Fabulador de lo cotidiano
Enemigo del elitismo literario, el ingl¨¦s Nick Hornby ha sabido convertir sus libros en fen¨®menos de masas, amplificados por su paso al cine. En su nueva obra se enfrenta con humor al suicidio. Simult¨¢neamente, por motivos familiares, ejerce de vigoroso activista en pro de los ni?os autistas.
La cita con Nick Hornby (Maidenhead, 1957) tiene lugar en el Soho londinense: The Union Club es un estrecho edificio georgiano sin letreros. A primera hora de la ma?ana, desierto y silencioso, The Union Club respira misterio. Subiendo a la peque?a biblioteca, Hornby se apresura a explicar sus claves: "El Union es un espacio para socios, gente de los medios y las profesiones art¨ªsticas que necesitan un lugar discreto para juntarse a comer o tomar unas copas". Un gui?o de complicidad: "Adem¨¢s, aqu¨ª podemos fumar. Est¨¢ claro que el Gobierno de Tony Blair terminar¨¢ por prohibir fumar en lugares p¨²blicos". Hoy, Hornby ha hecho un hueco en su densa agenda para atender a EPS y un peri¨®dico holand¨¦s, dispuesto a hablar de A long way down, su nueva novela. Me hace part¨ªcipe de los problemas de su editorial holandesa: "Se quejan de que se importan inmediatamente las ediciones brit¨¢nicas y -como todos hablan ingl¨¦s en Holanda- les cuesta vender las suyas. As¨ª que permito que saquen su traducci¨®n antes incluso de que salga el libro en Inglaterra. Sois los primeros periodistas con los que hablo del libro".
A long way down es una farsa que retrata el Reino Unido de principios de siglo. Una Nochevieja, coinciden cuatro desesperados en lo alto de un bloque de apartamentos, lugar favorito de los suicidas londinenses. Son, por orden de aparici¨®n, un presentador de televisi¨®n ca¨ªdo en desgracia al destaparse su relaci¨®n con una menor, una devota cat¨®lica que siente que desperdicia su vida cuidando de un hijo incapacitado, la manipuladora hija de un ministro que acaba de sufrir un desenga?o amoroso y un rockero estadounidense cuya carrera no despega y que ha terminado repartiendo pizzas.
Los cuatro deciden postergar su decisi¨®n y se constituyen en un grupo de autoayuda altamente combustible. Para Hornby, el reto era "hacer un libro m¨¢s c¨®mico que sombr¨ªo. Dise?¨¦ unos personajes a los que todo les va mal -en realidad, un par de ellos est¨¢n exagerando su condici¨®n-, pero que encuentran razones para vivir. T¨¦cnicamente, intent¨¦ desarrollar la voz y el pensamiento de cada uno. Por ejemplo, en los cap¨ªtulos de Maureen, la se?ora cat¨®lica, evito reproducir las expresiones malsonantes, las llamadas palabras de cuatro letras. Quiz¨¢ la m¨¢s dif¨ªcil era Jess, la chica fr¨ªvola, pero yo fui profesor y conoc¨ª muchas como ella: calculadora, ego¨ªsta, lianta. Al mismo tiempo, pasa tanto de las convenciones sociales que, llegado el momento, puede decir verdades que los otros se reservan.
Maureen es la ¨²nica que tiene el soporte de la religi¨®n.
S¨ª, eso tambi¨¦n me cost¨®: no soy creyente, me horroriza que las personas intenten resolver sus problemas yendo a una iglesia. Al final del libro, los cuatro se han equivocado: colocan su fe en soluciones err¨®neas. Pero no quer¨ªa cargar las tintas y escribir algo muy oscuro.
?El suicidio es una de sus preocupaciones ¨ªntimas?
