Instrumentos para la paz
La Orquesta West-Eastern Divan es un proyecto ¨²nico de apuesta por la paz. En ella, 33 ¨¢rabes, 38 israel¨ªes, 28 espa?oles? acercan sus culturas bajo la batuta de Daniel Barenboim. Su arte conmueve al espectador. Pero su reto va m¨¢s all¨¢ de la m¨²sica: callar con el clamor de los instrumentos el ruido de las armas.
A las 13.30 entran al comedor. "S¨ªrvete pronto, que en diez minutos no va a quedar nada", avisan al que llega de visita. Uno piensa, en un primer momento, que puede ser una exageraci¨®n, pero al cuarto de hora apenas quedan migajas sobre las mesas, y r¨¢pidamente caes en la cuenta: si durante toda la ma?ana se han zampado literalmente a Mahler y su Primera sinfon¨ªa, ?qu¨¦ son para ellos unas ensaladas, unos cuantos kilos de macarrones y varios quesos frescos con membrillo? Al fin y al cabo, cuando ensayan, una de las cosas que les grita Daniel Barenboim es: "?Esto no lo hag¨¢is con el coraz¨®n, hacedlo con el est¨®mago!".
Muchos hidratos de carbono, muchas prote¨ªnas consume la energ¨ªa de los 103 chicos ¨¢rabes, israel¨ªes y espa?oles de la Orquesta West-Eastern Divan. Est¨¢n en edad de crecer y multiplicarse, en edad de expansi¨®n, en esa ¨¦poca de propulsi¨®n de los cuerpos y las mentes, en mitad de un ojo de hurac¨¢n, en medio de una batalla, la de Oriente Pr¨®ximo, la de la paz, que se han propuesto ganar con un arma de construcci¨®n masiva: la m¨²sica.
"Es usted la primera cosa que viene de Israel que no es tanque o arma", le dijeron en Ramala
"Barenboim me gusta primero como m¨²sico y luego como hombre de paz. ?Por qu¨¦, si no, har¨ªa una cosa as¨ª?" (Yazeed Irshaid)
"Las barreras est¨¢n en nosotros, es dif¨ªcil que la gente se sienta libre y no crea que les controlan de alguna forma" (Tyme Khleifi)
"Les transmito que una hora con un viol¨ªn es una hora menos con el fundamentalismo"
?C¨®mo os ha sentado Mahler? ?Sab¨ªa rico? "No estaba mal", contesta Nabil Sehata, de 24 a?os, egipcio y primer contrabajo de la Filarm¨®nica de Berl¨ªn -algo que indica el nivel de los m¨²sicos del Divan-, mientras hace una sobremesa tranquila en la que se escucha hablar ¨¢rabe e israel¨ª, al tiempo, en la residencia de Pilas, provincia de Sevilla. Es la sede de la orquesta desde hace cuatro a?os, cuando Edward Said -escritor, amigo ¨ªntimo de Daniel Barenboim y coinventor del proyecto, que muri¨® en septiembre de 2003- se empe?¨® con todas sus fuerzas en que Andaluc¨ªa volviera a ser el lugar de encuentro de las tres culturas ahora separadas y durante siglos unidas en el sur.
La gira de este a?o, que comenz¨® el pasado 29 de julio en el teatro de la Maestranza sevillano, est¨¢ resultando la confirmaci¨®n de que esta idea loca, parida a contracorriente, al aliento noble de la provocaci¨®n intelectual y constructiva, que a Berenboim y a Mariam Said, la viuda de su amigo, les gusta definir como "educativo", tambi¨¦n lleva consigo una orquesta de alt¨ªsimo nivel: "A los chicos, en los ensayos, les digo que nunca hab¨ªa dirigido una orquesta a la que se aplauda m¨¢s cuando salen a escena por su simbolismo, pero que lo que tienen que conseguir al final del concierto es ganar m¨¢s el aplauso por la calidad de la m¨²sica que hacen", dice Barenboim.
