Morir de guerra
Combati¨® el nazismo y fue un declarado pacifista. El escritor austriaco Stefan Zweig huy¨® de la barbarie de Hitler y se refugi¨® en Petr¨®polis (Brasil), donde en 1942 se suicid¨®. Una visita a la casa en la que vivi¨® el autor de 'Carta de una desconocida' permite revivir sus ¨²ltimos d¨ªas.
La visi¨®n de R¨ªo de Janeiro desde el Corcovado, a espaldas del imponente Cristo Redentor, nos muestra c¨®mo, a pesar de que se haya violentado agresivamente a la naturaleza, ella misma a¨²n puede seguir manifestando su belleza. Debi¨® de tenerla tanta esta bah¨ªa (Zweig, acertadamente, la compar¨® con la de N¨¢poles) que es imposible no imagin¨¢rsela a trav¨¦s de los fragmentos conservados. Lagunas, islas, canales de r¨ªo y de mar, salados y dulces, playas inmensas de arena blanca, altos promontorios como el Pan de Az¨²car o la Piedra Bonita. Todo lo dejo atr¨¢s camino de Petr¨®polis. La carretera, estrecha y curvil¨ªnea, atravesando la Serra do Mar, transcurre en medio de una naturaleza exuberante. El trazado de la misma debe de ser igual al que tantas veces recorri¨® el escritor vien¨¦s Stefan Zweig (1881-1942). Bajaba de la ciudad imperial a la antigua capital brasile?a para volver a retornar a aquel lugar que tanto le recordaba a Salzburgo. Petr¨®polis se fund¨® en el a?o 1830, cuando Pedro I compr¨® un gran terreno para establecer all¨ª su residencia de verano. Hasta entonces s¨®lo exist¨ªan grandes haciendas en manos de terratenientes y un camino para el transporte de oro que un¨ªa a R¨ªo con Minas Gerais y con el interior de Brasil. En el a?o 1843, un decreto imperial creaba la ciudad de Petr¨®polis. Fue colonizada fundamentalmente por alemanes, italianos, franceses, suizos y portugueses.
Petr¨®polis siempre fue una ciudad culta, aristocr¨¢tica y de subyugante belleza. A ella llegaron para morir, el 23 de febrero de 1942, Stefan Zweig y su segunda mujer, Lotte. Nadie dir¨ªa que en este ambiente tan agradable y cautivador, con una temperatura deliciosa, alguien pudiera ser infeliz; pero Zweig no encontr¨® aqu¨ª el desasosiego, sino que lo trajo desde muy lejos y desde lo m¨¢s profundo de su coraz¨®n.
La Rua Gon?alves Dias es una calle en cuesta que parte de Duas Pontes. Al escritor austriaco le gustaban las casas en lo alto, y ¨¦sta tambi¨¦n lo estaba. Llamo al timbre de la entrada y baja a abrirme la actual due?a, Estelita Campedelli. Es una mujer de unos cincuenta a?os, menuda; algo temerosa, pero amable. Le explico el motivo de la visita. Ella asiente, resignada, con la cabeza y me deja la puerta franca.
La casa sufri¨® muchas transformaciones. De la ¨¦poca de los Zweig, el ¨²nico mueble que se conserva es una l¨¢mpara de hierro forjado con una gran cadena colgando del techo. Al lado izquierdo hay una habitaci¨®n. Pregunto si es el dormitorio donde se suicidaron. Estelita me dice que s¨ª. Entro y es un espacio no demasiado grande. En aquel lugar estaban las dos camas individuales de los esposos, las mesillas de noche, las sillas y una pileta. Fueron los sirvientes quienes encontraron la puerta abierta. Entraron y los vieron tendidos a cada uno de ellos en sus camas, que hab¨ªan sido juntadas. Zweig estaba perfectamente vestido, con camisa de manga corta y corbata. Ten¨ªa el rostro sereno y las manos sobre su pecho. Lotte, que se suicid¨® despu¨¦s, ten¨ªa el rostro apoyado sobre el hombro de su marido y las manos cogidas a las del esposo. No se les hizo autopsia, pues Stefan, como buen austriaco, dej¨® todo muy bien preparado. Escribi¨® cartas de despedida a familiares y amigos. Dej¨® copias del libro Una partida de ajedrez para los editores de Estados Unidos, Suecia y Argentina, y hab¨ªa escrito en portugu¨¦s recados para que avisasen a Koogan, el librero y a la vez su editor brasile?o de R¨ªo, y a Malamud, el abogado.
