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Entrevista:AVENTURERAS: MAR?A TERESA TELLER?A

La llamada del tr¨®pico

Cient¨ªfica y aventurera, Mar¨ªa Teresa Teller¨ªa compatibiliza la direcci¨®n del Real Jard¨ªn Bot¨¢nico de Madrid con expediciones por selvas y r¨ªos de ?frica y Latinoam¨¦rica, donde la sorpresa y el riesgo le acercan a las m¨ªticas historias de Julio Verne que tanto le sedujeron en su infancia.

Si alguien quiere saber cualquier cosa del Real Jard¨ªn Bot¨¢nico de Madrid, que se lo pregunte a Mar¨ªa Teresa Teller¨ªa. Veinte a?os en la direcci¨®n del hist¨®rico jard¨ªn (9 como subdirectora y 11 como directora), y toda su carrera entre el pabell¨®n dise?ado por Villanueva y las plantas y ¨¢rboles ex¨®ticos que naturalistas espa?oles trajeron de apartados rincones del mundo, le dan un conocimiento del centro dif¨ªcil de superar.

Un jard¨ªn bot¨¢nico quiz¨¢ es para algunos la ant¨ªtesis de la aventura, tan controlado todo, tan etiquetado, cuidado y medido. Craso error. Un jard¨ªn de estas caracter¨ªsticas, y m¨¢s cuando se trata de uno hist¨®rico, acarrea tras su pulcritud muchas y arriesgadas expediciones cient¨ªficas, que, en el caso del de Madrid, se hicieron esencialmente por Am¨¦rica y Filipinas. Los nombres de Celestino Mutis, Ruiz, Pav¨®n, Moci?o o L?fling -el disc¨ªpulo de Linneo- est¨¢n desde el siglo XVIII vinculados a este jard¨ªn, y sus aventuras y sufrimientos por selvas, r¨ªos, volcanes y monta?as hispanoamericanos, en los que descubrieron y catalogaron una inmensa variedad de flora, han dejado un poso impagable en el herbario y rincones de este Bot¨¢nico donde la investigaci¨®n y la aventura han ido de la mano.

"Cuando en ?frica penetras tres kil¨®metros en la selva es exactamente igual que en el siglo XVIII: s¨®lo la naturaleza y t¨²"
"Era angustioso estar en medio de un oc¨¦ano verde pensando si el piloto se acordar¨ªa de d¨®nde nos hab¨ªa dejado"
"Me consideraba aventurera, pero cuando llegas a un lugar desconocido te asustas y no lo quieres reconocer"

A sus 55 a?os, Mar¨ªa Teresa Teller¨ªa se siente, a su manera y sin exageraciones, un poco heredera de aquellos naturalistas que tanto aportaron a nuestro patrimonio cient¨ªfico. Por eso habla de sus aventuras personales con un fino sentido del humor que todo lo tamiza, empezando por la peripecia profesional. "Entre una cosa y otra llevo en el Bot¨¢nico toda la vida. Exactamente el d¨ªa que se muri¨® Franco entraba en esta casa a pedir una beca predoctoral, y aqu¨ª he hecho pr¨¢cticamente toda la carrera. Aqu¨ª he sido becaria predoctoral, becaria posdoctoral, cient¨ªfica titular e investigadora. Es como los que van a trabajar a la Coca-Cola y, para llegar a altos directivos, primero les ponen a repartir por los bares. As¨ª he sido yo en el Bot¨¢nico".

?Y c¨®mo ha vivido esa trayectoria desde el reparto a la direcci¨®n?

Creo que la he vivido bien, y adem¨¢s me parece muy positivo empezar desde abajo, porque cuando est¨¢s en la direcci¨®n ayuda a comprender mejor a todo el mundo. Cuando ahora viene un becario a contarme cualquier cosa s¨¦ de qu¨¦ habla, me lo s¨¦ todo. Desde 1988 soy investigadora cient¨ªfica, y ah¨ª hemos topado con el techo de cristal?

Pero ha llegado a ser directora de un centro hist¨®rico del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas.

