Arte y artefactos
?No sienten, en ocasiones, inesperadamente, nostalgia por los tiempos en que cualquier descubrimiento cultural, sobre todo compartido con amigos, no s¨®lo nos abr¨ªa perspectivas insospechadas sino que extra¨ªa de nosotros emociones desconocidas? No resulta f¨¢cil, ni por la edad ni por la ¨¦poca, sentir de nuevo ese temblor de la devoci¨®n por un est¨ªmulo nuevo que compartimos gozosos. Recuerdo con la piel la primera vez que estuve en el Museo del Prado, el olor de los ¨¢rboles del paseo en mayo, mientras me dispon¨ªa a visitar aquel templo desbordante de tesoros. Me detuve frente al tr¨ªptico de El Bosco, y permanec¨ª all¨ª durante horas, atrapada por su influjo, demasiado alterada para apreciar cualquier otra obra. En los d¨ªas siguientes regres¨¦, volv¨ªa una y otra vez, atra¨ªda por cada detalle de El jard¨ªn de las delicias. Aquel descubrimiento m¨ªo se convirti¨® en tema de conversaci¨®n con mis amigos de Madrid, y hubo uno que, ben¨¦volo, al advertir mi falta de formaci¨®n, me acompa?¨® al Prado, me lo ense?¨® y me dio una lecci¨®n de historia del arte.
?Qu¨¦ van a compartir con los amigos? ?La emoci¨®n de haberse bajado una nueva sinton¨ªa para el m¨®vil?
Dicen que tal asignatura, Historia del Arte, va a desaparecer, junto con otras Humanidades, en la nueva Ley de Educaci¨®n. Si es cierto, resulta deprimente. Culturalmente deprimente. Porque significa que no s¨®lo los j¨®venes no la estudiar¨¢n, sino que con el tiempo se extinguir¨¢ cualquier posibilidad de que alguien agreste, como yo en mi juventud, se tropiece con un maestro improvisado. ?Qu¨¦ van a compartir con los amigos? ?La emoci¨®n de haberse bajado una nueva sinton¨ªa para el m¨®vil?
Pero no hay sorocho cultural que no reciba alivio y consuelo en El Escorial, durante ese par de meses, julio y agosto, en que la Universidad Complutense organiza los Cursos de Verano. Multitud de seminarios y talleres se entrecruzan, y el inter¨¦s por las materias crea un ambiente estimulante. All¨ª me invitaron para lo impensable, dirigir un taller de cinco d¨ªas sobre articulismo, a m¨ª, que recib¨ª un abismo menos de estudios que los alumnos que tuvieron la gentileza de apuntarse al asunto. Cuando revis¨¦ sus curr¨ªculos me qued¨¦ transpuesta: carrera, seminarios, talleres, masters. Cielos. No s¨®lo en los tres alumnos m¨¢s mayores, que son profesionales, cada cual a su manera, sino en los j¨®venes que est¨¢n empezando a estudiar Ciencias de la Informaci¨®n, o en los que est¨¢n terminando, o en los que ven¨ªan de otras disciplinas. Es cierto que a la gente de ahora se le ofrece mucha teor¨ªa de este oficio. Sin embargo, se les niega algo de lo que yo dispuse a discreci¨®n: aprendizaje, pr¨¢ctica.
La experiencia result¨®, en lo que a m¨ª respecta, vivificante. Cuando entr¨¦ en la sala y vi la disposici¨®n de las mesas, di instrucciones de cambiarlas. "Esto no es un aula", les dije. "Esto va a ser una redacci¨®n". Y les obligu¨¦ a escribir una columna sobre incendios forestales. Inmediatamente me odiaron con ese odio contestatario con que deben ser acogidos los buenos jefes. Escribieron, se interesaron, y a¨²n me traje "deberes" para casa. El pen¨²ltimo d¨ªa les propuse algo realmente fuerte, sobre todo para los 10 m¨¢s j¨®venes: una visita al Valle de los Ca¨ªdos. Una vez all¨ª no tuve que decirles nada. El monumento m¨¢s horrible de la Cristiandad tiene la ventaja de que habla por s¨ª mismo. Explica lo que supuso para los espa?oles el franquismo aliado con el nacionalcatolicismo. Todos sab¨ªan que aquel ultraje en piedra fue construido con la sangre de los vencidos. Al d¨ªa siguiente me entregaron sus mejores columnas.
Como un regalo m¨¢s de la vida, en mi ¨²ltima noche en El Escorial, que coincid¨ªa con la ceremonia de clausura, disfrut¨¦ de un descubrimiento est¨¦tico cercano a los de mis verdes a?os. Sucedi¨® en el claustro principal bajo del monasterio: un concierto a cargo de la Orquesta de C¨¢mara Vox Aurae, de Brescia, con instrumentos de la ¨¦poca. Vivaldi y Boccherini nunca sonaron mejor para m¨ª. A la salida, en el patio de armas, las estrellas aparec¨ªan empalidecidas por el resplandor de las torres y de las c¨²pulas iluminadas. En mi cabeza se fund¨ªan las notas que acababa de escuchar con la mejor imagen que tengo, y tambi¨¦n es musical, de Felipe II, en la ¨®pera Don Carlo. Es al principio del acto cuarto (versi¨®n de cinco actos), cuando el emperador, encerrado en su estudio, inmerso en la infinita soledad de este edificio, de estructura tan compleja como el coraz¨®n humano, se lamenta: "Ella jam¨¢s me am¨®... No, no siente amor por m¨ª".
Si nadie me hubiera ense?ado a apreciar ciertos patrimonios del alma que hoy no cotizan en Bolsa, aquella noche en El Escorial no habr¨ªa resultado ni la mitad de emocionante y placentera. Pi¨¦nsenlo, queridos gobernantes y otros artefactos.
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