Cuando los muertos narran
HACE NOVENTA a?os, en 1915, se public¨® en Nueva York Antolog¨ªa de Spoon River, la obra maestra de Edgar Lee Masters. Cuando apareci¨®, nadie, ni siquiera su autor, sab¨ªa que acababa de ser editado uno de los pocos best sellers de la historia de la poes¨ªa norteamericana. Lee Masters vendi¨® 19 ediciones aquel a?o y en 1940 contaba con la friolera de 70 ediciones.
Hoy es un cl¨¢sico de la poes¨ªa anglosajona que, como todo cl¨¢sico, nos habla de las incertidumbres de todo ser y de todo tiempo. La Antolog¨ªa es la cr¨®nica poetizada de una ciudad imaginaria, Spoon River, escrita en los nichos de su tambi¨¦n imaginario cementerio. Son los muertos, a trav¨¦s de sus epitafios, quienes nos hablan de su intrahistoria a la luz de los oficios, cargos o profesiones que ejercieron o de lo que fue su vida cotidiana. Cada epitafio, un poema, una peque?a cr¨®nica, un relato, un fragmento de vida: "Uno muri¨® de una fiebre, / otro se quem¨® en una mina, / a otro le mataron en una ri?a, / otro muri¨® en la c¨¢rcel, / otro cay¨® de un puente donde trabajaba para mantener a su mujer y a sus hijos...
/ Todos, todos duermen. Todos est¨¢n durmiendo en la colina".
No es dif¨ªcil imaginar a su autor, veinte a?os antes de la edici¨®n del libro, como joven abogado trabajando para la Edison, recorriendo casas para cobrar los recibos del suministro el¨¦ctrico. Edgar Lee Masters ten¨ªa entonces 24 a?os, hab¨ªa llegado a Chicago para hacerse un hueco en el mundo del periodismo como v¨ªa de acceso a la literatura, trabajaba para vivir y se alojaba en hoteles y pensiones. Aunque hab¨ªa nacido en Kansas (Garnett, 1869), proced¨ªa de Lewistown, ciudad situada en Illinois, en la regi¨®n de las Grandes Praderas, donde hab¨ªan transcurrido su adolescencia y su primera juventud. Chicago, entonces, era el lugar de la hostilidad, la ciudad que, en paralelo a Nueva York, se reinventaba en los rascacielos y protagonizaba, entre la miseria y la opulencia, un desarrollo industrial hecho de sucesivas oleadas de emigrantes. Como Carl Sandburg, como Vachel Lindsay o Edwing A. Robinson, Edgar Lee Masters particip¨® en el movimiento literario "Renacimiento de Chicago" y asumi¨® una concepci¨®n de la poes¨ªa acorde con dos grandes obsesiones: enfrentarse al belicismo imperial de Norteam¨¦rica -fue un cr¨ªtico implacable, a finales del siglo XIX, de la guerra contra Espa?a en sus ¨²ltimas colonias- y dar testimonio de una sociedad despiadadamente clasista. La primera obsesi¨®n, compartida por algunos de sus coet¨¢neos, deriv¨® en una visi¨®n de su propio pa¨ªs muy parecida, en la voluntad de regenerarlo, a la de los noventayochistas espa?oles menos conservadores. La segunda enlazaba con buena parte de las obsesiones de algunos de los novelistas que como Upton Sinclair o Theodor Dreiser (al que dedica uno de los poemas/epitafio de su Antolog¨ªa), afrontaron, con realismo, un Chicago s¨®rdido, construido sobre la miseria y la explotaci¨®n, y anticipar¨ªa la acerada cr¨®nica de una peque?a ciudad que ofreci¨®, en Calle Mayor, Sinclair Lewis, y algunos de los vectores que guiaron las narraciones m¨¢s duras de la generaci¨®n perdida, singularmente del Steinbeck de Las uvas de la ira, pero tambi¨¦n con el n¨²cleo de insatisfacci¨®n frente a la realidad de un William Faulkner o, m¨¢s all¨¢, del Dos Passos de Manhattan Transfer.
La Antolog¨ªa fue el contrapunto realista a la poes¨ªa de cu?o m¨¢s experimental que comenzaba a apuntarse en otros medios por poetas casi una generaci¨®n m¨¢s j¨®venes. Se insertaba en la l¨ªnea m¨¢s directa y realista de la l¨ªrica anglosajona, l¨ªnea que enlazaba con precedentes como Thomas Hardy, Edward Thomas o Robert Frost y que llegar¨ªa, ya muy avanzado el siglo XX, a Philip Larkin en la pugna hist¨®rica con el irracionalismo o imagism que, desde las vanguardias de entreguerras, va de Ezra Pound -curiosamente, uno de los poetas que salud¨® con m¨¢s entusiasmo el libro de Masters- a Robert Lowell.
?Qu¨¦ es lo que convierte en excepcional Antolog¨ªa de Spoon River? No s¨®lo el lenguaje, de un lirismo contenido pero traspasado por la iron¨ªa, por un controlado sarcasmo y por la ternura, sino la perspectiva desde la que est¨¢n escritos los poemas. Es decir, por el lugar desde el que el poeta y narrador escribe. Cada personaje pone voz a su epitafio, recapitula, desde su muerte, sobre la existencia: expone la verdad que las convenciones sociales, la tradici¨®n, la represi¨®n obligada y la represi¨®n inducida, le han obligado a ocultar en vida. La prostituta que dio servicio a los m¨¢s afamados hijos del pueblo; el juez que se corrompi¨® y que se sabe injusto ("sabiendo que hasta Hod Putt, el asesino, / ahorcado por sentencia m¨ªa, / era de alma inocente comparado conmigo"); el sacerdote que conoci¨® secretos y sevicias; la muchacha violada; la esposa ad¨²ltera; el banquero que enga?aba a sus clientes. Los epitafios sacan a flote la vida oculta, hacen emerger lo sumergido. La muerte desinhibe, libera, es el gozne que abre la puerta de la habitaci¨®n donde los sue?os conviven con las frustraciones, la verdad con la mentira, la dignidad con la humillaci¨®n, el lujo con la miseria.
Cuando el mundo, en este comienzo del siglo XXI, vislumbra otras fronteras y la globalizaci¨®n ofrece, con Internet y con las nuevas tecnolog¨ªas, el espejismo de que los microepacios han perdido vigencia, el Spoon River de Lee Masters, por su rabiosa actualidad -abrir, hoy, un peri¨®dico es situarse en cualquiera de las p¨¢ginas de ese libro-, por su vigencia casi un siglo m¨¢s tarde, nos demuestra que no hay otro modo de acceder al n¨²cleo duro de la condici¨®n humana, de indagar en lo universal, que experimentando la emoci¨®n de lo inmediato, el dolor o el gozo de lo cercano. Jes¨²s L¨®pez Pacheco, en el pr¨®logo a la ¨²nica edici¨®n ¨ªntegra que existe en castellano -publicada por C¨¢tedra casi ochenta a?os despu¨¦s de la primera en ingl¨¦s-, lo dice con otras palabras. "Se podr¨ªa decir, parafraseando a Whitman, que 'quien toca este libro', toca a cientos de seres humanos, y a trav¨¦s de ellos, a miles, a millones. Antolog¨ªa, s¨ª, pero no literaria, sino vital, aunque sea parad¨®jicamente a trav¨¦s de voces de muertos".
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