El tema Joan Barril
"Llegar¨¢n las vacaciones y nos despediremos de nuestros j¨®venes compa?eros con la duda de saber si los volveremos a encontrar. Rumores, silencios, ilusiones rotas en la empresa moderna". As¨ª hablaba el periodista Joan Barril, hace unas semanas, en un art¨ªculo titulado Camisas ce?idas. A diferencia de sus tantos y brillantes art¨ªculos, donde lo injusto, lo denunciable, lo criticable surg¨ªa de protagonistas ajenos, a los que Barril proyectaba su ojo sutil y su m¨¢s sutil palabra, este art¨ªculo no hablaba de los otros, sino de ¨¦l. Empezaban a correr los diretes de su abrupto cese en COM R¨¤dio, y el estilo que se dibujaba, incluso m¨¢s all¨¢ de la decisi¨®n de cesarlo, auguraba fealdades en el horizonte. Y as¨ª fue como ese hombre tranquilo, que un d¨ªa acept¨® levantarse a las cinco de la madrugada -¨¦l que era ave nocturna-, cubrir el dif¨ªcil y denso vac¨ªo que hab¨ªa dejado el maestro Cun¨ª, reinventar una ma?ana radiof¨®nica ya cubierta por tantos profesionales, crear estilo propio y finalmente, contra todo pron¨®stico, conseguir fidelizar la audiencia, ese hombre era cesado por la puerta de atr¨¢s, sin otra consideraci¨®n que no tener ninguna. Ahorrar¨¦ a los lectores algunos detalles que nos han llegado, aunque sea porque este calor no est¨¢ para el tinte grueso. Pero puedo decir que el cese de Joan Barril resume algunas de las miserias m¨¢s notables de nuestra notable, encantada de haberse conocido y tan mediocre sociedad.
La primera miseria, el comisariado pol¨ªtico. Mejor que lo diga de una tirada y sin respirar: ha sido una decisi¨®n pol¨ªtica, pero no de pol¨ªtica mayor, con sus grandes necesidades y razones, sino de pol¨ªtica peque?a, ese tipo de pol¨ªtica desde dentro y para adentro, cuyos intereses espurios o personales y generalmente mezquinos entretiene a no pocos l¨ªderes que callan tanto como mandan mucho. En la ¨¦poca de la pol¨ªtica grandilocuente, cuando a¨²n us¨¢bamos la terminolog¨ªa marxista, llam¨¢bamos a este tipo de cargos, comisarios pol¨ªticos, porque hac¨ªan exactamente eso, comisariar, reprimir, revisar, censurar... Que Barril haya sufrido el sonoro bofet¨®n de este tipo de poder no es nuevo en Catalu?a, pero nos dice mucho de lo poco que ha cambiado Catalu?a. ?O no sufri¨® eso mismo, al mismo estilo de nocturnidad y alevos¨ªa, el periodista Josep Cun¨ª cuando Converg¨¨ncia lo ech¨® de Catalunya R¨¤dio? Ciertamente, este nuestro querido, nacional y autodeterminante pa¨ªs tiene la virtud de tratar a patadas a su gente m¨¢s relevante, ya sea de las artes, las ciencias o el periodismo. Es una virtud tan nostrada, ¨¦sta de maltratar al prestigio, que tendr¨ªan que ponerla en el Estatut como hecho diferencial catal¨¢n, justo al ladito de ah¨ª donde Carod Rovira quiere poner la obligaci¨®n de que los catalanes sean felices. Felices, pero todos los brillantes felizmente sin cabeza.
La segunda miseria habla de nosotros, los del mundanal periodismo, especialmente ese periodismo progre que se las da de conciencia cr¨ªtica, pero que, dicho sea sin ofender, su conciencia cr¨ªtica llega donde llegan sus intereses. ?Cu¨¢ntos de nosotros, que est¨¢bamos por esos mundos cuando Prenafeta hac¨ªa de las suyas en los medios, pon¨ªamos el grito en el cielo contra el manoseo y el intervencionismo convergente? Sin embargo ahora... Lo m¨¢s bonito es la mutaci¨®n que sufre el lenguaje seg¨²n qui¨¦n o en nombre de qui¨¦n hace la putadita. Si era Prenafeta, se trataba de dominio de los medios, expulsi¨®n de periodistas independientes, recorte de la libertad de expresi¨®n e incluso cacer¨ªa inquisitorial. Pero como ahora son los nuestros, o es alguno de los nuestros, indefinido, nebuloso, perdido en los marasmos de los tantos despachos que tienen los nuestros, entonces debe ser otra cosa. Hablamos de "remodelaci¨®n", "necesidad de un cambio creativo", "desgaste de la f¨®rmula", etc¨¦tera. Sin duda a Converg¨¨ncia se le sab¨ªan las malas intenciones y nunca ninguna de sus intenciones pod¨ªa ser justificable. En cambio, cuando se trata del socialismo progresista, renovador y dise?ado, entonces debe alguna explicaci¨®n racional, porque los nuestros nunca tienen malas intenciones. Y as¨ª, mientras esperamos esas respuestas para acallar nuestras preguntas y, sobre todo, para no sacar a pasear la mala conciencia, el tiempo pasa que es un gusto, y el silencio cuaja como f¨®rmula colectiva.
La tercera miseria, la derrota del cambio. Nos pasamos la vida, m¨¢s de dos d¨¦cadas..., diciendo que cuando Converg¨¨ncia se fuera, no s¨®lo cambiar¨ªa un gobierno, sino que cambiar¨ªa un estilo. El cambio lo era de fondo, y no de despachos y cargos. Sin embargo, y formulada la inc¨®moda pregunta sobre de qu¨¦ hablamos cuando decimos que hablamos de cambio, la respuesta nos da de bofetones hasta en el carnet. La verdad es que a estas alturas del Gobierno ya podemos decir que el viejo estilo conforma las bases del estilo nuevo que ten¨ªa que gobernarnos, y nada de profundo se ha renovado a conciencia. Algunos mandan como siempre han mandado los que mandan.
Ayer Joan Barril se despedi¨®. Por fin podr¨¢ dormir hasta largo. Seguro que pronto tendremos noticias, y su futuro ser¨¢ relevante como siempre ha sido. Lo brillante, a pesar de todo, reluce por encima de la escatolog¨ªa. Pero nunca hubiera imaginado un despido tan inexplicable y tan inexplicado para un periodista que hizo los deberes mucho m¨¢s all¨¢ de lo que era previsible. Hizo relucir las ma?anas de una radio que se hab¨ªa quedado sin ma?anas, y lo hizo con elegancia, con personalidad, con criterio. Por ello le han pagado con moneda falsa: primero maniobras opacas, despu¨¦s rumores inundando su intimidad y su desconcierto y finalmente un "v¨¢yase usted" desnudo de todo, excepto de hielo.
En fin, Joan. ?Qu¨¦ voy a decirte que no sepas! Feliz verano.
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