El matrimonio gay
Luego de Holanda y B¨¦lgica, Espa?a ser¨¢ en estos d¨ªas el tercer pa¨ªs en el mundo que habr¨¢ legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo, con todos los deberes y derechos incluidos, entre ellos el de poder adoptar ni?os. Es un extraordinario paso adelante en el campo de los derechos humanos y la cultura de la libertad que muestra, de manera espectacular, cu¨¢nto y qu¨¦ r¨¢pido se ha modernizado esta sociedad donde, recordemos, hace unos cuantos siglos los homosexuales eran quemados en las plazas p¨²blicas y donde, todav¨ªa en los tiempos de la dictadura de Franco, la homosexualidad era considerada un delito y reprimida como tal.
Esta medida es un acto de justicia, que reconoce el derecho de los ciudadanos a elegir su opci¨®n sexual en ejercicio de su soberan¨ªa, sin ser discriminados ni disminuidos por ello, y que reconoce a las parejas homosexuales el mismo derecho de unirse y formar una familia y tener descendencia que las leyes reconocen a las parejas heterosexuales. Aunque esta medida constituye un desagravio a una minor¨ªa sexual que a lo largo de la historia ha sido objeto de persecuciones y marginaciones de todo orden, obligando, a quienes la conformaban, a vivir poco menos que en la clandestinidad y en el permanente temor al descr¨¦dito y al esc¨¢ndalo, ella no bastar¨¢ para cancelar de una vez por todas los prejuicios y falacias que demonizan al homosexual, pero, sin la menor duda, constituye un gran avance hacia la lenta, irreversible aceptaci¨®n por el conjunto de la sociedad -por la gran mayor¨ªa, al menos- de la homosexualidad como una manifestaci¨®n perfectamente natural y leg¨ªtima de la diversidad humana.
La ley, como era l¨®gico que ocurriera, ha tenido adversarios encarnizados y ha generado movilizaciones diversas, entre ellas, en Madrid, una multitudinaria manifestaci¨®n, convocada por distintas asociaciones cat¨®licas, respaldada por la jerarqu¨ªa de la Iglesia, a la que asistieron dieciocho obispos y a la que dio su respaldo el Partido Popular, el principal partido de la oposici¨®n al Gobierno de Rodr¨ªguez Zapatero. Pero todas las encuestas son inequ¨ªvocas: casi dos terceras partes de los espa?oles aprueban el matrimonio gay, y, aunque esta aprobaci¨®n disminuye algo en las adopciones de ni?os por las parejas homosexuales, tambi¨¦n este aspecto de la ley es convalidada por una mayor¨ªa. Buen indicio de que la democracia ha echado ra¨ªces en Espa?a y de que, por m¨¢s denostada que est¨¦ de la boca para afuera, la cultura liberal va impregnando poco a poco a la sociedad espa?ola.
Los argumentos contra el matrimonio gay no resisten el menor an¨¢lisis racional y se deshacen como telara?as cuando se los examina de cerca. Uno de los m¨¢s utilizados ha sido el de que, con esta medida, se da un golpe de muerte a la familia. ?Por qu¨¦? ?De qu¨¦ manera? ?No podr¨¢n seguir cas¨¢ndose y teniendo hijos todas las parejas heterosexuales que quieran hacerlo? ?Alguien, con motivo de esta nueva ley, va a forzar a alguien a no casarse o a casarse de manera distinta a la tradicional? Por el contrario, la ley, al permitir a las parejas gays contraer matrimonio y adoptar ni?os, va a inyectar una nueva vitalidad a una instituci¨®n, la familia, que -?alguien no lo ha advertido todav¨ªa?- padece desde hace ya un buen tiempo una profunda crisis en la sociedad occidental, al extremo de que, contabilizando el n¨²mero de divorcios que crece cada a?o y la multiplicaci¨®n de parejas de hecho que reh¨²san resueltamente pasar por el altar o por el registro civil, hay quienes le auguran una obsolescencia irremediable. La paradoja es que, probablemente, s¨®lo entre los homosexuales, que, como todas las minor¨ªas perseguidas desean ardientemente salir del gueto en que la sociedad los ha confinado, despierta la familia esa ilusi¨®n y ese respeto que en un n¨²mero muy grande de heterosexuales, sobre todo entre los j¨®venes, parece haber perdido. Por eso, no hay ninguna iron¨ªa en decir -yo lo creo firmemente- que es muy posible que, dentro de veinte o treinta a?os, las familias m¨¢s estables las descubran las estad¨ªsticas entre los matrimonios gays.
