Madrid alegre
La ciudad est¨¢ m¨¢s alegre. Hace ya unos a?os que en el barrio de Chueca ondean banderas con los colores del arco iris. El barrio, que viv¨ªa una lenta decadencia, el d¨ªa que lo ocuparon los gay recuper¨® su vitalidad, se volvi¨® m¨¢s alegre y confiado. En a?os progres algunos fum¨¢bamos canutos en un recordado garito de la calle de la Libertad, La Vaquer¨ªa; terminaron con el bar, lo destrozaron a bombazos. Pero no pudieron con la libertad. Las libertades se empe?aron en supervivir, siguieron por aquel barrio, por aquellas calles. Algunos garitos, bares y restaurantes que permanecen abiertos han visto la transformaci¨®n de un barrio cada d¨ªa m¨¢s abierto, m¨¢s alegre. Superviven Libertad 8, La F¨¢brica de Pan o El Comunista, la cervecer¨ªa de la plaza y otros cuantos lugares que han sido testigos del cambio de un barrio que esta semana es la met¨¢fora festiva de un pa¨ªs m¨¢s tolerante. El barrio es de todos, de homosexuales y heterosexuales, de fumadores y de los sin humos, de progres de anta?o y de todas las nuevas tribus ciudadanas que han ido aprendiendo a ser m¨¢s libres en una ciudad con menos miedos.
La ciudad ya no se parece a aquella que el otro d¨ªa recordaba Rafael Azcona, en compa?¨ªa de ?lex de la Iglesia, en el C¨ªrculo de Bellas Artes. Hablaban en p¨²blico despu¨¦s de una proyecci¨®n sin censuras de la pel¨ªcula de Ferreri y Azcona, El cochecito. Hablaba Azcona de una ciudad en la que cuando un guionista propon¨ªa una secuencia con doscientos chinos, sab¨ªa que el productor lo transformaba en diez japoneses, que en el rodaje se convert¨ªa en un filipino. Por no tener, no ten¨ªamos ni chinos. El d¨ªa que cenaron Charlton Heston y Samuel Bronston en el ¨²nico restaurante chino que hab¨ªa en la ciudad, el productor pidi¨® que viniera el due?o, un chino nacionalista instalado hace a?os en la ciudad, para presentarle al actor. Le informaron que no estaba, que todos los chinos de la ciudad, los pocos que hab¨ªa, estaban contratados por ¨¦l. Estaban trabajando de extras en aqu¨¦l Pek¨ªn que se inventaron en los alrededores de Las Matas. Era una ciudad sin colores, una vida en blanco y negro.
Tambi¨¦n en blanco y negro la ciudad recibi¨®, hace ahora cuarenta a?os, a los Beatles. El ministro de la Gobernaci¨®n, Camilo Alonso Vega, que no quer¨ªa autorizar el concierto, se encarg¨® de poner grises por todas partes. La ciudad, desde el aeropuerto hasta la plaza de toros, se tom¨® policialmente. El genial Edgar Neville dijo que "con un guardia m¨¢s hubi¨¦ramos tomado Gibraltar". Los consideraban peligrosos sociales, adem¨¢s de un poco afeminados; la inefable folclorista del r¨¦gimen, Concha Bautista, que "con esas melenas quedan poco varoniles". La prensa tambi¨¦n estaba a la contra. En el Abc se escribi¨® que "nuestros ye-y¨¦ demuestran una laudable moderaci¨®n... los espa?oles somos distintos de otros pueblos". En el cat¨®lico Ya lo contaron con m¨¢s alarmismo: "Las canciones de los Beatles fueron berreadas al un¨ªsono por la mayor¨ªa de los hinchas, mientras otros lloraban y pataleaban, se sub¨ªan a las sillas o se reun¨ªan en grupo para bailar ante los burladeros". Se aplaudi¨® que la polic¨ªa cargara contra los ye-y¨¦s despu¨¦s del concierto, que controlara a los gamberros que segu¨ªan a aquellos exc¨¦ntricos cantantes. A?os despu¨¦s, en declaraciones a EL PA?S, todav¨ªa Ringo recordaba aquellos excesos policiales: "No me olvido de todos aquellos polic¨ªas de gris y de lo brutos que eran. Parec¨ªan gozar pegando a los chicos". Todo eso pasaba en esta ciudad, en la misma ciudad que hoy nos parece la m¨¢s abierta y colorista de Europa. Una ciudad, un pa¨ªs, que ya no quiere vivir en blanco y negro. Un buen lugar para los colores del arco iris.
Con m¨¢s color que otros a?os nos pareci¨® la fiesta de la Residencia de Estudiantes. Pocos pol¨ªticos, la mayor¨ªa estaba en el Congreso votando unas leyes que nos quitan restos de nuestro pasado en negro. Madrugadora en la fiesta fue Carmen Alborch, que lleg¨®, bes¨® a la directora Alicia G¨®mez Navarro y fu¨¦se. V¨¢zquez Montalb¨¢n la llamaba la ministra en tecnicolor, ahora sigue siendo la diputada que mejor lleva los colores en un mundo de pol¨ªticos de gris. Tambi¨¦n se pas¨® por all¨ª la ministra con menos humos, Elena Salgado. Creo que tambi¨¦n estuvo la ministra de Educaci¨®n, pero la masa de poetas y otros amigos de la Residencia, los canap¨¦s y las barras libres, me impidieron mis cotilleos pol¨ªticos. Entre los j¨®venes octogenarios destacaba la presencia de Jorge Sempr¨²n, que lleg¨® en compa?¨ªa de reivindicadores del poeta, intelectual y pol¨ªtico que supo abandonar los negros y azules colores, Dionisio Ridruejo.
Otro joven, tambi¨¦n octogenario y moderno en silla de ruedas, que nunca falla es Emilio Sanz de Soto, feliz porque los viejos nervers -as¨ª llaman ¨¦l y su amigo Pepe Carleton, otro tangerino que bail¨® con Truman Capote- a sus amigos gay que hoy se sienten m¨¢s libres y sin necesidad de esconderse, ni hablar en clave. Y al lado de Sanz de Soto, cercanos pero cada uno con su propia historia, el residente por antonomasia, el joven centenario Pep¨ªn Bello, don Jos¨¦, perd¨®n. Hace poco celebr¨® su primer a?o del paso de los cien a?os. ?101 y bebiendo sus cervezas, viendo pasar la vida, las noches y los d¨ªas como si todos hubieran sido festivos! Celebrar el centenario, pasar de largo, hacerse algunos arreglos est¨¦ticos, seguir con la lucidez de su memoria, con su inteligencia cari?osa, con esa capacidad irrepetible de "aguantar bajo el agua". Recordando, como pocos pueden hacerlo, que de casi todo hace ya ochenta a?os.
Alegre semana, cerrada con la actuaci¨®n, esta vez s¨ª, de Serrat en la Complutense, la noche del d¨ªa que el Congreso dijo s¨ª a las bodas gay. S¨ª, pudo ser un gran d¨ªa, y lo fue.
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