Para Savater
En vez de despachar a la Iglesia cat¨®lica con un sarcasmo barato ("que vive sobre todo de la gesti¨®n de bautizos, bodas y entierros"), bien podr¨ªa haber criticado lo verdaderamente resonante de su intervenci¨®n en la cuesti¨®n de las leyes estatales para nuevos matrimonios: el intento de incoar entre los cat¨®licos con atribuciones administrativas concernientes al caso (alcaldes, etc¨¦tera) una especie de "objeci¨®n de conciencia obligatoria". Ya s¨¦ que "obligatoria" implicar¨ªa aqu¨ª una contradictio in adjecto, y lo pongo en cursiva -o sea con reservas- para no ser arbitrario, porque la jerga eclesi¨¢stica se ha vuelto hoy tan viscosamente equ¨ªvoca que, en lugar de "decir", "deja caer". Anta?o, por lo menos, cuando el populismo no lo hab¨ªa llevado del todo hasta la afasia, el lenguaje de la Iglesia hac¨ªa gala de hermosas distinciones, como aquellas que especificaba si una opci¨®n determinada era "de precepto" o era "de consejo". Me parece que la idea de "objeci¨®n de conciencia" connota m¨¢s bien una opci¨®n "de consejo", que en nuestro caso podr¨ªa formularse as¨ª: "No proh¨ªbo a los alcaldes cat¨®licos que ejerzan la funci¨®n legal de administrar el matrimonio civil entre personas del mismo sexo (que, por lo dem¨¢s, para la Iglesia es nulo y ninguno como cualquier otro matrimonio civil), tan s¨®lo quiero, paternalmente, advertirles de lo imprudente y hasta peligroso que el hacer extensivas sus atribuciones administrativas a semejante pr¨¢ctica podr¨ªa resultar para sus conciencias, la salvaci¨®n de sus almas y la ejemplaridad entre los creyentes". Si la opci¨®n fuese, en cambio "de precepto", comportar¨ªa, a mi entender, una prohibici¨®n moral cruda y desnuda -cuya infracci¨®n ser¨ªa, sin m¨¢s, pecado-, y, en modo alguno, podr¨ªa ser objeto de un trance como el que suele llamarse "objeci¨®n de conciencia", al menos en el significado y el sentido en que yo intento interpretar todo el asunto, pues, por muy gratamente que resuene en cualquier buen o¨ªdo castellano la pareja de t¨¦rminos "de precepto" y "de consejo", su contraposici¨®n conceptual no deja de adolecer, llevada al l¨ªmite, de un toque de la tradicional y venerable logomaquia fundacional del cristianismo.Comoquiera que sea, Fernando Savater -cuyo art¨ªculo El exceso moral (EL PA?S, 27-6-2005) es el objeto de esta carta-, tan contumaz apasionado de "la sociedad laica de garant¨ªas y libertades", bien podr¨ªa haberse acordado de mejores tiempos, en los que nada menos que la Iglesia dogm¨¢tica anticipaba argumentos v¨¢lidos contra la actitud de la actual Iglesia del populismo publicitario. As¨ª, del memorable pasaje de la Summa theologica (Secunda secundae, Quaest. X, Art. X), en las cuatro frases que empiezan: 1. "Alio modo possumus...", 2. "Ubi considerandum...", 3. "Ius autem diuinum..." y 4. "Ideo distinctio...", donde Santo Tom¨¢s de Aquino prefiguraba ya la separaci¨®n de la Iglesia y el Estado; o, m¨¢s ce?idamente a nuestro asunto, de Francisco de Vitoria, cuando admite que la deontolog¨ªa contractual prevalezca sobre la conciencia moral del funcionario y nada menos que con el ejemplo del verdugo: "No puede admitirse que si el verdugo duda de la justicia de la sentencia del juez dude tambi¨¦n de si le es l¨ªcito ejecutarla, sino que, por el contrario, est¨¢ obligado a hacerlo". A m¨ª no me entusiasma la "sociedad contractual", porque la subordinaci¨®n de la conciencia personal a la deontolog¨ªa comporta una evidente capitidisminuci¨®n moral de los sujetos, pero hay que entender los motivos de Vitoria, porque el ejemplo del verdugo est¨¢ puesto para discurrir sobre el deber moral de los soldados -o sea sobre lo primero que hoy se ha llamado "objeci¨®n de conciencia"-, y su buen deseo no era probablemente otro que el de aliviar las conciencias de tantos infelices como los que en su tiempo se ve¨ªan obligados a tomar las armas. Sea como fuere, Vitoria se anticipaba, respecto del Estado, a la pintoresca f¨®rmula ¨²ltimamente ofrecida por el nuevo Papa: el "sano laicismo". No menos pintoresco resulta que a las derechas espa?olas les hayan fallado de pronto y simult¨¢neamente sus dos m¨¢ximos mentores: el Vaticano y la Casa Blanca; el primero con la dicha recomendaci¨®n, y la segunda con la revelaci¨®n de que lleva alg¨²n tiempo "hablando con terroristas". ?Qu¨¦ horror, querido Fernando!
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