El seguro
Dicen que es prudente, racional y necesario estar asegurado contra las m¨²ltiples contingencias que nos acechan a diario. Un atractivo de modernidad puede verse en muchas fachadas de las casas antiguas: "Asegurada de incendios", que imbu¨ªa en los inquilinos cierta confianza en el futuro. Ahora nos asedian las ofertas de las compa?¨ªas que se dedican a este asunto y, en consecuencia, asegur¨¦ el piso donde vivo, en una casa de las muchas que hizo el c¨¦lebre arquitecto Palacios. El inmueble est¨¢ bien, de estructura s¨®lida, aunque se conoce que los constructores de principios del siglo anterior utilizaban poco la escuadra, pues algunas paredes no son perpendiculares a otras y eso se nota cuando colocamos alfombras. Sus propietarios la han descuidado, por cuestiones hereditarias cuyos detalles desconozco. Para advertencia de quien esto lea y por extravagante que pueda parecer a algunos, soy un arrendatario que paga mensualmente el alquiler, lo que hace tiempo que dej¨® de ser un chollo, pues la legislaci¨®n vigente autoriza a subirlos con arreglo al real coste de la vida, sin l¨ªmite conocido.
A lo que estamos. Por desidias o situaciones espec¨ªficas, el piso superior ha estado abandonado durante muchos a?os y hace poco que los propietarios -que ni siquiera residen en Madrid- decidieron rehabilitarlo y ponerlo en alquiler. A lo largo de estos meses han desfilado, intermitentemente, cuadrillas de trabajadores, entre los que no hab¨ªa, o no se detectaban espa?oles: marroqu¨ªes, rumanos, peruanos, polacos con pinta de personas incompetentes. Por el ruido parec¨ªa que estaban arreglando, de forma definitiva, los accesos a Madrid por carretera. Era especialmente penoso a la hora de la siesta, que deber¨ªa estar protegida por las autoridades. "Estos b¨¢rbaros se van a cargar el suelo o alguna ca?er¨ªa", pens¨¦.
El desastre sobrevino hacia la medianoche, cuando me cepillaba los dientes. Un extra?o ruido, un siniestro borboteo part¨ªa de mi habitaci¨®n y en el momento de poner en ella los pies una catarata parti¨® de la esquina, justo al lado del tubo descubierto de la calefacci¨®n y se declar¨® el caos. Uno quiere cortar el suministro de agua, pero no responden los grifos del piso. La pared m¨¢s amplia me recordaba el enorme hall del Trump Tower de Nueva York, donde se desliza una continua l¨¢mina de agua sobre un fondo dorado. Ah¨ª terminaba la comparaci¨®n. Uno piensa en los cables el¨¦ctricos que puede haber en las cercan¨ªas y el no descartable riesgo de la electrocuci¨®n. Suena perentorio el timbre de la puerta, que anuncia la presencia de la inquilina del piso inferior, donde el agua mana con parecida profusi¨®n. Llamo a los bomberos, ante el desconocimiento del lugar donde se encuentre la llave de paso. Llegan con notable premura, aullando su sirena.
Lo primero que intentaron fue derribar una alacena cerrada por una puerta de hierro, lo que pude impedir, pues me constaba que all¨ª s¨®lo hab¨ªa algunos registros el¨¦ctricos. Era claro que en el ¨²ltimo piso se produjo una considerable inundaci¨®n desbordada sobre los inferiores. Suger¨ª que, al encontrarse deshabitado y en obras, derribaran la puerta y remediaran el siniestro, pero ah¨ª se mostraron irreductibles: sin autorizaci¨®n judicial no entraban en un lugar cerrado. El camino era sencillo: desplazarse a la comisar¨ªa, presentar la denuncia, que fuese remitida al Juzgado de Guardia y que ¨¦ste, o el de reparto, emitiesen el preceptivo permiso. Cosa de tres, cuatro o seis d¨ªas. Un vecino alertado indic¨® el lugar donde se hallaba la llave del agua correspondiente al inmueble, que fue cortada. La mesilla de noche, los libros que en ella hab¨ªa, la cama, la moqueta y cuanto el agua encontr¨® en su camino estaba empapado.
Estoy asegurado contra da?os de terceros y, dos o tres d¨ªas m¨¢s tarde, se present¨® el perito de la compa?¨ªa. Comprob¨® los estragos en la habitaci¨®n y el pasillo inmediato, midi¨® las distancias y se dispuso a abrir el expediente y ponerse al habla con la propiedad del piso -y del edificio-. Me lanz¨® una mirada conmiserativa cuando le insinu¨¦ que pidiera da?os y perjuicios, no s¨®lo materiales. Es lo que quer¨ªa decir a los lectores: los padecimientos morales, las noches pasadas en aquella transitoria piscina y el riesgo de que abocaran en una neumon¨ªa galopante, no son tomados en consideraci¨®n. S¨®lo se puede reclamar lo verificable, ni siquiera en este caso de evidente desidia por parte de quienes provocaron la cat¨¢strofe. El perito, al que pago yo, puso todas las pegas y pareci¨® defender a la otra parte. ?Ay, la letra peque?a!
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