Unas gafas en el paso del Gois
Z¨¹lle perdi¨® sus lentes y 4 minutos en una ca¨ªda en 1999 y propici¨® el primer triunfo de Armstrong
"?Qu¨¦ buscar¨¢n: mejillones o las gafas de Z¨¹lle?". La pregunta del paseante, surrealista aparentemente, no dejaba de tener su pertinencia en aquel paraje. Un camino de asfalto de apenas cuatro kil¨®metros y medio que une el continente con la isla de Noirmoutier, en la costa atl¨¢ntica francesa. Un camino invisible cuando la marea est¨¢ alta, un camino que se abre en el mar cuando baja la marea, una llanura en la que los lugare?os recogen habitualmente animales con concha, pero que estos d¨ªas de asedio del Tour se ha convertido pr¨¢cticamente en yacimiento arqueol¨®gico para los mit¨®manos del ciclismo, un lugar llamado paso del Gois. Prehistoria ciclista -aqu¨ª empez¨® a ganar Lance Armstrong su primer Tour- a tres kil¨®metros del puente en el que ayer el tejano empez¨® a ganar el s¨¦ptimo.
El paraje es casi un yacimiento arqueol¨®gico para los aficionados mit¨®manos
El Tour lleva a la gloria a quien sube sin ox¨ªgeno por cuestas inhumanas, al que pedalada tras pedalada llega a tocar el cielo, al que metiendo codos alcanza el primero la meta con un golpe de ri?¨®n imponi¨¦ndose al sprint y al que se vuelve loco, se escapa y, en contra de cualquier l¨®gica, llega antes que nadie, pedaleando en solitario. Pero en el Tour hay recuerdos que hablan de ca¨ªdas. Y, cuando el ciclista cae, crujen los huesos, corre la sangre, acecha la muerte.
La fractura de cr¨¢neo que Casartelli sufri¨® al golpearse contra un moj¨®n en la bajada del Portet d'Aspet mat¨® a la persona, pero dio vida a la leyenda, a su leyenda. En 1960, Rivi¨¨re se parti¨® la columna en dos bajando el col del Perjuret, en el macizo central; Oca?a se dej¨® el hombro y un Tour en el de la Ment¨¦, en los Pirineos, en 1973, y Beloki algo m¨¢s que la cadera, hace s¨®lo dos a?os, cuando conduc¨ªa a Armstrong en un descenso con el que buscaba subir pelda?os en el podio de los Campos El¨ªseos. La bajada fue tan r¨¢pida que le mand¨® en avi¨®n a un hospital de Vitoria.
Pero la carretera no s¨®lo rompe huesos y las ilusiones de los corredores con ca¨ªdas en el descenso de las grandes cimas. No hace tanto tiempo, en 1999, Z¨¹lle perdi¨® sus gafas y las posibilidades de ganar el Tour entre fango, algas, ostras y caracolas. Fue en el passage du Gois. Un paso de 4,5 kil¨®metros construido en el siglo XVIII sobre nueve balizas y que hasta 1971, cuando se construy¨® el nuevo puente, fue el ¨²nico camino a la isla.
La imagen era dantesca al final de aquella etapa entre Montaigu y Challans: sobre el miope suizo cayeron a decenas los ciclistas; otros lo hicieron sobre las rocas eternamente h¨²medas; los m¨¢s afortunados rodaron sobre el barro que deja la marea al bajar y bordea el camino mojado, cubierto de algas. Dicen que Z¨¹lle se cay¨® porque sab¨ªa que all¨ª era f¨¢cil caerse y se puso nervioso. Otros sostienen que se le empa?aron las gafas por efecto de la humedad.
Tan cierto es que para los muchos turistas que acuden cada verano a la isla (11.000 habitantes en invierno, m¨¢s de 150.000 en verano), resulta inolvidable el paseo por el paso del Gois como que tampoco Z¨¹lle olvidar¨¢ nunca ese brazo de piedra sobre el oc¨¦ano Atl¨¢ntico. Aquella ca¨ªda le cost¨® cuatro minutos; Armstrong le sac¨® apenas 5m 5s al llegar a Par¨ªs.
No, Z¨¹lle no lo olvidar¨¢. Pero hay quien sigue buscando sus gafas cada vez que, cuando baja la marea, cruza por el paso del Gois.
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