Soledad en technicolor
Aparte de usar como soporte la fotograf¨ªa y enhebrar con una serie un discurso narrativo de y sobre la mujer, hay no pocas diferencias entre la estadounidense Laurie Simmons (Long Island, Nueva York, 1949) y la espa?ola Naia del Castillo (Bilbao, 1975). La primera es, desde luego, generacional, pues entre ambas hay un poco m¨¢s de cuarto de siglo de diferencia, que, adem¨¢s, para la primera, supuso ser joven en los a?os 1960, y, para la segunda, en los muy distintos 1990. Estas diferencias sirven, no obstante, no s¨®lo de contraste sociol¨®gico, sino que inciden de lleno en la diferente imagen que ambas se hacen de la mujer: la de una visi¨®n dom¨¦stica, en el caso de Simmons, m¨¢s exterior, pop y, sobre todo, "objetualizada", o sea, adoptando una mirada masculina, mientras, en la de Naia del Castillo, m¨¢s interior y ensimismada; esto es, desde una perspectiva especular m¨¢s ¨¢cida y dram¨¢tica.
LAURIE SIMMONS/ NAIA DEL CASTILLO
'The Long House'/
'Ofrendas y posesiones'
Galer¨ªa Distrito Cuatro
B¨¢rbara de Braganza, 2
Madrid. Hasta el 23 de julio
La t¨¦cnica es, sin embargo, muy pr¨®xima: la de im¨¢genes fotogr¨¢ficas, bien Luxachrome o Cibachrome, de interiores m¨®rbidos y sensuales. Esta similitud formal a primera vista hace tanto m¨¢s valioso el contraste entre ambas artistas. Simmons, en ¨¦sta su primera muestra individual en Espa?a, se dio a conocer hace d¨¦cadas con fotograf¨ªas de interiores dom¨¦sticos a escala de una casa de mu?ecas, donde, mediante un montaje, ve¨ªamos peque?as figuritas de pl¨¢stico de mujeres en el agobiante marco hogare?o, un repertorio que luego fue ampliando, pero sin abandonar esa intersecci¨®n entre la realidad y su estereotipaci¨®n en forma de juguetes. Las fotograf¨ªas actuales, fechadas entre 2002 y 2004, son escenificaciones m¨¢s complejas, con toques luminosos, a veces vermeerianos, cuyo realismo integra figuras femeninas como encoladas de provocativa sexualidad o de grandilocuencia sentimental. Su humor, por otra parte, se ha afilado, enfatizando la intenci¨®n de las im¨¢genes, que toman sobre s¨ª esta t¨®pica fragancia femenina explosiva del cine de los a?os cincuenta y los sesenta. Es como si la colmena dom¨¦stica se hubiera te?ido de suntuosidad para dar m¨¢s brillo a los barrotes.
Naia del Castillo, por su parte, nos da la imagen fotogr¨¢fica y su carcasa material de bisuter¨ªa, con lo que su recorrido serial forma una instalaci¨®n. Encara la mujer y sus papeles, como antes dec¨ªa, desde dentro, pero convertida en una fastuosa naturaleza muerta, ambivalentemente situada entre la escultura y el bricolaje ornamental. Son figuras solitarias, captadas desde arriba o fragmentadas, merodeando los puntos de vista esquinados, tan reveladores desde Degas. En todo caso, bastar¨ªa con echar una ojeada a este par de muestras simult¨¢neas para comprender que el discurso de la mujer sobre la mujer est¨¢ sufriendo una apasionante y enriquecedora mutaci¨®n, que, adem¨¢s, no creo que pueda ser puesta en evidencia sino precisamente a trav¨¦s del arte, que pugna por decir lo indecible, ahogando la ideolog¨ªa mediante el poderoso narc¨®tico de las sensaciones. S¨®lo esto permite atrapar la verdad fondeando en la soledad de la mujer, una soledad, eso s¨ª, en technicolor.
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