Pero, para eso, el trabajo tiene que ser duro, comprometido y con concentraci¨®n m¨¢xima: ma?ana, tarde y noche. Al director le asisten varios maestros de la Staatkapelle de Berl¨ªn, orquesta de la que es titular, que cuidan cada secci¨®n del grupo (la cuerda, el viento y la percusi¨®n) como si se tratara de una pieza de ingenier¨ªa. Cada vez el repertorio es m¨¢s exigente, cada a?o el reto de aprendizaje y crecimiento es mayor para todos. En la gira pasada, el plato fuerte fue la Quinta sinfon¨ªa de Chaikovski. Este a?o le toca a Mahler, a quien han hecho sonar en Espa?a primero, con conciertos en Sevilla, Oviedo, Peralada y Almer¨ªa; en Am¨¦rica, con paradas en Brasil (S?o Paulo), Uruguay (Montevideo) y Argentina (Buenos Aires); en Europa, donde pasan por el Reino Unido (los Proms de Londres y Edimburgo) y Alemania (Wiesbaden), y finalmente en Ramala, donde esperan poder ofrecer el ¨²ltimo concierto de la gira el 21 de agosto.
Ser¨¢ la segunda ciudad ¨¢rabe en la que act¨²en despu¨¦s de que el a?o pasado lo hicieran en Rabat, y es uno de los objetivos principales a cumplir. "Parte del proyecto estar¨¢ completado cuando hayamos podido actuar en ciudades de todos los pa¨ªses ¨¢rabes", afirma Barenboim. Aunque los j¨®venes israel¨ªes de la orquesta -como Ayelet Kabilio, de 25 a?os, que lleva en el Divan desde el primer a?o, cuando se reunieron en 1999 en la ciudad alemana de Weimar, o Amihai Grosz, de 26- esperan que los conciertos tambi¨¦n se celebren en su pa¨ªs. Pero eso que parece f¨¢cil es todo un reto que est¨¢n dispuestos a desafiar, porque tanto Barenboim como Mariam Said, que tambi¨¦n ha asistido a la concentraci¨®n de este a?o en Pilas, no son personas que se dejen llevar por la l¨®gica absurda de las imposibilidades oficiales. Que se lo digan a ¨¦l, que entr¨® en Ramala a pie, pese a que ninguna autoridad estaba dispuesta a responder por su seguridad, para visitar y tocar el piano en el conservatorio de la ciudad cuando los misiles asediaban el cuartel de Arafat. "Es usted la primera cosa -eso me dijeron, cosa- que viene de Israel que no es un tanque o un arma", le soltaron cuando lleg¨®, sano y salvo, al objetivo.
Con Ramala, Barenboim tiene un compromiso especial, que al Gobierno de Sharon le irrita especialmente. Qued¨® patente cuando el m¨²sico recogi¨® en Jerusal¨¦n el prestigioso Premio Wolf. All¨ª, Barenboim, delante del presidente israel¨ª y algunos ministros, anunci¨® que el importe lo dedicar¨ªa a formar musicalmente a ni?os en Ramala, y pregunt¨® cu¨¢les eran los impedimentos y en nombre de qui¨¦n no se permit¨ªa a los palestinos formar su propio Estado. Las palabras de Barenboim las escucharon los chicos de la orquesta en una sesi¨®n nocturna en Pilas, cuando se les mostr¨® un DVD sobre los primeros a?os de la iniciativa en la que est¨¢n metidos. Le vitorearon. Eso mismo defendi¨® m¨¢s tarde en una charla Mustaf¨¢ Barghouti, l¨ªder de un movimiento palestino pacifista que ha conseguido el 20% en las ¨²ltimas elecciones. Eso, con alguna cosa m¨¢s que provoc¨® el enfado de muchos israel¨ªes de la orquesta, que debatieron con ¨¦l durante dos horas temas que queman y duelen en lo m¨¢s profundo: el muro, el apartheid y la ocupaci¨®n, por un lado, y las bombas de terroristas suicidas, la inseguridad y el hostigamiento de los radicales isl¨¢micos, por otro.