Un prejuicio id¨¦ntico sostiene que los ni?os adoptados por parejas homosexuales sufrir¨¢n y tendr¨¢n una formaci¨®n deficiente y an¨®mala, ya que un ni?o para ser "normal" necesita un padre y una madre, no dos padres o dos madres. A esta afirmaci¨®n dogm¨¢tica y sin el menor sustento psicol¨®gico, ha respondido Edurne Uriarte de manera inmejorable: un ni?o lo que necesita es amor, no abstracciones. Tambi¨¦n padecen de una ceguera contumaz quienes no se han enterado de que, entre las parejas heterosexuales, cada d¨ªa se descubren casos atroces de violencias ejercidas contra los ni?os, y, entre ellas, sinn¨²mero de abusos sexuales. Que los padres sean hetero u homosexuales no presupone de por s¨ª nada; cada pareja es ¨²nica y puede ser admirable o tir¨¢nica, amorosa o cruel en lo que concierne a la educaci¨®n de sus hijos. Y tambi¨¦n en este campo cabe suponer que entre quienes han luchado tanto por poder adoptar ni?os, ahora que lo han adquirido, asumir¨¢n este derecho con ilusi¨®n y responsabilidad.
En verdad, detr¨¢s de todos estos argumentos no hay razones, sino prejuicios inveterados, una repugnancia instintiva hacia quienes practican el amor de una manera que siglos de ignorancia, estupidez, oscurantismo dogm¨¢tico y retorcidos fantasmas del inconsciente, han satanizado llam¨¢ndolo "anormal". En verdad, la ciencia -la biolog¨ªa, la antropolog¨ªa, la psicolog¨ªa, la historia, sobre todo- ha puesto las cosas en su sitio ya hace tiempo y establecido que hablar de "anormalidad" en el dominio de la vocaci¨®n sexual de los seres humanos es riesgoso y alienante. Salvo casos extremos, que entra?an criminalidad, y que de ninguna manera se pueden identificar con una opci¨®n sexual espec¨ªfica, en el universo del sexo hay variedades, una constelaci¨®n de vocaciones y predisposiciones de las que de ninguna manera da cuenta cabal la demarcaci¨®n entre heterosexualidad y homosexualidad, pues se refracta y multiplica en el seno de cada una de estas grandes opciones, como ocurre en tantos otros campos de la personalidad individual: las aptitudes, las preferencias, los gustos, las incompatibilidades, las facultades f¨ªsicas e intelectuales, etc¨¦tera.
