El ataque de los 'peque?os hermanos'
La proliferaci¨®n de c¨¢maras digitales convierte a los ciudadanos en 'vigilantes', mientras la ley se confiesa in¨²til para controlar el fen¨®meno
El pasado 12 de febrero, en el barrio madrile?o de Azca, miles de ojos electr¨®nicos contemplaban con atenci¨®n c¨®mo el edificio Windsor se consum¨ªa lentamente entre las llamas. C¨¢maras de v¨ªdeo y de fotograf¨ªa digital y, sobre todo, tel¨¦fonos m¨®viles, fueron testigos mudos del desastre. Despu¨¦s se convirtieron, adem¨¢s, en parte esencial de la investigaci¨®n, cuando unos vecinos grabaron en su c¨¢mara de v¨ªdeo el misterioso deambular de unas siluetas en el interior de un edificio que, seg¨²n las autoridades, estaba vac¨ªo.
A d¨ªa de hoy, a cada paso que damos, es posible que alguien est¨¦ observ¨¢ndonos, grabe lo que vea y lo comparta con el resto del planeta. La miniaturizaci¨®n de las c¨¢maras y los tel¨¦fonos, la ca¨ªda de los precios de estos dispositivos y la digitalizaci¨®n de las fotos -que provoca que puedan ser compartidas en breves minutos por centenares de personas, o por millones, a trav¨¦s de la red de Internet- han transformado al gran hermano que tem¨ªa George Orwell en decenas de millones de peque?os hermanos en potencia.
El a?o pasado se vendieron en Espa?a 5,6 millones de dispostivos de este tipo
En 2003, se vendieron en Espa?a 1,8 millones de c¨¢maras digitales y tel¨¦fonos m¨®viles con c¨¢mara, seg¨²n datos de la consultora Gfk. El a?o pasado, la cifra se multiplic¨® por cinco, hasta los 5,6 millones.
Los expertos en intimidad est¨¢n desbordados. Hay quien considera que la proliferaci¨®n mundial de c¨¢maras significa el fin del derecho a la privacidad, tal y como la conocemos. El m¨®vil es un dispositivo port¨¢til, ubicuo (casi el 90% de la poblaci¨®n espa?ola tiene uno) y del que la mayor parte de los usuarios no puede prescindir: un estudio reciente de la agencia BBDO aseguraba que el 67% de los espa?oles con celular lo tiene permanentemente encendido y lo lleva encima todo el d¨ªa.
Los problemas se suceden. Hay gimnasios en el Reino Unido y Estados Unidos que proh¨ªben a sus socios entrar en los vestuarios con m¨®viles que tengan c¨¢mara. Recientemente, las autoridades japonesas decid¨ªan poner en marcha vagones de metro exclusivos para mujeres, porque los hombres hac¨ªan fotos de la ropa interior de las viajeras que llevaban falda con sus m¨®viles diminutos. Ya hay casos de espionaje industrial, hasta el punto de que la operadora estadounidense Sprint est¨¢ ofreciendo a sus clientes corporativos m¨®viles sin c¨¢mara, porque muchos de ellos los han prohibido en el lugar de trabajo. Y se ha llegado a extremos parad¨®jicos: el fabricante coreano de m¨®viles Samsung ha prohibido la entrada de tel¨¦fonos con c¨¢maras en sus propias factor¨ªas.
Y es que la adopci¨®n de toda nueva tecnolog¨ªa tiene un determinado impacto social, durante un periodo de tiempo concreto. Tal y como recuerda Enrique Dans, profesor del Instituto de Empresa especialista en nuevas tecnolog¨ªas los primeros usos del tel¨¦fono, la radio o la televisi¨®n tambi¨¦n provocaron conflictos familiares y sociales. Pero estas tecnolog¨ªas tardaron m¨¢s de 30 a?os en llegar a 50 millones de personas. A Internet y al m¨®vil les ha costado menos de cuatro a?os. "No ha dado tiempo, a¨²n, a desarrollar los protocolos de uso de estas tecnolog¨ªas", explica. "De ah¨ª, los conflictos".
Los efectos sociales y legales de la popularizaci¨®n de estos minidispositivos esp¨ªa est¨¢n empezando a debatirse entre las autoridades de todo el mundo. La medida m¨¢s extrema la tom¨®, en septiembre pasado, Arabia Saud¨ª, cuando decidi¨® prohibir la venta de m¨®viles con c¨¢mara debido a sus "usos indecentes".
Pero hay quien cree que la ubicuidad de las c¨¢maras no s¨®lo no es un problema sino que representa el para¨ªso de la democracia. Por una vez, los ciudadanos tienen en sus manos el arma m¨¢s importante de la que gozan las ¨¦lites: el poder de vigilar. Y despu¨¦s de toda una vida sometidos al escrutinio de las c¨¢maras de edificios oficiales, oficinas, parques, carreteras o grandes almacenes, los usuarios tienen en sus manos un dispositivo para ver, sin ser vistos. Ahora, pueden observar a quienes siempre han tenido la prerrogativa de observarles.
"La intimidad, tal y como hoy la conocemos, va a desaparecer", explica David Brin. Este autor estadounidense de ciencia-ficci¨®n es conocido por haber escrito la novela El cartero, que despu¨¦s llevar¨ªa al cine Kevin Costner. En su libro m¨¢s pol¨¦mico, La sociedad transparente -que se public¨® en Estados Unidos en 1998-, Brin proclamaba que cualquier intento por parte de los ciudadanos de proteger su intimidad frente a los gobiernos y las empresas es in¨²til. Lo que sugiere es armarse tambi¨¦n para que "todo el mundo pueda ver". "A d¨ªa de hoy, en cuanto salimos de casa, ya no podemos saber si habr¨¢ alguna c¨¢mara, en alg¨²n lugar, observ¨¢ndonos. Son tan baratas que los ni?os las comprar¨¢n pronto a pu?ados en las papeler¨ªas", dice Brin, por correo electr¨®nico.
