Ciudad leyenda
Venecia, destino so?ado por los viajeros, entre canales y lagunas en los que se reflejan las fachadas renacentistas de sus bellos palacios. Por uno de ellos, el Vendramin, convertido en el legendario hotel Cipriani, desfila desde el siglo XX la crema de la intelectualidad, de la pol¨ªtica y del espect¨¢culo.
En el hotel Cipriani de la Giudecca se hosped¨® Ronald Reagan en junio de 1987, durante la cumbre mundial que celebraron los siete grandes en la capital de la laguna. El presidente norteamericano se prepar¨® para el hist¨®rico evento viendo en su habitaci¨®n una pel¨ªcula de John Wayne (Angel and the badman, para ser precisos). Fuera, los misiles Stinger tierra-aire velaban para que el hombre m¨¢s poderoso del planeta pudiera conciliar el sue?o. La exclusividad, reserva y aislamiento de este m¨ªtico establecimiento parecieron adecuados para alojar a quien ten¨ªa en sus manos el destino de los estadounidenses.
El Cipriani se halla en la orilla sureste de la isla de la Giudecca, en un lugar rodeado por obras mayores del arquitecto renacentista Andrea Palladio: la iglesia del Redentore, la de las Zitelle y la de San Giorgio Maggiore, en la isla pr¨®xima del mismo nombre. Aunque com¨²nmente se cree que el nombre de Giudecca tiene que ver con la juder¨ªa de la laguna -cuando el gueto se halla en realidad en el barrio de Cannaregio-, lo cierto es que se desconoce el origen de la palabra, tal vez relacionada con el giudicato o sentencia que a partir del siglo IX asignaba determinados asentamientos en la isla a las familias expulsadas de la capital. De nuevo la etimolog¨ªa redundar¨ªa, pues, en el car¨¢cter discreto y apartado de la Giudecca, a¨²n hoy relativamente poco frecuentada por las masas tur¨ªsticas. En el siglo XV, la isla se convirti¨® en un selecto lugar de retiro estival de la nobleza veneciana, tan selecto como para acoger, dicen, al mism¨ªsimo Miguel ?ngel, reconocido ya entonces como artista excelso. El actual Cipriani mantiene de hecho este car¨¢cter de villeggiatura (veraneo) goldoniana al incorporar en su recinto dos antiguos palacios nobles: el Nani-Barbaro y el Vendramin, este ¨²ltimo perteneciente a la misma familia de Canal Grande que hosped¨® a Wagner mientras compon¨ªa Trist¨¢n e Isolda en 1864 y en los ¨²ltimos d¨ªas de su vida, concluida en la capital del V¨¦neto el 13 de febrero de 1883 (hoy, el Palazzo Vendramin de Canal Grande es el casino).
Chaplin dej¨® en este hotel sus zapatones y su personal bomb¨ªn
El car¨¢cter residencial de la Giudecca se vio, no obstante, alterado con la industrializaci¨®n durante la segunda mitad del siglo XIX. En el extremo opuesto de la isla donde se halla el Cipriani surge, en efecto, una gran mole conocida como Mulino Stucky, una harinera que el visionario Giovanni Stucky hizo construir hacia 1895. El colosalismo de esta obra, debida a un arquitecto alem¨¢n, levant¨® una ¨¢spera pol¨¦mica entre los venecianos. Stucky fue asesinado en 1910 por uno de sus obreros, pero la empresa sigui¨® activa hasta 1954. La quiebra la dej¨® al albur de unas ratas enormes que fascinaron al joven Javier Mar¨ªas. Hoy se construyen all¨ª apartamentos, un centro de congresos y un hotel. La Giudecca acumula, pues, dentro de sus estrechos l¨ªmites el mejor dolce far niente con las tensiones sociales m¨¢s exasperadas.
Pero volvamos al Cipriani y conozcamos a su fundador, Giuseppe Cipriani, un tipo que la sab¨ªa muy larga (hoy el hotel ya no pertenece a la familia). Formado en el hotel de los Alpes de Madonna di Campiglio y posteriormente en el hotel Europa de Venecia, donde ejerci¨® de barman, su suerte quedar¨ªa echada en 1929, cuando ayud¨® a Harry Pickering, un rico heredero estadounidense, a pagar sus deudas de juego y a regresar a su pa¨ªs. Pickering le devolvi¨® la generosidad asoci¨¢ndose con ¨¦l y abriendo, el 13 de mayo de 1931, el Harry's Bar, un local de apenas 100 metros cuadrados de la calle Vallaresso que constituir¨ªa el inicio de un imperio de la hosteler¨ªa. El Harry's pronto acogi¨® a artistas, actores, escritores? Hemingway, del que nos ocuparemos m¨¢s tarde, tuvo durante tiempo mesa siempre reservada en una esquina.
