El pr¨ªncipe de las tinieblas

La novela 'Dr¨¢cula', de Bram Stoker, fue muy injusta con su fuente de inspiraci¨®n, el pr¨ªncipe Vlad III de Valaquia. Parece cierto que Vlad asesin¨® a m¨¢s de 100.000 personas en un pa¨ªs de medio mill¨®n de habitantes. Es verdad que disfrutaba ordenando muertes lentas y torturas como despellejamientos, mutilaciones, descuartizamientos, clavos en la carne humana, marcas con hierros calientes en la piel, pr¨¢cticas can¨ªbales y, su pasatiempo favorito, empalamientos. Pero la historia no ha podido probar que le haya mordido el cuello a ninguna chica.

Adem¨¢s, tenemos que ponernos en situaci¨®n: son los estertores de la Edad Media en lo que hoy es Rumania, precisamente la triple frontera entre el imperio otomano, la Europa ortodoxa y la Europa cat¨®lica. Los gobernantes de Valaquia saben que, sin importar de qu¨¦ lado se pongan, los de alg¨²n otro lado vendr¨¢n a machacarlos. Entre los sistemas medievales de presi¨®n pol¨ªtica figuran la decapitaci¨®n, el apaleamiento y el saqueo de poblaciones enteras. El c¨®digo penal de la ¨¦poca tampoco era una perita en dulce: los hechiceros eran quemados; los falsificadores, hervidos en aceite; a los blasfemos se les colgaba de la lengua con un gancho; a quien cortaba un ¨¢rbol sin permiso se le arrancaban las tripas, se le ataba con ellas y se le obligaba a correr alrededor del ¨¢rbol hasta que quedase enroscado.

Afront¨¦moslo: Vlad era un psic¨®pata; pero hay que reconocer que, si eso fuese una carrera acad¨¦mica, la Valaquia del siglo XV habr¨ªa sido un interminable y sangriento doctorado.

El padre de Vlad, Vlad II, ya hab¨ªa tenido que lidiar con esos tiempos violentos. Era caballero de la Orden del Drag¨®n, creada para combatir a los turcos, y de ah¨ª tom¨® su apellido Dracul. Por una travesura de la etimolog¨ªa, Dracul en rumano significa "el diablo". Al peque?o Vlad, nacido en Transilvania en 1431, le correspondi¨® el simp¨¢tico sobrenombre de Draculea: hijo del diablo.

Con el apoyo del rey de Hungr¨ªa, pap¨¢ Vlad lleg¨® a voivoda (o sea, pr¨ªncipe de Valaquia) a cambio de su apoyo en la lucha contra los imp¨ªos otomanos. Pero los h¨²ngaros sufr¨ªan tantas revueltas internas que no eran capaces de ayudarle a ¨¦l en la defensa de sus territorios. Los turcos, en cambio, eran muchos y estaban muy bien armados y disciplinados. Nada m¨¢s llegar al trono, con mucho sentido pr¨¢ctico -y poco ¨¦tico-, pap¨¢ Vlad decidi¨® cambiar de bando. Ofreci¨® tributo al sult¨¢n, le rindi¨® un homenaje junto a 300 de sus nobles, bes¨® el borde de su manto y, para que no quedase lugar a dudas, le entreg¨® como rehenes a sus dos hijos menores: Vlad y Radu.

Pocos hermanos han sido tan distintos entre s¨ª como esos dos. Si Vlad era corpulento, Radu era un enclenque. Si Vlad mostr¨® desde peque?o un valor rayano en locura temeraria, Radu era d¨¦bil de car¨¢cter y diletante. Si Vlad ten¨ªa las cejas espesas, el labio inferior hinchado y unas fosas nasales como dos cr¨¢teres, Radu era famoso por su belleza f¨ªsica. Pero, sobre todo, si Vlad era un austero y reprimido moralista, Radu era la sensualidad en persona. Desde la pubertad despert¨® los apetitos del heredero del sult¨¢n, Mehmed, y aunque se resisti¨® al principio, luego descubri¨® las ventajas y comodidades del intercambio de favores.

Parece que Vlad no se adapt¨® tan bien. En realidad, tampoco se qued¨® tanto tiempo. En 1446, los h¨²ngaros vengaron la traici¨®n de su padre apale¨¢ndole hasta la muerte y neg¨¢ndole el derecho a sepultura. Su hermano mayor, Mircea, corri¨® la suerte inversa: lo enterraron vivo. De un d¨ªa para otro, el peque?o Vlad se convirti¨® en heredero directo a pr¨ªncipe de Valaquia.

