Jean-Paul Belmondo y los descapotables
'Al final de la escapada' plantea uno de los interrogantes m¨¢s pintorescos del cine: ?se puede conducir un coche descapotable con el sombrero puesto? Jean-Paul Belmondo interpreta a un ladr¨®n de coches que, tras cometer un temerario adelantamiento, es perseguido por dos gendarmes y mata a tiros a uno de ellos. Se refugia en Par¨ªs, donde intenta cobrar viejas deudas. Mientras tanto, se enamora m¨¢s de lo que quisiera de Jean Seberg, una periodista norteamericana que afirma estar embarazada de ¨¦l. Sospecho que el director Jean-Luc Godard eligi¨® a Seberg por su peinado a lo gar?on, que le permit¨ªa ir en el asiento del copiloto de un descapotable sin despeinarse. Ese corte de pelo y el encanto de la actriz explican los 58 primeros planos de un rostro que no anuncia ninguna de las cat¨¢strofes que, m¨¢s adelante, vivir¨¢ (incluso un intento de suicidio en el hotel Eurobuilding de Madrid). Belmondo no le va a la zaga en cuanto a repertorio facial: le vemos fumar, hacer muecas, lucir unas gafas de sol, conducir con el sombrero puesto y acariciarse los labios con el pulgar, un gesto que fue fagocitado por un anuncio de Martini. Belmondo, en cambio, s¨®lo bebe leche, brebaje poco coherente con el criminal real al que dio vida. A diferencia del chico Martini, Belmondo hace interesantes aportaciones sobre situaciones veraniegas. El dilema entre mar, monta?a y ciudad, por ejemplo, lo resuelve as¨ª: "Si no le gusta el mar, si no le gusta la monta?a, si no le gusta la ciudad, entonces que le jodan".
A diferencia del chico Martini, Belmondo hace interesantes aportaciones sobre situaciones veraniegas
Al final de la escapada se estren¨® en 1960, con argumento de Fran?ois Truffaut y direcci¨®n de un cineasta m¨¢s abstracto que figurativo: Godard. Salvo en esta pel¨ªcula, a Godard suele entend¨¦rsele poco, quiz¨¢ porque, como le cont¨® a Wim Wenders: "Toda historia tiene un planteamiento, un nudo y un desenlace, pero no necesariamente en ese orden". Su bi¨®grafo Colin MacCabe tambi¨¦n opina que lo godardiano "es extremadamente dif¨ªcil de captar. Otra gran parte requiere repetidas visiones antes de que empiece a revelar el tesoro que encierra. Y una parte es sumamente desigual. Pero lo peor nunca est¨¢ por debajo de lo inteligente, y lo mejor es lo mejor que hay". Ver la obra de Godard, pues, es como viajar en un descapotable: cuando llegas a tu destino, est¨¢s despeinado, has perdido el sombrero, y si eres un perro es probable que con tanto aire hayas pillado una otitis, pero ya no eres el mismo que cuando empez¨® la pel¨ªcula-viaje. En cuanto a los coches, Belmondo ha sido un aficionado impenitente a estas m¨¢quinas y Seberg muri¨® en un asiento de atr¨¢s, envuelta en una manta. Unos dicen que se suicid¨® mezclando alcohol y barbit¨²ricos, aunque el segundo de sus cuatro maridos, Romain Gary, acus¨® al FBI de haberla empujado al suicido por su adhesi¨®n al movimiento de los Panteras Negras. Un a?o m¨¢s tarde, Gary tambi¨¦n se suicid¨®, dejando a su hijo Alexandre la tr¨¢gica condici¨®n de ser doble hu¨¦rfano de suicidas. En la pel¨ªcula, Seberg traiciona a Belmondo y llama a la polic¨ªa, que le pega un tiro mortal en la calle Campagne-Premi¨¨re. No es una mala calle para morir: a principios de siglo XX abundaban los cabarets y era un barrio que frecuentaron Man Ray, Modigliani, Picasso y Aragon. En esa calle y en el estudio de Aragon transcurre la escena que cuenta Luis Bu?uel en sus memorias: "Media hora despu¨¦s, llego a su casa de la Rue Campagne-Premi¨¨re. En pocas palabras, me dice que Elsa Triolet le ha dejado para siempre, que los surrealistas han publicado un folleto injurioso contra ¨¦l y que el partido comunista en el que estaba afiliado ha decidido expulsarlo". Moraleja: la Rue Campagne-Premi¨¨re es peligrosa.
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