Un patio para Ch¨¢vez
YARE
Todas las ma?anas, Ch¨¢vez se sentaba junto a un busto de Sim¨®n Bol¨ªvar y hablaba con ¨¦l
"Al morir ser¨¢ un m¨¢rtir. Y los m¨¢rtires nunca mueren. El Cor¨¢n nos ordena decir que est¨¢ vivo"
"Ya he pedido disculpas al pueblo de Liberia, que me perdonen, y tambi¨¦n les he perdonado"
La prisi¨®n de Yare, en Venezuela, en la que estuvo encarcelado Hugo Ch¨¢vez tras su golpe de Estado fallido en 1992, es un lugar horrible. Los peores presos est¨¢n a su aire en dos bloques blancuzcos y agujereados de bala en la parte posterior del patio, donde unas cortinas negras de excrementos, de los retretes rotos, se deslizan por los muros, y el suelo est¨¢ alfombrado con una masa oleaginosa de aguas fecales y basura que rezuman. En los espacios abiertos dejados por los barrotes arrancados en las ventanas, los presos descamisados se colocan como cuervos vigilantes. Yo visit¨¦ Yare un d¨ªa ardiente, sin aire, del a?o 2000, con el hedor de la c¨¢rcel estancado como veneno en el ambiente. El inspector Manuel Lugo, un alto funcionario de prisiones y antiguo director de Yare, se hab¨ªa ofrecido a guiar mi visita, pero s¨®lo desde fuera. Cuando circul¨¢bamos alrededor del per¨ªmetro de la prisi¨®n, vi que las torres de vigilancia tambi¨¦n estaban llenas de orificios de bala, y, al acercarnos a los barracones blancos, Lugo apret¨® el acelerador. "No podemos detenernos aqu¨ª", dijo. "Podr¨ªan dispararnos". Explic¨® que muchos de los 1.100 internos de Yare ten¨ªan armas. "Dentro no hay m¨¢s que seis vigilantes de guardia al mismo tiempo", dijo. No hab¨ªa presupuesto para contratar a m¨¢s. "Es una situaci¨®n insostenible".
Una generaci¨®n de j¨®venes nacidos en la pobreza y que tienen acceso a drogas y armas hace que la criminalidad en Venezuela se mantenga en unos niveles asombrosos. Lugo explic¨® que, de los noventa y tantos homicidios registrados en el pa¨ªs cada fin de semana -que es cuando m¨¢s cr¨ªmenes violentos se cometen-, un tercio consist¨ªa seguramente en ejecuciones extrajudiciales llevadas a cabo por polic¨ªas. Muchos agentes no ve¨ªan otra forma de hacer su trabajo. Por eso Lugo apoyaba a Ch¨¢vez. Hac¨ªan falta medidas urgentes para arreglar los problemas de Venezuela, y Ch¨¢vez era la ¨²nica persona que parec¨ªa preparada para abordar la tarea.
Fuera del alcance de los disparos procedentes de los bloques de celdas, Lugo me present¨® a Virginia, la secretaria del psic¨®logo de la prisi¨®n. Virginia es una mujer de aspecto resistente y cuarenta y tantos a?os, con el cabello corto y te?ido de color caoba. Le faltaban dos dientes. Me cont¨® que hab¨ªa llegado a conocer bien a Ch¨¢vez cuando estuvo encarcelado en Yare. Todas las ma?anas se sentaba en una silla, en el patio alambrado al aire libre que le hab¨ªan construido especialmente para ¨¦l delante de su celda. All¨ª hab¨ªa un busto de escayola de Sim¨®n Bol¨ªvar, y Ch¨¢vez hablaba con ¨¦l. Lugo interrumpi¨® para decir que ¨¦l tambi¨¦n le hab¨ªa visto hacerlo: "Sol¨ªa girar hacia ¨¦l la cabeza de Bol¨ªvar". Virginia asinti¨®.