Pero el sistema de elecci¨®n del voivoda no se basaba en la primogenitura. De hecho, depend¨ªa de una asamblea de los nobles eslavos llamados boyardos, que eleg¨ªan entre los candidatos de la familia real. La elecci¨®n sol¨ªa realizarse seg¨²n la conveniencia del momento. Y Vlad no conven¨ªa. Su primer gobierno con apoyo turco dur¨® s¨®lo dos meses antes de ser defenestrado. Su sucesor, Vladislav II, no se mostr¨® hostil con el sult¨¢n, as¨ª que, a Turqu¨ªa, el cambio le dio igual. Vlad perdi¨® el respaldo otomano. Decepcionado y abandonado una vez m¨¢s, el joven vag¨® durante los siguientes ocho a?os por Europa tratando de recabar apoyos pol¨ªticos para recuperar el trono que consideraba leg¨ªtimamente suyo.

La oportunidad llegar¨ªa de las manos m¨¢s inesperadas. Una disputa comercial con Hungr¨ªa le costar¨ªa el trono a Vladislav II. El rey h¨²ngaro necesitaba un candidato m¨¢s condescendiente para gobernar Valaquia, y se acord¨® de Vlad. Comenzaron los concili¨¢bulos entre los h¨²ngaros -siempre dispuestos a olvidar que ellos hab¨ªan matado a la familia Dracul- y los boyardos -siempre dispuestos a llegar a un acuerdo mientras no les tocasen la cartera-. Ya se sabe que en pol¨ªtica la memoria es corta. Ni siquiera el propio Vlad se molestaba con problemas de conciencia. Para alcanzar su ansiado trono s¨®lo ten¨ªa dos alternativas: aliarse con los turcos, que ya le hab¨ªan traicionado, o aliarse con los asesinos de su padre y de su hermano. Opt¨® por lo segundo.

En 1456, a los 25 a?os, Vlad entr¨® en Valaquia al mando de un ej¨¦rcito transilvano. No le cost¨® mucho hacer prisionero al voivoda Vladislav y ejecutarlo frente a un p¨²blico m¨¢s ¨¢vido de espect¨¢culo que de justicia. As¨ª se inauguraba el principado de Vlad III, que en adelante a?adir¨ªa a su nombre de Draculea el apelativo de Tepes ("el empalador").

Digamos que soy voivoda de Valaquia. Me amenaza, por un lado, un ej¨¦rcito de 100.000 hombres; por el otro, uno de 70.000. No cuento con mis boyardos, que han montado un sistema para limitar mi poder a sus caprichos. Mis campesinos est¨¢n hartos de la explotaci¨®n y se niegan a pelear. Mis antecesores han durado un promedio de tres a?os, dedicados exclusivamente a seguir durando. Soy un pelele pol¨ªtico sin dinero, sin poder¨ªo militar y sin influencia sobre otros Estados. S¨®lo hay algo que puede mantenerme al mando: el miedo. Si no me sacan ser¨¢ porque no se atreven.

Consciente de ello, Vlad sigui¨® un orden muy riguroso en la administraci¨®n de la violencia. Empez¨® ocup¨¢ndose del enemigo interior. Siguiendo la costumbre, organiz¨® un fest¨ªn de Pascua para todos los boyardos con influencia en la elecci¨®n del principado, unos 500. Cuando la fiesta estaba en lo mejor se le ocurri¨® un ingenioso juego de preguntas y respuestas. La primera pregunta era: ?a cu¨¢ntos voivodas hab¨¦is visto pasar? Los nobles se divert¨ªan. Varios mencionaron a seis, a ocho. Algunos de los m¨¢s viejos recordaban hasta 30. La segunda pregunta era: ?no os parecen demasiados? Ahora, los boyardos se carcajeaban. Son m¨¢s que platos hay en esta mesa, son m¨¢s que las jarras de vino que uno se puede beber. Se lo estaban pasando en grande. Vlad dio la respuesta ganadora: "Si han sido tantos es por culpa de vuestra infamia y vuestra traici¨®n". A algunos se les cort¨® la risa al o¨ªrle, otros pensaron que era hora de irse a casa. Pero era tarde. Se abrieron las puertas del sal¨®n e ingres¨® la guardia personal de Vlad.

