Un elefante se balanceaba
Recuerden lo de: "Un elefante se balanceaba sobre la tela de una ara?a..." No me negar¨¢n que es un apunte genial de la melod¨ªa encadenada perteneciente al acervo popular, una canci¨®n an¨®nima y maravillosa, sobre todo el pasaje de: "Y como ve¨ªan que no se ca¨ªan, fueron a llamar a otro elefante", que no tiene precio; en suma, la canci¨®n es una partitura de oro de la historia de la m¨²sica tradicional infantil. Adem¨¢s, qu¨¦ gran met¨¢fora, la del elefante que se balanceaba sobre la tela de una ara?a, porque, ?qui¨¦n es el elefante?
Esto es lo que habr¨ªa que preguntarse a estas alturas de la melod¨ªa, que es mucho m¨¢s que una progresi¨®n aritm¨¦tica de extravertidos y simp¨¢ticos elefantes hacia el infinito, aunque, al fin y al cabo, si hubiese uno, uno s¨®lo de esos elefantes aqu¨ª, presente entre estas letras, ninguno de ellos se delatar¨ªa, ninguno de ellos dir¨ªa: "Hola, soy un elefante", sino que mantendr¨ªa su identidad en el anonimato para que el chollo de la tela de ara?a no se estropease.
El oscuro asunto de los elefantes es como una bola de nieve, y a cada minuto llega un nuevo elefante que no hace sino complicarlo todo. Cuando se elevan a diez s¨®lo asustan un poco, pero cuando pasan de los treinta la cosa ya es grave, y hay que empezar a preocuparse. En efecto, ver a treinta y siete elefantes balance¨¢ndose sobre la tela de una ara?a no es normal, y es de entender que a algunos de ellos ni se les ocurra ir a buscar a otro proboscidio para contarle que en la tela de ara?a se est¨¢ jodidamente bien, m¨¢s que nada por no sacrificar a la gallina de los huevos de oro. ?Pero los dem¨¢s insisten tercamente!
De pronto, cuando parece que la cosa se enreda sin remedio, sucede lo asombroso: la canci¨®n se detiene en el elefante treinta y ocho, el cual, ego¨ªsta como pocos, no ha ido a avisar a otro elefante. Seg¨²n su forma de ver las cosas, ya est¨¢ bien as¨ª, los negocios marchan y no hay porqu¨¦ meter a m¨¢s gente: es preferible cerrar el chiringuito. Por el momento, parece que es el final de los elefantes que se balancean.
Pero la naturaleza animal -como la humana- es d¨¦bil. El pelotazo de la tela de ara?a se propaga y ellos aumentan en n¨²mero al tiempo que la canci¨®n comienza a perforar los o¨ªdos de las autoridades: los medios ponen el grito en el cielo, la polic¨ªa toma cartas en el asunto y en la mafia de elefantes se produce un s¨¢lvese quien pueda. Sus bienes inmobiliarios, sus empresas tapadera y sus cuentas secretas quedan al descubierto, y resulta que por algo los elefantes esos viv¨ªan como dios, y bien que se lo montaban, sin que nadie supiese del todo de d¨®nde sacaban esos descapotables.
Y de la ara?a, ni rastro.
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