En una de las visitas a R¨ªo para ver a Koogan visit¨® al jurista para dejarle una copia del testamento firmado en el a?o 1941 en Nueva York. Incluso dej¨® por escrito la forma y lugar donde quer¨ªa ser enterrado. Zweig lleg¨® a escribir 13 cartas, y Lotte, tan s¨®lo una. Una de las misivas m¨¢s emotivas fue la que le hizo llegar a Friderike, su primera esposa, con quien siempre mantuvo una gran relaci¨®n y una permanente correspondencia. Le deseaba a ella y a sus dos hijas (lo eran de un anterior matrimonio de ella) lo mejor, esperando que alcanzaran a ver un mundo distinto despu¨¦s de la guerra. Como colof¨®n, Stefan a?ad¨ªa que en Brasil tuvo buenos libros y buena naturaleza.
Los ¨²ltimos d¨ªas de esta pareja de exiliados fueron muy normales. Stefan se mueve por Petr¨®polis llevando las cartas al correo. Visita a diario la barber¨ªa, como acostumbraba, y se despide del sastre jud¨ªo y de Fortunat Strowski en su hotel. En casa de su amigo tambi¨¦n exiliado Leopold Stern, durante una de las ¨²ltimas comidas, elogi¨® a Lotte y lament¨® no tener hijos de ella. Quiz¨¢ el ¨²ltimo encuentro fue con el periodista berlin¨¦s Ernst Ferder y su mujer. Le devuelve los cuatro vol¨²menes de Montaigne, juega al ajedrez con ¨¦l, y los anfitriones se dan cuenta de lo terriblemente ensimismado que est¨¢ el escritor.
La idea del suicidio siempre le rond¨® por la cabeza. Zweig, a?os antes, se lo hab¨ªa propuesto a Friderike, y ¨¦sta fue una de las razones que influyeron en el deterioro de la relaci¨®n. A Stefan Zweig le gustaba citar esta frase de su admirado maestro Montaigne: "Cuanto m¨¢s voluntaria la muerte, m¨¢s bella. La vida depende de la voluntad de otros; la muerte, de la nuestra". Pero su suicidio podr¨ªa ser calificado, y as¨ª ¨¦l lo coment¨® de otros, como "un morir de guerra". Las guerras no s¨®lo traen consigo la muerte a los combatientes en los frentes de batalla. Otros muchos seres inocentes tambi¨¦n la padecen, sufren y mueren en la retaguardia. Y quiz¨¢, en este sentido, la muerte de Stefan y Lotte fue tambi¨¦n un producto de la guerra. Encerrados en s¨ª mismos, hablando y pensando en la lengua de los perseguidores y asesinos de millones de jud¨ªos europeos, a quienes trat¨® de salvar convenciendo a las autoridades portuguesas para que los trasladaran a alguna regi¨®n de sus posesiones africanas, o a las autoridades brasile?as para que les buscaran acomodo en este pa¨ªs del futuro. Perseguido por el avance de la tuberculosis de su mujer y sus primeros signos de vejez, Zweig opt¨® por el camino final. En Petr¨®polis trat¨® de reconstruir Salzburgo y la casa del Monte de los Capuchinos en donde hab¨ªa vivido con su primera mujer desde 1919 hasta 1935. Pero a pesar de que Petr¨®polis guardaba una gran similitud con la ciudad austriaca, la casa donde estoy en nada se parece a la de Salzburgo. All¨ª, Zweig vivi¨® en medio de un museo; aqu¨ª, ¨¦l era la ¨²nica pieza que quedaba del mismo.
