Laicidad, valor de paz
Dios es un misterio ontol¨®gico trascendental y al mismo tiempo una realidad existencial fr¨¢gil e insegura. Y sucede que las cosas que son a la vez importantes e inseguras son proclives a provocar emociones intensas que derivan f¨¢cilmente en violencia. En estos casos la violencia es una manera de garantizar su fr¨¢gil certeza.
La violencia fan¨¢tica del islamismo (que no de todo el Islam) representada por los diversos terrorismos de inspiraci¨®n cor¨¢nica han puesto en evidencia lo letal que puede llegar a ser la malversaci¨®n pol¨ªtica del sentimiento religioso cuando se combina con pretensiones pol¨ªticas y se amalgama con agravios reales o imaginarios.
El proyecto de Informe de la Comisi¨®n parlamentaria del 11-M ha comprendido el calado pol¨ªtico de las extra?as relaciones entre el Poder y lo Sagrado en nuestro mundo globalizado y destaca la necesidad de afirmar una laicidad, segura de s¨ª misma, pero reconciliada con el valor de las tradiciones religiosas. Expresamente ha se?alado la necesidad promover entre todos una laicidad como valor de paz: "En aras del respeto a la diversidad, el Estado espa?ol y las diferentes administraciones fomentar¨¢n la tolerancia como medio para superar las diferencias y fortalecer la alianza de civilizaciones. A tal fin, se elaborar¨¢n medidas de respeto y potenciaci¨®n de la laicidad como un valor de paz".
La laicidad debe ser ante todo una metodolog¨ªa de convivencia entre todas las posiciones
La violencia fan¨¢tica del islamismo evidencia lo letal que puede ser la malversaci¨®n pol¨ªtica del sentimiento religioso
El prop¨®sito de esa laicidad mediadora y constructora de paz no es combatir la fe religiosa, sino crear un espacio pol¨ªtico ciudadano que sirva de mediaci¨®n entre todas las pertenencias religiosas o metaf¨ªsicas, culturales o ¨¦tnicas. La religi¨®n como vivencia personal y social es, seg¨²n la Convenci¨®n Europea de Derechos Humanos, un bien jur¨ªdico digno de protecci¨®n, de la misma naturaleza que la libertad de conciencia o de pensamiento.
El problema de la idea de laicidad en Espa?a y su poca vigencia entre nosotros es, por una lado las inercias del Estado-Iglesia que con certeza analiz¨® en su d¨ªa Fernando de los R¨ªos, pero tambi¨¦n es problem¨¢tica cierta comprensi¨®n de la laicidad como religi¨®n humanista alternativa.
En muchos c¨ªrculos laicos se viene a definir la laicidad simplemente desde el ate¨ªsmo. Le¨ªa en una lista de correos laica la definici¨®n de los laicos como aquellos que "desde el ateismo respetamos las creencias ajenas y exigimos que nos dejen exponer las nuestras".
Creo que esta definici¨®n es una formulaci¨®n de la laicidad/aconfesionalidad que no permite su asunci¨®n generalizada y que dificulta el logro de la mejor virtualidad que tiene la idea laica/aconfesional: la de ser precisamente espacio de encuentro y de mediaci¨®n pol¨ªtica. Como tiene dicho Salvador P¨¢niker, no se puede confundir la laicidad como estrategia pol¨ªtica imprescindible con las opciones ateas o agn¨®sticas: "La idea de un mundo profano, de un cosmos desacralizado, desmusicalizado, es un invento reciente -e ilusorio- del esp¨ªritu humano; es el gran equ¨ªvoco de la tan tra¨ªda y llevada modernidad. Bien est¨¢ que el aparato estatal se haga laico, que se genere una ¨¦tica civil y que la ense?anza se emancipe de las iglesias. Pero eso en nada tiene que ver con el supuesto desencantamiento del mundo(...) Es precisamente el logos, y no el mito, el que nos devuelve a una realidad infinitamente misteriosa, velada, terrible y fascinante".
Creo que es inter¨¦s de todos nosotros, creyentes e increyentes, protestantes y cat¨®licos, musulmanes y jud¨ªos, al fin ciudadanos, propugnar una laicidad genuinamente aconfesional que convoque a todos, y no solamente a los ateos o agn¨®sticos. La laicidad es a las opciones religiosas y metaf¨ªsicas lo que el parlamentarismo es a las opciones pol¨ªticas: un marco de valores comunes.
