La majestad del silencio
Este silencio est¨¢ aqu¨ª desde hace siglos, y cae sobre Betancuria aun con la majestad del misterio, pero lo primero que nos recibe es una bandada de cuervos que aguardan insaciables la muerte accidental de los baifos. Un hombre nos dijo: "Es como un pueblo que estuviera debajo del mar. Pero sin ahogarse". Y el mismo hombre, sobre c¨®mo se siente aqu¨ª el paso del tiempo: "Estamos como si se hubiera parado el tiempo y nosotros nos aferr¨¢ramos a los punteros". Betancuria.
Est¨¢ en el centro mismo de Fuerteventura, y fue su capital religiosa, administrativa. En el siglo XV cay¨® en manos del colonizador franc¨¦s Jean de Bethencourt, y de ah¨ª su nombre, y dominaciones sucesivas no han conseguido borrar aquella primera impronta, de la que queda el esqueleto de un convento.
El juez de paz lleva 25 a?os mediando entre los vecinos; hace cinco que no tiene que intervenir. Los robos o las peque?as faltas no los comete gente de Betancuria
La villa vive pendiente de la visita de los turistas; ¨¦sa es ahora, con la ganader¨ªa y agricultura que quedan, la esperanza de su sustento
A Jos¨¦ le llena de orgullo que Betancuria sea el ¨²nico lugar de Canarias que se ha salvado del cemento... Pero sabe que la historia se le puede parar
Don Vicente: "La gente cree ahora que esto estaba hecho como se hizo el mundo, y a lo mejor no lo cuidan porque creen que no hace falta"
El cartero reparte cada d¨ªa unas 190 cartas, propaganda y bancos... S¨®lo cinco o seis familias se siguen carteando, sobre todo con Venezuela, Cuba...
SOMBRA. Pero ahora Betancuria ya es s¨®lo la sombra de aquel esplendor, del que conserva ¨¦sa y otras reliquias eclesi¨¢sticas, y el silencio que acaso no la va a abandonar nunca. Su poblaci¨®n no llega al medio millar, y en las calles la ausencia se nota excepto cuando los turistas que acuden a Fuerteventura las llenan en busca del souvenir del pasado de la isla.
Desde arriba, este valle encerrado se adivina como la posici¨®n estrat¨¦gica que hall¨® Bethencourt para defender su pieza, y en el llano uno camina como si estuviera pisando sobre la historia.
Se nos oye pisar sobre los empedrados, y uno siente, cuando pregunta, que el car¨¢cter ¨ªntimo, casi agreste, de los canarios convierte esas preguntas como en un examen de la intimidad. La villa vive pendiente de la visita apocopada de los turistas; ¨¦sa es ahora, con la ganader¨ªa, con la agricultura que queda, la esperanza de su sustento. De que los turistas vengan o no a recorrer sus calles, a ver sus monumentos, a tratar de rebuscar entre estas piedras rastros de lo que ellos mismos desconocen, depende la subsistencia de Betancuria.
Que acaso ser¨¢ eterna, pero que ahora algunos ven problem¨¢tica.
Muchos de aquellos con los que hablamos piensan que la decisi¨®n administrativa de impedir construcciones nuevas puede alejar a los j¨®venes definitivamente de Betancuria, porque aqu¨ª ni se podr¨¢n casar ni podr¨¢n perpetuarse... Vanessa, una chica que regenta esta ma?ana el bar que hay junto al mercadillo, lo dice con mucho ¨¦nfasis, y recuerda que hace a?os que espera una vivienda de protecci¨®n oficial; alrededor, los j¨®venes y los viejos subrayan ese porvenir de j¨®venes que se van, de viejos que se van quedando, pero es Vanessa quien lo expone con m¨¢s crudeza:
-Un d¨ªa, ¨¦sta ser¨¢ una villa fantasma. Porque no habr¨¢ ni viejos.
Nada m¨¢s llegar a Betancuria, por donde graznaban los cuervos, se lo escuchamos a un joven que hace de socorrista en P¨¢jara, Jos¨¦ Hern¨¢ndez, el hijo del juez de paz: "Y si me caso, ?qu¨¦ har¨¦? No s¨¦, pero desde luego ser¨¢ dif¨ªcil vivir en Betancuria". No hay locales nocturnos, y eso no lo echan de menos ni ¨¦l ni su amigo Jonay de Le¨®n, ni nadie, al parecer, y Jos¨¦ se?ala, hablando de la vida cotidiana en Betancuria: "Hasta las diez no hay gente".
