Al mando del s¨¦ptimo de caballer¨ªa
El general Custer es uno de los grandes mitos de Estados Unidos. Su actuaci¨®n en la guerra civil entre el Norte y el Sur le granje¨® un puesto en la n¨®mina de los h¨¦roes legendarios, pero la historia no puede ocultar que fue tambi¨¦n el responsable de la masacre del r¨ªo Washita, donde asesinaron a muchos indios cheyenes.
Gracias a Raoul Walsh, el cine ha inmortalizado la imagen del general Custer, en la pel¨ªcula Murieron con las botas puestas, con el rostro de Errol Flynn: un caballero galante, valeroso hasta casi lo irracional, ardoroso, alegre, bromista y un punto indisciplinado, pero consciente siempre de sus deberes con su patria: el prototipo, en suma, del h¨¦roe del sue?o americano. En el retrato trazado por el director, sus cabellos dorados ca¨ªan formando anchos rizos sobre las hombreras de su chaqueta de piel y montaba un airoso caballo blanco. Pero casi todo eso, menos lo de sus cabellos, es pura invenci¨®n. El historiador Evans S. Connell escribe: "Detr¨¢s de sus bromas y de su estrafalario atuendo, cabalgaba un asesino".
Sin embargo, no siempre el cine de Hollywood le ha rendido un homenaje semejante al de Walsh. John Ford, en Fort Apache, se inspir¨® en su figura para crear el retrato de un ves¨¢nico coronel hambriento de gloria, que protagoniz¨® Henry Fonda. Y la narraci¨®n de su principal haza?a en las guerras indias, la masacre del r¨ªo Washita, fue el origen del gui¨®n de la pel¨ªcula Peque?o gran hombre, filmada por Arthur Penn. Pero ni Ford ni Penn quisieron llamar Custer a los militares protagonistas de sus cintas. ?Temor a da?ar la memoria de uno de los grandes mitos de Am¨¦rica? Qui¨¦n sabe.
El verdadero George Armstrong Custer naci¨® en Ohio en 1839, hijo de un inmigrante llegado de Holanda y de una mujer de origen irland¨¦s. Ingres¨® en West Point, la academia militar norteamericana, y fue un cadete indisciplinado, poco amigo del estudio, mucho del whisky y constante objeto de sanciones. Cuando se gradu¨®, en 1861, el a?o en que estall¨® la guerra civil entre el Norte y el Sur, obtuvo el ¨²ltimo puesto de su promoci¨®n, acumulando un total de 726 faltas, o dem¨¦ritos, durante los cuatro a?os de estudios. Al comienzo de la contienda opt¨® por sumarse al bando de la Uni¨®n.
Buen jinete, fue destinado como teniente a las unidades de caballer¨ªa bajo el mando del general Sheridan. Y pronto destac¨® por su valor, un coraje que ni sus bi¨®grafos m¨¢s cr¨ªticos le niegan, pues a menudo se manifestaba con un desd¨¦n absoluto a la muerte. Protagoniz¨® cargas memorables y numerosos actos de hero¨ªsmo. Y en 1862 era nombrado general de brigada, un fulgurante ascenso que lo convert¨ªa en el general m¨¢s joven del ej¨¦rcito del Norte.
Pese a su rango, sigui¨® encabezando las acciones m¨¢s arriesgadas. Durante la gran batalla de Gettysburg, en un enfrentamiento con la caballer¨ªa confederada de Jeb Stuart, captur¨® 720 prisioneros despu¨¦s de cargar al mando de los 500 jinetes de su regimiento de Michigan. Tambi¨¦n form¨® parte de las tropas que derrotaron definitivamente a Stuart en la batalla de Yellow Tavern, en donde muri¨® el general confederado. Y al frente de sus hombres persigui¨® con tenacidad al propio general Robert Lee, jefe supremo del ej¨¦rcito del Sur, cuando se retiraba hacia Virginia, contribuyendo a precipitar su rendici¨®n en Appomattox en abril de 1865, hecho que pondr¨ªa fin a la guerra de Secesi¨®n. Condecorado y exaltado por la prensa, Custer concluy¨® la guerra como uno de los grandes h¨¦roes de la Uni¨®n.
