Golosina imperecedera

Si Tim Burton y Roald Dahl hubiesen tenido la oportunidad de mirarse a los ojos y poder trabajar juntos, seguro que se hubiesen entendido muy bien. La enorme capacidad para la fantas¨ªa de Burton, demostrada en pel¨ªculas como Eduardo Manostijeras, Sleepy Hollow o Pesadilla antes de Navidad, es perfecta para trasladar a la pantalla el imaginativo, festivo, educativo y a veces un tanto cruel universo de Dahl, genial cuentista de lo inesperado y magn¨ªfico novelista para ni?os.

Burton y el guionista John August han sido casi escrupulosamente fieles a la novela, algo en lo que tampoco se hab¨ªa equivocado Mel Stuart cuando realiz¨® su notable versi¨®n de 1971 (Un mundo de fantas¨ªa). Desde entonces, la t¨¦cnica ha evolucionado lo suficiente como para que el visionario mundo de Dahl pueda ser dibujado en la pantalla con a¨²n mayor brillantez, algo que consigue Burton desde la imagen de esa casa expresionista alemana reci¨¦n sacada de El gabinete del doctor Caligari, hasta el futurista vuelo final en el ascensor multidireccional creado por el inventor Wonka.

Si exceptuamos la coreograf¨ªa de los n¨²meros musicales, Charlie y la f¨¢brica de chocolate es una pel¨ªcula casi redonda. Una divertida, enso?adora, cr¨ªtica, aleccionadora historia para chicos y grandes, especialmente destinada a ni?os mimados, que se ver¨¢n retratados de una forma tan despiadada como veros¨ªmil, y a padres con una especial tendencia a convertir a sus hijos en la viva imagen del capricho.