n afable, de ojos azules, sonriente incluso cuando irrumpe en un piso de Scampia pistola en mano- carece de fe en el futuro inmediato de N¨¢poles, y sobre todo de la zona norte, los barrios altos y lejanos al mar, donde impera la Camorra. "Los ni?os de Scampia se habit¨²an desde peque?os a trabajar para los camorristas, y es muy dif¨ªcil despu¨¦s salir de ese ambiente en el que uno ha crecido, en el que est¨¢n los amigos y la seguridad econ¨®mica", comenta.
El primer empleo del ni?o de Scampia llega hacia los 10 a?os. Consiste en hacer correr la voz, "Mar¨ªa, Mar¨ªa", en cuanto un veh¨ªculo policial se adentra en el barrio. ?sa es una antigua tradici¨®n de la cat¨®lica N¨¢poles: los avisos discretos se realizaban cantando a gritos un avemar¨ªa. Hacia los 14 a?os, un chico puede convertirse en camello y ganar unos 500 euros semanales. Los camorristas prefieren delegar en los menores el contacto directo con la droga porque los ni?os no pueden ser condenados por traficar. M¨¢s adelante, el camello pasa a ser patrullero, y provisto de un ciclomotor y un tel¨¦fono m¨®vil circula por el barrio e informa a los mandos de todo lo que ocurre en la calle. Por entonces, su sueldo semanal ronda los 1.000 euros, una cifra impensable en el circuito del trabajo legal. El siguiente paso, f¨¢cil de dar, es el definitivo: el joven se integra como soldado en un clan y cumple ¨®rdenes. Si hay que matar, se mata.
Tan interesante como el dinero es la protecci¨®n social. Porque un camorrista sigue cobrando mientras est¨¢ en la c¨¢rcel, y el clan se preocupa de que a la familia del preso no le falte de nada. Lo ¨²nico que hay que evitar, porque supone miseria y muerte, es la traici¨®n. El camorrista fiel tiene la vida asegurada, si logra conservarla.
?Por qu¨¦ son tan poderosas y aparentemente invencibles las redes mafiosas en el sur de Italia? ?sa es una pregunta inevitable con una larga respuesta aproximada. La Mafia siciliana o la Ndrangheta calabresa proceden del medio rural, e hist¨®ricamente respond¨ªan a la necesidad de mantener estructuras locales frente a un poder que proced¨ªa del exterior. La Camorra es distinta, por sus or¨ªgenes urbanos. N¨¢poles ten¨ªa m¨¢s de 400.000 habitantes y era una de las mayores ciudades de Europa ya en 1650, pero jam¨¢s cre¨® una burgues¨ªa comercial o industrial. Se viv¨ªa de la absolutista Corte borb¨®nica, que gener¨® soldados, abogados y funcionarios y acept¨® la corrupci¨®n como un elemento que lo relativizaba todo salvo el poder del rey, y, por tanto, favorec¨ªa la estabilidad.
Circulan distintas hip¨®tesis sobre el origen de la palabra camorra. Unos creen que procede de gamurra, la chaqueta corta que empleaban los soldados espa?oles que pululaban por el Reino de N¨¢poles en los siglos XVI y XVII. Otros se?alan directamente la palabra espa?ola camorra, que significa ri?a. La influencia hisp¨¢nica en el asunto resulta evidente, porque a los j¨®venes matones napolitanos se les llamaba guappos.
El fen¨®meno camorrista recibi¨® un impulso definitivo a partir de 1861, cuando la dinast¨ªa piamontesa de los Saboya asumi¨® el poder en toda la pen¨ªnsula (salvo en los Estados Pontificios, en manos de la teocracia papal hasta 1870), y se encontr¨® con la necesidad de gestionar el lejano, distinto y turbulento sur. Tras la ca¨ªda de los Borbones, en el Reino de N¨¢poles faltaban las estructuras administrativas esenciales, y el agravamiento de la pobreza favorec¨ªa el rechazo al "rey del norte", lo que indujo al primer ministro, conde Camillo Benso de Cavour, a buscar un pacto con las fuerzas vivas locales. ?stas eran las bandas de guappos, que desde inicios de siglo se hab¨ªan dotado del frieno, un c¨®digo escrito que prescrib¨ªa la obediencia al jefe del clan y el silencio absoluto, y que para hacer frente al vac¨ªo de poder se hab¨ªan organizado en una red denominada Bella Societ¨¢ Riformata. La Bella Societ¨¢ gozaba de la bendici¨®n del clero cat¨®lico, que prefer¨ªa a los guappos, siempre creyentes; siempre devotos (siguen si¨¦ndolo hoy) de Nuestra Se?ora del Carmen, patrona de los camorristas; siempre ultraconservadores, frente al reformismo y la impiedad de la dinast¨ªa piamontesa, cuyo enfrentamiento con los papas y cuya voluntad de arrebatar al catolicismo su Estado romano no constitu¨ªan un secreto para nadie. Los prefectos de Roma se habituaron a delegar el orden p¨²blico napolitano en los guappos, que medraron en las d¨¦cadas siguientes. El poder absoluto de Benito Mussolini les coloc¨® durante alg¨²n tiempo a la defensiva, pero la ca¨ªda del dictador hacia el fin de la II Guerra Mundial, el caos producido por la divisi¨®n del pa¨ªs en dos (la rep¨²blica nazi-fascista al norte y el reino liberado por las tropas aliadas al sur), la cooperaci¨®n acompa?ada de hurto sistem¨¢tico durante la invasi¨®n angloamericana y la fragilidad del r¨¦gimen republicano de la posguerra devolvieron riqueza y protagonismo a los clanes.