Fue en la hora del Divan, cuando entre los chicos se pone en funcionamiento una aut¨¦ntica terapia de grupo, que generalmente llega por la noche. Barenboim las lleva con tacto, pero con cargas de profundidad: "Siento que a algunos israel¨ªes os haya incomodado lo que ha dicho el se?or Barghouti, pero es necesario que todos conozcamos los relatos de cada parte. No tenemos que estar de acuerdo, yo no estoy de acuerdo muchas veces con el 90% de lo que sostienen; pero si no lo escucho, no tendr¨¦ elementos de juicio suficientes", les dec¨ªa Barenboim a los m¨²sicos. Pese a las heridas abiertas, pese a la rabia que contuvieron muchos -algunos incluso abandonaban la sala de ensayos llorando-, al final hubo aplausos de todos para Barghouti, que es una de las personas que m¨¢s han apoyado la iniciativa de Said y Barenboim entre los suyos.
El d¨ªa siguiente empieza en silencio. Por la ma?ana, en los pasillos apenas se cuela una luz t¨ªmida y el canto de los p¨¢jaros del jard¨ªn, que es como una Alhambra de ladrillo y metal, pero repleta de energ¨ªa durmiente. El silencio limpio es la banda sonora de la primera escena cada ma?ana, en todos los comienzos de este magn¨ªfico cuento de Las mil y una noches contempor¨¢neo que supone el Divan. Es un silencio que se rompe poco a poco con la nota temprana de alg¨²n instrumento: una flauta, una cuerda, la voz de alg¨²n madrugador. Despu¨¦s, en los patios, en los pasillos, en las aulas, en las salas de ensayo y en las habitaciones, entre las mentes abiertas de todos ellos, ocurren y se entremezclan historias como ¨¦stas?
"La primera vez que conoc¨ª a un israel¨ª"
Ya le va creciendo el bigote, le va apareciendo una leve pelusa encima de los morros con los que sopla su tromb¨®n; pero, hasta el 11 de julio, Yazeed Irshaid, un muchacho de 13 a?os que vive en Ramala, no hab¨ªa conocido nunca a un israel¨ª. Este a?o es la primera vez que estudia como oyente en el West-Eastern Divan, adonde ha llegado con otros tres muchachos de su ciudad y con algunos palestinos m¨¢s veteranos en la orquesta, pero piensa trabajar duro durante el a?o para volver. "Aqu¨ª soy feliz", dice en el patio desde donde se escuchan las notas del ensayo feroz al que Daniel Barenboim somete a los m¨²sicos.
Al principio aterriz¨® con sus reservas. Dispuesto a no mezclarse. "Cuando llegu¨¦ ven¨ªa con la intenci¨®n de no hablar con ellos", afirma Irshaid. Pero en estos d¨ªas, el muchacho, que es largo, moreno y sue?a con ser m¨²sico al tiempo que futbolista, ha aprendido muchas cosas: una de ellas, que el orgullo mudo puede ser una chorrada que nos cierra puertas.
Fue cuando, uno de los primeros d¨ªas del taller, Shai Feldsogel, jud¨ªo de origen uruguayo, que anda tambi¨¦n siempre con una pelota entre los pies, se acerc¨® a ¨¦l y le dio algunos consejos para agarrar el instrumento mejor. "Despu¨¦s nos fuimos a jugar al f¨²tbol. Somos bastante buenos", dice Yazeed. Y ¨¦sta es la historia de c¨®mo un tromb¨®n y un bal¨®n destrozaron los prejuicios que amenazaban con anquilosar la cabeza de un chaval de 13 a?os. "Aqu¨ª he visto que los israel¨ªes son humanos, como nosotros, y que no todos llevan pistola, como pensaba antes de llegar aqu¨ª", dice Yazeed.
Cuando vuelva a su casa va a intentar convencer a todo el que le quiera escuchar. Sabe que ser¨¢ dif¨ªcil: al fin y al cabo, su padre estuvo tres a?os en la c¨¢rcel y las bombas israel¨ªes destrozaron la casa de sus abuelos; pero Irshaid se lo ha propuesto. "Mi familia me entender¨¢ y a mis amigos les contar¨¦ c¨®mo son". Empezando por Barenboim, al que admira profundamente: "Me gusta, primero como m¨²sico y despu¨¦s como hombre de paz. Lo es realmente, ?por qu¨¦ raz¨®n har¨ªa una cosa como ¨¦sta si no?".