El documento m¨¢s significativo para confirmar que la muerte de ambos fue por propia mano es la nota de despedida encontrada junto al cad¨¢ver del escritor: "Antes de abandonar esta vida por mi propia y libre voluntad, quiero cumplir un ¨²ltimo deber: quiero dar las gracias m¨¢s sinceras y emocionadas al pa¨ªs de Brasil por haber sido para m¨ª y mi trabajo un lugar de descanso tan amable y hospitalario. Cada d¨ªa transcurrido en este pa¨ªs he aprendido a amarlo m¨¢s y en ning¨²n otro lugar podr¨ªa con m¨¢s gusto tener la esperanza de reconstruir mi vida de nuevo, ahora que el mundo de mi lengua madre ha perecido por m¨ª, y Europa, mi hogar espiritual, se destruye a s¨ª misma. Pero comenzar de nuevo requerir¨ªa un esfuerzo inmenso ahora que he alcanzado los sesenta a?os. Mis fuerzas est¨¢n agotadas por los largos a?os de peregrinaci¨®n sin patria. As¨ª, juzgo mejor poner fin, a tiempo y sin humillaci¨®n, a una vida en la que el trabajo espiritual e intelectual ha sido fuente de gozo, y la libertad personal, mi posesi¨®n m¨¢s preciada. ?Saludo a mis amigos! Quiz¨¢ ellos vivan para ver el amanecer tras la larga noche. Yo estoy demasiado impaciente y parto solo".
La declaraci¨®n est¨¢ escrita en alem¨¢n, apenas tiene un par de tachaduras y asume ¨¦l s¨®lo la responsabilidad sobre su propia muerte. La muerte fue certificada por "ingesti¨®n de sustancia t¨®xica". Quiz¨¢ veronal (derivado del ¨¢cido barbit¨²rico empleado como sedante e hipn¨®tico). En el cuarto de ba?o que estaba, y a¨²n est¨¢, en la misma habitaci¨®n se encontraron esparcidas las ropas femeninas como si antes de ese acto final se hubiese cambiado de vestidos para estar tan elegante como siempre lo fuera. Por la casa hab¨ªa varias papeleras llenas de hojas rasgadas y fotos rotas.
Stefan fue tan responsable de sus actos que le dej¨® una nota a la propietaria de la casa, Margarida Banfield, disculp¨¢ndose por los inconvenientes que pudiera causarle. Le dej¨® tambi¨¦n dinero para pagar los gastos que de esto se desprendiera.
La luz y el sol del tr¨®pico no le fueron suficientes. Stefan y Lotte no pudieron soportar ese aislamiento mientras el mundo luchaba contra el fanatismo, el sectarismo, la xenofobia, la arrogancia y la brutalidad. Sufr¨ªan de inadaptaci¨®n al exilio, a diferencia de tantos otros jud¨ªos expatriados y ap¨¢tridas. Luego estaba la sensaci¨®n de ser utilizado como reh¨¦n propagand¨ªstico por los gobernantes brasile?os de la dictadura del Estado Novo, comandada por Get¨²lio Vargas.
Zweig hab¨ªa comentado varias veces a su amigo y compa?ero de exilio Ernst Feder que estaba pose¨ªdo por la melancol¨ªa y el "h¨ªgado negro". Zweig hab¨ªa conocido el infierno fascista y nazi y tambi¨¦n el "para¨ªso comunista". Para hacer la biograf¨ªa de Dostoievski viaj¨® a Rusia. Estuvo dos semanas en la URSS, que celebraba el centenario del nacimiento de Tolst¨®i. Sus obras se tradujeron al ruso prologadas por su amigo M¨¢ximo Gorki. Lo que ve all¨ª no le gusta, y trata de desmentir las opiniones de Gide y las de su buen amigo Rolland. Cuando recibi¨® la noticia, en el a?o 1936, de la muerte del autor de La madre o Los bajos fondos, ¨¦l tambi¨¦n pens¨® que ¨¦sta hab¨ªa sido provocada por el r¨¦gimen estalinista.