Puedo frivolizar y decir que son obsesiones de veintea?eros. A esa edad descubres la m¨²sica de Nick Drake, que es la muy hermosa materializaci¨®n de la tristeza y la desesperaci¨®n. Esas canciones ?son medicinales o te empujan a seguir su camino? [Drake se suicid¨® en 1974 con una sobredosis de antidepresivos]. Yo cre¨ªa que en la cabeza de todas las personas hab¨ªa un mont¨®n de puertas que ibas abriendo en busca de la soluci¨®n de tus problemas? y una de ellas es el suicidio. Lo que me sorprendi¨® cuando investigu¨¦ A long way down es que hay seres humanos que no tienen esa puerta en su cabeza. Pienso que eso puede ser terrible: el conocimiento de que esa puerta no existe o que est¨¢ cerrada te hace consciente de que careces de esa salida.
Una curiosidad: en sus libros, los episodios sexuales se mencionan de pasada, sin detalles.
?Ja! Existe un premio a la peor descripci¨®n sexual en una novela, lo otorga la Literary Review. Es una iniciativa fant¨¢stica, te evita la tentaci¨®n y te permite re¨ªrte de errores que podr¨ªan haber sido los tuyos. No hay nada nuevo o interesante -?o er¨®tico!- que yo pueda a?adir sobre el sexo. Es una de esas actividades que desaf¨ªan la descripci¨®n o que aportan poco a un libro. Todos los d¨ªas nos sentamos en la taza del retrete, pero eso no implica que cuentes lo que hace cada personaje en ese preciso momento.
Ya, pero?
No soy nada reticente a describir situaciones desagradables, mis libros son bastante expl¨ªcitos. Pero prefiero que mis lectores se imaginen c¨®mo ha sido la copulaci¨®n que acaba de ocurrir. Contar las escenas sexuales me parece una banalidad. Es como cuando tienes un hijo. Para ti, para tu mujer, es lo m¨¢s importante del mundo, un prodigio. Pero no sales a la calle a gritarlo: seguramente todos los peatones han pasado por esa experiencia.
Los cuatro suicidas fracasados de 'A long way down' se enfrentan juntos a la avidez de los tabloides, les sacan unas libras y se toman unas agitadas vacaciones en Tenerife. Un episodio que, en contra de lo habitual en la literatura contempor¨¢nea brit¨¢nica, est¨¢ exento de sarcasmo sobre el comportamiento de los turistas o las particularidades de los nativos.
??se es el problema de muchos novelistas! Intentan retratar personajes reales, pero se cruzan sus prejuicios y terminan con caricaturas. Limitan las opciones de sus protagonistas a cambio de bromas baratas. No s¨®lo es empobrecedor para la ficci¨®n; tambi¨¦n es mal periodismo.
?Responde a una actitud clasista por parte de esos escritores?
S¨ª. Como no conocen la vida de la clase trabajadora, no pueden entender que sus miembros sue?en con unas vacaciones bajo el sol. Entonces hacen esa distinci¨®n absurda entre el "turista" y el "viajero", que se reduce a que el primero prefiere los viajes organizados y el segundo se cree superior al ir por libre. Uno opta por la comodidad de lo seguro y el otro puede as¨ª quejarse de que las cosas no salieron perfectas, aunque al final tambi¨¦n recurra a la tarjeta de cr¨¦dito o a la ayuda del c¨®nsul.
?Qu¨¦ lugar ocupa Espa?a en ese imaginario brit¨¢nico?
Supongo que los que viajan a Espa?a esperan una extensi¨®n de su pa¨ªs con mejor tiempo. Muchos conf¨ªan en que la realidad confirme sus prejuicios. Le¨ªa el otro d¨ªa la cr¨®nica del concierto de un grupo brit¨¢nico en Barcelona, y el periodista, londinense, se burlaba de que el p¨²blico aplaud¨ªa en los momentos equivocados. Bueno, mejor no comparar el sentido del ritmo de los ingleses con el de los espa?oles: si oyes nuestra m¨²sica folcl¨®rica, sabr¨¢s lo que es el plomo [risas]. Este pa¨ªs es tolerable gracias a que en los a?os cincuenta y sesenta decidimos adoptar como propia la m¨²sica afroamericana. Y las gastronom¨ªas del resto del mundo?
