Rol de verdugo
Pinochet est¨¢ triste. Cuentan que a la celebraci¨®n del ¨²ltimo cumplea?os del provecto verdugo acudi¨® menos gente que otras veces. El viejo desalmado, al parecer, no puede con su alma ni con la ingratitud de quienes le jaleaban y han dejado de hacerlo en estos d¨ªas del invierno austral. Las cuentas que el dictador chileno ocultaba en Estados Unidos y Espa?a han sido, seg¨²n dicen, la causa de que algunos de sus fieles m¨¢s incondicionales se hayan negado a cantarle el Cumplea?os feliz. Hasta aqu¨ª hemos llegado, hasta los veinte d¨ªgitos de las cuentas contantes y sonantes que Pinochet ten¨ªa en la madre patria. El trabajo bien hecho, la oscura y ejemplar ejecutoria de un verdugo implacable y sistem¨¢tico no sirven para nada ante esas cuentas que lo dicen todo con la fr¨ªa elocuencia de los n¨²meros y de los dividendos.
Los desaparecidos, torturados y muertos hablan por lo com¨²n muy poco, pero las cifras dinerarias cantan. La diferencia entre lo que el siniestro militar de las gafas ahumadas recibi¨® como sueldo entre 1973 y 1999 y su fortuna actual, estimada en 17 millones de d¨®lares, no tiene explicaci¨®n ni recurriendo a un pleno de la Loto. Ni nuestros menestrales Vera y Luis Rold¨¢n podr¨ªan improvisar una patra?a para justificar semejante bot¨ªn. Los ricos tambi¨¦n lloran, y el general Augusto Pinochet est¨¢ triste por culpa de sus d¨®lares, que se parecen tanto a los del T¨ªo Gilito. Lo que no han conseguido los cad¨¢veres amontonados debajo de la alfombra o sepultados en el fondo del mar, lo han logrado unas cuentas corrientes albardadas en d¨®lares, domiciliadas en el Bank of Am¨¦rica y en el Banco Atl¨¢ntico. Dicen que Pinochet no duerme pensando en su fortuna descubierta y no justificada. La han amargado hasta su cumplea?os con las acusaciones de blanqueo de capitales y fraude fiscal, malversaci¨®n, coacciones ilegales y cohecho.
Al provecto verdugo no le pueden cantar sus amigos el Cumplea?os feliz como si nada hubiese sucedido. Se trata, simplemente, de una cuesti¨®n de formas y de normas. Lo normal es que un tipo como ¨¦l, un provecto verdugo ejemplar, termine su misi¨®n (la de sacrificar en el altar sagrado de la patria unos cuantos millares de vidas) desnudo como los hijos de la mar o casi, cargado de medallas y de muertos pero con los bolsillos mondos, la talega vac¨ªa y las cuentas en n¨²meros rojos. Se supone que es una ley no escrita, pero que los verdugos la conocen y acatan. Esa idea arraigada en el imaginario colectivo sostiene que el verdugo, quiz¨¢s porque la sangre es tan alimenticia, no necesita llenarse los bolsillos ni la andorga. Se supone que el verdugo es honrado, una especie de m¨ªstico de la sangre y la muerte y la patria. Hitler, Stalin, Franco: se supone que fueron tipos sobrios, impecables vampiros. Eso gusta. Nadie quiere a los s¨¢trapas, ni siquiera sus c¨®mplices. Nadie salva a Bokassa (ni Giscard) o a Sadam Husein, sobre todo despu¨¦s de ver sus estupefacientes residencias por la televisi¨®n y sus coches de pura pesadilla. Los tropecientosmil zapatos de la se?ora Marcos hicieron m¨¢s contra la dictadura filipina que todas las patadas y atropellos sufridos por el pa¨ªs a lo largo de d¨¦cadas y d¨¦cadas. El asunto no tiene remedio. Es dif¨ªcil luchar contra el t¨®pico y desahuciar al p¨²blico de su residencia en el lugar com¨²n. Pasa lo mismo con quienes se empecinan en creer que un poeta comunista como Pablo Neruda no pod¨ªa tener un Rolls Royce y ser un miserable sibarita capaz de gastarse el sueldo de un a?o de un minero chileno en una botella de Burdeos.
Las normas son las normas, aunque jam¨¢s se cumplan. Un verdugo can¨®nico como Pinochet deber¨ªa saberlo. Deber¨ªa saber que sus fieles le pueden perdonar un muerto menos, pero ni un d¨®lar m¨¢s. El dinero es sagrado, como los mandamientos del nuevo catecismo que ha presentado Ratzinger y que ser¨¢ el best-seller del verano cat¨®lico. El provecto verdugo se puede consolar leyendo el catecismo del siglo XXI, donde se legitima la pena de muerte al no condenarla expl¨ªcitamente, se recomienda a las autoridades crear un ambiente favorable a la castidad (?qu¨¦ mayor castidad que la de los difuntos?) y se certifica la existencia del cielo, el purgatorio y el infierno, ese lugar que tuvo, gracias a Pinochet, una embajada en Chile.
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