En esta casa se ha roto una tradici¨®n conmigo, porque nunca en 250 a?os hab¨ªa habido una mujer en la direcci¨®n del Bot¨¢nico; la primera he sido yo, en 1994. Y esa tradici¨®n se ha roto muy positivamente. Pero tambi¨¦n se ha roto otra tradici¨®n, y es que me voy a marchar de la direcci¨®n sin que me hagan profesor de investigaci¨®n, y todos los directores de esta casa lo han sido. Se rompen tradiciones para unas cosas, y otras son imposibles de romper. Lo del techo de cristal est¨¢ muy bien dicho, porque parece que no hay nada, pero intentas pasar y no puedes. Te preguntas: ?qu¨¦ es lo que pasa? Pues mi caso creo que lo explica muy bien. He sido una de las personas que m¨¢s tiempo han estado en la direcci¨®n, 11 a?os, y la voy a dejar porque creo que he cumplido las ideas de lo que quer¨ªa hacer. Adem¨¢s, no es muy sano para una instituci¨®n tener durante mucho tiempo al mismo director; es necesario cambiar, que venga alguien con enfoques nuevos. Creo que se rejuvenecer¨¢ la casa.

Pero eso ser¨¢ despu¨¦s del 250? aniversario del jard¨ªn. Supongo que lo celebrar¨¢.

S¨ª, s¨ª, los 250 a?os se cumplen en octubre y tenemos varias ideas para celebrarlo. Estamos preparando un libro, una colecci¨®n de l¨¢minas del jard¨ªn y una biblioteca virtual de bot¨¢nica. Esta casa tiene una biblioteca fant¨¢stica, y hoy d¨ªa, con las t¨¦cnicas digitales, creo que se puede rendir un buen servicio a la comunidad haciendo una biblioteca virtual donde la gente pueda consultar el contenido de los libros, sacarlo por su impresora y no tener que venir aqu¨ª o pedir fotocopias. Nos hemos planteado hacer cosas relacionadas con la funci¨®n que tiene que cumplir el jard¨ªn y que perduren en el tiempo. Y una biblioteca virtual puede ser el germen de una red de bibliotecas virtuales, porque este pa¨ªs tiene fondos magn¨ªficos de ciencias naturales. Luego, cuando el Pabell¨®n Villanueva est¨¦ totalmente restaurado, quiz¨¢ sea el momento de abrirlo al p¨²blico con una gran exposici¨®n sobre el jard¨ªn y su historia con los fondos que tenemos: investigaci¨®n, biblioteca y herbario. Ser¨ªa fant¨¢stico. Televisi¨®n Espa?ola ha hecho tambi¨¦n un documental espl¨¦ndido sobre los 250 a?os del jard¨ªn. Ha grabado durante un a?o, en las cuatro estaciones. Son 57 minutos con m¨²sica original, y tiene una parte preciosa de las expediciones.

Usted es farmac¨¦utica, pero se ha convertido en una reconocida mic¨®loga. ?No le gustaban las medicinas?

Mi padre es farmac¨¦utico, y eso me llevo, de alg¨²n modo, a estudiar farmacia. Pero desde siempre tuve claro que la oficina de farmacia era un modo de ejercer la profesi¨®n que no me gustaba; yo prefer¨ªa la actividad docente o investigadora, pero las vidas no suelen ser lineales? T¨² tienes algo dentro, que a lo mejor ni lo explicitas, pero que te va llevando, y cuando con el paso del tiempo ves tu itinerario piensas que todo ha sido muy coherente; pero a los 20 a?os no te planteabas las cosas as¨ª, es a posteriori cuando puedes decir: ?pero qu¨¦ bien me han salido las cosas! Cuando acab¨¦ la carrera, en Madrid, ca¨ª en el departamento de Bot¨¢nica, pero como pod¨ªa haber sido en otro sitio. All¨ª estaba Francisco de Diego Calonge, que era mic¨®logo, y eleg¨ª para hacer la tesina el grupo de hongos que luego he estudiado durante toda la vida, los Aphyllophorales, por una casualidad. En aquel momento vino a Espa?a un investigador noruego porque hab¨ªa aparecido una colecci¨®n de un bot¨¢nico del siglo XIX y quer¨ªa estudiarla, y era especialista en Aphyllophorales, un grupo de hongos que no hab¨ªa estudiado nadie, y empec¨¦ a estudiarlos con ¨¦l.