El Harry's es famoso por sus carpacci y sus risotti. En sus divertidas memorias, Giuseppe Cipriani recuerda la vez que en los a?os cincuenta acudi¨® al restaurante un cr¨ªtico de la Gu¨ªa Michelin. Cipriani le reconoci¨® y se puso a temblar, aunque se sinti¨® aliviado cuando supo que hab¨ªa pedido un carpaccio y un risotto primavera. "Si algo sabemos hacer son esos dos platos", se dijo. El reputado gastr¨®nomo, que hab¨ªa acudido acompa?ado, engull¨® el carpaccio sin pronunciar una sola palabra. Cuando lleg¨® el risotto, lo prob¨®, y ante el horrorizado Cipriani, que discretamente desde la barra pudo leerle los labios, profiri¨® sin alterarse: "Est¨¢ salado". Lo que no impidi¨® que el establecimiento prosiguiera su triunfal carrera internacional? De las especialidades de la casa hay que rese?ar tambi¨¦n un combinado que ha hecho fortuna, creado por el propio Cipriani en honor del compositor Vincenzo Bellini. El bellini se hace a base de zumo de melocot¨®n y de vino espumoso: no champa?a, como suelen pensar muchos clientes, sino prosecco, un vino local ideal para los aperitivos.
Si el Harry's represent¨® el inicio de una carrera de ¨¦xito, la Locanda Cipriani, en la isla de Torcello, al norte de la laguna, constituy¨® su consagraci¨®n. Cipriani compr¨® esta antigua venta de vino y aceite, ya transformada en un modesto hostal, en 1934, y abri¨® al a?o siguiente, con su cu?ada Gabriela al frente del establecimiento. Pero el hito que fijo el glamour literario del lugar lleg¨® en el oto?o de 1948, cuando Hemingway y su mujer, Mary, se hospedaron durante un mes, en el cual el escritor, ya consagrado, se dedic¨® a cazar patos y escribir su novela M¨¢s all¨¢ del r¨ªo y bajo los ¨¢rboles.
La n¨®mina de celebridades que han pasado desde entonces por la Locanda Cipriani de Torcello es espectacular. Miembros de la realeza europea, como la familia Saboya; la reina Isabel II de Inglaterra y, en 1985, su hijo Carlos acompa?ado por Lady Di; Beatriz de Holanda; Alberto II y Paola de B¨¦lgica; los ex monarcas griegos Constantino y Ana Mar¨ªa, y la princesa Alexia, que en 1998 celebr¨® su fiesta de bodas, a la que asisti¨® la reina Sof¨ªa. Jefes de Gobierno, por supuesto: Winston Churchill estuvo en la Locanda en los a?os cincuenta, caballete y pinturas en ristre; Val¨¦ry Giscard d'Estaing, Fran?ois Mitterrand y Jacques Chirac han acudido en varias ocasiones; Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar estuvo cenando en 1997 con el a la saz¨®n presidente del Gobierno italiano, Romano Prodi; y el presidente de la Rep¨²blica, el popular Sandro Pertini, cen¨® all¨ª en 1983.
Pero la lista se desborda cuando se adentra uno en el terreno de las artes. Actores: Tyrone Power, Henry Fonda, Greta Garbo, Ingrid Bergman, Kirk Douglas, Liz Taylor, Kim Novak, Audrey Hepburn, Anthony Quinn, Mel Ferrer, Walter Matthau, Jack Nicholson, Donald Sutherland, Dennis Hopper, Nicole Kidman, Julia Roberts, Tom Cruise? En la d¨¦cada de los setenta, Charles Chaplin, que hab¨ªa acudido en una primera visita en 1959, dej¨® de recuerdo un bast¨®n, un bomb¨ªn y un par de zapatones. Maria Callas, Arturo Toscanini, Arturo Benedetti Michelangeli, ?gor Stravinski -enterrado junto a su mujer, y al lado del core¨®grafo Diaghilev y el poeta Erza Pound, en la cercana isla de San Michele-, John Dos Passos, Marc Chagall, Man Ray, Henry Moore, Max Ernst y su primera mujer, Peggy Guggenheim, desde 1949 residente en el palacio Venier dei Leoni, junto al Gran Canal, hoy museo de la pl¨¦tora de artistas que la exc¨¦ntrica multimillonaria apadrin¨®.