Una de las escenas clave de 'A long way down' ocurre en una cafeter¨ªa Starbucks. Cadena que, seg¨²n sus textos period¨ªsticos, es s¨ªmbolo negativo de la globalizaci¨®n.
Aunque Starbucks represente la homogeneizaci¨®n cultural, yo puedo entrar all¨ª si necesito tomar un caf¨¦ r¨¢pido. Pero una novela no debe reflejar exactamente mi ideolog¨ªa. Me resisto a embellecer una historia con actitudes pol¨ªticamente correctas. Por ejemplo, defiendo a muerte las peque?as tiendas de discos, pero no voy a hacer que un personaje m¨ªo vaya a comprar un CD all¨ª si la l¨®gica me dice que es un cliente casual de HMV o Virgin. Al mismo tiempo, me permito que alg¨²n personaje menor se escape de las leyes de la verosimilitud: aparece un sintecho que conoce la obra de [la cr¨ªtica cinematogr¨¢fica] Pauline Kael.
En el libro se cuelan referencias negativas a Tony Blair y el "nuevo laborismo".
Entre las personas de mi generaci¨®n y de mi barrio no encontrar¨¢s a nadie que diga nada bueno sobre Blair. Es algo muy personal: era de los nuestros y nos ha decepcionado con su actitud de "esto no os va a gustar, pero yo s¨¦ que es lo mejor para vosotros". Aunque Irak fue el golpe final, ya est¨¢bamos asombrados por su cinismo. Presum¨ªa de un cierto ascetismo personal y se echa en brazos de los poderosos, de Murdoch o de cualquiera que pueda ayudarle en su reelecci¨®n, con dinero o con apoyo medi¨¢tico.
Pero usted al principio tambi¨¦n cay¨® bajo el hechizo de Blair.
S¨ª. Aparte de que las primeras decisiones fueron extraordinarias, supo seducirnos. En cuanto se instal¨®, invit¨® a una multitud de novelistas, m¨²sicos, cineastas? los anteriores primeros ministros nos evitaban activamente [risas]. Ten¨ªa aires de cuento, de fantas¨ªa de rock: "el guitarrista que llega al n¨²mero 10 de Downing Street". Era 1997 y parec¨ªa que est¨¢bamos en "la nueva Inglaterra", como aquella canci¨®n de Billy Bragg. Poco a poco, aquello se fue disipando. Y recuerdas lo que siempre sab¨ªas: que un Gobierno, sea del color que sea, termina consagrado a mantener su propia existencia. Vota laborista por eliminaci¨®n. Los conservadores, aunque han modificado su postura en asuntos como los derechos de los homosexuales, siguen siendo impresentables.
Quedan los liberal-dem¨®cratas. Ayer le¨ªa argumentos muy s¨®lidos a su favor, mantenidos por [el m¨²sico y productor] Brian Eno.
No me imagino votando a un partido que es un caj¨®n de sastre para los descontentos, desde antiguos marxistas hasta resentidos de derechas. De hecho, Eno parece olvidar que los liberal-dem¨®cratas votaron a favor de la guerra en Irak.
Ahora es Hornby quien pregunta. Quiz¨¢ quiere cambiar de tema o realmente necesita saber detalles de la Liga espa?ola: "Est¨¢ bien que los ingleses hayamos terminado aceptando a futbolistas espa?oles, mira lo bien que le va al Liverpool, FC. Claro que Morientes es, en cierta forma, un jugador muy ingl¨¦s. Pero esto es un fen¨®meno nuevo. Se supon¨ªa que los jugadores espa?oles no encajaban en la liga brit¨¢nica, y al rev¨¦s. Ah¨ª est¨¢n David Beckham y Michael Owen, en el Real Madrid.
No han hecho mucho por el equipo.