Zweig era un europeo convencido: "Si todos los jud¨ªos fuesen juntados en un ¨²nico pa¨ªs perder¨ªan su superioridad como artistas y pensadores", dijo en una ocasi¨®n. Su respuesta al sionismo fue Jerem¨ªas, una especie de manifiesto en favor del juda¨ªsmo moral, universal, antinacionalista, y antisionista. Zweig siempre dijo que uno de los grandes males de la historia era el nacionalismo. Cosmopolita, pacifista, su pensamiento estaba enraizado en el idealismo alem¨¢n proveniente de Goethe o Schiller. Contrario al debate pol¨ªtico y a la lucha partidista, era un gran defensor de los valores espirituales. El hombre estaba por encima de la raza o la naci¨®n. La idea del internacionalismo le fascinaba: no estar ¨²nicamente vinculado a un solo pa¨ªs. Su ideario humanista lo basaba en la fraternidad y la paz. Zweig ten¨ªa una idea del juda¨ªsmo muy vaga. Era un laico absolutamente sumergido en la cultura occidental. Y de repente, como comenta Vargas Llosa, "descubri¨® que era jud¨ªo".
Zweig busc¨® soluciones al Holocausto. Pidi¨® hablar con Salazar para que se les refugiase en Angola, y con las autoridades brasile?as medi¨® en la quim¨¦rica compra de parte de la provincia de S?o Paulo para establecer all¨ª a sus hermanos. Se sabe que a escondidas viaj¨®, en 1938, a Lisboa para tratar este asunto. Antisionista, pero quiz¨¢ como un gesto hacia la patria perdida y reencontrada, dej¨® a la Universidad de Jerusal¨¦n su muy preciada colecci¨®n de cartas al partir de Salzburgo. En el verano de 1940, Zweig se encontr¨® en un restaurante de Londres con el pintor espa?ol Salvador Dal¨ª y su mujer, Gala. Estuvieron durante bastante tiempo hablando del oscuro futuro, y el escritor trat¨® de convencerles para que le acompa?aran a Brasil. Dal¨ª rechaz¨® esta propuesta manifest¨¢ndole el horror que le produc¨ªa el tr¨®pico. Zweig no se adapt¨® al exilio de Brasil, el pa¨ªs del futuro sobre el que escribi¨®, el pa¨ªs de su futuro suicidio, el para¨ªso donde incluso se puede morir por propia mano. No habl¨® jam¨¢s mal del pa¨ªs que lo acogi¨®, y eso qued¨® muy de manifiesto en su carta de despedida.
El catolicismo de derechas brasile?o no miraba bien a los exiliados jud¨ªos, y tampoco a Zweig, que era agn¨®stico. Los militares de derechas lo repudiaban y los de izquierdas dec¨ªan que era un colaboracionista de la dictadura. Tampoco recibi¨® muchas ayudas y parabienes de sus compa?eros de oficio brasile?os. Cada libro que Zweig publicaba en Brasil contaba con m¨¢s de 100.000 lectores, cosa que ninguno de los nacionales llegaba a alcanzar. Jorge Amado reconoci¨® la injusticia que se hab¨ªa cometido con ¨¦l debido a la creencia de que hab¨ªa sido comprado por la dictadura para escribir Brasil, pa¨ªs del futuro. As¨ª se lo coment¨® a?os despu¨¦s a Alberto Dines. Las cuentas bancarias de los Zweig, examinadas cuando muri¨®, daban un triste saldo. Grandes escritores brasile?os, adem¨¢s de Amado, como es el caso de Carlos Drummond de Andrade o Gilberto Freyre, no tuvieron ninguna relaci¨®n con Zweig, ni lo intentaron. Su libro sobre Brasil, en vez de acercarle a la sociedad literaria de este pa¨ªs, lo hab¨ªa alejado. La desconfianza hacia ¨¦l fue total, y proven¨ªa de todos los sitios, excepto de ese peque?o n¨²cleo de amigos, los cuales, la mayor parte, eran tambi¨¦n exiliados y jud¨ªos.