Sin embargo, sus m¨¦ritos y su valor en el campo de batalla no dejaron pasar inadvertidas otras cualidades del joven Custer. Sobre todo, su crueldad. Fusilaba sin inmutarse a los guerrilleros confederados capturados en acci¨®n; tampoco le temblaba el pulso cuando se trataba de pasar por las armas a los desertores, y usaba con su propia mano el l¨¢tigo contra aquellos de sus soldados que mostraban cobard¨ªa durante la lucha.
Al parecer, mat¨® al primer hombre en un combate con los confederados en White Oak Swamp, en la primavera de 1862, poco antes de ser ascendido a general. En el curso de la batalla, vio huir a caballo a un oficial enemigo y comenz¨® a perseguirlo, seg¨²n narraba con detalle en una carta enviada a su hermana. Le conmin¨® a rendirse por dos veces y luego le dispar¨®. "?l se lo hab¨ªa buscado", escribe. No obstante, de aquella muerte, s¨®lo pareci¨® importarle el bot¨ªn: "Todav¨ªa guardo el purasangre que montaba y mi intenci¨®n es qued¨¢rmelo. La silla, que tambi¨¦n conservo, es espl¨¦ndida; est¨¢ recubierta con tafilete negro y ornamentada con tachones de plata". Por supuesto que se qued¨® con todo como trofeo de guerra. Y adem¨¢s, con la espl¨¦ndida espada que portaba su v¨ªctima en la silla, un arma de acero toledano con una leyenda en espa?ol que dec¨ªa: "No me saques si no es por causa justa; no me envaines sin haber vencido". Durante las guerras indias, unos a?os despu¨¦s, sacar¨ªa aquella espada por causas mucho m¨¢s que dudosas.
Pero ese tipo de cosas no se toman en cuenta en tiempo de guerra. Condecorado por su valor, exaltado por la prensa y adorado por la opini¨®n p¨²blica, lleg¨® incluso a hablarse de ¨¦l como un futuro presidenciable. El gran h¨¦roe de la contienda, el general Ulysses S. Grant, hab¨ªa alcanzado la suprema magistratura de la naci¨®n en 1869, muy en la tradici¨®n norteamericana que convierte a sus guerreros vencedores de la guerra en pol¨ªticos victoriosos durante la paz.
Pero su naturaleza extravagante, caprichosa y voluble le gast¨® al impulsivo Custer una mala pasada. En 1866, destinado al territorio de Kansas, en donde se suced¨ªan las revueltas de las tribus indias en plena conquista del Oeste. Una tarde, abandon¨® su puesto para ir a encontrarse con su esposa, de quien, a pesar de sus frecuentes andanzas con las mujeres indias, dec¨ªa estar muy enamorado. Custer y Elisabeth Bacon, Libbie, se hab¨ªan casado en 1864, en plena guerra. Hija de un adinerado juez de la ciudad de Monroe, en Michigan, Libbie era una mujer bella, culta y muy refinada seg¨²n los bi¨®grafos del soldado. Vivi¨® m¨¢s de 90 a?os y dedic¨® su vida, e incluso un libro, a guardar la memoria y el cr¨¦dito de quien fuera su marido. Es dif¨ªcil adivinar qu¨¦ pudo atraer a una mujer cultivada en aquel guerrero cruel, inculto y vanidoso.
Arrestado por su falta, fue juzgado meses despu¨¦s por un Consejo de Guerra. Su prestigio y las influencias de sus amigos le libraron de la expulsi¨®n del ej¨¦rcito, pero el tribunal le conden¨® a un a?o de suspensi¨®n de empleo y sueldo. Su buena estrella se apag¨® de golpe y sus ambiciones se truncaron.
Sin embargo, el empeoramiento de la situaci¨®n en los territorios del Oeste le concedi¨® una nueva oportunidad. A comienzos de 1868, las tribus indias recrudecieron sus ataques sobre las caravanas de colonos que iban hacia el Oeste, en represalia por las tropel¨ªas que comet¨ªan los blancos en sus tierras y por los asaltos del ej¨¦rcito a las aldeas indias indefensas. Sobre todo, los indios no olvidaban la masacre de Sand Creek de 1864.