"Dame el tel¨¦fono de tus padres"
Tyme Khleifi, a sus 15 a?os, la edad del borde de la inocencia, no es tan optimista como su paisano Yazeed. Ella ya pas¨® de oyente a miembro de la orquesta el a?o pasado, cuando entr¨® en el West-Eastern Divan por primera vez. Es m¨¢s bien rebelde, no comprende por qu¨¦ los espa?oles no hablan bien el ingl¨¦s ni cree que sea tan f¨¢cil el entendimiento entre ¨¢rabes e israel¨ªes. "Me parece que es algo muy dif¨ªcil, casi imposible", asegura.
No por ella. "Yo he hecho amigos israel¨ªes aqu¨ª", dice, como su compa?ero de silla Asaf Maoz, violinista tambi¨¦n, que le pasa las p¨¢ginas de la partitura con mucho esmero en los cambios. Pero lo que ocurre en el Divan cambia hasta las intenciones del lenguaje. Por ejemplo, la palabra normal adquiere varios significados en la cabeza de Tyme, que este a?o est¨¢ siendo muy requerida por los medios de comunicaci¨®n y no disimula ciertas maneras de diva. "Lo que es normal aqu¨ª es anormal all¨ª, y viceversa", dice la joven Tyme. Ella, de todas formas, tiene cierta visi¨®n ideal de lo que significa una vida tranquila: "Ir adonde quieras sin que nadie te diga c¨®mo", asegura. Y cuando escuchas las odiseas que muchos palestinos tienen que pasar para ir a clase de m¨²sica, entiendes bien lo que quiere decir la muchacha. "Este proyecto tiene que contar con la complicidad de los padres, de las familias, porque acudir a una clase en Ramala y traspasar cuatro controles cada d¨ªa para hacerlo es algo que tiene mucho m¨¦rito, heroico", afirma Daniel Barenboim.
El director fue el que decidi¨® meter cuanto antes a Tyme en la orquesta. El a?o pasado, la ni?a quer¨ªa como fuera tocar la Quinta sinfon¨ªa de Chaikovski e ir de gira. A Barenboim le gust¨® su actitud decidida, pese a que intent¨® disuadirla: "Olv¨ªdate ya del problema de israel¨ªes y palestinos. ?Tienes 14 a?os! ?No podemos ir de hotel en hotel contigo!", le dijo. La chica no se rindi¨® y le propuso que hablara con su familia. "Dame el tel¨¦fono de tus padres, hablar¨¦ con ellos". Barenboim les llam¨® y les dijo que necesitaba su permiso para llevarla de gira: "Su madre me contest¨®: 'Que Dios le bendiga, puede llevarse a mi hija donde se le antoje, y cuando acabe, me la devuelve", cuenta el maestro. "Seremos dos iluminados, esa madre y yo, pero ?t¨² sabes lo que supone para una familia palestina darle esa confianza a un israel¨ª?".
Son detalles que ayudan a romper el pesimismo de Tyme un poco: "Cosas como este taller son peque?os pasos que ayudar¨¢n a resolver el conflicto; pero es una minor¨ªa, la atm¨®sfera no ayuda, el viento est¨¢ en contra de esas posiciones", avisa Tyme. Lo peor, los muros m¨¢s altos, est¨¢n en la cabeza de la gente. "Las barreras est¨¢n dentro de nosotros, es dif¨ªcil que la gente se sienta libre y no crea que todo se le pone en contra y que les controlan de alguna forma", a?ade. Pero son asuntos en los que no le gusta pensar cuando est¨¢ con la orquesta. Se siente inc¨®moda, se niega a responder seg¨²n qu¨¦ cosas y no quiere comentar ciertos temas. "Aqu¨ª tambi¨¦n tenemos nuestras fronteras invisibles", asegura.