Expulsado de Europa, tampoco pudo vivir en Estados Unidos. Jules Romains y Romain Rolland fueron m¨¢s comprensivos con el suicida, pero Thomas Mann tambi¨¦n lo critic¨® muy duramente. Calific¨® este acto de cobard¨ªa y de gesto ego¨ªsta. No vivi¨® en EE UU porque hubiera algo contra ¨¦l, sino porque no se adapt¨® tampoco all¨ª. En Nueva York lo ten¨ªa todo a su favor. Se encontraba bien, pero no le gustaba el mundo cultural, tan mercantilista: "?sta es la ¨²ltima vez que pongo los pies en EE UU. No quiero ning¨²n negocio con el mundo del cine y sus s¨®rdidas cuestiones monetarias. Esto ser¨¢ lo siguiente a eliminar despu¨¦s del periodismo". Tambi¨¦n deseaba abandonar el g¨¦nero biogr¨¢fico para dedicarse a la creaci¨®n pura. Zweig tuvo problemas con agentes literarios y editores, y tambi¨¦n problemas con periodistas, pues no condenaba el nazismo con la virulencia que ellos quer¨ªan. Al criticar p¨²blicamente a los nazis pensaba que les har¨ªa la vida m¨¢s dif¨ªcil a los millones de jud¨ªos europeos. En EE UU se le exig¨ªa una militancia pol¨ªtica para la que los intelectuales no estaban capacitados. ?ste fue el motivo por el cual se enfriaron las relaciones con Romain Rolland. El franc¨¦s no quiso criticar el comunismo y Zweig era blando con el nazismo. Rolland, Jules Romains, Freud, Roth, Verhaeren, Rodin, Rilke, Val¨¦ry, Renoir? fueron sus amigos y referentes.
Aunque prometi¨® no volver a Estados Unidos tras los conflictos que tuvo en el a?o 1935, regres¨® con Lotte en 1938 a bordo del Normandie. All¨ª pasaron su luna de miel. Estuvieron en Nueva York y recorrieron triunfalmente m¨¢s de treinta ciudades. Dos a?os m¨¢s tarde pasar¨¢ por Nueva York camino de Brasil. No ser¨¢ ¨¦sta la ¨²ltima vez, pues desde Brasil retornar¨¢ a la ciudad de los rascacielos poco antes de morir, encontr¨¢ndose casualmente con su primera esposa, Friderike, quien, gracias a sus intervenciones ante las autoridades portuguesas, hab¨ªa podido embarcar en Lisboa rumbo a EE UU. "No quiero volver a Nueva York, temo encontrar all¨ª a todo Berl¨ªn, a toda Viena; prefiero este calor".
Las obras de Zweig tuvieron tambi¨¦n un gran ¨¦xito cinematogr¨¢fico. Directores como Robert Siodmak, Max Ophuls, Roberto Rossellini o Krzysztof Kieslowsky adaptaron algunos de sus libros, tales como Secreto ardiente, Una casa junto al mar, 24 horas de la vida de una mujer, Carta de una desconocida o Una partida de ajedrez. De 24 horas?, Freud hab¨ªa dicho que el autor, sin conocer las t¨¦cnicas psicoanal¨ªticas, las hab¨ªa utilizado literariamente de forma perfecta. Las versiones cinematogr¨¢ficas de la obra de Zweig deben de rondar las sesenta. Sin embargo, al escritor no le gustaba el cine porque ve¨ªa en ¨¦l un competidor del teatro.
Stefan Zweig hab¨ªa pedido que se le enterrase en R¨ªo, pero su voluntad no fue cumplida. Los cuerpos de Stefan y Lotte fueron velados en la Academia Petropolitana de Letras. El sastre Enrique Nussenbaun, que manten¨ªa una estrecha amistad con el finado, reclam¨® que se respetara el ritual jud¨ªo: las flores y las coronas deb¨ªan quedar en otra sala, y los f¨¦retros permanecer¨ªan tapados, pero quien quisiera podr¨ªa abrirlos. Alberto Dines, en su magn¨ªfico libro Morte no Para¨ªso, comenta que, durante el homenaje p¨²blico, la mayor¨ªa de las personas abri¨® la tapa del ata¨²d de Stefan para darle su ¨²ltimo adi¨®s.
