Homenaje de Estado para 17 soldados
Los Reyes presidieron el funeral por los fallecidos en el siniestro de un helic¨®ptero en Afganist¨¢n
El protocolo dispone que con luto oficial no se rinden honores militares. Por eso, cuando salieron los 17 f¨¦retros, a hombros de sus compa?eros, y se march¨® la banda de m¨²sica al repique sordo de los palillos en el borde de los tambores, el patio de armas del Cuartel General del Ej¨¦rcito se qued¨® repentinamente solo.
All¨ª segu¨ªan el arzobispo castrense, Francisco P¨¦rez Gonz¨¢lez, y los nueve sacerdotes que oficiaron la ceremonia; los Reyes y los Pr¨ªncipes de Asturias; los ministros y dem¨¢s autoridades, casi un millar de parientes, periodistas y militares. Pero nadie sab¨ªa qu¨¦ hacer. Ya no estaban los restos de los 17 soldados muertos el martes en Afganist¨¢n y todos pod¨ªan compartir el vac¨ªo que sent¨ªan sus familiares.
El telegrama del papa Benedicto XVI dio por sentado que murieron en "accidente a¨¦reo"
Rajoy no devolvi¨® el saludo que le hicieron los jefes de la c¨²pula militar y el Ej¨¦rcito
El Rey tom¨® la mano de la viuda y, con ella, le impuso la medalla al sargento Francisco Joga
Fue un funeral de Estado solemne, emotivo, sobrio y madrugador. A las 8.30, el palacio de Buenavista era un ajetreo de gente. A la entrada, 17 veh¨ªculos f¨²nebres perfectamente alineados, cada uno con una corona de flores y el nombre de una v¨ªctima.
Todo estaba medido al mil¨ªmetro. A la derecha del altar, las autoridades pol¨ªticas y militares: desde el presidente del Gobierno, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, hasta el comandante supremo de las fuerzas de la OTAN en Europa, el general James L. Jones, pasando por la vicepresidenta Mar¨ªa Teresa Fern¨¢ndez de la Vega; el l¨ªder de la oposici¨®n Mariano Rajoy; los ministros de Defensa, Justicia, Exteriores y Agricultura, Jos¨¦ Bono, Juan Fernando L¨®pez Aguilar, Miguel ?ngel Moratinos y Elena Espinosa; los presidentes del Congreso, el Senado y el Tribunal Constitucional, Manuel Mar¨ªn, Javier Rojo y Mar¨ªa Emilia Casas; los portavoces del PSOE y el PP en el Congreso, Alfredo P¨¦rez Rubalcaba y Eduardo Zaplana; el secretario de Organizaci¨®n del PSOE, Jos¨¦ Blanco, y el secretario general del PP, ?ngel Acebes; el l¨ªder de IU, Gaspar Llamazares; los presidentes de las comunidades aut¨®nomas a las que pertenec¨ªan los fallecidos, Esperanza Aguirre (Madrid), Emilio P¨¦rez Touri?o (Galicia) y Manuel Chaves (Andaluc¨ªa); el ex presidente del Gobierno, Felipe Gonz¨¢lez; el alcalde de Madrid Alberto Ruiz Gallard¨®n; el embajador norteamericano, Eduardo Aguirre...
A la llegada de los dirigentes del PP Mariano Rajoy, ?ngel Acebes y Eduardo Zaplana se produjo una situaci¨®n inc¨®moda. El jefe del Estado Mayor de la Defensa, F¨¦lix Sanz, y el jefe del Ej¨¦rcito, Jos¨¦ Antonio Garc¨ªa Gonz¨¢lez, les saludaron militarmente. Los dirigentes del PP no respondieron. Los militares se quedaron desconcertados. Eran los m¨¢ximos responsables de las Fuerzas Armadas y del Ej¨¦rcito de Tierra. Esto es, de la instituci¨®n a la que pertenec¨ªan los fallecidos.
Como el pasado jueves, cuando llegaron los f¨¦retros a la base a¨¦rea de Getafe, una voz por megafon¨ªa anunci¨® la entrada de m¨¢s de 200 familiares, abatidos y agotados tras cuatro largas jornadas de duelo. Las madres y los padres, los hermanos y hermanas, los novios... y la esposa: la sargento Susana P¨¦rez, viuda del sargento Alfredo Francisco Joga, de riguroso uniforme y con gafas oscuras, acompa?ada de sus suegros.