El Gobierno que ha dado esta ley en Espa?a es socialista y hay que reconocerle todo el m¨¦rito que ello tiene. Pero, para evitar confusiones, conviene re-cordar que se trata de una medida de profunda entra?a democr¨¢tica y liberal, y nada socialista. El socialismo ha sido a lo largo de toda su historia, en materia sexual, tan puritano y prejuicioso como la Iglesia cat¨®lica. Si de ¨¦l hubiera dependido, la gazmo?er¨ªa y la pudibundez hubieran dictado la norma aceptable en materia de costumbres sexuales y ¨¦sta se hubiera impuesto a la sociedad por la fuerza. Por eso, en las sociedades comunistas, la discriminaci¨®n y persecuci¨®n del homosexual fue, en ciertos periodos, tan feroz como en la Alemania nazi, donde en las c¨¢maras de la muerte de los campos de concentraci¨®n perecieron muchos millares de homosexuales. Tambi¨¦n en el Gulag sovi¨¦tico padecieron y murieron gran n¨²mero de seres humanos cuyo ¨²nico delito era practicar una opci¨®n sexual que la "ciencia comunista" del temible Pavlov consideraba una perversi¨®n "urbano-burguesa". Carlos Franqui cuenta en alguna parte que, cuando ¨¦l, como director del diario Revoluci¨®n, asist¨ªa a los consejos de ministros de Cuba, a principio de los a?os sesenta, Fidel y sus lugartenientes preguntaron a los "pa¨ªses hermanos" qu¨¦ pol¨ªtica aconsejaban para enfrentar "el problema homosexual". La respuesta de la China Popular de Mao Tse Tung fue la m¨¢s meridiana: "Ya no tenemos ese problema. Los fusilamos a todos". Sin llegar a esos extremos, Fidel cre¨® las UMAP (Unidades Movilizables de Apoyo a la Producci¨®n), es decir, campos de concentraci¨®n donde eran acarreados homosexuales de ambos sexos junto con criminales comunes y disidentes pol¨ªticos.
Han sido las sociedades democr¨¢ticas, impregnadas de cultura liberal, como los pa¨ªses escandinavos y los Estados Unidos, donde se ganaron las primeras batallas contra la discriminaci¨®n de los gays y donde, poco a poco, se les ha ido reconociendo tal cual son: seres humanos normales y corrientes cuya opci¨®n sexual debe ser aceptada y reconocida como perfectamente leg¨ªtima por el conjunto de la sociedad.
Es dif¨ªcil, para m¨ª, entender las razones por las que el Partido Popular ha apoyado la manifestaci¨®n contra el matrimonio gay. Aunque es verdad que su dirigente m¨¢ximo no asisti¨®, y que tampoco estuvieron presentes sus principales l¨ªderes, que el partido la hubiera respaldado s¨®lo puede haber contribuido a confundir y lastimar no s¨®lo a los homosexuales que hay en sus filas sino, sobre todo, a su sector liberal, y a dar argumentos a quienes lo presentan como una formaci¨®n pol¨ªtica ultraconservadora. El oportunismo pol¨ªtico da beneficios muy pasajeros y superficiales. Hay muchas razones para criticar al Gobierno de Rodr¨ªguez Zapatero. Su desastrosa pol¨ªtica internacional, por ejemplo, que ha abolido a Espa?a de la escena mundial, donde lleg¨® a tener influencia y a figurar entre los pa¨ªses de vanguardia. Sus ventas de armas al Gobierno demag¨®gico del comandante Ch¨¢vez, en Venezuela, que alienta y subvenciona grupos subversivos. Su acercamiento, que linda con la alcahueter¨ªa, a la satrap¨ªa de Fidel Castro, a la que trat¨® de salvar de la condena que ha merecido de la Comisi¨®n de Derechos Humanos de la ONU. O sus concesiones sistem¨¢ticas a los nacionalismos, que rompen una tradici¨®n de defensa de la unidad de Espa?a del socialismo democr¨¢tico de la que el Gobierno de Felipe Gonz¨¢lez nunca se apart¨®. Pero no tiene sentido atacar a un Gobierno por todo lo que hace y, mucho menos, por haber hecho avanzar, con esta ley, la democratizaci¨®n y modernizaci¨®n de la sociedad espa?ola.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Reforma legislativa
- Opini¨®n
- C¨®digo civil
- Doctrina social
- Pol¨ªtica nacional
- Matrimonio
- Iglesia Cat¨®lica espa?ola
- Presidencia Gobierno
- Homosexualidad
- Pol¨ªtica social
- Familia
- Iglesia cat¨®lica
- Normativa jur¨ªdica
- Administraci¨®n Estado
- Pol¨ªtica
- Legislaci¨®n
- Cristianismo
- Administraci¨®n p¨²blica
- Justicia
- Religi¨®n
- Relaciones pareja
- Orientaci¨®n sexual
- Sexualidad
- Sociedad