'Lost in translation' y el 'jet-lag'
Lost in translation es una pel¨ªcula sobre el jet-lag, ese mal que afecta a los que cruzan varias franjas horarias y alteran as¨ª su reloj biol¨®gico. El protagonista es Bill Murray, que interpreta a un actor en decadencia que viaja a Tokyo para rodar un anuncio de whisky pagado a precio de oro. En el hotel, y en pleno ataque de insomnio, Murray conoce a la joven esposa (Scarlett Johansson) de un fot¨®grafo moderno, que tampoco consigue conciliar el sue?o. Contrariamente a lo que recomiendan los m¨¦dicos en estos casos, Murray y Johansson beben y salen a divertirse por la ciudad. El recorrido tiene mucho de sue?o y ambos se protegen de cualquier estridencia, como si quisieran traducir con la mayor fidelidad posible la partitura, a ratos sofisticada y a ratos t¨ªmida, compuesta por la directora Sophia Coppola. Neones, locales de striptease o fiestas donde se practica el karaoke, todo contribuye a crear una atm¨®sfera en la que el tiempo parece regirse por los relojes blandos de Dal¨ª. Las horas que comparte la pareja son lo ¨²nico din¨¢mico, una hu¨ªda por un laberinto de hilos musicales y moquetas que insonorizan las pisadas de seres que, m¨¢s que moverse, flotan.
Todo contribuye a crear una atm¨®sfera en la que el tiempo parece regirse por los relojes blandos de Dal¨ª
Parte de este desamparo ambiental tiene que ver con la apat¨ªa que produce el s¨ªndrome del cambio de franjas horarias. Para que sus secuelas no sean tan agresivas, Murray recurre a un sentido del humor bien dosificado. Gracias a un oficio que va del teatro de improvisaci¨®n al destajo televisivo, pone cara de persona que ha tenido que poner muchas caras a lo largo de su vida y que sabe perfectamente cu¨¢les funcionan y cu¨¢les no. P¨¢rpados pesados, mirada perdida, sonrisas apenas insinuadas, cierta torpeza a la hora de moverse, todo forma parte de un lenguaje no verbal que traduce la confusi¨®n de quien, habiendo perdido la orientaci¨®n del espacio, tambi¨¦n ve peligrar sus referentes temporales. Est¨¢ demostrado que el jet-lag y las alteraciones del sue?o pueden provocar aut¨¦nticas cat¨¢strofes. Hay quien sostiene que desgracias como la tragedia de Bhopal, en la India, o de Chernobyl, en Ucrania, se vieron agravadas por la falta de capacidad de reacci¨®n de quienes actuaban bajo los efectos de una clara alteraci¨®n de sus relojes biol¨®gicos. Incluso en el hundimiento del Tit¨¢nic intervino este factor. A medida que iba cruzando franjas horarias, la tripulaci¨®n sufr¨ªa los efectos del s¨ªndrome: el capit¨¢n subestim¨® los riesgos de la navegaci¨®n, el encargado de comunicaciones no atendi¨® el aviso que se?alaba la presencia de icebergs y ambos reaccionaron tarde cuando lo tuvieron delante de sus narices.
En Lost in translation no hay que lamentar desgracias personales. El romance imposible transcurre siguiendo preceptos rom¨¢nticos y una ambientaci¨®n on¨ªrica reforzada por el impacto ex¨®tico que Jap¨®n produce en almas poco acostumbradas a una multiplicaci¨®n exponencial de est¨ªmulos visuales. El arma que Murray utiliz¨® durante el rodaje fue un viejo manual de japon¨¦s para principiantes. Escrito para universitarios en su primer viaje oriente, Murray aprendi¨® unas cuantas frases que soltaba sin venir a cuento. En un restaurante, por ejemplo, cuando el sonriente chef sali¨® a saludarle, Murray s¨®lo acert¨® a decirle : ?Tienes condones? Cuando se estren¨® en 2004, la pel¨ªcula provoc¨® grandes entusiasmos aunque tambi¨¦n hubo quien consider¨® que el relato se alargaba innecesaria y autocomplacientemente. Es una observaci¨®n pertinente aunque no hay que descartar que esta lentitud intente reflejar el estado de ¨¢nimo que provoca el jet-lag, esa bruma espiritual que empa?a las ideas, los recuerdos y que, en sus mejores momentos, tan bien retrata la pel¨ªcula.
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