?Y ha merecido la pena?

Son hongos que descomponen la madera cortada y forman una especie de costra clara, y que pasan pr¨¢cticamente inadvertidos. Los de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica no los hab¨ªa investigado nadie, y los estudios empezaron a dar muy buenos resultados. Yo intent¨¦ hacer un cat¨¢logo de los hongos que fructificaban en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica; se trataba de ver lo que hab¨ªa, d¨®nde estaba y d¨®nde crec¨ªa. ?sa fue la primera parte de mi carrera investigadora y los primeros trabajos de campo: me pate¨¦ Espa?a de arriba abajo. Entonces surgi¨® en mi camino un proyecto del Ministerio de Educaci¨®n y Ciencia de hacer un cat¨¢logo de la flora micol¨®gica espa?ola. Se dieron cuenta de algo elemental: que est¨¢bamos a finales del siglo XX y Espa?a no ten¨ªa redactada ni sus floras, ni sus faunas. En ese sentido est¨¢bamos como en el XIX, y alguien ten¨ªa que hacer ese trabajo que ciertas personas consideran decimon¨®nico. Me encargaron que me ocupara de la flora micol¨®gica espa?ola, y en 1988 iniciamos el proyecto que ha durado hasta hoy, con gente de todas las universidades espa?olas y portuguesas. Es una labor de titanes, tan larga como ingrata. Porque es una tarea necesaria, pero, el reverso de la moneda, a la hora de promocionar a los investigadores que la hacen no se valora porque se considera un trabajo meramente descriptivo y sin hip¨®tesis novedosas. Con lo cual entramos en una incongruencia: se financia un trabajo necesario que por otro lado no se valora. Son situaciones absurdas.

?Y qu¨¦ han descubierto?

Que en Espa?a hay aproximadamente unas 25.000 especies de las que conocemos unas 11.000. Todav¨ªa nos falta por descubrir m¨¢s de la mitad.

Entonces, ?c¨®mo saben que hay 25.000 especies?

Se hacen c¨¢lculos de aquellos lugares donde tienen floras muy bien conocidas -como el Reino Unido y Holanda, donde hay menos biodiversidad y una gran tradici¨®n de estudios-, y se sabe que all¨ª, por cada planta vascular, hay, m¨¢s o menos, cuatro especies de hongos aparejadas. Sabemos que la flora espa?ola tiene aproximadamente seis mil y pico especies de plantas vasculares; multiplicas por cuatro y te salen esas 25.000 especies.

Habr¨¢n hallado especies nuevas.

Por supuesto, pero estos c¨¢lculos se hacen sobre la base de lo que se conoce, y a d¨ªa de hoy se conocen en el mundo 270.000 especies, y de ¨¦stas unas 25.000 est¨¢n en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica (Espa?a y Portugal). Pero esas 270.000 conocidas es una cantidad muy peque?a de las probables. Se calcula que hay 1,7 millones de especies de hongos en el mundo. Despu¨¦s de los insectos, los hongos son el grupo de organismos peor conocidos y de los m¨¢s numerosos. Me siento orgullosa de haber realizado ese trabajo de flora micol¨®gica. Hemos creado much¨ªsimas bases de datos y todo est¨¢ informatizado a disposici¨®n de los ciudadanos. Es una labor trabajosa y muy ingrata.

Pero los hongos le han llevado tambi¨¦n a otras etapas m¨¢s aventureras: Guinea, Bolivia, Colombia?