En noviembre de ese a?o, un notable jefe cheyene, Caldera Negra, despu¨¦s de firmar la paz con el gobernador de Colorado, se hab¨ªa refugiado en la aldea de Sand Creek para pasar los meses m¨¢s duros del invierno. Una partida de 700 "voluntarios de Colorado", tropas que serv¨ªan fuera del control militar, al mando del coronel Chivington, asaltaron por sorpresa la aldea cheyene. Los indios airearon banderas blancas e, incluso, Caldera Negra agit¨® en lo alto la ense?a de Estados Unidos. Pero Chivington orden¨® el ataque, siguiendo su filosof¨ªa expresada antes de partir desde Denver en busca de Caldera Negra: "Voy a matar indios y creo que es justo y honorable usar de todos los medios que Dios ha puesto a nuestro alcance para matar indios. Hay que matar a todos y cortarles las cabelleras, grandes o peque?os, porque las liendres acaban por convertirse en piojos".
Como resultado del ataque, 105 indios murieron, de ellos solamente 28 guerreros, y el resto, mujeres, ancianos y ni?os. Los voluntarios de Chivington mutilaron los cad¨¢veres y les cortaron las cabelleras, una costumbre que, contra lo que nos ha hecho creer Hollywood, no fue imitada por los blancos de los indios, sino justamente al contrario. Caldera Negra logr¨® escapar herido de la masacre y los voluntarios fueron recibidos en Denver como h¨¦roes. En los meses siguientes, los indios asaltaron caravanas, ranchos y estaciones de diligencias, causando numerosos muertos entre los blancos. S¨®lo cuando las autoridades de Washington abrieron una investigaci¨®n a fondo y condenaron los hechos de Sand Creek, los indios se calmaron. Pero la paz lograda en 1865 durar¨ªa poco tiempo.
A comienzos de 1868, Philip Sheridan, general supremo de las tropas gubernamentales en las Grandes Praderas, decidi¨® llamar de nuevo a filas a Custer, su antiguo subordinado en la guerra de Secesi¨®n. "Si hay algo de poes¨ªa y romanticismo en esta guerra", cuentan que dijo Sheridan, "¨¦l lo encarnar¨¢". Y con el grado de teniente coronel, le entreg¨® el mando del 7? Regimiento de Caballer¨ªa. Custer regres¨® al servicio dispuesto a recuperar cuanto antes su prestigio y su gloria pasados. La fiel Libbie le acompa?¨® hasta su cuartel general de Kansas, en el fuerte Lincoln.
En noviembre de ese a?o, Custer encontr¨® la primera ocasi¨®n para recuperar su gloria. Caldera Negra, que hab¨ªa pactado una nueva paz meses antes, invernaba a las orillas del r¨ªo Washita. Desafiando la nieve y el fr¨ªo, Custer parti¨® con el 7? de Caballer¨ªa y tom¨® por sorpresa a los cheyenes. Pese a las banderas blancas agitadas por los indios, atac¨® al son de Garry Owen, una marcha militar irlandesa que ya adoptara en la guerra civil para su regimiento de Michigan. Caldera Negra y su esposa cayeron alcanzados por sendos disparos en la espalda. De los 103 indios que murieron, tan s¨®lo 11 de ellos eran guerreros. En Washita, Custer reproduc¨ªa la haza?a de Chivington en Sand Creek. Ambas acciones servir¨ªan de lejanos modelos al teniente William Calley, responsable de la masacre de 500 campesinos vietnamitas en May Lay el a?o 1968.
Muchos indios se rindieron ese invierno. Se cuenta que un jefe comanche dijo a Sheridan al entregarse: "Yo Tosawi, indio bueno". El general le respondi¨®: "Los ¨²nicos indios buenos que he visto en mi vida estaban muertos". Custer, el olvidado h¨¦roe de la guerra civil, de nuevo acaparaba las portadas de los peri¨®dicos, esta vez como el h¨¦roe de las praderas.
En 1874 corrieron rumores de que hab¨ªa oro en las Monta?as Negras, un territorio que pertenec¨ªa a los indios seg¨²n los acuerdos firmados con el Gobierno de Washington. Custer fue enviado a inspeccionar el lugar, al mando de una supuesta expedici¨®n cient¨ªfica y de exploraci¨®n, en julio de ese a?o y, poco despu¨¦s, confirm¨® la existencia del oro. En la primavera de 1875, miles de buscadores se desplazaron a la regi¨®n. Los indios, cuyo l¨ªder era entonces el pac¨ªfico Nube Roja, protestaron ante el Gobierno y calificaron a Custer como "el jefe de todos los ladrones". Washington ofreci¨® a los indios comprarles el territorio por seis millones de d¨®lares. Los indios no aceptaron y exigieron la retirada de los blancos. Los colonos blancos exigieron, a su vez, la expulsi¨®n de los "salvajes". Y Washington ofreci¨® a los indios reservas en otros territorios. Si no se iban, ser¨ªan declarados "hostiles", esto es: susceptibles de ser perseguidos, encarcelados o muertos.