A Jos¨¦ Luis Gonz¨¢lez, que ha recorrido mundo y ha vuelto a Betancuria, no le cabe duda de que ¨¦se es uno de los problemas del porvenir de su pueblo; pero ¨¦l mismo est¨¢ a punto de restaurar su casa, con el concurso de su hermano, que vuelve de Canad¨¢ con la intenci¨®n de crear aqu¨ª una casa rural que sirva para alojar a turistas nacionales o extranjeros... Aunque le dir¨¢ a su hermano que en Betancuria no es como en el extranjero, que uno decide hacer algo y termina haci¨¦ndolo...
?l habla en el patio de una de las casas hist¨®ricas, que son casi todas en Betancuria; son intocables, pero a veces esa intangibilidad llega hasta la ruina... Vecinos cuyas capas familiares se van yendo dejan sus domicilios atr¨¢s, nadie los restaura o los conserva, y ah¨ª quedan, pastos ya de la nada... Jos¨¦ Luis Brito, que est¨¢ terminando de estudiar historia en la Universidad de Las Palmas y que durante un tramo nos sirve de gu¨ªa sobre el pasado de Betancuria, nos se?ala una de esas casas que ya no ser¨¢ m¨¢s una casa, sino una ruina; est¨¢ muy cerca del nuevo ayuntamiento, que s¨ª se construye como si estuvieran creando una c¨¢mara acorazada para la administraci¨®n de la villa.
BRUMA. En los altos de Betancuria, donde los cuervos, est¨¢ llegando a mirar sus animales ("los animales son mejores que las personas", dice riendo) el juez de paz, Jos¨¦ Hern¨¢ndez... Antes de llegar al lugar donde ¨¦l guarda quinientas cabras, con sus baifos, burros, un camello que se contonea, nervioso o coqueto, y antes de que el mismo juez de paz nos muestre el museo que ha ido construyendo para que los dem¨¢s sepamos qu¨¦ es el mundo aut¨®ctono, hemos atravesado una bruma que parece dividir Betancuria del mundo. Luego, ya el cielo est¨¢ claro, y esa claridad hace a¨²n m¨¢s inquietante la presencia de los cuervos.
El juez de paz lleva 25 a?os mediando entre los vecinos; hace cinco que no tiene que intervenir. Los robos o las peque?as faltas que sufren los turistas o los nacionales no los comete gente de Betancuria, y ¨¦l no se tiene que ocupar, y los que viven aqu¨ª se llevan bien... Todo el mundo no piensa as¨ª: la pol¨ªtica divide a amigos e incluso a familias, y hay muchos que preferir¨ªan no hablar por si alrededor hubiera quienes se tomaran a mal sus cr¨ªticas... El silencio forma parte de las tradiciones canarias.
La granja del juez de paz nos recibe con el olor del queso y con el silencio que parece viajar con las nubes y cuya calidad aumenta cuando nuestros zapatos hacen sonar la gravilla. Como si fuera el ¨²nico ruido que hay a esta hora en Betancuria. Los burros nos miran con sus ojos inexpresivos y misteriosos, y le acariciamos la cabeza a un baifito como si estuvi¨¦ramos saludando la ganader¨ªa tradicional canaria.
El camello -ese misterioso camello que un d¨ªa fue el medio de transporte en Fuerteventura- se contonea con un movimiento peculiar, como si estuviera denunciando una visita indeseada... En alg¨²n lugar vemos los artilugios con los que orde?an autom¨¢ticamente las cabras, y el taxista que nos lleva nos cuenta que ¨¦l hizo una vez un curso de relajaci¨®n cuya m¨²sica era igual a la que usan para que las cabras sean m¨¢s felices y den m¨¢s, o mejor, leche...
Jos¨¦ tiene quesos de cemento sobre uno de sus mostradores, para explicarles a los turistas c¨®mo han ido siendo los quesos en la isla... Jos¨¦ tiene 500 de las 70.000 cabras que hay en la isla... Forman parte de la tradici¨®n, tienen detr¨¢s su administraci¨®n y su leyenda, y hoy vuelven a ser parte de la esperanza de un porvenir menos dependiente del turismo... Ellas mismas parecen ser un s¨ªmbolo de esta isla esencial, esquel¨¦tica, casi una met¨¢fora de isla, como la vio Miguel de Unamuno cuando vino aqu¨ª desterrado por Primo de Rivera... A Jos¨¦ le llena de orgullo que Betancuria sea el ¨²nico lugar de Canarias que se ha salvado del cemento... Pero sabe que la historia se le puede parar; ahora mismo est¨¢ excesivamente parada, y pas¨® mejores tiempos cuando la gente pod¨ªa vivir de lo que plantaba... El turismo ha mejorado la calidad de vida, pero Betancuria le ofrece poco ahora al turismo: deber¨ªan abrir senderos, deber¨ªan hacer lo posible por conseguir que los turistas est¨¦n m¨¢s tiempo con nosotros... Aunque una de las mejores cosas de Betancuria, dice, es que el turismo viene a vernos y se va... Aun as¨ª, ser¨ªa bueno que hubiera un hotel rural, "pero de 30 camas, ?nunca de 3.000!". Le preguntamos por Jean de Bethencourt. ?Le habr¨ªa gustado a ¨¦l ser franc¨¦s? "Oh, si hubiera sido franc¨¦s, hablar¨ªa franc¨¦s. Oui, monsieur. Fue el conquistador y punto". Aun as¨ª, est¨¢n orgullosos del hermanamiento que Normand¨ªa, la tierra natal del conquistador, y Betancuria mantienen desde hace a?os... Y el 14 de julio, como en Francia, aqu¨ª es casualmente la fiesta local...