Cuando te planteas el estudio de un grupo de organismos no lo puedes circunscribir s¨®lo a un territorio, porque entonces tienes una visi¨®n muy estrecha de ese grupo. Lo fundamental es ampliar el campo de estudio, ?y cu¨¢l es la salida natural del estudio de los organismos y la biodiversidad?: el salto a los tr¨®picos. Los tr¨®picos son los lugares donde hay m¨¢s biodiversidad de la Tierra, y adem¨¢s donde est¨¢ menos estudiada. El gran desaf¨ªo, la gran llamada, es la del tr¨®pico. Entonces, a la primera ocasi¨®n que tuve de ir a Guinea Ecuatorial, a finales de los a?os ochenta, r¨¢pidamente me apunt¨¦. Guinea Ecuatorial empezaba a despegar y Espa?a manten¨ªa all¨ª una cooperaci¨®n impresionante. La Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional estableci¨® un convenio con el Bot¨¢nico para catalogar la flora ecuatorial, y aquel viaje fue mi primer contacto con un pa¨ªs tropical.

?Y c¨®mo fue ese primer encuentro?

Fue de entre admiraci¨®n y miedo. Yo lo m¨¢s lejos que hab¨ªa ido era a Marruecos, y la primera vez que sent¨ª ese golpe de humedad y calor que te da el tr¨®pico fue entonces, en Guinea Ecuatorial, en el aeropuerto de Malabo. Fui a la isla de Bioco, con otros investigadores del Bot¨¢nico, en un momento en que en Guinea era todo muy rudimentario, y me impresion¨®.

?Qu¨¦ le impresion¨® m¨¢s?

Ten¨ªa miedo. Me daba la sensaci¨®n de que al ir a levantar las maderas -porque los hongos que estudio viven en la madera y hay que dar la vuelta a los troncos- iban a salir unas serpientes peligros¨ªsimas? Luego he viajado mucho a los tr¨®picos y he visto poqu¨ªsimos animales; el peligro est¨¢ en las hormigas que te muerden, en los mosquitos? Pero ¨¦sa fue mi primera impresi¨®n; cuando me dio la primera oleada de calor dije: esto es el tr¨®pico. Al principio no te lo puedes creer. Todo tu pensamiento es ver cu¨¢ndo te vas a poder duchar, hasta que te haces con el tr¨®pico y como que te abandonas a tu suerte, entonces todo empieza a discurrir maravillosamente bien. Despu¨¦s he ido bastantes veces m¨¢s a la parte continental de Guinea, y eso s¨ª que es otro mundo, eso s¨ª que es de verdad ?frica y mucho m¨¢s interesante. Esa atm¨®sfera que tiene ?frica y el tr¨®pico en general, con los suelos de color rojo de hierros oxidados; esa luz especial, porque he viajado bastante por Am¨¦rica, pero esa luz de ?frica?

La veo seducida por ?frica.

Yo creo que, como el origen del hombre est¨¢ all¨ª, de alg¨²n modo llevamos algo dentro y ?frica tiene para nosotros una atracci¨®n especial. No lo sabr¨ªa explicar; creo que es la luz, el color. Am¨¦rica tiene sitios maravillosos, pero no tiene ese encanto. Y una de las experiencias mejores para m¨ª en ?frica fue la estancia en el parque nacional de Monte Allen. La Uni¨®n Europea tiene un proyecto general de parques nacionales en el oeste de ?frica central -Camer¨²n, Gab¨®n y Guinea Ecuatorial-, y en el centro de la Guinea continental hay una cadena monta?osa, Monte Allen, donde han creado un parque nacional. Y all¨ª hay un hotel en el que viv¨ªamos.

Pues ten¨ªan mucha suerte de que hubiera un hotel, no suele ser frecuente.

Pero s¨®lo pod¨ªamos estar en el hotel mientras no est¨¢bamos trabajando? Es un parque nacional en el que no puedes trasladarte en coche, y en el momento en que entras en ¨¦l todo se hace caminando. Hay una serie de caba?as, muy rudimentarias -te tienes que llevar hasta las camas de lona-, y la distancia entre una y otra es de un d¨ªa de camino.

Eso suena casi a exploradores del XIX?