Virginia estaba escribiendo una carta a Ch¨¢vez. Quer¨ªa que le ayudara a alquilar una de las casas baratas del "Plan Bol¨ªvar" que estaba construyendo el Gobierno cerca de Yare. Necesitaba un lugar propio, dec¨ªa, porque estaba separada de su marido, un miembro de la Guardia Nacional, y todav¨ªa viv¨ªan en la misma casa. Virginia pensaba que su matrimonio se hab¨ªa roto porque su marido estaba celoso de su amistad con Ch¨¢vez. Virginia se re¨ªa como loca al cont¨¢rmelo. "Ch¨¢vez no me gusta como amante", dijo. "Le admiro porque tiene un bicho" -pene- "lo bastante grande como para defender al pa¨ªs".
- 'YIHAD'
En el campo de refugiados palestino de Breij, en Gaza, despu¨¦s de un enfrentamiento entre los j¨®venes islamistas del campamento y el Ej¨¦rcito israel¨ª en el que hab¨ªa muerto uno de sus amigos, el militante palestino Fahed y su amigo Hisham me hablaron sobre el significado de la yihad. "La Guerra Santa es un t¨¦rmino que aterra especialmente a los europeos, sobre todo a los cristianos", dijo Fahed. "Procede de la ¨¦poca de las guerras entre cristianos y musulmanes. Para nosotros, la yihad es otra cosa completamente distinta. La yihad es el arma que un musulm¨¢n utiliza para defenderse. Creemos que si un musulm¨¢n lucha para permitir el ascenso del Islam, liberar su tierra y defender a su familia, eso es una yihad. El hombre que lucha por esas cosas es un muyahid¨ªn. Si es un muyahid¨ªn, significa que tendr¨¢ un buen puesto el d¨ªa del Juicio e ir¨¢ al para¨ªso. Eso es importante, porque, si uno cree que va a ir al para¨ªso, le da una fuerza especial".
Hisham asinti¨® y a?adi¨®: "Cada d¨ªa entregamos a un m¨¢rtir para que cambien las cosas. Cada vez que alguien muere asesinado hace que el levantamiento cobre m¨¢s fuerza y avance m¨¢s. Todo el mundo sabe que, al morir, ser¨¢ un m¨¢rtir, y que un m¨¢rtir nunca muere. Cuando muere, los dem¨¢s tenemos prohibido decir que ha muerto. El Cor¨¢n nos ordena decir que est¨¢ vivo".
- 'YUYU'
Cuando visit¨¦ a Charles Taylor, el caudillo entonces convertido en presidente de Liberia, en 1998, viv¨ªa en un barrio llamado Congotown, a las afueras de la capital, Monrovia. Taylor se hab¨ªa construido una enorme casa, y varios de sus colaboradores viv¨ªan cerca. La residencia de Taylor, rodeada por altos muros de cemento, ten¨ªa una capilla privada, pistas de tenis y baloncesto, y una piscina. Estaba construida sobre la ladera de una colina escarpada y dominaba una pradera verde que, en la estaci¨®n de lluvias, se convierte en pantano.
El presidente Taylor no sol¨ªa aparecer en p¨²blico, pero, la mayor¨ªa de los d¨ªas, a media ma?ana, sal¨ªa de su residencia con una fuerte protecci¨®n y se dirig¨ªa r¨¢pidamente en coche al centro, al Palacio del Gobierno, en un convoy formado por dos docenas de Mercedes y Land-Rovers nuevos y varios camiones llenos de guardaespaldas. El arsenal que llevaban comprend¨ªa fusiles de asalto, lanzacohetes RPG-7 y ametralladoras pesadas. Para acceder a la mansi¨®n, todo el mundo, menos el presidente, ten¨ªa que atravesar un barrio de chabolas cercano, en el que los miembros del servicio de Seguridad Especial del presidente, antiguos guerrilleros, sol¨ªan colocar varios controles. Armados con fusiles de asalto AK-47 y con frecuencia borrachos, sol¨ªan intimidar a los visitantes para que les dieran una "pizca", un soborno. En la entrada a la mansi¨®n merodeaban otros encargados de seguridad, muchos con gabardinas marrones tres cuartos y gafas de sol. Los que estaban en el interior ped¨ªan siempre alg¨²n tipo de identificaci¨®n, y luego preguntaban: "?Qu¨¦ tiene para m¨ª, jefe?".