Los nobles fueron capturados sin mucho esfuerzo. Suplicaron piedad, pero nadie les estaba escuchando. Les ataron las manos a la espalda y les dejaron los pies bien separados. Les colocaron boca abajo y lubricaron con aceite sus orificios posteriores. Luego, los verdugos introdujeron por ah¨ª palos puntiagudos que afirmaron a martillazos hasta que penetraron unos 50 cent¨ªmetros. Finalmente sembraron los palos como ¨¢rboles en el suelo. La punta de los palos era roma, de modo que no perforaba los ¨®rganos internos; s¨®lo los iba haciendo a un lado a su paso, buscando una salida, mientras los cuerpos descend¨ªan por su propio peso. Algunos tardaron en morir tres d¨ªas.

El empalamiento cumpl¨ªa una funci¨®n did¨¢ctica. Se realizaba en lugares transitados, como plazas y caminos, a modo de advertencia por si a alg¨²n otro gracioso se le ocurr¨ªa traicionar al voivoda. Las v¨ªctimas se dejaban ah¨ª durante meses, mientras los cad¨¢veres se iban descomponiendo.

Vlad reparti¨® las propiedades de los boyardos empalados entre algunos nobles menores, varios monjes y muchos campesinos libres, para crear una nueva clase dominante leal a sus ¨®rdenes. Pero no debemos inferir de ello una actitud elitista por su parte. Vlad era muy democr¨¢tico en su salvajismo. Su siguiente banquete fue para los mendigos y pordioseros de Valaquia. Esta vez, el juego de las preguntas era distinto: "?Quer¨¦is veros libres de miserias y privaciones?". Los mendigos quer¨ªan. Para satisfacerlos, Vlad cerr¨® las puertas de la sala y les prendi¨® fuego. El problema de la pobreza estaba resuelto.

A los gitanos tambi¨¦n les ofreci¨® una salida productiva. Reuni¨® a unos 300, escogi¨® a tres de ellos y los mand¨® asar. A fuego lento. A los dem¨¢s les ofreci¨® una opci¨®n: o se com¨ªan a sus amigos, o se enrolaban en el ej¨¦rcito. Los gitanos formaron a partir de entonces un contingente armado de dudosa heroicidad.

El problema con los malos es que siempre creen que son buenos. Vlad estaba obsesionado con la virtud de su pueblo, que promov¨ªa con medidas dr¨¢sticas. Si algo realmente le desesperaba era la infidelidad femenina. Las mujeres que enga?aban a sus esposos eran empaladas por la vagina con hierros candentes. Sus ¨®rganos sexuales y pechos eran mutilados, y si su pecado era grave, se las desollaba antes del empalamiento. Sus hijos, por lo general, sufr¨ªan el mismo castigo. Si eran muy peque?os, los empalaban incrustados en los pechos vac¨ªos de las madres. Vlad sab¨ªa por experiencia propia lo peligroso que pod¨ªa ser en el futuro un hijo sediento de venganza. El infanticidio era el modo m¨¢s pr¨¢ctico de curarse en salud.

Sin embargo, no se puede acusar a Vlad de nepotista. Estaba dispuesto a impartir su peculiar sentido de justicia incluso contra sus seres queridos. Una vez, al verle deprimido, su amante le dijo para alegrarle que esperaba un hijo de ¨¦l. Pero era mentira. Vlad la hizo revisar por unas comadronas. Tras certificar el falso embarazo la raj¨® personalmente de la pelvis al pecho en busca del supuesto beb¨¦.

Algunos bi¨®grafos con influencia del psicoan¨¢lisis sugieren que su ins¨®lito despliegue de crueldad se deb¨ªa a que Vlad era sexualmente impotente y sublimaba sus carencias sexuales a trav¨¦s de la tortura. Pero ¨¦l se justificar¨ªa diciendo que la suya era una leg¨ªtima preocupaci¨®n por la sana moral de los rumanos. Bueno, probablemente no dir¨ªa nada. Simplemente mandar¨ªa empalar al bi¨®grafo. En todo caso, cabe decir en su favor que era igualmente cruel con los ladrones, a quienes, por lo visto, juzgaba tan r¨¦probos como a los pobres, las mujeres, los ni?os y los gitanos. Conocedores de la severidad de los castigos -que inclu¨ªan, aparte del consabido empalamiento, la p¨¦rdida de los ojos-, los amigos de lo ajeno contuvieron sus impulsos en Valaquia. Vlad estaba especialmente orgulloso del s¨ªmbolo de su autoridad: la copa para beber de la fuente en la plaza de Tirgoviste. La copa era de oro puro y no estaba custodiada. Pero nadie se atrevi¨® a robarla durante todo su reinado. El imperio de la ley y el orden, que le dicen.