All¨ª ten¨ªamos que ir con porteadores que llevaban los pucheros, las camas, la comida, las mochilas, los elementos de trabajo?, e ¨ªbamos de caba?a en caba?a trabajando. Es exactamente igual que en los siglos XVIII o XIX: una vez que has penetrado tres kil¨®metros en la selva es s¨®lo la naturaleza y t¨². Puedes llevar botas m¨¢s c¨®modas de goretex, pero tienes que cruzar r¨ªos y te calas los pies, y la ropa se pone hecha un asco. La aventura es muy bonita desde fuera, pero cuando la vives es algo dur¨ªsimo. En Monte Allen nos pasaron cosas curios¨ªsimas: una vez est¨¢bamos en una de las caba?as y nos atac¨® una marabunta?

Yo cre¨ª que eso s¨®lo pasaba en las pel¨ªculas de Hollywood.

Son hormigas que van por el bosque formando una enorme procesi¨®n, y que ves llegar en una oleada negra. Est¨¢bamos durmiendo en dos caba?as y los porteadores ten¨ªan otra caba?ita donde siempre hab¨ªa un fuego encendido. De repente empezamos a o¨ªr gritos, y cuando nos dimos cuenta todo empezaba a invadirse de hormigas, la caba?a estaba negra. Salt¨¦ del catre, me puse unas botas de goma y una camiseta, y sal¨ª disparada hacia el fuego. Los porteadores, a base de calentar agua y sacudir a las hormigas con ramas de palmera, consiguieron mantener aquella caba?a m¨¢s o menos soportable. Son hormigas que muerden y hacen un da?o horroroso; tienen unas tenazas que muchas veces los ind¨ªgenas utilizan para coser heridas: las pinzan a los bordes de la herida, retuercen a la hormiga y quitan el cuerpo, y dejan las pinzas como si fueran grapas para cerrar la herida?

?Y qu¨¦ hac¨ªa en medio de ?frica?

Buscaba hongos Aphyllophorales, y el trabajo que hicimos all¨ª ha dado muy buenos resultados porque se han visto cosas que biogeogr¨¢ficamente son dif¨ªciles de explicar. Por ejemplo, de algunos de estos hongos s¨®lo se conocen dos poblaciones en el mundo, y una est¨¢ en Guinea Ecuatorial y otra en Florida. ?C¨®mo se puede explicar esa distribuci¨®n? Una explicaci¨®n es por las autopistas del viento, la teor¨ªa que estudia Jes¨²s Mu?oz, otro investigador del Bot¨¢nico; pero es un poco complicado porque estos hongos viven en la parte inferior de la madera ca¨ªda, contribuyen a que se pudra la madera.

?Su funci¨®n es la de pudrir la madera?

Es un cometido important¨ªsimo porque gracias a su funci¨®n se descompone la madera y se forma suelo. Imag¨ªnese un mundo en el que la madera no se descompusiera: no habr¨ªa sitio para crecer.

Y siguiendo a sus hongos, abandon¨® ?frica para trabajar en otras selvas, las de Colombia y Bolivia.

Ahora estamos haciendo estudios en el neotr¨®pico, por eso viaj¨¦ en una expedici¨®n fant¨¢stica a Colombia -sobre todo vi¨¦ndola hoy, porque cuando la viv¨ª no me pareci¨® tan fant¨¢stica-, y luego con otro proyecto a Bolivia para ver lo que tienen de parecido las floras del neotr¨®pico con las del paleotr¨®pico.

Tengo entendido que en Colombia tampoco le faltaron sorpresas y riesgos.