"El amor sale de los oboes"
Meirav Kadichevski, israel¨ª, de 27 a?os, tiene una sonrisa grande y arm¨®nica que debe venirle de perlas para darle alegr¨ªa a su oboe. Es el tercer a?o que trabaja con el Divan, y en invierno vive en Berl¨ªn, como su amigo Mohamed Salaeh, compa?ero de instrumento, egipcio, veterano de la orquesta -donde ha estado desde el primer a?o- y uno de los solistas con papel destacado en la Sinfon¨ªa concertante, de Mozart, que tambi¨¦n llevan en el programa este a?o. Estudian juntos y se entrecruzan ese tipo de miradas. Tambi¨¦n se cogen de la mano y se abrazan por los jardines. Cuando Mohamed ensaya su parte estelar, Meirav no le quita ojo desde su sitio y le alienta con esa sonrisa enorme y blanca que no se le borr¨® ni en los dos a?os que estuvo haciendo el servicio militar: "Cuando sal¨ª, aprend¨ª a disfrutar de mi libertad, entend¨ª la importancia de que no te den ¨®rdenes a lo tonto", asegura la chica. Las que les da Barenboim son otro tipo de ¨®rdenes. "?l es como un padre; nos ri?e mucho, pero es porque quiere lo mejor para nosotros", dicen los dos.
Mohamed tambi¨¦n conoce lo que significa la guerra y la paz. Ahora est¨¢ ilusionado con una idea: "Llevar flores a Ramala, en vez de armas, con nuestros compa?eros israel¨ªes", dice. Ser¨¢ el 21 de agosto, si la cosa no se pone fea despu¨¦s de la retirada de Gaza, el d¨ªa 15. "Aqu¨ª estamos chicos cuyos padres lucharon en las guerras de nuestros pa¨ªses, y hoy nosotros somos amigos", cuenta Mohamed en el documental de la orquesta. En la sobremesa del comedor, antes de ir a zambullirse en la piscina para afrontar m¨¢s fresco el ensayo de por la tarde, el m¨²sico cuenta, con la complicidad de Meirav, que en el caso de los ¨¢rabes y los israel¨ªes la realidad tiene mucho barro. "Si no conoces a esta gente y s¨®lo ves las noticias, claro, reaccionas con dureza hacia ellos; pero cuando los tratas y hablas con algunos, te clarificas. Me pas¨® a m¨ª. Yo ten¨ªa una opini¨®n medi¨¢tica, y ahora, una real".
Sus paisanos egipcios en la mesa le dan la raz¨®n. Tanto Karim Handy, el rey de los platillos, como Mina Zikri, de 27 a?os. Pero la igualdad de las dos culturas les sorprende a todos. Meirav lo dice: "La lengua, la m¨²sica, la comida, todo es tan similar?". Aunque tambi¨¦n la visi¨®n igualitaria puede correr el riesgo de simplificar las cosas, seg¨²n Mohamed: "Para un ¨¢rabe, todos los jud¨ªos son israel¨ªes y sionistas, cuando pueden ser tres cosas diferentes".
"El puente que tienden los andaluces"
Said lo sab¨ªa. El sitio en el que podr¨ªa crecer el Divan era en Andaluc¨ªa. "Aqu¨ª convivieron durante ocho siglos las tres culturas", asegura el intelectual en la pel¨ªcula sobre la orquesta. Se empe?¨® en que la regi¨®n del sur fuera la sede para el proyecto, que se hab¨ªa convertido en la iniciativa m¨¢s importante de su vida, seg¨²n confirma su viuda, Mariam. Adem¨¢s, la sede de Pilas ha llevado desarrollo musical para la regi¨®n no s¨®lo por los 28 j¨®venes andaluces que integran la orquesta (junto a 33 ¨¢rabes, 38 israel¨ªes, 1 rusa, 1 hondure?a y 2 armenios); tambi¨¦n porque all¨ª empieza a funcionar este a?o la Academia de Estudios Musicales, que dirige Elena Angulo. Los m¨²sicos andaluces han servido de puente: rompen el hielo; organizan sus juergas, los partidos de f¨²tbol, en los que los equipos son mixtos; les dan palmas? Javier Giner, de 22 a?os, lleva desde los 18 tocando la trompa en la orquesta. "Desempe?amos un papel de catalizadores, aunque muchas veces nos cuesta relacionarnos por el idioma. Pero eso es culpa nuestra, claro, tendr¨ªamos que hablar mejor el ingl¨¦s", dice. "En medio, estamos en medio, y lo he pensado muchas veces cuando vengo aqu¨ª; ese tema de que la uni¨®n hace la fuerza es cierto, cuando tres culturas se unen para hacer algo bello y creativo resulta algo muy grande", dice Alberto Martos, violonchelista granadino, de 24 a?os, al que si le dejaran suelto har¨ªa la revoluci¨®n por las esquinas con sus rizos inconformistas. "Nuestra generaci¨®n ha sido capaz de recuperar el idealismo que se hab¨ªa perdido. Y la m¨²sica nos ha servido para ense?ar a los j¨®venes el fruto", dice.