Pero hasta ahora s¨®lo hemos hablado de la paz. Luego hubo una guerra. Y la cosa empeor¨®.

Aparentemente, Vlad se habr¨ªa podido ahorrar el enfrentamiento contra el poderoso imperio otomano. Pero es que el pr¨ªncipe ten¨ªa muy malos modales. El emisario encargado de cobrar el tributo del sult¨¢n se present¨® en su castillo con el turbante puesto. Y eso no le gust¨®. El turco le explic¨® que ¨¦sa era su costumbre, que ni siquiera ante el sult¨¢n se quitaba el turbante. Vlad dijo: "Quiero, entonces, confirmarte en tus costumbres", y mand¨® clavarle el turbante a la cabeza. De m¨¢s est¨¢ explicar que no pag¨® el tributo.

Para colmo, Vlad se dedic¨® a atacar las fortalezas turcas del Danubio. Quiz¨¢ simplemente decidi¨® adelantarse a la invasi¨®n que se producir¨ªa m¨¢s tarde o m¨¢s temprano. O quiz¨¢ fantaseaba con liderar a la cristiandad en su cruzada contra los infieles. Eso al menos parece indicar la carta que envi¨® al soberano de Hungr¨ªa para convencerle de sumarse a los combates: "He matado a hombres y mujeres, a viejos y j¨®venes, desde Oblucitza y Novoselo, donde el Danubio entra en el mar, hasta Samovit y Ghigen. Hemos matado a 23.884 turcos y b¨²lgaros, sin contar aquellos a los que quemamos en sus casas, o cuyas cabezas no fueron cortadas por nuestros soldados [?]; 1.350 en Novoselo, 6.840 en Silistria, 343 en Orsova, 840 en Vectrem, 630 en Tutrakan, 210 en Marotim, 6.414 en Giurgiu, 343 en Turnu, 410 en Sistov, 1.138 en Nic¨®polis, 1.460 en Rahovo?". El escrito iba acompa?ado por dos costales llenos de orejas, narices y cabezas. Pero ni as¨ª convenci¨® a nadie. Vlad tendr¨ªa que enfrentarse solo al sult¨¢n Mehmed, que adem¨¢s estaba tan furioso que dirigir¨ªa personalmente a su guardia de ¨¦lite, los jen¨ªzaros, y a su ej¨¦rcito de 100.000 hombres. Uno de ellos, por cierto, era un viejo conocido: Radu el Hermoso, el hermano de Vlad, el elegido del sult¨¢n para ocupar el trono de Valaquia tras la victoria.

Como ¨²nica estrategia posible, Vlad, que s¨®lo contaba con 20.000 hombres, invent¨® la guerrilla: atacaba de noche y por sorpresa, rapi?aba la retaguardia turca, asesinaba a los soldados que se apartaban del grueso de la tropa. Tambi¨¦n ten¨ªa m¨¦todos para potenciar el valor de sus propios soldados: premiaba y condecoraba a los heridos por el frente; en cambio, a los que presentaban heridas por la retaguardia, se?al de huida, los empalaba. Adem¨¢s orden¨® a sus s¨²bditos aplicar la estrategia de tierra quemada. Los valacos dejaron los pueblos y se refugiaron en las monta?as con v¨ªveres y ganado. Los soldados turcos se desmoralizaban al no tener nada que saquear.

El sult¨¢n continuaba su avance hacia Tirgoviste, bajo un sol abrasador y sin agua. Cada vez entend¨ªa menos qu¨¦ ten¨ªa que ganar en esa guerra. La marcha dur¨® siete d¨ªas. El ¨²ltimo de ellos encontraron el bosque de los empalados: 20.000 cad¨¢veres sembrados en una extensi¨®n de 10 kil¨®metros cuadrados. Hombres, mujeres, ni?os cubiertos de cuervos y buitres que constru¨ªan sus nidos en sus cavidades ¨®seas. Tras el bosque estaba la capital abandonada y vac¨ªa.

Mehmed dej¨® ah¨ª a Radu, un heredero leg¨ªtimo que pronto consigui¨® el apoyo de los boyardos, hartos de los excesos del anterior voivoda y ansiosos de paz con los turcos. Vlad huy¨® a Hungr¨ªa. Sus aliados le hab¨ªan abandonado, su hermano ocupaba el trono de Valaquia y su mujer se hab¨ªa suicidado ante la inminencia de la derrota. Pero a¨²n no terminaban sus problemas. Los h¨²ngaros interceptaron unas supuestas cartas de Vlad ofreci¨¦ndole una alianza al sult¨¢n. Fue a Buda en busca de ayuda y s¨®lo consigui¨® hacerse arrestar.