La Locanda de Torcello sigue en manos de descendientes de Giuseppe Cipriani. No as¨ª el hotel Cipriani de la Giudecca, fundado en 1954 y m¨¢s tarde adquirido por James B. Sherwood, propietario de la cadena Orient Express Hotels. El imperio Cipriani, ampliado por el hijo Arrigo, salt¨® el charco y hoy cuenta con diversos restaurantes en Nueva York, en lugares tan significados como Broadway, la calle 42 o el Rockefeller Center. Una aut¨¦ntica industria del lujo y el glamour.
Fuera del recorrido Cipriani, aunque siempre en la gama alta de precios, cabe citar a¨²n en la plaza de San Marcos al celeb¨¦rrimo bar Florian, fundado en 1720, con veladores y pinturas originales del siglo XVIII, y el Quadri, al otro lado de la plaza. Dumas, Stendhal, Byron, Proust o Henry James, entre muchos otros, consumieron ah¨ª, aunque hoy cueste imaginarlo viendo la marabunta de turistas de todas las procedencias que se agolpa en sus reducidas mesitas.
Pero hay todav¨ªa otra Venecia, menos lujosa, para bolsillos m¨¢s relajados. No lejos del Cipriani, en la misma Giudecca, Via delle Erbe, se encuentra el restaurante Altanella, que sirve unos espaguetis a la anchoa de mucho respeto. En el barrio de Cannaregio, en Fondamenta degli Ormesini, hay una aut¨¦ntica osteria veneciana, la Antica Mola, especialista en platos locales como las sardinas en saor (especie de escabeche), el h¨ªgado a la veneciana (con cebolla) y, en invierno, varios platos acompa?ados por polenta (s¨¦mola de ma¨ªz). Y un tiramis¨² de altas prestaciones puede encontrarse en la Corte Sconta (calle del Pestrin), no lejos de la iglesia de San Zaccaria, donde cabe admirar, por el modesto precio de su iluminaci¨®n, una madonna de Giovanni Bellini que reconcilia con la humanidad. Y de este artista sin parang¨®n puede completarse el recorrido con una visita a la Academia, donde, aparte de ti¨¦polos, tintorettos y veroneses, uno puede extasiarse con las vedute -vistas de la ciudad a vuelo de p¨¢jaro- de Canaletto y de Guardi o con los serenos retratos nobles de Lorenzo Lotto.
Cada uno encontrar¨¢ en Venecia su propio recorrido. Como dej¨® escrito Paul Morand, no hay una, hay muchas Venecias. Y la de quien escribe pasa casi indefectiblemente por San Giorgio degli Schiavoni o de los D¨¢lmatas, donde se encuentran los fascinantes nueve lienzos del Carpaccio, muy especialmente ese inmortal san Jorge que atraviesa con su lanza a un refinado drag¨®n rodeado de cad¨¢veres de ni?os, mientras al fondo, en la ciudad ideal, los vecinos discuten presuntamente de arte y filosof¨ªa, dados los modales recogidos que exhiben.
Y una recomendaci¨®n final, igualmente para bolsillos moderados. Coger la l¨ªnea 1 del vaporetto e ir de la estaci¨®n del ferrocarril a San Marcos, y de San Marcos a la estaci¨®n del ferrocarril, una y otra vez, pasando bajo el puente de Rialto y frente a la Ca' d'Oro, el viejo mercado, Ca' Pesaro o Palazzo Grassi, por citar s¨®lo algunos edificios.
Es una pel¨ªcula que no se acaba nunca, que a cada nuevo paso ofrece ¨¢ngulos in¨¦ditos, una org¨ªa de perspectivas a cual m¨¢s refinada y chiflada. No hay decorado que se le pueda comparar. De la vida de quienes se dedicaron a construir tanta belleza acumulada queda s¨®lo eso: un escenario vac¨ªo, melanc¨®lico, transitado sin tregua por el actual turismo de masas. Pero a¨²n es posible entornar un poco los ojos y mirar por encima de las gafas, como Gustav von Aschenbach cuando divisa entre la niebla el campanile de San Marcos en la primera escena de Muerte en Venecia, e imaginar nuestra decadencia imparable mientras la garganta se nos cierra en un nudo.
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