"Sin embargo, si todo el mundo puede utilizar estas c¨¢maras, entonces estaremos a salvo, tanto de los polic¨ªas como de los criminales, porque podremos mirar, tambi¨¦n", explica.
Los estadounidenses han encontrado ya una palabra para definirlo. Lo llaman "vigilancia inversa". Hay activistas de este fen¨®meno, que se organizan a trav¨¦s de Internet (http://wearcam.org/wsd.htm). En Florida, Boston, Jap¨®n o Escocia, los partidarios de la vigilancia inversa fotograf¨ªan c¨¢maras de vigilancia callejeras y las denuncian en su web.
Y act¨²an. En la ciudad estadounidense de Nashville, el pasado octubre, un ciudadano fotografi¨® con su m¨®vil a un ladr¨®n que hu¨ªa con su veh¨ªculo y, gracias a ello, fue detenido 10 minutos despu¨¦s. Y en Italia, un tendero fotografi¨® a dos personas que le parecieron "sospechosas" y envi¨® las im¨¢genes a la polic¨ªa, que identific¨® a los hombres, que estaban en busca y captura, y los arrest¨® en la tienda poco despu¨¦s.
?Est¨¢ bien que los ciudadanos se conviertan en delatores, y vigilen a otros ciudadanos?
"Las violaciones de intimidad de los vigilantes [tradicionales]", dicen los partidarios de la vigilancia inversa en la web eyetap.org, "pasan normalmente desapercibidas. En el segundo caso, es evidente de inmediato". Sin embargo, el 61% de las c¨¢maras vendidas el a?o pasado fueron tel¨¦fonos m¨®viles, seg¨²n Gfk, y con ellos es posible realizar fotograf¨ªas sin que los fotografiados lo sepan.
En pa¨ªses como Corea del Sur se est¨¢ discutiendo la conveniencia de obligar a los fabricantes a que los m¨®viles emitan un bip cuando realizan una fotograf¨ªa.
Lo cierto es que las leyes intentan proteger a los ciudadanos de los abusos de autoridades y empresas cuando quieren violar su intimidad, pero no est¨¢n preparadas para una avalancha de violaciones por parte de otros ciudadanos. Amaya Bret¨®n, abogada especializada en nuevas tecnolog¨ªas del despacho Aralegis, explica que en este tipo de casos confluyen varios derechos protegidos, como el de la intimidad y la propia imagen, y la protecci¨®n de datos. Sin embargo, "el fen¨®meno es tan sumamente nuevo", explica Bret¨®n, que no est¨¢ claro cu¨¢l de esos derechos debe invocarse. En Espa?a no ha habido a¨²n casos de este tipo, as¨ª que no hay jurisprudencia clara a la que se pueda acudir en el caso de que un ciudadano viole la intimidad de otro haci¨¦ndole una fotograf¨ªa con su m¨®vil.
Hay, en fin, partidarios de los peque?os hermanos, y tambi¨¦n hay quienes los temen. Es a¨²n pronto para saber las consecuencias de esta plaga de c¨¢maras, pero lo que se discute es si se pueden o se deben controlar. "Aunque no podamos prevenir las consecuencias de la tecnolog¨ªa, no debemos protegernos contra ella, sino legislar cuando se conozcan sus efectos", explica Enrique Dans.
"De lo contrario, estar¨ªamos hiri¨¦ndola de muerte".
Vigilancia en cada calle
Es uno de los negocios m¨¢s lucrativos del mundo, especialmente despu¨¦s de los atentados del 11 de septiembre. El mercado de ventas de c¨¢maras callejeras de vigilancia crece alrededor de un 25%, desde los 2.000 millones de d¨®lares que mov¨ªa antes de los atentados de Nueva York y Washington, a los 5.000 o 6.000 millones que se calcula que factura a d¨ªa de hoy. Y las acciones de las empresas que las venden suben como la espuma en la Bolsa. El valor de Nice Systems -que se dedica a la venta de soluciones de seguridad y software de vigilancia- ha crecido un 50%, mientras que el de Flir Systems -que fabrica c¨¢maras de visi¨®n nocturna- ha aumentado un 60%.
El eterno debate entre la seguridad y la intimidad parece ahora m¨¢s inclinado hacia la primera, especialmente por la violencia callejera en las grandes ciudades y el temor a atentados terroristas en toda Europa. Pero la instalaci¨®n de c¨¢maras de seguridad callejeras provoca pol¨¦mica en las ciudades donde se implanta.
En Viena, la instalaci¨®n de c¨¢maras en el centro de la ciudad ha causado la indignaci¨®n de los ciudadanos porque no s¨®lo se permite la grabaci¨®n de los transe¨²ntes, sino el uso de las im¨¢genes como pruebas. Adem¨¢s, se han creado zonas de protecci¨®n alrededor de colegios y guarder¨ªas donde la polic¨ªa puede impedir la entrada de sospechosos. En Londres, la instalaci¨®n de c¨¢maras de vigilancia en el metro ha provocado las protestas de organismos de defensa de los derechos civiles.
En Espa?a, la Ley de Videovigilancia restringe la instalaci¨®n de c¨¢maras que graben a los transe¨²ntes y, adem¨¢s, obliga a los organismos a informar a los ciudadanos. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallard¨®n, ya ha asegurado que planea instalar c¨¢maras en la plaza Mayor.
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