La mansi¨®n es un edificio curvo de ocho pisos, erigido por constructores israel¨ªes en los a?os sesenta. Tiene una historia especialmente siniestra. En 1980, el sargento mayor Samuel Doe inici¨® su golpe aqu¨ª con el asesinato ritual del presidente William Tolbert. Diez a?os m¨¢s tarde, a su vez, Doe encontr¨® un fin espeluznante cuando sali¨® de la mansi¨®n para entrevistarse con Prince Johnson, uno de los lugartenientes de Charles Taylor, que se hab¨ªa escindido de ¨¦ste para formar su propia facci¨®n. Johnson tortur¨® a Doe hasta la muerte, y lo grab¨® en v¨ªdeo.
Justo delante del recinto amurallado de la mansi¨®n hab¨ªa una estatua que conmemoraba al Soldado Desconocido de Liberia. La destruyeron un mes antes de mi visita, durante un rito de purificaci¨®n ordenado por el presidente Taylor para limpiar la mansi¨®n de malos esp¨ªritus. Hab¨ªa "informes persistentes", me cont¨® el obispo Alfred Reeves -uno de los principales consejeros religiosos del presidente-, de que hab¨ªan enterrado vivo a un ni?o bajo el monumento, como sacrificio. "Hab¨ªamos dicho que era preciso limpiar la mansi¨®n desde el asesinato del presidente Tolbert", explic¨® Reeves. "Dijimos que hab¨ªa que consagrarla, pero la verdad es que nadie hac¨ªa caso a la Iglesia hasta que lleg¨® Taylor al poder".
Taylor dice ser un hombre "profundamente religioso" y un ardiente numer¨®logo; su n¨²mero de la suerte es el siete. Por consiguiente, 70 ancianos de diversas iglesias cristianas se separaron en grupos de siete y recorrieron la mansi¨®n durante una semana, piso por piso, habitaci¨®n por habitaci¨®n, rezando y ayunando. Pero es posible que la consagraci¨®n no funcionara. Hab¨ªa un gato negro que se paseaba por los alrededores, y eso preocupaba a Reeves porque, seg¨²n explicaba, no era un gato corriente: "Es una bruja transformada en gato". Se dec¨ªa que el animal hab¨ªa salido, o de un peque?o agujero en un cuadro, o de una estatua de la Virgen Mar¨ªa. Al saltar, cay¨® sobre un cl¨¦rigo que rezaba e intent¨® sacarle los ojos. La semana anterior a nuestro encuentro, me inform¨® Reeves, el gato negro hab¨ªa reaparecido y hab¨ªa atacado a un guardia presidencial antes de volver a huir. "Es peligroso", dijo Reeves. "Muy peligroso".
La ceremonia de consagraci¨®n de Taylor aliment¨® una m¨¢quina de rumores cada vez m¨¢s desatada en Monrovia. Una de las cosas que se dec¨ªan era que el presidente hab¨ªa ordenado matar a un empleado por alguna transgresi¨®n, hab¨ªa llenado un cubo con su sangre y lo hab¨ªa mandado guardar bajo la cama presidencial hasta que tuviera ganas de ba?arse en ella. Fuera verdad o no, la mayor¨ªa de los liberianos con los que habl¨¦ opinaban que la ceremonia de consagraci¨®n era prueba de que Taylor cre¨ªa en el yuyu. El yuyu, nombre que reciben la brujer¨ªa y la magia en Liberia, tiene una presencia en la cultura pol¨ªtica del pa¨ªs que viene de antiguo, y sus pr¨¢cticas m¨¢s perversas -sacrificios humanos rituales y canibalismo- suelen estar vinculadas a personas que persiguen el poder o temen perderlo. De hecho, durante mi estancia en Liberia, hubo varias noticias sobre "hombres de coraz¨®n" que andaban por los alrededores. Seg¨²n dec¨ªan, los candidatos a diversos cargos arrancaban y devoraban corazones humanos para mejorar sus posibilidades de ganar la elecci¨®n.