El suicidio estuvo siempre presente en la vida de Stefan y fue tambi¨¦n un argumento literario en al menos ocho de sus obras; entre ellas, Carta de una desconocida y 24 horas de la vida de una mujer. Depresivo, sin una medicaci¨®n apropiada -pues odiaba a los m¨¦dicos, incluso a aquellos que recetaban remedios para el alma-, padec¨ªa un insomnio permanente que ¨²nicamente se lo aminoraban los somn¨ªferos. A medida que el tiempo fue pasando, ¨¦l mismo se convirti¨® en el principal peligro para s¨ª mismo. Lotte no sab¨ªa qu¨¦ hacer, incluso se encontraba m¨¢s aislada y solitaria que ¨¦l; y ¨¦l, sin libros, con gran parte de sus mejores amigos muertos, arriesgando su nombre y su dignidad en un pa¨ªs al borde de entregarse en manos de los alemanes. Stefan Zweig lee en la prensa noticias desesperanzadoras. En los peri¨®dicos de R¨ªo se habla ya de ensayos de alarmas antia¨¦reas y de la presencia de esp¨ªas nazis. A pesar de todo, durante esos ¨²ltimos d¨ªas tuvo algunos momentos de optimismo al retomar la escritura sobre Montaigne; pero, como le hab¨ªa escrito en una carta a su buen amigo Sigmund Freud, el libro que de verdad necesitar¨ªa escribir deber¨ªa versar sobre la tragedia del juda¨ªsmo.
Zweig trat¨® de que se modificara la pol¨ªtica inmigratoria brasile?a para que fueran acogidos m¨¢s refugiados. No lo consigui¨® porque ya de por s¨ª ¨¦sta era bastante antisemita. Se aceptaba a inmigrantes jud¨ªos con dinero o a aquellos otros, como era el caso suyo, que ten¨ªan un renombre universal. Todos estos reveses y malas conciencias le condujeron tambi¨¦n hacia su final.
Stefan Zweig visit¨® Brasil por primera vez en el a?o 1936. ?l mismo coment¨® que, como tantos europeos y norteamericanos, ten¨ªa grandes prejuicios sobre este pa¨ªs. Pensaba que era un lugar parcialmente civilizado, con mal clima, mala administraci¨®n y Gobiernos inestables. Pero su encuentro con la ciudad de R¨ªo le caus¨® una grande y favorable impresi¨®n. La compar¨® con N¨¢poles -y, ciertamente, tiene muchas semejanzas- y destac¨® la ebriedad de su belleza y alegr¨ªa, la buena arquitectura y urbanismo, as¨ª como la armon¨ªa y convivencia entre lo antiguo y lo nuevo. Luego, en su viaje por el pa¨ªs, descubri¨® una naturaleza virgen, una geograf¨ªa inmensa poco poblada y un lugar donde apenas hab¨ªa habido conflictos b¨¦licos. Ante una Europa suicida y asesina, Brasil se le presentaba al escritor austriaco como un ed¨¦n. "Cada vez era m¨¢s grande mi deseo de retirarme del mundo que se destruye y pasar alg¨²n tiempo en el mundo que se desarrolla de manera pac¨ªfica y fecunda; finalmente llegu¨¦ de nuevo a este pa¨ªs, mejor preparado que la vez anterior, con el fin de intentar dar de ¨¦l una peque?a descripci¨®n". Una descripci¨®n que ¨¦l mismo considera parcial, pues, dadas las magnitudes de esta geograf¨ªa, no hab¨ªa podido desplazarse a todos los lugares. Esto mismo les suced¨ªa a los propios brasile?os. Zweig se qued¨® admirado de la convivencia multirracial, multicultural y multirreligiosa.
El libro Brasil, pa¨ªs del futuro, que escribi¨® durante su exilio, s¨®lo sirve para demostrar fehacientemente que estaba enamorado de este pa¨ªs casi virgen (como lo estuvieron y habitaron por esas fechas Ungaretti, Blaise Cendrars, Le Corbusier o Elizabeth Bishop), y que adem¨¢s pensaba que, en medio de esa naturaleza, la convivencia entre las razas, culturas y religiones era posible: "Antes de dejar Brasil tenemos ya nostalgia de Brasil, el deseo de volver pronto a este pa¨ªs maravilloso (?). Hasta aquel a quien Brasil ha presentado s¨®lo una parte de su incre¨ªble multiplicidad ha visto bastante hermosura para lo que le queda de vida".
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