En 1992 viajamos un grupo de naturalistas a Colombia, a Chiribiquete, en una expedici¨®n hispano-colombiana, con vistas a explorar una zona muy poco conocida de la Amazonia colombiana, la de Villavicencio, muy interesante desde el punto de vista biol¨®gico porque tiene los tepuyes, una especie de mesetas que se alzan como islas en medio de la selva. Un grupo de unos 20 investigadores fuimos en avi¨®n hasta Villavicencio, y luego en un avioncito de h¨¦lice hasta Miraflores, un pueblo donde los aviones aterrizan en la calle principal del pueblo, una calle de tierra por la que van los tractores y cuando oyen llegar a los aviones se apartan? Es un poblado como los del Oeste, todo de madera, y la polic¨ªa estaba atrincherada con respecto a la poblaci¨®n porque por la zona hab¨ªa mucho cultivo de coca. ?se era el pueblo desde donde ten¨ªamos que ir a nuestro destino: Chiribiquete. Luego, para ir a las mesetas, nos ten¨ªan que llevar en helic¨®ptero porque no hab¨ªa otra forma de entrar y salir.

Una aventura en toda regla.

Estuvimos casi un mes viviendo en unas condiciones muy precarias en tiendas de campa?a, y la que yo compart¨ªa con una becaria de Do?ana calaba y todas las ma?anas amanec¨ªamos empapadas. Del tepuy, o meseta en la que est¨¢bamos, pod¨ªamos malamente bajar hacia la parte inferior de la sierra; pero hab¨ªa que hacerlo por unas torrenteras, y a media tarde ca¨ªan unos chaparrones impresionantes, de modo que baj¨¢bamos en seco, pero ten¨ªamos que subir en mojado con el agua por la cintura. Naturalmente nos lav¨¢bamos en una poza y est¨¢bamos eternamente con la ropa mojada. Cuando quer¨ªamos ir a trabajar a alguna meseta nos llevaba un helic¨®ptero que se marchaba y volv¨ªa a recogernos. Y esa sensaci¨®n de estar en medio de un oc¨¦ano verde alrededor, sin nadie ni nada, y pensando todo el tiempo: ?se acordar¨¢ el piloto d¨®nde nos ha dejado? Era un pensamiento que nadie explicitaba, pero que todos ten¨ªamos en la cabeza, porque pensabas: si le pasa algo al piloto, nos quedamos aqu¨ª para siempre. As¨ª que todos est¨¢bamos esperando o¨ªr el pi-pi-pi-pi, el sonido del helic¨®ptero que volv¨ªa a buscarnos, porque no hab¨ªa camino, no hab¨ªa posibilidad de echar a andar? Era una sensaci¨®n angustiosa, una experiencia buen¨ªsima en el sentido de medirte con la naturaleza y contigo misma.

?Cu¨¢ntas veces se ha preguntado "qu¨¦ se me ha perdido aqu¨ª"?

Esa reflexi¨®n me la he hecho millones de veces, cuando me met¨ªa en la cama por la noche, por llamarla as¨ª, y me dec¨ªa: ?pero qui¨¦n te ha mandado venir aqu¨ª con lo bien que estabas en Madrid?, ?qu¨¦ necesidad tienes de esto? Me juraba que no volver¨ªa nunca m¨¢s, pero luego vuelves. En el fondo es una aspiraci¨®n idealizada de lo que puede ser la libertad. Piensas: c¨®mo voy a perderme estas cosas, si esto es vivir.

?Usted hace deporte, es una persona resistente?

No especialmente. He trabajado mucho en el campo y estoy acostumbrada a moverme, pero no soy una persona que haga mucho deporte; voy a nadar tres veces por semana, y eso es m¨¢s o menos lo que hago. Verdaderamente, el trabajo en esas expediciones es dur¨ªsimo, porque no acaba cuando vuelves al campamento; entonces tienes que preparar el material recogido, ponerlo en sus papeles, numerarlo?, no se puede estropear.

Pero debe de tener sus compensaciones porque crea una especie de adicci¨®n expedicionaria?

All¨ª, en Chiribiquete, vimos unas pinturas rupestres de una belleza incre¨ªble, porque los ind¨ªgenas de la zona lo ten¨ªan como un lugar de iniciaci¨®n. ?Se imagina lo que es llegar a un sitio en medio de la selva y encontrarte unas paredes pintadas en terracota, con seres humanos, animales, palmeras, r¨ªos, que nadie ve como no le lleven en helic¨®ptero? Cuando una pared hace un entrante, protegido de la lluvia, all¨ª pintan, y pr¨¢cticamente no est¨¢n estudiadas, es una de esas zonas de las que se dicen "pr¨¢cticamente inexploradas".