Barenboim les ha seleccionado con mucho cuidado y buen tino. Los dem¨¢s chicos les admiran: "Les queremos y son grandes m¨²sicos; sobre todo en el viento, en esa secci¨®n son los mejores", dice Mohamed Salaeh. Primero les seleccionaron por las grabaciones que mandaron; luego, por audiciones. Una vez que entras, prohibido dormirse en los laureles: "El maestro nos mete presi¨®n, exige mucho, no te puedes relajar en los ensayos; yo tengo mucha pachorra y ¨¦l me la ha quitado", asegura Giner. Le siguen como a un profeta. "Si vivi¨¦ramos dentro de mil a?os pensar¨ªamos que no es humano, que es un extraterrestre o una m¨¢quina; no es normal la cabeza que tiene este hombre", a?ade Bruno Reyes Lozano, contrabajo cordob¨¦s, de 26 a?os, al que le es dif¨ªcil ocultar su procedencia con una camiseta roja con el torito negro estampado en mitad del pecho.
"?Parec¨¦is profesionales!"
Cuando les echa una bronca, se retuercen en la silla; cuando les dice bravo, sonr¨ªen. A veces usa la iron¨ªa, otras les mira con ojos iracundos, a menudo da un pisot¨®n sobre el podio y les despierta de una amenaza de conformismo en el que no quiere que caigan jam¨¢s. A muchos de los que han asistido a uno de los ensayos de la Primera de Mahler se les ha puesto la carne de gallina, electrizados por la energ¨ªa que despiden, pero Barenboim no queda contento con la prueba: "Unos hab¨¦is estado en la inopia, otros lo hab¨¦is hecho como bur¨®cratas; conoc¨¦is demasiado bien esta obra como para que la destroc¨¦is as¨ª", les dice.
Sabe c¨®mo buscarles las cosquillas. "Si en un ensayo les grito: '?Parec¨¦is profesionales!', se lo toman como un insulto", dice. Porque el West-Eastern Divan no puede permitirse el lujo de ser una orquesta cualquiera. Sus genes est¨¢n labrados con la fuerza del humanismo, la cultura, la persecuci¨®n radical de la paz. "Cuando les transmito que una hora con un viol¨ªn es una hora menos con el fundamentalismo, es cierto, ellos nunca podr¨¢n caer en eso", asegura Barenboim.
Al fin y al cabo, ¨¦l lo quiere todo. "No es que el mundo est¨¦ cambiando, es que hay que cambiarlo", afirma el m¨²sico, que a sus 62 a?os conserva firme el esp¨ªritu revolucionario y un sentido en su existencia. "Como le pasaba a Said, para m¨ª ¨¦ste tambi¨¦n es el proyecto m¨¢s importante de mi vida", dice. Y lo persigue con una convicci¨®n c¨ªvica muy profunda: "La democracia no nos da s¨®lo derechos. Nos ofrece un espacio, y sobre eso tenemos la responsabilidad de actuar. El papel de un intelectual en un r¨¦gimen totalitario debe ser destruirlo de manera subversiva; pero en la democracia, el espacio de libertad existe, y hay que utilizarlo, no conformarse con lo que nos dan", afirma el m¨²sico.