Sus rostros reflejaban tantas ilusiones quebradas de un golpe. Las cabezas ladeadas, las miradas perdidas, el caminar de aut¨®mata... Atravesaron el patio sin un murmullo, bajo la atenta mirada de los espectadores de su dolor, transmitido en directo por televisi¨®n.
Veinte minutos despu¨¦s, se anunci¨® por megafon¨ªa la entrada de los Reyes y los Pr¨ªncipes de Asturias. Todo el patio en pie. El rey Juan Carlos y el pr¨ªncipe Felipe, con uniforme de gala del Ej¨¦rcito de Tierra. Junto a ellos, la reina Sof¨ªa y la princesa Letizia, de negro riguroso. Se acercaron a las primeras filas de familiares, reservadas para los parientes m¨¢s directos, y repartieron, uno por uno, besos, abrazos, caricias y palabras de consuelo.
A las 10.15, bajo los acordes de la marcha f¨²nebre de Chopin, entraron los 17 ata¨²des, cubiertos por la bandera espa?ola. Ocho compa?eros de armas sosten¨ªan cada uno de los f¨¦retros. Con exquisito cuidado fueron deposit¨¢ndolos sobre armones de terciopelo rojo, frente al altar improvisado. Fue el momento m¨¢s solemne. Las miradas huidizas, casi incr¨¦dulas, de sus familiares y los saludos marciales de los militares. Entre ellos, los ocupantes del segundo helic¨®ptero siniestrado el martes, que estuvieron a punto de compartir su misma suerte; y 160 compa?eros llegados desde la Brigada de Infanter¨ªa Ligera Aerotransportable, de Figueirido (Pontevedra) y Siero (Asturias) y de la base de helic¨®pteros de El Copero (Sevilla), a las que pertenec¨ªan los fallecidos.
"No os los podemos devolver a la vida, pero s¨ª os podemos asegurar que est¨¢n en la vida eterna". Eran las primeras palabras del arzobispo, quien dedic¨® su serm¨®n a intentar consolar a las familias y enaltecer la calidad humana de los difuntos; cuyos nombres repiti¨® por dos veces. Y record¨® lo que uno de ellos dijo a su madre: "Si muero, no te apenes y sigue viviendo feliz".
Se ley¨® el telegrama de condolencias enviado desde Colonia (Alemania) por el papa Benedicto XVI, quien se refiri¨® a los soldados espa?oles como "fallecidos en accidente a¨¦reo".
Concluida la misa de difuntos, el Rey impuso sobre cada uno de los 17 f¨¦retros una Cruz del M¨¦rito Militar con distintivo amarillo. Cuando lleg¨® el turno del sargento Francisco Joga, tom¨® de la mano a la joven viuda y, juntos, prendieron la condecoraci¨®n en la bandera.
Se cumpl¨ªan casi dos horas desde el inicio del funeral, que empez¨® en sombra y termin¨® con la luz del sol inundando el patio. Las emociones estaban a flor de piel. Ocho soldados se colocaron junto a cada f¨¦retro. La banda empez¨® a tocar La muerte no es el final, y la tristeza anud¨® las gargantas. "Cuando la pena nos alcanza... Cuando el adi¨®s dolorido...", entonaron los militares. Una descarga de fusiler¨ªa y el himno nacional -"todo el mundo en pie", se avis¨® por megafon¨ªa- pusieron fin a las exequias. Y, entonces, s¨®lo entonces, los familiares abandonaron la entereza. Se desmoronaron y se abrazaron enjug¨¢ndose las l¨¢grimas. Llegaba el momento de llevarlos a casa, de quedarse a solas con ellos y despedirlos en la intimidad de sus pueblos y sus hogares. Se fueron y el patio se llen¨® con un vac¨ªo que, por unos instantes, dej¨® a todo el mundo sin habla. El desconcierto lo resolvieron los compa?eros de los difuntos: un aplauso espont¨¢neo acompa?¨® a los familiares hasta la salida.
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