Lo del Real Madrid est¨¢ claro: demasiado dinero y poco f¨²tbol. Han elegido el modelo econ¨®mico del Manchester United, que es detestable: funcion¨® deportivamente en los noventa, gracias a seis o siete fant¨¢sticos jugadores salidos de la cantera, que crecieron juntos; en los ¨²ltimos a?os se ha perdido. El ejemplo del Madrid puede ser positivo para el resto del mundo: te puedes gastar una fortuna, pero eso no garantiza ni resultados ni buen f¨²tbol.
Usted es seguidor del Arsenal, considerado largo tiempo como el equipo m¨¢s aburrido del mundo.
Es cierto: entre 1968 y 1996 fue horrible. Decid¨ª ser hincha del Arsenal, ya que encajaba con mi personalidad: soy un pesimista. Pero llevamos unos a?os brillantes.
Se le responsabiliza tambi¨¦n de convertir el f¨²tbol en lujo de la clase media, al legitimarlo como pasi¨®n con 'Fiebre en las gradas'. Ahora, seg¨²n ese argumento, los trabajadores s¨®lo pueden seguirlo desde el 'pub'.
Eso es una absurda exageraci¨®n de mi papel. Como espect¨¢culo, el f¨²tbol brit¨¢nico ten¨ªa que cambiar, despu¨¦s de las sucesivas masacres. Se pas¨® al control policial y a los asientos numerados, lo que concordaba con las ambiciones de los clubes. Con las televisiones hab¨ªa mucho dinero en juego; habr¨ªa ocurrido lo mismo sin Fiebre en las gradas.
La influencia de Hornby s¨ª es indiscutible en la potenciaci¨®n de un determinado tipo de literatura, inteligente pero accesible, tan realista como moralista. Tras Alta fidelidad, un libro que llevara en la portada una recomendaci¨®n suya ten¨ªa garantizadas ciertas ventas. Ahora, sinti¨¦ndolo mucho, se niega a proporcionar ese tipo de bendiciones: "Hubo semanas en que me llegaban cinco o seis novelas que, me aseguraban los editores, me iban a encantar. Ten¨ªa que dedicar todo el tiempo a leer esos libros, para ver los que realmente eran valiosos. Y no. En los ¨²ltimos tiempos me he ido desembarazando de los compromisos menos atractivos".
Ya no escribe para 'The New Yorker'?
No. Aunque es el Olimpo del periodismo en ingl¨¦s y pagan espl¨¦ndidamente? Leer The New Yorker es un placer, pero trabajar para ellos se parece a una pesadilla. Tienen esta cosa tan estadounidense de comprobar los datos hasta el m¨ªnimo detalle. Yo les mandaba un texto y me pasaba luego tres semanas atendiendo sus llamadas, que -por el horario de Nueva York- me romp¨ªan la tarde. Comprend¨ª que aquello era absurdo una noche: quer¨ªan que chequeara la letra de una canci¨®n, ya que no se fiaban de mi transcripci¨®n; termin¨¦ acercando el tel¨¦fono a mis altavoces para que escucharan el disco en cuesti¨®n. As¨ª dej¨¦ mi colaboraci¨®n fija. En 2002 les escrib¨ª algo sobre el Mundial de f¨²tbol y me volvieron loco: "?Puedes a?adir una explicaci¨®n de lo que es un offside en tres palabras?".
El periodismo m¨¢s o menos objetivo es uno de los grandes inventos estadounidenses, pero eso parece un disparate?
Lo es. Soy amigo de uno de los cr¨ªticos cinematogr¨¢ficos de The New Yorker y me dijo que la raz¨®n de que haya dos personas escribiendo sobre cine es que la semana despu¨¦s de la entrega del original la pierde atendiendo al semanario: le discuten desde una coma hasta la informaci¨®n m¨¢s trivial.