El profeta de la moderna Camorra, y de todas las mafias sure?as, fue el siciliano Salvatore Lucania, nacido en 1896 y emigrado a Estados Unidos, donde adopt¨® el nombre de Charles Lucky Luciano y emprendi¨® una lucrativa carrera como g¨¢nster y fundador, con Bugsy Siegel y Meyer Lansky, de Murder Inc., el holding italo-jud¨ªo-estadounidense dedicado a subcontratar ajustes de cuentas entre mafiosos por una tarifa razonable. En 1936, Luciano fue condenado a 30 a?os por proxenetismo a gran escala. Pero encontr¨® un buen arreglo con las autoridades. Gracias a los ¨®ptimos contactos que manten¨ªa con las organizaciones mafiosas de su pa¨ªs natal, ayud¨® al Gobierno de Washington a organizar el desembarco en Sicilia. A cambio, el gobernador de Nueva York, Thomas Dewey, le concedi¨® en 1946 el perd¨®n y lo deport¨® a Italia, donde Luciano, que a los 19 a?os ya ganaba dinero vendiendo hero¨ªna por las calles de Manhattan, predic¨® el nuevo evangelio: el dinero estaba en la droga. As¨ª empez¨® una actividad que, con muy pocos cambios, la Camorra sigue desarrollando hoy d¨ªa: se importan toneladas de hero¨ªna desde Afganist¨¢n, a trav¨¦s de Turqu¨ªa y los Balcanes, y cargamentos de coca¨ªna latinoamericana; se venden a los distribuidores europeos, y la ganancia se invierte en la econom¨ªa legal, principalmente el sector inmobiliario.
El terremoto de 1980 ofreci¨® a la Camorra una gran oportunidad. Miles de familias perdieron sus casas y fue necesario crear barrios nuevos -como Scampia, por ejemplo-. De eso se ocuparon los camorristas (insoslayables, dado su dominio sobre la construcci¨®n). Hacia 1985, las nuevas zonas residenciales estuvieron a punto. No se tard¨® en descubrir que las ca?er¨ªas de los edificios eran de goma y que todos los materiales empleados resultaban de la peor calidad posible, pese a que el precio pagado a cargo del presupuesto rondaba, actualizado, los 1.000 euros por metro cuadrado, una cantidad por la que en N¨¢poles hace 20 a?os se pod¨ªa adquirir un palacio.
El dinero de la droga y de la reconstrucci¨®n proporcionaron a?os dorados a la Camorra. En los ochenta, el N¨¢poles pudo permitirse el lujo de fichar al mejor futbolista, Diego Armando Maradona, y gan¨® dos t¨ªtulos de Liga. Por la ciudad corr¨ªan r¨ªos de dinero y coca¨ªna. La ostentaci¨®n se hizo tan excesiva que hasta los clanes dejaron de lado su prudencia. La polic¨ªa crey¨® llegado el momento de asestar un golpe definitivo y detuvo a Genaro Licciardi, A Scigna (El Mono), que ejerc¨ªa como capo di tutti capi en los barrios del norte. La de Licciardi fue la primera en una serie de detenciones ilustres. Aquello fue un error estrat¨¦gico, y ahora, casi una d¨¦cada despu¨¦s, se pagan las consecuencias. La falta de un jefe supremo y el descabezamiento de varios clanes desat¨® rivalidades y ambiciones entre los mandos intermedios y acab¨® desatando una guerra que el a?o pasado caus¨® 139 muertes.
El reparto tradicional de N¨¢poles por barrios y familias viene a ser, seg¨²n la polic¨ªa, el siguiente: Bagnoli corresponde a los Sorprendente y los D'Ausilio; Fuorigrotta, a los Cocozza; Cavallegeri, a los Baratto; Vomero, a los Cimmino y a los Caiazzo; Sanit¨¢, a los Misso; Soccavo, a los Grimaldi; Pianura, a los Lago y los Marfella; Forcella, a los Mazzarella; Vasto Arenaccia, a los Contini; Teduccio, a los Reale-Rinaldi y a los Mazzarella-D'Amico; Ponticelli, a los Sarno y los De Luca; Chiaiano, a los Lo Russo y los Stabile. El coraz¨®n del negocio de la droga, Secondigliano, donde se encuentra Scampia, correspond¨ªa a los Licciardi. Tras el encarcelamiento de A Scigna y la crisis de la familia Licciardi se produjo una recomposici¨®n, y los Di Lauro, que dominaban Capodimonte, ampliaron su territorio hacia el este y asumieron la supremac¨ªa en gran parte de Secondigliano.
