La zona de Juan Jos¨¦ Saer
La primera frase de La mayor, de 1975 ("otros, ellos, antes, pod¨ªan"), o la primera frase de Glosa, de 1986 ("es, si se quiere, octubre, octubre o noviembre, del sesenta o del sesenta y uno, octubre tal vez..."), son s¨®lo dos modulaciones del impacto, del desconcierto y del casi vac¨ªo a partir de los cuales Saer deshilaba sus relatos y novelas. La sintaxis era para ¨¦l un m¨¦todo, en el sentido filos¨®fico del t¨¦rmino: a diferencia de los procedimientos m¨¢s explotados de la vanguardia -eliminar la puntuaci¨®n y subvertir la sintaxis-, Saer fuerza la l¨®gica gramatical hasta su extremo para extraer del periodo un m¨¢ximo poder abarcador de pensamiento y mundo. Un movimiento que, adem¨¢s, pone a ambos en tela de juicio. No es casualidad que La mayor, una de las piezas m¨¢s altas y raras de la narrativa en castellano de las ¨²ltimas d¨¦cadas, est¨¦ encabezada por una l¨ªnea de G¨®ngora. Porque en Saer no hay choque entre la modernidad definitiva de su apuesta y la destreza cl¨¢sica con que maneja sus instrumentos. O entre la fidelidad a un paisaje de origen, el litoral fluvial argentino, y la ambici¨®n universal de su proyecto est¨¦tico. Cada novela, cada cuento y hasta cada uno de los pocos poemas que escribi¨® -y que recogi¨® en las sucesivas ediciones de un ¨²nico libro, El arte de narrar- forman parte de un sistema en el que una misma ley expande su l¨®gica hasta el l¨ªmite ¨²ltimo de su poder de representaci¨®n.
"Una literatura novedosa siempre est¨¢ en los bordes", dijo en una entrevista
El motor de las narraciones de Saer se alimenta de poes¨ªa, de una manera -siempre inestable- de estar en la lengua que nunca es ajeno al origen po¨¦tico de su escritura. Ah¨ª aparece la impronta, nunca borrada a lo largo de toda su obra, de su primer y gran maestro: el poeta Juan L. Ortiz (1896-1978): "Agosto, fines de agosto, cede ya / a una, sin embargo, imprecisa delicia nocturna. / Delicia oscura, oscura delicia de los ¨¢rboles, que baja, de qu¨¦ cielo / hacia el gran r¨ªo, hacia el gran r¨ªo perdido". La poes¨ªa de Juan L. Ortiz (en Espa?a puede consultarse una Antolog¨ªa, publicada por Losada en 2002), escrita tambi¨¦n desde los m¨¢rgenes y la indiferencia por la repercusi¨®n, ocupa desde mediados de los noventa -cuando se publica la edici¨®n definitiva de su Obra completa en un volumen de m¨¢s de mil p¨¢ginas- un lugar central en la poes¨ªa argentina, visible sobre todo en las generaciones j¨®venes. Esa edici¨®n llevaba un pr¨®logo de Saer, en el que anotaba: "La l¨ªrica de Juan recibe, en ondas constantes de desarmon¨ªa, los sacudimientos que vienen del exterior, y su respuesta es la complejidad narrativa de sus obras mayores, en las que esos sacudimientos son incorporados como el reverso oscuro de la contemplaci¨®n. Y el objeto principal de la contemplaci¨®n, lo que engloba la multiplicidad del mundo, es el paisaje". El paisaje, lo que ¨¦l denominaba "la zona" fue, tambi¨¦n, su propio objeto, y la "complejidad narrativa" su manera de encontrar el "reverso oscuro", aunque ¨¦l lo construy¨® desde dos afueras: en prosa, principalmente, y desde Francia, donde vivi¨® desde finales de los sesenta, primero en Rennes y despu¨¦s en Par¨ªs.
"Una literatura novedosa siempre est¨¢ puesta en los bordes", dijo en una entrevista en 2001. "Siempre desde los bordes se produce y se construye una literatura nueva. Toda nuestra literatura constituye una prueba de esta afirmaci¨®n. Sarmiento estaba afuera de la pampa cuando escribi¨® Facundo, Hern¨¢ndez estaba afuera de la lengua cuando public¨® el Mart¨ªn Fierro, lo mismo sucede con Arlt. Quiroga era un hombre del l¨ªmite. Sin duda, es desde los bordes donde se crean los nuevos centros". Crear, desde los bordes, una m¨¢quina narrativa que da definitiva representaci¨®n literaria a un paisaje de origen. Inventar una sintaxis forzada al l¨ªmite -que, desde el borde de ese "afuera de la lengua", crea para ella una nueva centralidad- capaz de afirmar todo para ponerlo todo en duda a la vez. Este procedimiento, intr¨ªnseco a su magistral apuesta est¨¦tica, fue tambi¨¦n una ¨¦tica para su vida literaria: basta comparar la importancia insoslayable de su obra con los casi nulos galardones que recibi¨® para comprobar hasta qu¨¦ punto su escritura se desarroll¨® en una escena no secreta, pero s¨ª alejada de las componendas y carambolas de las propagandas y los premios.
El verano pasado, en Cada
qu¨¦s, cenando una noche con su esposa, Laurence, y un grupo de amigos, nos coment¨® que ese d¨ªa se fallaba en M¨¦xico el Premio Juan Rulfo, y que le hab¨ªan dicho que ¨¦l estaba entre los candidatos. A la ma?ana siguiente supe por la radio que no lo hab¨ªa ganado; cuando lo encontr¨¦ un rato m¨¢s tarde, en la mesa del bar Boia en que desayunaba todas las ma?anas, me mir¨® con una sonrisa c¨®mplice. Varias veces hab¨ªa dicho que un verdadero escritor debe "beber el c¨¢liz hasta las heces"; y eso significa, entre otras cosas, saber marcharse de este mundo sin la dudosa honra de las medallas institucionales. Hac¨ªa poco que se hab¨ªa jubilado y lo ¨²nico que de verdad le importaba era el para¨ªso de tiempo libre que se le abr¨ªa para seguir escribiendo, para escribir su novela m¨¢s larga, que todos conoc¨ªamos ya como "La Grande". La novela ha quedado, seg¨²n parece, inconclusa; pero su legado est¨¢ completo: en ese pliegue minucioso de los bordes sobre la centralidad est¨¢ la zona de Saer, la compleja y sublime regi¨®n en la que nos deja, para nuestra fortuna, habitando.
En Espa?a se han editado las obras de Juan Jos¨¦ Saer, El entenado, Las nubes, La pesquisa, Lugar (en El Aleph), Glosa y La ocasi¨®n (en Destino).
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