?No se sent¨ªa un poco heredera de los expedicionarios espa?oles del XVIII y XIX, los Mutis, Pav¨®n, Jim¨¦nez de la Espada?

Yo siempre digo que esto ayuda a comprender muy bien lo que ellos vivieron, porque ahora es lo mismo que en el XVIII. Las cosas han cambiado mucho cuando vives en una sociedad como la nuestra, donde hemos hecho un mundo artificial para nuestro confort, y abres un grifo y sale agua, y das a un bot¨®n y hay luz; pero cuando te tienes que lavar en un r¨ªo y tambi¨¦n lavar all¨ª los perolos? Una cosa que me impresion¨® de Madidi, en Bolivia, es que vi una palmera que se llama Iriartea deltoidea, que es una palmera que s¨®lo hab¨ªa visto en las l¨¢minas de Ruiz y Pav¨®n que tenemos en el jard¨ªn, y cuando la vi sent¨ª como si estuviera en casa? En el fondo es continuar la labor que ellos hicieron. Cuando lees sus diarios es impresionante, porque hoy vamos al tr¨®pico en menos de 40 horas y te impresiona la vegetaci¨®n, y eso que vivimos en la sociedad de la informaci¨®n. Y ellos que eran de pueblos, que no hab¨ªan viajado, los sub¨ªan en un barco, los dejaban en Per¨² y, ?hala!, a estudiar la flora de Per¨², que era todo un mundo y nada que ver con lo que hab¨ªan visto en Espa?a. Fue algo impresionante. Y eres capaz de ponerte en su pellejo, en sus sentimientos, en lo que ten¨ªan que vivir, en la cantidad de tiempo que pasaron fuera de su pa¨ªs. La historia de la expedici¨®n de Dombey, que era franc¨¦s, es asombrosa, para hacer una pel¨ªcula. Fue con dos espa?oles, Hip¨®lito Ruiz y Jos¨¦ Pav¨®n, y Dombey acab¨® casi volvi¨¦ndose loco. Y son las mismas sensaciones que hemos vivido nosotros en el siglo XX.

Ha citado el Proyecto Madidi. Cu¨¦nteme qu¨¦ hizo por las selvas bolivianas.

El parque nacional de Madidi es una de las zonas mejor conservadas de Bolivia por lo escarpada. Es un lugar donde s¨®lo puedes entrar a trav¨¦s de los r¨ªos, en canoa, hasta Rurrenabaque; luego te acercan en coche hasta la periferia del parque, y all¨ª hay que entrar andando. Este proyecto ten¨ªa un doble objetivo: estudiar una zona inexplorada, porque casi nadie hab¨ªa entrado, y explicar a trav¨¦s de una p¨¢gina web el diario de un proyecto vivido d¨ªa a d¨ªa. Lo hicimos a tres bandas: el Herbario Nacional de Bolivia, el Bot¨¢nico de Misuri y el Real Jard¨ªn Bot¨¢nico de Madrid.

?Y c¨®mo les fue en esta expedici¨®n?

Lo de Madidi es impresionante porque tiene una orograf¨ªa muy complicada, grandes diferencias de altura y toda la variaci¨®n de vegetaci¨®n, desde casi la parte alta de los Andes hasta caer en la Amazonia. Eso permite estudiar muchos tipos de vegetaci¨®n en un espacio relativamente peque?o para las dimensiones de la Amazonia. Hay muy pocos datos de esta zona, y por eso el estudio tiene much¨ªsimo inter¨¦s; pero el trabajo es muy lento, se tarda mucho en tener resultados, no son de impacto r¨¢pido aunque es una obra que se utilizar¨¢ cien a?os. Mi vivencia fue muy buena, m¨¢s suave que la de ?frica y Colombia, o quiz¨¢ es que me pillaba ya m¨¢s entrenada. Ha sido en los ¨²ltimos a?os y ten¨ªa m¨¢s experiencia?