Jos¨¦ Luis Brito, el futuro historiador, resume Betancuria para un visitante de hoy: "Un pueblito con bastante historia cuyos gobernantes no entienden que para vivir del patrimonio hay que conservarlo y mejorarlo... Mira, las casas se est¨¢n cayendo... Algunas veces es como si la gente se avergonzara de su pasado... S¨ª, entiendo que te extra?e que la gente no te hable de lo que piensa; y es que aqu¨ª a¨²n se tiene la sensaci¨®n de que siguen mandando los caciques, o el franquismo... Y los j¨®venes se encuentran desplazados, no ven alternativas, no hay una pol¨ªtica para ellos que les ofrezca salidas, deportes... Apenas hay nuevos empleos, qu¨¦ esperanza pueden tener... Y luego hay casas de m¨¢s de doscientos a?os que podr¨ªan enriquecer el patrimonio y que la gente abandona... Pero me encanta venir aqu¨ª, ¨¦ste es mi sitio, mi vida, un para¨ªso... No, no, la tranquilidad no es una amenaza, es un placer". En la camiseta negra que luce Jos¨¦ Luis hay una inscripci¨®n: "?Paremos las plataformas de Repsol!"
[por las prospecciones que hay entre Fuerteventura y Lanzarote].
TIEMPO. Luego, Jos¨¦ Luis nos lleva por los monumentos que quedan, unos en ruinas, otros cerrados y desvalijados, como la tumba de uno de los se?ores, Herrera, fallecido en 1485 y enterrado en el convento en una tumba cuyas piedras han sido quebradas... La ermita de San Diego, que reclama la historia de Jean de Bethencourt, tambi¨¦n ha sufrido las dentelladas de los desvalijadores... Pero se conserva -nos cuenta do?a Milagros, que vivi¨® siempre aqu¨ª- ?el rabo del diablo! Ella dice que, seg¨²n la leyenda, la ermita de San Diego se construy¨® con piedras que portaba el diablo, como una penitencia, y cuando acab¨® la tarea, all¨ª quedaron la soga con la que lo amarraron y tambi¨¦n el rabo del demonio...
Hay en Betancuria la sensaci¨®n de que el tiempo, en efecto, se qued¨® quieto. Ah¨ª est¨¢, echada sobre el canap¨¦ blanco de la entrada de su casa, una de las muletas de Vicentito, a quien todos saludan como la mirada veterana de la villa... Tiene m¨¢s de 80 a?os, es simp¨¢tico y dicharachero; un sobrino suyo, Paco, nos dice que har¨ªan falta muchos blocs como el que llevamos para que quepa todo lo que nos va a decir... Ahora Vicentito est¨¢ haciendo su gira habitual por los pueblos de la zona, con el cartero, Bernardo Montserrat Cabrera, y cuando llega se pone a desayunar con ¨¦l como camaradas que compartieran no s¨®lo el desayuno, sino tambi¨¦n las confidencias... Bernardo le dice las pastillas que debe tomarse... Tiene el encuentro el aire que Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez encontr¨® en los pueblos de Colombia... El cartero nos dice que cada d¨ªa reparte unas 190 cartas, propaganda y bancos... S¨®lo cinco o seis familias se siguen carteando, sobre todo con Venezuela, con Cuba...