En Scampia, el ¨¢rea m¨¢s peligrosa de Secondigliano, existen parajes que parecen imposibles en un pa¨ªs europeo y libre de guerras. Le Vele (Las Velas), un pol¨ªgono nacido tras el terremoto con siete bloques, y hoy, tras cuatro derribos por razones higi¨¦nicas, limitado a tres grandes estructuras de dise?o vanguardista, aloja un m¨ªnimo de 1.000 familias, aunque el c¨¢lculo s¨®lo puede ser aproximado. No hay ascensor porque alguien se lo llev¨® a otra parte; la planta baja es un vertedero de escombros con varios autom¨®viles incendiados; la mayor¨ªa de los pisos carece de agua corriente, y los servicios municipales, como la recogida de basuras, se niegan a acercarse: los residuos se arrojan por la ventana. Los agentes de polic¨ªa s¨®lo se acercan en grupos y con el arma empu?ada. En Las Velas se puede comprar y vender de todo porque se mueven peque?as cantidades. Se trata de un supermercado miserable en el que los clientes son yonquis o j¨®venes carentes del sentido del riesgo, y los comerciantes son ni?os o amas de casa, gente por la que la polic¨ªa dej¨® de molestarse hace tiempo.
Las Velas son s¨®lo un s¨ªmbolo visible del negocio subterr¨¢neo, el que genera el dinero de verdad. Un dinero tan excesivo que rompe incluso los pactos de fidelidad. Cuando la presi¨®n policial oblig¨® a los altos mandos del rampante clan Di Lauro a desaparecer por un tiempo, el boss Paolo di Lauro, conocido como Ciruzzo o Milionario, se ocult¨® en un lugar desconocido; otros, entre ellos varios de sus lugartenientes, optaron por acomodarse temporalmente en la Costa del Sol. Y el grupo de los espa?oles, como se les conoc¨ªa por raz¨®n de su exilio dorado, empez¨® a cavilar. Milionario no volver¨¢ a Scampia, se dec¨ªan. Su hijo Cosimo no ser¨¢ capaz de llevar bien el negocio, se dec¨ªan. No tardaron en decidir que les correspond¨ªa asumir el mando. En 2003, cuando Cosimo desapareci¨® a su vez (simplemente se encerr¨® en una casa del barrio), los espa?oles iniciaron la guerra contra sus antiguos jefes, los Di Lauro, para hacerse con Scampia y la droga. Lo que sigui¨® fue una terrible matanza durante todo 2004. Mor¨ªan los mafiosos, mor¨ªan sus novias, mor¨ªan sus padres. Las ejecuciones crec¨ªan en brutalidad seg¨²n se acumulaban los cad¨¢veres a uno y otro lado. La prometida de un miembro de la facci¨®n espa?ola fue quemada viva en su autom¨®vil; otros fueron torturados y mutilados.
Cuando los espa?oles constataron que perd¨ªan la guerra, intentaron aliarse con los antiguos rivales del clan Licciardi. Los Di Lauro, a su vez, contrataron mano de obra albanesa, al precio de 20.000 euros por ejecuci¨®n. El comisario Errico, que en noviembre pasado recibi¨® centenares de agentes de refuerzo, intentaba relativizar. Aquello era simplemente un cap¨ªtulo m¨¢s, y no el m¨¢s cruento, en los anales de la violencia camorrista. Entre 1980 y 1982, la guerra entre dos coaliciones, la Nuova Camorra Organizzata y la Nuova Fratellanza, caus¨® m¨¢s de 700 muertes.
La guerra est¨¢ en suspenso desde el 21 de enero, cuando fue detenido Cosimo di Lauro. El hijo del jefe, de 25 a?os, cometi¨® el error de mantener el m¨®vil en marcha durante el tiempo suficiente como para ser localizado por la tecnolog¨ªa policial. Estaba en una casa de vecinos de Tercer Mundo, una de las zonas de Secondigliano, muy cerca de Scampia, en un piso con gimnasio, videojuegos y muebles de estilo ingl¨¦s. Fue una detenci¨®n dif¨ªcil, e ilustrativa del ambiente. Cosimo di Lauro no se resisti¨®. Quien s¨ª lo hizo fue una multitud de m¨¢s de 400 personas, en su mayor¨ªa mujeres, que rode¨® el inmueble e impidi¨® la salida de los carabinieri con el jefe camorrista. La gente lanzaba piedras, huevos y hasta ruedas de autom¨®vil contra el contingente policial, que se atrincher¨® en el piso de Di Lauro y se vio obligado a pedir refuerzos militares. El mes anterior, los vecinos de Scampia se hab¨ªan manifestado ya para protestar contra las detenciones de varios soldados de los Di Lauro y los espa?oles. La alcaldesa de N¨¢poles, Rosa Russo Iervolino, utiliz¨® la socorrida expresi¨®n de siempre, "quiebra moral", para referirse a esos incidentes.
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