O hab¨ªa perdido ya el miedo inicial?

He ido perdiendo el miedo del principio, de cuando llegas a un sitio y todo te asusta, pero no quieres decirlo. Yo, en el fondo de mi ser, me consideraba un poco aventurera; pero cuando llegas a un lugar desconocido empiezas a mirar las cosas con otros ojos, te empiezas a asustar, pero no lo quieres reconocer, lo cual es horroroso porque vives en una contradicci¨®n absurda. Luego, a medida que vas teniendo m¨¢s seguridad, cuando te asustas no te importa decirlo, pero al principio hay que demostrar lo que no se es? Ahora el ¨²nico problema que tengo en Bolivia, donde repito mucho eso de "qui¨¦n me mandar¨¢ a m¨ª venir aqu¨ª", es cuando llego a La Paz y todas las veces me ataca el mal de la altura y me pongo a morir, directamente a punto de infarto. Me tengo que meter en la cama, no me lo aguanta el organismo, pero vuelvo? Tambi¨¦n es verdad que cuando lo cuentas parece todo mucho m¨¢s tremendo, cuando lo est¨¢s viviendo es todo bastante normal. Creo que es m¨¢s los ojos con que lo miramos desde nuestra cultura, eso es lo que le da el valor, lo realzamos por ser m¨¢s extraordinario.

D¨ªgame, ?d¨®nde le gustar¨ªa perderse?

Estoy muy interesada por la biogeograf¨ªa de islas y me gustar¨ªa mucho ir a dos peque?os archipi¨¦lagos: a Santa Elena, en el Atl¨¢ntico sur, y a las islas de Juan Fern¨¢ndez, en Chile, las islas donde se desarrolla la novela Robinson Crusoe. Me encantar¨ªa ir all¨ª, tienen para m¨ª como una especie de im¨¢n cuando me asomo al mapa; debe de ser el mito de Robinson Crusoe? En este af¨¢n aventurero, que de alg¨²n modo tengo, debi¨® de influir que cuando era peque?a ten¨ªamos en mi casa las obras completas de Julio Verne, y cuando est¨¢bamos enfermos mir¨¢bamos aquellos libros y aquellos grabados del siglo XIX. La isla misteriosa, Viaje al fondo del mar, eran como un mundo de aventuras donde el hombre se enfrentaba a la naturaleza. He podido leer La isla misteriosa como sesenta veces? Y otra novela que me encant¨® es La jangada, la que bajaban por el Amazonas; aquellos grabados de ¨¢rboles retorcidos con lianas se me quedaron grabados, as¨ª que luego me he apuntado a un bombardeo para ir a verlo. Claro, que tambi¨¦n me influyeron pel¨ªculas como Las minas del rey Salom¨®n? La aventura siempre me ha encantado; me gustaban hasta las pel¨ªculas de los misioneros que pon¨ªan en mi pueblo, en Mondrag¨®n, unos franciscanos. Me parec¨ªa maravilloso ver, en tonos sepia, a los pigmeos, los indios y el misionero que llegaba. Era como un National Geographic de pueblo. Hubiera sido capaz hasta de apuntarme a misionera, yo pensaba que aquella profesi¨®n s¨ª que era buena?

Le queda un a?o de directora del Bot¨¢nico, la veo por las islas de Robinson Crusoe?

Pienso buscar financiaci¨®n para ir. Ya le contar¨¦?

Teller¨ªa, en la isla de Corisco (Guinea Ecuatorial), muy cerca de la desembocadura del r¨ªo Muni, donde estudi¨® los hongos 'Aphyllophorales', en diciembre de 2001.
Teller¨ªa, en la isla de Corisco (Guinea Ecuatorial), muy cerca de la desembocadura del r¨ªo Muni, donde estudi¨® los hongos 'Aphyllophorales', en diciembre de 2001.M. VELAYOS
Teller¨ªa, en su despacho, con algunas l¨¢minas del herbario.
Teller¨ªa, en su despacho, con algunas l¨¢minas del herbario.

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