Hornby ha sido muy afortunado con el cine. Sus tres primeros libros se han convertido en pel¨ªculas, uno por partida doble: Fiebre en las gradas, originalmente referido a la pasi¨®n por el balompi¨¦, acaba de ser filmado de nuevo para el p¨²blico estadounidense, ahora alrededor del b¨¦isbol. Uno se pregunta si semejante porcentaje de aciertos influye a la hora de sentarse a perge?ar una novela.
No pienso en el posible inter¨¦s de las productoras; si luego quieren comprarlo, bienvenidas sean. Aparte, amo escribir para el cine: estoy en un proyecto modesto que financia la BBC y, desde hace a?os, trabajo en un gui¨®n con Emma Thompson. Dado que nuestros calendarios de trabajo rara vez son compatibles, s¨®lo ahora hemos podido concluirlo; ya estamos en el punto de intentar que se interese un director. Se necesita tanto dinero, que es un negocio muy incierto: seg¨²n Emma, s¨®lo un 10% de los proyectos cerrados llega a ser filmado, y de las pel¨ªculas que se terminan, apenas un 30% goza de un estreno decente. En contraste, el mundo editorial resulta muy civilizado: si eres un escritor profesional, tienes el 99% de probabilidades de publicar.
?Le llegaron a tentar desde Hollywood?
?Para irme all¨ª a escribir guiones? No. Adem¨¢s, s¨®lo podr¨ªa vivir en una ciudad como San Francisco. Cuando estrenaron Alta fidelidad, me llevaron a Estados Unidos y me instalaron en un hotel de lujo. Una ejecutiva del estudio se empe?¨® en desayunar conmigo y pens¨¦ que quer¨ªa proponerme algo interesante. Fue la reuni¨®n m¨¢s absurda que he tenido en mi vida. No s¨¦ si se sent¨ªa obligada a agasajar al creador de la idea original o simplemente vino a contemplar a un bicho raro.
Para el gran p¨²blico anglosaj¨®n, las novelas de Hornby son la expresi¨®n de una nueva sensibilidad masculina. Hombres que intentan acomodarse en un mundo posfeminista sin renunciar a placeres mayormente masculinos, como acudir al f¨²tbol (Fiebre en las gradas) o coleccionar discos de rock (Alta fidelidad). Tambi¨¦n, y aqu¨ª se entra en la caricatura, se supone que representan la vida tal como se ve desde Islington, ahora conocido como "el barrio de Tony Blair", el cubil de lo que en Inglaterra llaman liberalismo: profesionales con conciencia, que leen The Guardian y colaboran con ONG. Tiene tradici¨®n de disidencia: all¨ª escribi¨® George Orwell su 1984.
Pero ?hay mucho m¨¢s que eso! Somos unas 200.000 personas de todas las clases sociales. En Islington encuentras terribles bloques de pisos del ayuntamiento donde vive gente muy, muy pobre. Islington me sirve como microcosmos de Londres: tiene elementos de Chelsea o Kensington, barrios ricos, pero tambi¨¦n de Brixton, que puede considerarse un gueto. Tal vez escriba alg¨²n d¨ªa sobre otra ciudad u otro pa¨ªs, pero mi Londres es Islington. Si te fijas, en las novelas suelen aparecer personajes del libro anterior: Islington es un territorio peque?o y resulta inevitable que el gur¨² de C¨®mo ser buenos se cruce con los personajes de A long way down.
Ese gur¨², DJ GoodNews, tiene poderes curativos. Pero no son universales: no funcionan con la protagonista de 'C¨®mo ser buenos'.
?se fue uno de mis impulsos para C¨®mo ser bueno. Ella, una doctora, una mujer racional, no puede aceptar las soluciones de DJ GoodNews. Sin embargo, esas t¨¦cnicas absurdas funcionan con algunas personas. ?Cuesti¨®n de fe? El dilema es hasta d¨®nde puedes sacrificar tus creencias en busca de una soluci¨®n para ti o para tus seres queridos.
