Las fronteras calientes
Tomo prestado el t¨ªtulo de este art¨ªculo del magn¨ªfico libro Una frontera caliente. La arquitectura americana entre el sistema y el entorno (2002), del arquitecto y te¨®rico argentino Claudio Caveri, protagonista de una de las m¨¢s admirables aventuras para crear una utop¨ªa latinoamericana del estar en el mundo sin competencias, de manera comunitaria.
Cuanto m¨¢s viajamos, m¨¢s tomamos conciencia de lo que ¨¦l quiere mostrar en su libro: el predominio de las fronteras calientes en unas sociedades cada vez m¨¢s hechas de fronteras y exclusiones, visibles e invisibles: guetos, campos de refugiados, campos de minas, barrios cerrados para ricos, barrios miseria, centros comerciales, centros de ocio, enclaves, resorts, campos de golf, hoteles exclusivos, v¨ªas r¨¢pidas, etc¨¦tera. Cada vez hay m¨¢s pobres, y los ricos cada vez construyen m¨¢s muros para defenderse de la propagaci¨®n de la miseria. El cr¨ªtico de arte John Berger ha propuesto unos emocionantes Diez mensajes sobre la resistencia ante los muros (EL PA?S, 5 de febrero de 2005), en "esta tierra en la que no hay felicidad sin un deseo de justicia".
Estamos en tiempos neomedievales, cada barrio con su muralla, cada familia en un coche blindado, cada pandilla a punto de enfrentarse
La mayor distop¨ªa que se dibuja hoy es la del control, la del acceso restringido, la de un mundo en que los ricos cada vez son m¨¢s ricos y pretenden vivir lo m¨¢s lejos y aislados posible de la pobreza, los cataclismos y las crisis ecol¨®gicas crecientes. La distop¨ªa futura est¨¢ en la obsesi¨®n por la seguridad y por el control: pasaportes, huellas dactilares e invitaciones restringidas para ir excluyendo a los otros. Unas ciudades hechas de distintos recintos carcelarios, como ya anunciaba en 1977 el proyecto de Rem Koolhaas, Madelon Vriesendorp, Elia y Zoe Zenghelis para un Londres dividido como Berl¨ªn: "La ciudad de los prisioneros voluntarios de la arquitectura". La realidad hoy, seg¨²n datos de la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo (OIT), es que al menos 27 millones de personas trabajan en condiciones de esclavitud, sin salario, sin libertad por deudas contra¨ªdas y sometidos a malos tratos.
Seg¨²n las actuales tendencias, existe el peligro de que desaparezca el mundo abierto de lo p¨²blico para reinar un planeta hecho de fragmentos aislados en el que predomine la separaci¨®n entre ¨¦lites y los que se consideran b¨¢rbaros. El proceso de paulatina desaparici¨®n de la naturaleza provocado por el ser humano ha dejado un planeta colapsado de divisiones, fronteras y muros, fincas valladas, playas privadas, autopistas que en vez de unir, dividen. De las ciudades de calles y paseos se pasa a la ciudad en la que las calles son trincheras, como en Bagdad, autopistas como las de Los ?ngeles, que sobrevuelan los barrios sin ni siquiera verlos, el mundo de los muros que dividieron Berl¨ªn y que ahora dividen Gaza.
Es un mundo en el que los lugares han cambiado de sentido. Los aeropuertos son grandes espacios de control y de consumo. Las estaciones de ferrocarril ya no son aquellos lugares de encuentro, sino g¨¦lidos filtros de selecci¨®n; ya no tienen los grandes vest¨ªbulos de espera, sino las largas colas para el control del equipaje y grandes vac¨ªos bajo control en los que nadie puede esperar.
Caveri dice que la frontera caliente surge como met¨¢fora en la segunda historia que compone la dur¨ªsima pel¨ªcula mexicana Amores perros (2000): es el suelo de madera de la casa de la pareja acomodada, debajo del cual un grupo de ratas puede haber devorado al perro. Es la frontera caliente entre los barrios cerrados de ricos y los suburbios de la gente sumida en la miseria; entre la ciudad de los ricos, con escaparates llenos a rebosar, y los barrios del apartheid, dominados por la escasez. Es el mundo de la c¨¢psula encerrada del autom¨®vil y la vivienda detr¨¢s de las rejas y c¨¢maras. El territorio recorrido en todoterreno, y ahora por los gigantescos Hammer, que por millones son los due?os de las autopistas norteamericanas, redise?o de un todoterreno militar y s¨ªmbolo del mundo de las fronteras y la agresividad: un c¨®modo entorno rodante que aplasta turismos y peatones. Estamos en tiempos neomedievales, cada barrio con su muralla y sus polic¨ªas privados, cada familia en un coche blindado, como si cruzase un campo de batalla; cada pandilla a punto de enfrentarse. Es la frontera caliente siempre a punto de estallar, de ser derribada, de colapsar.
Se constata una de las m¨¢s duras paradojas del mundo contempor¨¢neo, tal como ha desvelado el soci¨®logo Niklas Luhmann: a pesar de la modernizaci¨®n y del lento crecimiento de la democracia parlamentaria, la pobreza ha aumentado. La realidad emp¨ªrica desmiente totalmente la pretensi¨®n del fin de la historia y de los conflictos en la culminaci¨®n del Estado de la Democracia liberal que hab¨ªa profetizado el pensador conservador Francis Fukuyama.
Cada vez que una comunidad se agrupa para defender sus casas, se manifiesta para reivindicar sus derechos, derriba el muro de una casa vac¨ªa para ocuparla, una biblioteca une barrios depauperados, un solar abandonado se convierte en jard¨ªn, la distop¨ªa creciente de un mundo hecho de fronteras calientes se detiene. Y se apunta la posibilidad de que esta multitud de unos 110 millones de personas, que se calcula que forman parte en todo el planeta del movimiento cosmopolita por otro mundo posible y que lucha para conseguir una sociedad m¨¢s humana y justa, sea capaz de sobrevivir a los muros, de sobrepasar las fronteras calientes, de hacerse escuchar, porque la segregaci¨®n no es un proceso definitivo.
Estas fronteras son calientes y fr¨¢giles, y cuando por diversas razones -crisis econ¨®micas, escasez de energ¨ªa que obligue a volver a vivir en ciudades concentradas- los marginados vuelvan a reencontrarse, las fronteras saltar¨¢n por los aires y se producir¨¢n hechos como los disturbios en Los ?ngeles (1992) o los saqueos como consecuencia de la crisis en Argentina (2001). Uno de los indicadores de sostenibilidad m¨¢s sintom¨¢ticos deber¨ªa ser si en cada territorio aumentan muros, vallas y divisiones; en definitiva, la destrucci¨®n del tejido social de los barrios, o si lo que aumenta son los espacios p¨²blicos, los edificios comunitarios, los lugares de reuni¨®n, los n¨²cleos sociales polifuncionales.
Josep Maria Montaner es arquitecto.
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