El Pompidou apuesta por el desorden
El centro de arte parisiense sigue la estela de los museos brit¨¢nicos, que han optado en las grandes exposiciones por transgredir los asentados criterios cronol¨®gicos, de escuelas y de movimientos o estilos, y exhibe 'Big Bang'
En el pasado, los cuadros estaban con los cuadros, los dibujos con los dibujos, las chicas con las chicas, y as¨ª hasta el final. La actual exposici¨®n del Centro Pompidou, en Par¨ªs, rompe esta norma ordenada y osa, por el contrario, juntar un cuadro con una silla, una maqueta de Koolhaas con La meona de Picasso; los proyectos de Fucksas, Alsop, Steide o Nouvel con el recital de Mondrian y toda su banda.
Los museos mostraron tradicionalmente sus fondos respetando tres c¨¢nones fundamentales: uno era el cronol¨®gico, otro, el de las escuelas, y el tercero, el de movimientos o estilos. La Tate Modern de Londres fue la primera hace pocos a?os en mostrar las piezas por temas (el paisaje, el hogar, el cuerpo) para llamar m¨¢s f¨¢cilmente la atenci¨®n del visitante pagano. Por ese tiempo se hab¨ªan celebrado ya muestras con m¨²sica en Alemania y algunas con olores asociados a las escenas pintadas, en Estados Unidos. El director de la Tate fue, pues, discreto. Se atrevi¨® a juntar una obra de Nicholas Hillard (1547-1619) con otra de Maggi Hambling, nacida en 1945, una pintura de Johan Zoffany (muerto en 1810) con un cuadro de Hockney, fechado en 1967, porque los asuntos tratados eran semejantes, pero no pas¨® de ah¨ª.
Un gran panel proclama: "Apasionante, desgarrador, heroico, el destino del arte moderno est¨¢ en el Centro Pompidou"
La exposici¨®n se abre con una pintura de Richter de 2003, y a su lado desfilan De Kooning y otros antepasados m¨¢s lejanos
Ahora, en el Pompidou se siguen estos mismos pasos. El blanco, Lo duro y lo blando, Lo geom¨¦trico y El rostro son los t¨ªtulos de las salas. Todos ellos cruzados por la marca destructora que defini¨® al siglo XX: "Hacia la creaci¨®n por la destrucci¨®n", es el lema que ilustra la tesis shumpetriana que desarrolla con brillo la comisaria, Catherine Grenier, 45 a?os, ya curtida en la Tate.
Cada apartado contiene, pues, ejemplares de una familia tem¨¢tica y acotados sin pretender hacer entender nada hist¨®rico, sino buscar el indudable "efecto especial" provocado al ver vibrando juntos una deconstrucci¨®n y un libro de Butor, un proyecto elegante y una instalaci¨®n de Flavin, recurso emocional que Catherine Grenier conoc¨ªa directamente de los brit¨¢nicos.
Pero, con todo, ?era esperable que el Pompidou, tan franc¨¦s, se acomodara a una preferencia anglosajona? Los creadores del Pompidou, Rogers y Piano, que ganaron el concurso en los a?os setenta, y siendo apenas unos treinta?eros, expresaron entonces el prop¨®sito de edificar como un platillo volante que acabara de aterrizar en un solar parisino tan emblem¨¢tico como el de Les Halles. Ese platillo volante, artefacto cultural, ha logrado un prolongado y singular "efecto Beaubourg", seg¨²n previno Baudrillard en aquellos tiempos.
Pero la cuesti¨®n era saber en qu¨¦ vendr¨ªa a parar. Los a?os han ido avejentando la construcci¨®n (repintada y saneada hace pocos meses), pero incluso Rogers (brit¨¢nico) descart¨® participar porque "le aburr¨ªa" el nuevo estado de las cosas. ?Tambi¨¦n se estaban aburriendo los ¨²ltimos visitantes del centro? ?Les ha ocurrido lo mismo que a sus semejantes en el Reina Sof¨ªa?
En Gran Breta?a, con evidente e incomparable influencia norteamericana, las cosas han evolucionado m¨¢s deprisa y atendiendo a la demanda de los mass media. En Londres no cesan de producirse "efectos especiales": desde los atentados de Al Qaeda hasta la adjudicaci¨®n de los Juegos Ol¨ªmpicos; desde la rendici¨®n del IRA, hasta convertirse, con Nueva York, en el centro de arte m¨¢s importante del mundo.
?Y los franceses? Todo les parece ir desdichadamente mal. Los ingleses prefirieron siempre el jard¨ªn lib¨¦rrimo y emotivo mientras los franceses geometrizaban las vistas y podaban los ¨¢rboles al ras. El jard¨ªn ingl¨¦s posee la belleza contempor¨¢nea de la negligencia, mientras el franc¨¦s es arm¨®nico, rancio, cabal. Y algo parecido ha venido sucediendo con lo muse¨ªstico. S¨®lo la necesidad de renovar el sistema antiincendios (y la p¨¦rdida de autoestima) ha conseguido que el Centro Pompidou estrene este estilo de exposici¨®n brit¨¢nico.