Aqu¨ª duele. El autor de ?rase una vez un padre tiene un hijo autista, Danny, fruto de su primer matrimonio. Cuando el hecho fue de p¨²blico conocimiento, Hornby recibi¨® muchas propuestas de terapias alternativas para Danny, que desech¨®. Por contra, lleva la pancarta de la reivindicaci¨®n de los derechos de las familias afectadas por esa tragedia. Sus art¨ªculos period¨ªsticos sobre el asunto se escapan del risue?o tono confesional con que Hornby suele hablar de s¨ª mismo. Son textos agrios, peleones, nada complacientes.
No me importa hacerme enemigos entre los bur¨®cratas. Su actitud es tan mezquina que s¨®lo merecen insultos. Sabes, me multaron por aparcar en un lugar prohibido mientras recog¨ªa a Danny. Los padres de ni?os con problemas tenemos derecho a una pegatina que nos permite parar frente al lugar donde vas a recogerlos. Pero s¨®lo una, aunque se trate de una pareja que se haya separado. El argumento que me daban era que no se pod¨ªa permitir que abus¨¢ramos de nuestros privilegios. Cuando o¨ª lo de "abuso" y "privilegio", estuve al borde de la violencia. El sistema mira a los ciudadanos con sospecha, como si fu¨¦ramos cazadores furtivos a la espera de la menor oportunidad para colarnos en la finca real a matar ciervos. Si me encuentro con esa actitud medieval, me insurrecciono. No tengo inconveniente en hacer miserable la vida de los que mantienen vigentes esas disposiciones crueles. Y tambi¨¦n arremeto contra los que se excusan diciendo que ellos s¨®lo aplican unas normas tan insensibles.
Se ha enfrentado frontalmente con las autoridades sanitarias brit¨¢nicas en varias ocasiones. ?Da resultados?
Por lo menos se lo pensar¨¢n para la siguiente vez. No entiendo el papeleo, la demora, el boicot cuando hay que autorizar un nuevo tratamiento o las pruebas previas. Respecto al dinero? ya s¨¦ que la pol¨ªtica es la asignaci¨®n de unos recursos limitados entre unas necesidades inmensas. Pero no tolero que presuman de generosidad cuando s¨®lo una ¨ªnfima porci¨®n de los autistas pueden acudir a centros especiales. Hemos fundado una escuela en Londres, Tree House, que mantenemos los padres que gozamos de mejor situaci¨®n econ¨®mica.
Promovi¨® 'Hablando con el ¨¢ngel', un libro colectivo destinado a recaudar fondos para Tree House.
S¨ª, llam¨¦ a los escritores amigos y les ped¨ª un relato. Se ha vendido bien, pero no es nada comparado con lo que recaudan Bono, Bob Geldolf o Eric Clapton cuando act¨²an para una determinada causa.
?No se le ocurri¨® pedir la colaboraci¨®n de los m¨²sicos a los que ensalza en '31 canciones'?
?Llamar a Springsteen y gente as¨ª? No s¨¦, tienen sus prioridades en cuestiones ben¨¦ficas. Supongo que todos los d¨ªas les reclaman que respalden tal o cual organizaci¨®n. Adem¨¢s, todav¨ªa hay m¨²sicos que me la tienen jurada por cosas que dec¨ªan los protagonistas de Alta fidelidad. Que, debo recalcar, no es necesariamente lo que yo opino [risas].
?Ha pensado en alg¨²n momento escribir una novela sobre el rock?
No. En Alta fidelidad trataba tangencialmente sobre la relaci¨®n de una minor¨ªa con la m¨²sica. El rock es un mundo muy cerrado en s¨ª mismo, no creo que tenga resonancia con la gente en general. Lo que me molesta de esos libros, igual que ocurre con los escritos sobre Hollywood, es que est¨¢n dominados por una moraleja muy obvia. Son historias de ascensi¨®n y ca¨ªda donde abundan el sexo, las drogas, el despilfarro. Yo prefiero la cotidianidad; tambi¨¦n puede haber excesos, pero no se consideran actos heroicos.
'A long way down' ser¨¢ publicada por Anagrama a principios de 2006.
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