Cuando ya no hay qu¨¦...
Dice Eduardo Mil¨¢n, poeta uruguayo, que "cuando ya no hay qu¨¦ / decir, decirlo. Dar / una carencia, un hueco en la conversaci¨®n, / un vac¨ªo de verdad: la flor, / no la idea, es la diosa de ah¨ª". Parece que quisiera desmentir a Wittgenstein, que dijo aquello de que "lo que se puede decir, puede decirse claramente. Lo que no puede decirse con claridad, hay que dejarlo en silencio". Habla de lo indecible, de aquello verdadero y profundo, lo maravilloso y m¨¢gico. En realidad, el silencio de Wittgenstein es ese "hueco en la conversaci¨®n" del que surge el sentido ¨¦tico y est¨¦tico de las cosas. Habla de dar a lo indecible, de ofrecerle, la carencia en la que la flor, y no la idea, es diosa. El poeta y el fil¨®sofo coinciden.
Llega el verano -de manera un tanto extra?a, la verdad-, y parece que nos predispongamos a la magia de las cosas. De pronto, esa casa con tuber¨ªas de lat¨®n cuyas secretas curvas recorre el agua que gotea en el extremo del grifo se nos hace presente. Y las maderas de alg¨²n cierre que el sol ha blanqueado, y en las que no se aprecia abandono ni cuidado, tan s¨®lo la presencia de la naturaleza. Y guijarros blancos tendidos en la orilla de alg¨²n lugar arenoso.
O quiz¨¢ tejados oscuros, puntiagudos recortados en la luz clara del amanecer como si el cielo fuera un capricho del constructor. Una torre, s¨®lida, acosada por vencejos. Y la naturaleza. Y alguna gente. Y darnos cuenta, tal vez, de que, como dijera Baudelaire, el diablo es quien maneja los hilos que nos mueven. En fin, todo eso que no puede ser descrito pero que se nos muestra claro, di¨¢fano, que se nos presenta transparente. Ah¨ª donde la flor (?del mal?) es diosa y no la idea. Ganas de sentir el salitre en la roca o en la piel.
Porque, aqu¨ª, las ideas nos conducen sin remedio al desaliento. "Cuando ya no hay qu¨¦...", podr¨ªan truncarse las palabras de Eduardo Mil¨¢n. Y aqu¨ª, con lo que tenemos, ya no hay qu¨¦, ya no hay sustancia ni esperanza. El autismo de Ibarretxe no es que sea indecible, es incre¨ªble. Y, sin embargo, es. No es inefable, se puede describir: ?c¨®mo una patolog¨ªa, que dir¨ªa el catedr¨¢tico Aquilino? Sea lo que fuere, aqu¨ª se siente el galopar de los caballos sin jinete en el Valle de la Muerte, que saltan "por encima de la blanca/ pur¨ªsima realidad", (c¨®ctel Panero-Mil¨¢n).
Los m¨¢s optimistas del lugar hablan del nuevo Gobierno vasco como un gobierno de transici¨®n. Me temo que no. Cuando se ha perdido pie, son las mareas las que le mueven a uno, las que se adue?an del destino. "El caballo est¨¢ solo, es decir est¨¢ negro". Estamos en un tiempo en que cada paso que se d¨¦ puede hacer que la situaci¨®n resulte irreversible, uno m¨¢s en la direcci¨®n de apartarnos del fluir de la historia.
Dice Eduardo Mil¨¢n: "El arte nunca es la verdad/ pero hay momentos, hay momentos tan ausentes/ como ¨¦ste, en que la verdad es una forma de arte". ?Qui¨¦n ser¨¢ el que le diga a Aralar que su valent¨ªa innegable al romper con ETA debe completarse rompiendo con el PNV por la izquierda? ?Qui¨¦n el que le diga al votante de izquierda que Madrazo nunca les represent¨®? ?Qui¨¦n al PSE-EE que las florituras son para la primavera, pero que en el oto?o hay que mantener firme el tim¨®n? ?Qui¨¦n al PP que las palabras se gastan? ?Y qui¨¦n a la gente, uno a uno a todo el mundo, que el rey est¨¢ desnudo?
?Qui¨¦n, finalmente le dir¨¢ al rey, a todos nosotros, que estamos desnudos, que cabalgamos inconscientes como caballos sin jinete en el Valle de los Muertos?
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