Su cautiverio dur¨® 12 a?os, pero no parece haber sido especialmente duro. Se trat¨® m¨¢s bien de un arresto domiciliario. El rey de Hungr¨ªa se complac¨ªa mostr¨¢ndoselo a sus hu¨¦spedes, como una bestia de feria conocida por la leyenda de su crueldad. Qui¨¦n sabe si Vlad tambi¨¦n se divert¨ªa con eso. Ten¨ªa otros hobbies. Cazaba ratones y los empalaba. Compraba p¨¢jaros en el mercado s¨®lo para atormentarlos y dejarlos en libertad. Una vez, un alguacil entr¨® en su casa sin avisar, durante la persecuci¨®n de un ladr¨®n. Vlad lo mat¨®. Explic¨® que no se entra as¨ª en casa de un pr¨ªncipe. Al rey h¨²ngaro le pareci¨® muy gracioso.

Pero en pol¨ªtica, la memoria es corta. Los conflictos en Valaquia continuaron. Radu muri¨® asesinado o en combate, ni siquiera se sabe. Los turcos volvieron a atacar. Los europeos necesitaban al mejor jefe militar que se les hab¨ªa enfrentado. Una vez m¨¢s, Vlad Dr¨¢cula volvi¨® a Valaquia para enfrentarse a Mehmed.

Hay tres versiones de lo que ocurri¨® entonces. La primera dice que Vlad muri¨® en combate; la segunda, que sus hombres le confundieron con un turco y lo mataron; la tercera, que un sicario le degoll¨® por la espalda. En cualquier caso, todos ten¨ªan razones para hacerlo. La supervivencia de Vlad entre valacos, turcos y h¨²ngaros era imposible. A petici¨®n de Mehmed, decapitaron su cuerpo. Enterraron el tronco en el monasterio de Snagov y enviaron la cabeza al sult¨¢n conservada en miel para que la exhibiese clavada en una lanza. A?os despu¨¦s, el hijo de Vlad, el ¨²ltimo Dr¨¢cula, gobernar¨ªa y morir¨ªa asesinado, como todos sus familiares.

Un grabado de la ¨¦poca muestra a Vlad almorzando apaciblemente al lado de un bosque de empalados. Frente a ¨¦l, uno de sus empleados trocea a un cad¨¢ver. Sin embargo, Vlad no come carne humana ni bebe sangre, s¨®lo almuerza. En la mesa hay pan, quiz¨¢ un guiso. El grabado forma parte de las fuentes de la historia de Vlad, que se convirti¨® en el primer best seller del mundo antes que la Biblia. Las cr¨®nicas alemanas hablan de ¨¦l como un monstruo; las rusas, aunque no ahorran detalles sobre su crueldad, le consideran un hombre justo que defendi¨® a los suyos contra los extranjeros y los nobles corruptos. Incluso muchos rumanos le consideran un h¨¦roe nacional, pero uno de ellos parece haber sido el dictador Ceausescu, que no resulta una buena referencia.

A lo largo de la historia, esas leyendas, que tienen mucho de tradici¨®n oral y seguramente de exageraci¨®n, jam¨¢s se mezclaron con las de los vampiros -mugrientos muertos-vivos putrefactos y sin glamour- que abundaban en Rumania. Hasta la llegada de Bram Stoker. Stoker convirti¨® al desagradable engendro en un refinado conde centroeuropeo, haci¨¦ndole m¨¢s digerible para el lector victoriano, y barniz¨¢ndolo, por supuesto, con una p¨¢tina de atractivo sexual.

No est¨¢ claro cu¨¢nto investig¨® Stoker realmente y cu¨¢nto fue producto de su calenturienta imaginaci¨®n. Est¨¢ claro que Vlad, el hijo del diablo sediento de sangre cuya cabeza fue arrancada y clavada en una estaca, el pr¨ªncipe que pele¨® contra tres religiones y cuya alma vagar¨ªa por la tierra rechazada de todos los para¨ªsos, daba juego para todo tipo de f¨¢bulas. Pero hab¨ªa cosas que ni el talento literario de Stoker pod¨ªa prever. En 1931, un equipo de arque¨®logos exhum¨® el sepulcro de Vlad Dr¨¢cula en el monasterio de Snagov. En el interior s¨®lo encontraron huesos de animales.