La laicidad como valor de paz ha de ser un espacio de mediaci¨®n; es decir, una laicidad que no se manifiesta como una opci¨®n metaf¨ªsica encubierta, sino como una f¨®rmula pol¨ªtica y por lo tanto estrictamente aconfesional en t¨¦rminos metaf¨ªsicos y s¨®lo beligerante en el ¨¢mbito de lo pol¨ªtico; una laicidad como estrategia para la libertad, una laicidad que pretende un orden pol¨ªtico que no se limita a ser una mera exaltaci¨®n o celebraci¨®n de la comunidad sobre la que se funda; una laicidad estrat¨¦gica para establecer un poder p¨²blico al servicio de los ciudadanos personalmente considerados y en su condici¨®n de tales y no tanto en funci¨®n de su identidad nacionalitaria, ¨¦tnica, de clase o religiosa
El entendimiento habitual de la laicidad como una forma de ate¨ªsmo o agnosticismo tolerante es contradictorio con el esp¨ªritu laico como esp¨ªritu de mediaci¨®n civil. La laicidad necesaria es, a mi jucio, la que propugna el gran profesor italiano Norberto Bobbio: "El esp¨ªritu laico no es en s¨ª mismo una nueva cultura, sino la condici¨®n para la convivencia de todas las posibles culturas. La laicidad expresa m¨¢s bien un m¨¦todo que un contenido". La laicidad no puede ser tampoco una posici¨®n metaf¨ªsica, religiosa o antireligiosa, sino una metodolog¨ªa de convivencia entre todas las posiciones.
La verdadera virtualidad de la laicidad no se reduce, en mi opini¨®n, a un debate entre clericales y anticlericales (debate, por otro lado, siempre interesante), sino que consiste en algo mucho mas valioso y de mas calado pol¨ªtico, a saber: pretender un orden pol¨ªtico que no se limite a ser una mera exaltaci¨®n o celebraci¨®n de la comunidad sobre la que se funda, para llegar as¨ª a establecer un poder p¨²blico al servicio de los ciudadanos personalmente considerados y en su condici¨®n de tales, y no tanto en funci¨®n de su identidad nacionalitaria, ¨¦tnica, de clase o religiosa.
Conforme a ese prop¨®sito laico, el centro y fundamento de lo pol¨ªtico no es ninguna esencia colectiva ni el ius sanguinis ni la adhesi¨®n a una fe revelada por muy verdadera que esta sea ni, por supuesto, la gloria de una dinast¨ªa o la hegemon¨ªa de una etnia, sino la realizaci¨®n material y moral de un ideal de convivencia: Libertad, Igualdad, Fraternidad.
La cuesti¨®n a tratar es, partiendo del reconocimiento de la consustancialidad comunitaria del individuo, ?c¨®mo dar a lo comunitario (y la religi¨®n es un factor comunitario) lo que es suyo, salvando al mismo tiempo el proyecto de un poder societario que garantice la autonom¨ªa del individuo no s¨®lo frente al poder pol¨ªtico mismo, sino incluso frente a los requerimientos posesivos de su propia comunidad?
Esta pregunta no es sino una formulaci¨®n espec¨ªfica, ad hoc, para penetrar en el problema de la laicidad, de aquellas cuestiones con las que Rawls comienza su propio trabajo de construcci¨®n del concepto de liberalismo pol¨ªtico: ?C¨®mo es posible la existencia duradera de una sociedad justa y estable de ciudadanos libres e iguales que no dejan de estar profundamente divididos por doctrinas religiosas, filos¨®ficas y morales razonables?
La laicidad no supone simplemente la aconfesionalidad pasiva del Estado, sino que es un compromiso m¨¢s ambicioso de crear y sostener un espacio pol¨ªtico definido exclusivamente por la ¨¦tica y la simb¨®lica civil, cerrando el paso a toda deriva pol¨ªtica de lo confesional.
Desde el punto de vista laico la condici¨®n de ciudadano es, por lo tanto, la ¨²nica sobre la que tiene competencia el poder pol¨ªtico; y es en virtud de ese ¨²nico t¨ªtulo que se establece la capacidad de cada uno para participar en la constituci¨®n y control de ese mismo poder pol¨ªtico, sin que pueda tenerse en cuenta ninguna otra condici¨®n, no s¨®lo la pertenencia religiosa sino tampoco la raza o la pertenencia ¨¦tnica.
El debate sobre la laicidad no es sino otra forma del debate entre liberales y comunitaristas protagonizado por autores como John Rawls y su famosa "posici¨®n original" y sus cr¨ªticos Sandel y MacIntyre.
Es imprescindible rescatar el n¨²cleo eficiente de laicidad, aquello que la hace valiosa y nos permite reconsiderar los fundamentos de todo lo pol¨ªtico; aquello que nos descubre el origen revolucionario de la democracia como f¨®rmula de convivencia que hace de la ciudadan¨ªa, y no de la sangre o de la fe religiosa, su eje y fundamento.
Javier Otaola es abogado, S¨ªndico-Herritarren Defendatzailea de Vitoria-Gasteiz y autor del libro La laicidad, una estrategia para la libertad.
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