Días de estudio para Armstrong
El norteamericano analiza a sus rivales y toma referencias para encarar su séptimo Tour
Johan Bruyneel parece impacientarse cuando cualquier interlocutor empieza a contarle por teléfono la desgracia de Miguel Indurain en 1996, la historia tan conocida y contada de cómo la soberbia forma, el espectacular estilo con el que el navarro dominó aquel a?o a todos los rivales en los Alpes del Dauphiné Libéré no fue sino el preludio de su desfallecimiento, de su hundimiento en el Tour, en el que debía ser su sexto Tour, un mes después. Bruyneel hace un ruido de aburrimiento, de no me cuentes otra vez lo mismo, pero la culpa es suya, del director del Discovery, porque lo primero que responde cuando se le pregunta por las andanzas de su corredor, del Boss,responde que bien, que tranquilo, que no importan tanto los resultados, que no importa que no gane el Dauphiné Libéré como hizo en 2002 y 2003, porque lo importante es ganar el Tour, el séptimo Tour, dentro de un mes.
El a?o en que se retira del ciclismo, Armstrong ha sido rácano con la competición. El sprint feroz con el que ayer ganó en Sallanches el tercer puesto de la etapa tras sus compa?eros Hincapie y Popovych selló su 19? día de competición, número escaso se mire por donde se mire. Pero lo que no ha sido competición -y ausencia de victorias- ha sido jornadas de estudio. Armstrong llegó al Dauphiné, una carrera que le encanta, que también le encanta a su chica, Sheryl Crow, enamorada de los tintos del Ródano, de la tapenade que su amigo Claude le prepara en su hotelito de Saint Paul Trois Ch?teaux, con mínimas referencias de sus rivales en su cabeza y con un inmenso respeto al Ventoux y al Joux Plane, dos puertos en los que siempre ha sufrido, en su corazón.
De sus rivales, de sus probables rivales, en el próximo Tour, Armstrong sólo tenía referencias indirectas. De Ivan Basso, muchas, porque le vio directamente en el Giro; de Vinokúrov muy pocas porque apenas había coinicidop con él en las carreras, y lo mismo de Botero, de Landis, de Heras, Mayo, Menchov y tantos más. De Ullrich sabía algo, y por conocimiento directo, aunque tangencial, porque una semana antes se había cruzado con él en una curva del Portet d'Aspet, en los húmedos Pirineos. Ullrich iba en bicicleta, junto a sus compa?eros Sevilla y Wesemann, reconociendo los puertos de la etapa del Tour que terminará en Saint Lary. Armstrong iba en coche, con la misma idea que Ullrich, aunque al ver a lo lejos la mancha magenta del maillot del alemán, decidió adelantarlo a toda la velocidad y emprender la ascensión en bicicleta desde unos kilómetros más adelante. "Lo que vi me dio miedo, en el buen sentido", aclaró Armstrong. "Ullrich está fortísimo y, de hecho, yo hice ese reconocimiento a toda velocidad y mirando atrás en todas las curvas, temiendo que en cualquier momento me alcanzara, qué vergüenza".
En el Dauphiné, tranquilo y concentrado, Armstrong por primera vez renunció a ser el protagonista de una carrera. Se dejó llevar en todo momento. Admiró la fortaleza de Vinokúrov, el kazajo que domó el Ventoux; admiró -y analizó- la extrema delgadez de Botero, sus afilados cuadriceps, y calculó que quizás está demasiado bien demasiado pronto; vio que Heras, como Basso hace un a?o, no ense?ó nada, no desnudó su forma; y también oyó las noticias que le llegaban de la Vuelta a Suiza, la magnífica forma de Ullrich, ganador de la contrarreloj, la baja forma de Mayo...
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