Una tarde, Charles Taylor me recibi¨® formalmente en la cochera de su residencia, y le pregunt¨¦ sobre lo que ten¨ªa de yuyu su consagraci¨®n. Taylor es un hombre bajo, menudo, de piel cobriza, rostro redondo y un cabello y barba muy recortados y encanecidos. Se sent¨® en una peque?a silla cubierta de terciopelo beis y lat¨®n reluciente, al lado de un sed¨¢n Mercedes de color negro. Llevaba pantal¨®n y camisa de tipo caft¨¢n de encaje color marfil, zapatillas de piel de serpiente con hebillas de oro, reloj de oro incrustado de diamantes, gafas de sol de montura dorada y una gorra negra de b¨¦isbol en la que pon¨ªa "Presidente Taylor" en hilo dorado. A su lado hab¨ªa una mesita y una silla de jard¨ªn de pl¨¢stico blanco. Sonri¨® e indic¨® la silla: "Si¨¦ntese, querido m¨ªo, si¨¦ntese". Sobre la mesa hab¨ªa un bast¨®n tallado de color sangre de buey, una especie de cetro que llevaba siempre consigo. Le pregunt¨¦ por ¨¦l, y me dijo que estaba hecho de la madera de un "¨¢rbol sagrado" bajo el que no crece la hierba, y que causa la muerte a cualquier animal que se aproxime. Explic¨® que hab¨ªa empezado a llevarlo durante la guerra.
Pregunt¨¦ a Taylor si era acertado calificar la consagraci¨®n de exorcismo. Solt¨® una risotada. "?Querido, yo no dir¨ªa que es un exorcismo! No... A lo largo de los a?os, los a?os de guerra en Liberia, el derramamiento de sangre, hemos ayunado y rezado muchas veces. Somos un pueblo muy, muy, muy religioso, somos un pueblo que reza, como Estados Unidos. Es lo mejor que tienen: ?En Dios confiamos! Lo que ocurri¨® aqu¨ª es que hab¨ªa todo tipo de historias sobre lo que ocurr¨ªa en las altas instancias de Liberia. En algunas partes de ?frica sigue habiendo gente que cree en el sacrificio humano. Todas estas cosas no son m¨¢s que vanidad. Como este Palacio de Gobierno: despu¨¦s de la guerra, cuando, por fin, llegamos a presidente, pensamos que era esencial consagrarlo. Y la purificaci¨®n ten¨ªa que consistir en venir a rezar y dar gracias a Dios por haber tra¨ªdo un presidente a este edificio".
Le pregunt¨¦ si sent¨ªa alguna responsabilidad moral por las atrocidades cometidas por sus soldados durante la guerra, en la que murieron, por lo menos, 150.000 personas. "Ya he pedido disculpas al pueblo de Liberia, he pedido que me perdonen y tambi¨¦n les he perdonado", respondi¨®. Cuando quise saber m¨¢s detalles, dijo: "Las guerras son terribles en cualquier parte, y hay cosas que ocurren y que no se pueden explicar. A veces, pueden pasar cosas en un sitio mientras uno est¨¢ en otra parte. Lo importante es, una vez que haya ocurrido algo, asegurarse de que se haga justicia". Taylor reconoci¨® que sus tropas hab¨ªan cometido "excesos", pero dijo que, siempre que hab¨ªa llegado a su conocimiento un delito serio, como una violaci¨®n o un asesinato, hab¨ªa ejecutado a los responsables. En cualquier caso, insisti¨®, los c¨¢lculos sobre los muertos por la guerra de Liberia eran "demasiado elevados; no creo que perdi¨¦ramos ni a 20.000 personas en la guerra".
Cog¨ª mi c¨¢mara para hacerle una foto, pero un asesor me dio en la espalda y me dijo en voz baja: "Por favor, no. Si le hace una foto tal como est¨¢, har¨¢ que aparezca como un t¨ªpico dictador africano".
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.