Con esa autonom¨ªa discreta y solidaria
?CU?LES SON, ahora, las palabras para Saer, que muri¨® el s¨¢bado en Par¨ªs a los 67 a?os?
Alan Pauls: "Saer era un lugar al que yo siempre pod¨ªa volver. Un lugar hospitalario, s¨ª, pero exigente, inc¨®modo, ensimismado, como son los lugares que inventan los escritores cuando escriben absolutamente solos". Beatriz Sarlo: "Me permito hoy dos o tres palabras que nunca he escrito sobre Saer. Mezclaba inteligencia, iron¨ªa y tozudez. Las disputas eran hom¨¦ricas; las reconciliaciones, sentimentales y generosas. Nunca conoc¨ª a nadie que fuera m¨¢s implacable con lo que juzgaba mala literatura; no hab¨ªa artificio de la cr¨ªtica ni se?uelo del mercado que lo movieran de sus convicciones". Mart¨ªn Caparr¨®s: "Pero el Arte Saer consist¨ªa, sobre todo, en su conciencia de estar escribiendo una obra. Un continuo de ideas y palabras que se prolongaba a trav¨¦s de cada texto, que armaba ese trayecto como si lo hubiese sabido desde siempre. En un medio donde casi todos hacemos todo tipo de contorsiones para encontrar una postura, Saer parec¨ªa tener una desde el principio". Blas Matamoro: "Pa¨ªs de inmigrantes y de expulsados, la Argentina crea este morir¨¢s lejos de los jud¨ªos errantes, y la pregunta obligada y subsiguiente: ?lejos de d¨®nde? Saer quiso ser poeta y director de cine. Se decidi¨® a ser escritor. Quiso vivir en su provincia, Santa Fe, y se decidi¨® a instalarse en Francia, en 1968, a?o emblem¨¢tico de juvenilismo y barricadas. Algo de ¨¦l qued¨® lejos, en la tierra de origen. Y algo de lo adquirido qued¨® lejos de ¨¦l, en la tierra de llegada. Esta fractura aparece en sus narraciones, donde personajes como Tomatis y el Pich¨®n andan sueltos tal si fueran mitades de un ser que no pudo ser, la integridad argentina. Ya la anuncia el conquistador espa?ol de El entenado, al cual fascina el mundo ind¨ªgena que nunca le pertenecer¨¢ aunque lo seduzca".
?Por qu¨¦ esta insistencia de cr¨ªticos y amigos en el rigor, la exigencia, la ambici¨®n, la distancia? Quiz¨¢ porque entre 1960 y 2005 -entre las ¨²ltimas vanguardias y la posmodernidad- Saer hizo cosas extraordinariamente raras, cosas que s¨®lo se explican como resultado de una mezcla excepcional de arrojo sin l¨ªmites y de cuidado casi religioso respecto de la gran tradici¨®n occidental. Porque uni¨® el talento natural del narrador de historias con la conciencia art¨ªstica de los modernos; porque proyect¨® un ir¨®nico mapa americano para despu¨¦s velarlo con una asordinada ferocidad proustiana. Porque ten¨ªa -el hijo de sirios, el autodidacta, el argentino de primera generaci¨®n- un sentimiento de la lengua casi primigenio. Todos sus lectores lo sabemos. Es la frase de Saer, la modulaci¨®n de Saer, la conversaci¨®n de Saer, el verso de Saer. Eso que -en La mayor, en Responso, en Cicatrices, en El limonero real, en las diversas entregas po¨¦ticas de El arte de narrar, en Nadie nada nunca, en El entenado, en Glosa, en Lo imborrable, en La pesquisa, en los cuentos reunidos en Lugar- se dibuja como el trenzado inacabable y parsimonioso de un periodo que no duda en alojar el pensamiento y, despu¨¦s, en envolverlo y rodearlo hasta evaporarlo. Eso que en sus novelas y cuentos pauta el acontecer y lo espesa: el ritmo. Un ritmo que enlaza prosodia y construcci¨®n, acento y composici¨®n. Un ritmo que se yergue entre nosotros y la nada a trav¨¦s de la experiencia de la literatura: algo similar a lo que en La pesquisa se define como "una autonom¨ªa discreta y solidaria".
?Cu¨¢les ser¨¢n, ahora, las palabras?
En mayo de 2003, Alain Robbe-Grillet estuvo en Barcelona y concedi¨® entrevistas. En una de ellas, un periodista del diario Avui le pregunt¨® qu¨¦ escritores actuales le interesaban y ¨¦l contest¨®: "Uno de los mejores escritores actuales escribe en espa?ol y se llama Juan Jos¨¦ Saer".
?se era el espacio de Saer; ¨¦sas ser¨¢n las palabras.
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