Hasta este momento, cuando un museo franc¨¦s deb¨ªa enfrentarse a unas obras internas, capeaba el temporal exhibiendo, con gloria, sus obras mayores. Ahora, no obstante, el Centro Pompidou, met¨¢fora de la crisis francesa, ha reaccionado imitando a los rivales. La exposici¨®n de la que damos noticia abre, por ejemplo, con una pintura de Daniel Richter de 2003 y a su lado desfila De Kooning y otros antepasados m¨¢s lejanos, como anuncio del desorden deliberado.
Pero ?qu¨¦ les ha parecido esto a los franceses? ?Un merd¨¦ como tem¨ªa Le Monde? ?Una herej¨ªa? La comisaria, asombrada, dec¨ªa: "Las reacciones del p¨²blico han sido muy positivas. Parad¨®jicamente, la articulaci¨®n de la muestra de este modo resulta m¨¢s clara para muchos de los no introducidos en la historia del arte, porque la cronolog¨ªa, que nos parece simple, no lo es para todo el mundo. Aqu¨ª el conductor es el cuerpo". (Le Monde, 21-6-2005).
?El cuerpo? ?Un museo tan famoso rindi¨¦ndose a la carne del turista? Efectivamente. Los tiempos conforman las coyunturas y el cliente es ahora el rey. As¨ª, la nueva exposici¨®n del Pompidou no se entender¨ªa del todo sin pensar en la crisis de la cultura, la pol¨ªtica, la sociedad y la sexualidad francesas: "...Nous sommes sur le d¨¦clin avec une pente qui va s'acc¨¦l¨¦rant" ("nos encontramos en un declive con una pendiente que va aceler¨¢ndose"), dec¨ªa Maurice L¨¦vy, director del grupo publicitario franc¨¦s Publicis, en la primera de Le Monde (29-7-2005). El tenis, el paro, el f¨²tbol, el liderazgo europeo, el cine mediocre, los pintores sin relevancia, el pensamiento tibio, la deslocalizaci¨®n constante, la baja I+D+i, La Samaritaine, Danone, Chirac, los chinos, los Juegos Ol¨ªmpicos que huyen, todo va bastante mal.
Es, pues, coherente que Par¨ªs, con el Big Bang del Pompidou, quiera volarlo todo. Londres pudo alardear de haberse convertido en uno de los dos grandes centros del mundo con la operaci¨®n que Saatchi & Saatchi y su colecci¨®n de J¨®venes Artistas Brit¨¢nicos realiz¨® en los noventa. La escandalosa Sensation logr¨® que en Brooklin, incluso el alcalde de Nueva York, Giuliani, prohibiera la entrada a menores de 18 a?os para preservarles de tanta obscenidad, tanta blasfemia y un indiscriminado uso de la mierda.
La consecuencia se plasm¨® en que nunca, en la historia de los museos de la Tierra, se hab¨ªa registrado una cola m¨¢s larga de interesados en la pintura. Londres, en fin, parec¨ªa due?a absoluta del acontecimiento mientras Par¨ªs languidec¨ªa. Como reacci¨®n, dos j¨®venes emprendedores franceses, Nicolas Bourriard y J¨¦rome Sans, tomaron la direcci¨®n de un nuevo espacio expositor, el Palais de Tokio (llamado as¨ª por albergar al pabell¨®n japon¨¦s en la feria internacional de 1937), para convertirlo en "lugar de emergencia para el arte contempor¨¢neo" del siglo XXI. Con ese motivo rompieron el cielo raso, picaron sin piedad las paredes, ensuciaron los suelos, abrieron un bar con el men¨² escrito en papel de estraza e inauguraron una serie de exposiciones tenidas por lo m¨¢s destroyer de Europa, la ¨²ltima centrada en grandes paneles de dise?o gr¨¢fico procedentes de firmas como Hugo Boss o Calvin Klein, con el ambiente propio del atelier y las top models saciadas de hero¨ªna. Pero ni aun as¨ª Par¨ªs aparece a la cabeza de las vanguardias.
?C¨®mo no evocar, por tanto, alg¨²n Big Bang? Alg¨²n montaje que emulando a Saatchi & Saatchi contentar¨¢ el amor por lo llamativo de Publicis. En la fachada del Pompidou, un gran panel bermell¨®n dice: "Passionnant, d¨¦chirant, h¨¦roique..., le destin de l'art moderne est au Centre Pompidou" (15 juin-27 f¨¦vrier) ("Apasionante, desgarrador, heroico..., el destino del arte moderno est¨¢ en el Centro Pompidou"). Cualquiera podr¨ªa confundir ese reclamo con una pel¨ªcula de las que promueve el Atl¨¦tico de Madrid en sus camisetas. Pero no. La exposici¨®n vale la pena por su valor intr¨ªnseco, pero todav¨ªa m¨¢s, como un gran signo de nuestro tiempo. El reciclaje de la cultura francesa, la m¨¢xima cultura culta, desmadej¨¢ndose sobre el gran strip-tease de la publicidad.
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