Ahora, quienes les apoyan en Oriente Pr¨®ximo son pocos; pero la l¨®gica de la raz¨®n est¨¢ con ellos y con estos chicos a quienes someten a jornadas, ensayos y debates que agotar¨ªan al m¨¢s dispuesto. Pero les cuesta irse a la cama. A las dos de la madrugada, la mayor¨ªa sigue todav¨ªa en pie, sorbiendo hasta el ¨²ltimo sorbo el zumo de la noche: algunos, haci¨¦ndose arrumacos sin mirarse el color de la piel; otros, tocando la obertura de La flauta m¨¢gica para demostrar la vigencia del idealismo de Mozart y la capacidad de transformar algunos templos, como la capilla de Pilas, hoy sala de ensayos de la percusi¨®n, y donde Karim Hamdy, egipcio, de 24 a?os, le da al tambor y al xil¨®fono mientras otros se han escapado a los bares del pueblo. Ninguno quiere perder el tiempo durmiendo.
La cara de los otros Por Luis Su?¨¦n
En el DVD que acompa?a al primer disco de la West-Eastern Divan Orchestra, sus componentes hablan de la experiencia de tocar juntos, de vivir juntos, de mirarse a los ojos los unos a los otros olvidando lo que significa para un palestino la mirada de un israel¨ª, o viceversa. Y uno de ellos lo remacha con exactitud y decisi¨®n: "Cuando piense en sus pa¨ªses me acordar¨¦ de sus caras". Para eso puede servir una orquesta que, como dice Daniel Barenboim, "quiere ser una verdadera democracia"; acu?ar, como quer¨ªa Edward Said, "una identidad multinacional". Es convertir la m¨²sica en el impulso para la convivencia, trabajar para un futuro incierto desde un presente imposible.
En las caras de los j¨®venes sirios, libaneses, jordanos, egipcios o israel¨ªes -ahora tambi¨¦n espa?oles, andaluces- que pueblan la orquesta, fijas ante la partitura, escuchando a sus vecinos de atril, la atenci¨®n se convierte en una suerte de indagaci¨®n en el otro y en uno mismo. Es ese maravilloso entusiasmo de las mejores orquestas juveniles -esas que, como dice un conocido agente espa?ol, son ya tan caras de contratar como las dem¨¢s-, pero transido de un plus de emotividad que llega de ese di¨¢logo que no elude los temas pol¨ªticos, que se superpone al puro trabajo de taller para que el grupo se vea a s¨ª mismo como un ejemplo de vida en com¨²n. Por eso duermen en la misma habitaci¨®n un palestino y un israel¨ª.
Ni que decir tiene que la West-Eastern Divan suena muy bien; pero la idea que la rige, eso que alguien ha llamado "una lecci¨®n de armon¨ªa", va m¨¢s all¨¢, y condiciona su escucha, como no pod¨ªa ser menos, cuando quien la oye sabe de su peripecia. Ese trompa concentrad¨ªsimo en la Quinta de Chaikovski ha aprendido a convivir con el oboe o la flautista que le dan r¨¦plica, mientras los contrabajos sostienen el discurso con la concentraci¨®n que da el saber que ah¨ª hay mucho m¨¢s que m¨²sica. Eso les distingue de sus colegas: ellos se juegan no s¨®lo el futuro profesional, sino el porvenir de su tierra, ese que quieren construir a pesar de todo.
La West-Eastern Divan tiene una nueva sede. Ha cambiado el orden de Weimar por la luz de Sevilla, y ellos dicen que les ha venido bien. Cuando hablan de Sevilla piensan en el mito de la integraci¨®n de las culturas, de la realidad del di¨¢logo. Todos saben que, hoy por hoy, no hay otra soluci¨®n que las palabras que ellos convierten en m¨²sica. Se saben un ejemplo, pero, cuando se les escucha, o a un Barenboim entusiasmado pero cauto, dan una sensaci¨®n de realismo que quiz¨¢ sea la clave de todo. Un m¨²sico, como cualquier artista, no puede olvidar de d¨®nde viene ni lo que sucede en su pa¨ªs, en su ciudad, en su casa. Nadie espera milagros, pero todos hacen m¨²sica pensando que quiz¨¢ existan. Como paradigma de sus pueblos, no dejan de demostrar a quienes en ellos mandan que merecen una vida mejor. Ojal¨¢ el futuro les pertenezca.
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