A comienzos de 1876, la regi¨®n registr¨® la mayor concentraci¨®n de indios en la historia de las guerras de las Grandes Praderas norteamericanas. Al mando de jefes como Toro Sentado, Lluvia en la Cara y Caballo Loco, decidieron ir a la guerra. Y Sheridan, como respuesta, organiz¨® una expedici¨®n punitiva en el mes de mayo.
La estrategia consist¨ªa en enviar tres columnas sobre los territorios rebeldes: la primera, comandada por el general Crook, avanzar¨ªa desde el norte; la segunda, bajo el mando del coronel Gibbon, se desplazar¨ªa desde el este, y la tercera, desde el sur, marchar¨ªa bajo la direcci¨®n del general Terry, a cuyas ¨®rdenes estaba el 7? de Caballer¨ªa de Custer.
La idea no funcion¨® muy bien. Hostigado por Caballo Loco, Crook desisti¨® de seguir avanzando y se qued¨® atascado en Wyoming. Terry, en espera de Gibbon, orden¨® adelantarse a Custer con su caballer¨ªa hacia el r¨ªo y el valle de Little BigHorn, en Montana, donde se concentraban los indios. Sus ¨®rdenes eran esperar all¨ª a las tropas de infanter¨ªa que viajaban con Terry para rodear a los indios y derrotarlos.
Custer lleg¨® a Little BigHorn el 25 de junio. Hab¨ªa m¨¢s de 7.000 indios concentrados all¨ª. Y decidi¨® atacar con sus 611 hombres y llevarse para ¨¦l solo toda la gloria de la campa?a. Comenz¨® a descender de las colinas hacia el valle y, en ese momento, cometi¨® su gran error: dividi¨® a sus tropas en tres contingentes y avanz¨® al mando de 225 hombres en busca de los indios. El jefe Caballo Loco, cuya ¨²nica estrategia militar la hab¨ªa aprendido en la lucha de guerrillas, fue hostigando con peque?as partidas de guerreros a la tropa de Custer, atray¨¦ndola al coraz¨®n del valle hasta que la rode¨® por completo. Y entonces comenz¨® su ataque masivo. Se cree que la batalla dur¨® algo menos de una hora.
Todos los hombres de Custer murieron sin excepci¨®n. Tambi¨¦n el periodista Mark Kellogg, uno de los primeros corresponsales de guerra ca¨ªdos en el ejercicio de su profesi¨®n. Los cuerpos de los soldados fueron desnudados despu¨¦s, a todos se les cort¨® la cabellera y muchos estaban destripados cuando los encontr¨® Terry unos d¨ªas m¨¢s tarde. Nadie sabe c¨®mo muri¨® Custer, porque no hubo supervivientes para contarlo. Pero seg¨²n relatos posteriores de algunos indios que participaron en la batalla, cay¨® valientemente. Su cad¨¢ver, se dice, ten¨ªa dos balazos: uno en el pecho y otro en el cuello. Mujeres indias le hab¨ªan taladrado los o¨ªdos despu¨¦s de muerto para que Cabellos Largos no pudiera escuchar nada en el otro mundo.
En los a?os siguientes, las praderas quedaron pacificadas. Caballo Loco fue asesinado a bayonetazos cuatro a?os despu¨¦s, y Toro Sentado busc¨® refugio en Canad¨¢, en donde su tribu pereci¨® casi por completo. A Custer le alzaron un monumento en el lugar del combate, donde fue enterrado junto a sus soldados. Todos los a?os, el d¨ªa 25 de junio se celebra all¨ª una representaci¨®n de la batalla, en la que participan grupos de indios y de blancos vestidos a la usanza de la ¨¦poca, y Little BigHorn se convierte en algo parecido al escenario de una fiesta del Levante espa?ol, pero en mitad de las praderas del Oeste. Y Custer, asesinando sin piedad, cabalga de nuevo, convertido para siempre en un h¨¦roe americano.
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