Forastero para siempre
Estoy sentado con mi querido hermano Jordi en la terraza de un bar muy tur¨ªstico de Las Ramblas. He estado unos tres minutos habl¨¢ndole -no he querido excederme- de las maravillas de Brasil y de M¨¦xico, pero tambi¨¦n de la impresionante inseguridad de las calles de R¨ªo, S?o Paulo y Ciudad de M¨¦xico. Le he dicho que el viaje ha sido m¨¢s bien afortunado, pero -no quiero mentirle- a veces espeluznante. De pronto, me doy cuenta de que lo realmente espeluznante son Las Ramblas, al menos en el tramo en el que nos encontramos. El problema, dice Jordi, no son las chancletas y lo soez, el problema es que confunden Barcelona con una playa. Con la de R¨ªo de Janeiro, probablemente.
Me acuerdo de Juan Villoro, que vivi¨® tres a?os en nuestra ciudad y que acaba de declarar en el peri¨®dico Reforma: "Con todo lo jodida que est¨¢, la Ciudad de M¨¦xico estimula mucho. Estuve tres a?os en Barcelona, y despu¨¦s de estar en el orden, verdaderamente no pod¨ªa m¨¢s, extra?aba el caos tonificante del DF".
Mi hermano Jordi me pregunta d¨®nde diablos habr¨¢ visto Villoro el orden en Barcelona. Y en el momento mismo de ir a contestarle me doy cuenta de que tambi¨¦n yo tengo nostalgia del caos tonificante del DF. Y ya no digamos del de R¨ªo y hasta del de S?o Paulo, la ciudad m¨¢s peligrosa que he conocido. Me entran ganas de volver a Am¨¦rica. Despu¨¦s de todo, en Barcelona estoy sin hogar. No han terminado las reformas del lavabo y de la cocina de casa y debo vivir en un hotel de la calle de Mallorca. Estoy de turista en mi propia ciudad. Tal vez por eso mi hermano me sugiere que me compre unas chancletas e intente que me proh¨ªban el paso en el bar Boadas.
Es extra?o sentirse extranjero en tu propia ciudad. Les est¨¢ pasando todav¨ªa -gran esc¨¢ndalo- a los ya olvidados damnificados del Carmel y, de un modo obviamente menos dram¨¢tico, me est¨¢ ocurriendo ahora a m¨ª. Le cuento a mi hermano que esta ma?ana, al salir del hotel, a punto estuve de visitar la exposici¨®n sobre ruinas que puede verse en La Pedrera. Y le digo que a m¨ª esa exposici¨®n me parece una gran met¨¢fora sobre la ruinosa situaci¨®n de esta Barcelona de hoy sometida a la peor barbarie que la ciudad ha conocido a lo largo de su historia, pues ni siquiera las hordas del Borb¨®n invasor la maltrataron tanto como ahora.
Le explico a mi hermano que, por un instinto natural de turista, ayer estuve a punto de tomar un taxi hacia la horrible Sagrada Fam¨ªlia y visitarla por primera vez. Y Jordi, que escucha esto con una media sonrisa, me recuerda un aforismo de El¨ªas Canetti que le parece muy apropiado para acercarse a mi desesperada situaci¨®n actual: "El falso extranjero: alguien se jura vivir en su propio pa¨ªs disfrazado de forastero hasta que le reconozcan. Muere profundamente amargado, como forastero".
Dejamos la terraza y, a medida que subimos por Las Ramblas, crece nuestra sensaci¨®n de profundo horror. Ni las anta?o simp¨¢ticas estatuas humanas se salvan del desastre, pues las intrusas falsas efigies proliferan, todo amenizado por las correr¨ªas de los timadores de todo tipo. Dentro del caos tonificante, lo menos grave son, por supuesto, las chancletas. Mi hermano me dice que en esta ciudad nos crece la m¨¢s est¨²pida vanidad todos los d¨ªas, como si fuera una piel nueva. Y a?ade: "En realidad nos encontramos cada d¨ªa m¨¢s inseguros mientras, como una serpiente, salimos de la piel antigua y todav¨ªa nadie nos ha visto la nueva".
Me quedo pensando en lo terrible que ser¨¢ cuando por fin podamos ver con toda claridad esa piel nueva. Claro que a m¨ª no habr¨¢ de afectarme porque voy a convertirme en forastero para siempre.
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