Don Vicente, al que resulta raro llamarle, como todo el mundo hace, Vicentito, dice riendo que es el jefe del pueblo... ?l ha visto siempre as¨ª Betancuria, y supone que la ver¨¢ as¨ª siempre... Con el cartero comenta que uno de los signos de que el pueblo no cambia es que a¨²n es posible dejar la llave en la puerta y que no entre nadie... Un d¨ªa s¨®lo habr¨¢ personas mayores, se queja, "?y las personas mayores ya no hacemos ni bulla!". La gente joven se ha marchado, y eso es malo... ?l tambi¨¦n se march¨®, a la guerra, con los nacionales; ah¨ª est¨¢, en una fotograf¨ªa, su mujer, la alcaldesa, con el Caudillo... ?l fue alba?il, dirigi¨® algunas de las obras que aqu¨ª se ven, pero la mejor obra, dice, es Betancuria... "La gente cree ahora que esto estaba hecho como se hizo el mundo, y a lo mejor no lo cuidan porque creen que no hace falta". ?l recuerda cuando se puso la luz, cuando se hizo la seguridad social local... Y ahora sabe que un d¨ªa Betancuria se va a despoblar. ?Tan seguro? "Bueno, usted salga de aqu¨ª y lo ver¨¢. ?Si los chicos no van a tener donde vivir!".
FUTURO. Betancuria fue centro administrativo y religioso de Fuerteventura hasta el siglo XVII. ?Habr¨¢ un mejor tiempo nuevo? Jos¨¦ Luis se queda pensando. "Yo creo que no". Y Vicentito recuerda las novenas de los a?os cuarenta: "?bamos ochenta chicos a ver a las chicas. Y ahora no creo que haya en misa ni diez personas".
Sobre los empedrados de Betancuria pasa Marta Dur¨¢n, colombiana, cada d¨ªa para llegar al restaurante en el que trabaja, frente a la imponente iglesia, la catedral que preside la villa con una majestad que se parece a los siglos del silencio... A ella le recuerda la villa a los pueblos colombianos de Tolima, la tranquilidad, las casitas chiquiticas... Ella sabe mucho de la historia de la villa: que la fund¨® Jean de Bethencourt, que fue la primera capital de Fuerteventura... En Bogot¨¢ trabajaba en una tienda de ropa para hombres, pero las sucesivas crisis colombianas la trajeron primero a Lanzarote y despu¨¦s a Fuerteventura; se queja de que nosotros (y la televisi¨®n) s¨®lo difundamos las cosas malas de su propio pueblo, y se deshace en elogios de los de Betancuria: "Gente amable que me acogi¨® muy bien... Mucha gente mayor, muchos chicos muy serviciales. ?Retra¨ªdos? S¨ª, al principio; luego son muy nobles, ayudan... Primero dicen: ah, una colombiana, y luego piensan que soy ch¨¦vere".
Jos¨¦ Luis Gonz¨¢lez est¨¢ en el patio de la casa hist¨®rica en la que vive, que, si su hermano se empe?a, un d¨ªa tambi¨¦n ser¨¢ acaso la primera casa rural de Betancuria. "?Vivir aqu¨ª? Demasiado tranquilos. Como si estuvi¨¦ramos en otro mundo. Como si se parara el tiempo y nosotros estuvi¨¦ramos aferrados a las agujas del reloj... Algo te atrapa, quieres volver... Aqu¨ª todo funciona diferente... El tiempo, las relaciones, la vida... Eso es lo que tengo que explicarle a mi hermano cuando venga. Porque ¨¦l viene del mundo de las nuevas tecnolog¨ªas, y a lo mejor ya no se acuerda de c¨®mo es esto... Es como si fu¨¦ramos un pueblo del fondo del mar, pero sin ahogarnos... Es lo contrario del T¨ªbet, que est¨¢ all¨¢ arriba, ya es imposible que baje... Y nosotros estamos abajo, ?c¨®mo subir?... A veces veo a chicos hablando como viejos: qu¨¦ tiempo va a hacer, va a llover, a¨²n no llueve..., como si el tiempo se hubiera detenido en ellos, pero en una edad que a¨²n no tienen...". Los dos Jos¨¦ Luis hablan del para¨ªso, y el historiador dice: "Para m¨ª s¨ª es el para¨ªso". "Pues qu¨¦date diez a?os y ver¨¢s el mono que te entra", le responde el otro Jos¨¦ Luis.
Los dos est¨¢n de acuerdo: Betancuria saldr¨¢ adelante si toda la isla sale adelante. Aqu¨ª llegan lejanos los ecos de los problemas de las pateras, la inmigraci¨®n, la masificaci¨®n del turismo...
Unamuno dec¨ªa, recuerda Jos¨¦ Luis Gonz¨¢lez, que Betancuria era como una tumba enjalbegada... En el silencio que la preside est¨¢ ese sonido misterioso de los lugares quietos. Los que la consideran un para¨ªso no echar¨ªan de menos que un d¨ªa hubiera un sonido que tambi¨¦n la colgara del mundo. Algunos creen que esa mano hubiera sido la de C¨¦sar Manrique, el artista que salv¨® Lanzarote.
Pero se lo arrebat¨® el tiempo, en septiembre de 1992.
Y ah¨ª est¨¢ Betancuria, sola, en la majestad del silencio.
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