No vale nada la vida
No s¨¦. Es dif¨ªcil saber de d¨®nde viene el encanto que a¨²n provoca la evocaci¨®n de Pedro Infante. Cuatro generaciones de mexicanos lo han querido como si fuera uno m¨¢s de la familia, como si de siempre perteneciera a nuestras vidas.
Alcanz¨® a mis abuelos al final de su juventud, fue la piedra de toque y la fascinaci¨®n de los mil novecientos cuarentas y cincuentas: no hubo entonces imaginaci¨®n que se le resistiera, ni falda que no inquietaran sus canciones. A¨²n ahora, mi madre, que nunca ha mostrado mayor inter¨¦s en el cine y a la que nunca he o¨ªdo cantar ni cerca de un mariachi, cuando le cont¨¦ que andaba pensando en un hombre en el que pensar una ma?ana de verano en Espa?a, me sorprendi¨® preguntando: ?por qu¨¦ no hablas de Pedro Infante?
No ten¨ªa tantos a?os y se volvi¨® un dios como todos los que mueren j¨®venes y c¨¦lebres. Todos seguimos vi¨¦ndolo arrebatador
Veinte a?os despu¨¦s de su fama y su muerte, en los sesentas y setentas, cuando los sombreros de charro se hab¨ªan convertido en melenas alborotadas y las enaguas en cinturones para cubrir el pubis, los discos y las pel¨ªculas de Pedro Infante sobrellevaron la convivencia con el rock de Elvis y la dr¨¢stica irrupci¨®n de los Beatles, con la voz entra?able de Juan Manuel Serrat, con Pablo Milan¨¦s y los restos de humedad en nuestras camas. Toda mi generaci¨®n cant¨® Pen¨¦lope un d¨ªa, y La que se fue al d¨ªa siguiente. Yesterday una tarde y Tu recuerdo y yo, la noche despu¨¦s.
Con la misma fresca traza de siempre, Pedro Infante lleg¨® hasta nuestros hijos cuando el primer desamor los tom¨® entre sus brazos y no pudieron defenderse sino cantando con ¨¦l: "Pos qu¨¦ dijiste: a ¨¦ste ya lo traigo herido. Nunca en la vida, tus ojos lo ver¨¢n".
En esa rara mezcla, que puede hacer un joven cuando crea su propio disco de preferencias, Pedro Infante pidiendo: no me quieras matar coraz¨®n, sucede m¨¢s tr¨¢mite a la iron¨ªa l¨²cida con que Joaqu¨ªn Sabina los acompa?a a desear que les dejen abierto el balc¨®n de unos ojos de gata.
Yo andaba en los siete a?os cuando ¨¦l muri¨® en un accidente cerca de M¨¦rida, en Yucat¨¢n. Como a todos los h¨¦roes, le gustaba hacer lo que no sab¨ªa hacer: ten¨ªa una sonrisa que abr¨ªa el mundo, cantaba como si no hubiera en la vida mayor gozo, no se le ocurri¨® aumentar sus talentos sino con la brillante idea de manejar aeroplanos.
Con frecuencia visitaba el mar de Cozumel, una isla que vaga por el Caribe mexicano y que, seg¨²n dicen los que la vieron, por el a?o de 1950 era verde como una esmeralda. Tan remota es la ¨¦poca que a¨²n pensaba la gente en la existencia de algo como las esmeraldas. All¨¢ tambi¨¦n lo quer¨ªa todo el mundo y a ¨¦l le gustaba ir a esos parajes a mezclar su fama con el diario paso de quienes terminaban mir¨¢ndolo como a uno m¨¢s. Por aquel rumbo, en el que se cre¨ªa inalcanzable, se cas¨® por tercera vez con una mujer de ojos abismales que fue la madre de su ¨²ltima hija. Para cuando muri¨®, enamorado de todas y de todo, era el cantante m¨¢s c¨¦lebre, rico y celebrado de M¨¦xico.
"No vale nada la vida", dir¨ªa ¨¦l que cant¨® siempre como si la vida valiera todo. M¨¢s de un mill¨®n de personas acudieron a su entierro en abril de 1957. Hab¨ªa un tropel de flores y tristezas, mariachis y viudas acompa?¨¢ndose la pena unos a otros.
"El ¨ªdolo inmortal" le llaman a¨²n. Unas sesenta pel¨ªculas y decenas de discos dej¨® en la herencia sin papeles que ha impedido a sus descendientes cobrar regal¨ªas por ella, pero que es de todos nosotros en lo que de gustos tiene. Cada vez que aparece: en la tele de una prima, en la radio de un vecino, en el tocadiscos de un hijo, se le prende a uno la sonrisa como una veladora.
Han pasado 46 a?os desde entonces y el tiempo no s¨®lo no ha da?ado su estampa, sino que lo ha puesto en la boca y el ¨¢nimo con que los adolescentes pueden cantar sus enamoramientos. ?Por qu¨¦?
Pedro Infante Cruz naci¨® en Sinaloa en noviembre de 1917. Fue el cuarto entre 14 hermanos. Trabaj¨® desde muy joven. No alcanz¨® ni a terminar la escuela primaria. Empez¨® siendo mandadero en una tienda y luego se dedic¨® a la carpinter¨ªa. ?l mismo hizo su primera guitarra y la us¨® para cantar con ella en cuanta fiesta cruzaba su aire. La Rabia llam¨® al grupo con el que hizo su primera m¨²sica. Varios a?os vivi¨® en Guam¨²chil, un pueblo peque?o en mitad de qui¨¦n sabe d¨®nde.
Era pobre, ferviente y amoroso como luego lo fueron sus principales personajes. Pero sobre todo y antes que ninguno, Pepe El Toro, el hombre valiente, generoso y cabal que se volvi¨® prototipo de lo mexicano y viaj¨® por el mundo con su esperanza a cuestas, protagonizando en Nosotros los pobres a un carpintero preso en un melodrama arrabalero, que junto con su hija, su novia y sus amigos, pelea en contra de la injusticia que lo tiene acusado de un crimen que no cometi¨®. Por supuesto triunfa en su intento. Hasta la fecha hay tal cantidad de l¨¢grimas de un lado y otro de la pantalla que sobrar¨ªan a¨²n si de hacer un diluvio se tratara.
Sus personajes parec¨ªan creados para ajustarse a ¨¦l, que casi siempre sal¨ªa de s¨ª mismo: hijo respetuoso, amigo sin condiciones, novio rom¨¢ntico, hombre de palabra, estrella siempre fiel a sus infidelidades. Tal vez no fue el mejor actor, pero a¨²n es el m¨¢s querido, no era el mejor cantante, pero sigue siendo el que mejor canta. Ninguna de sus pel¨ªculas, incluida una maravilla titulada Los tres Garc¨ªa, o una divertid¨ªsima que se llam¨® La oveja negra, est¨¢ entre las mejores pel¨ªculas que se han hecho, pero todas est¨¢n entre las m¨¢s taquilleras de la historia del cine mexicano, y su protagonista sigue siendo el tipo que m¨¢s acuerdos convoca. Una abuela y sus nietas pueden pasar media tarde conversando mientras tienen como fondo cualquiera de las tramas en que a diario lo muestra un cine canal.
Empez¨® siendo el ¨ªdolo de los pobres y en un rato entr¨® como la humedad a todas partes. Lo mismo so?aba despierto que cantaba dormido. Lo mismo montaba a caballo que en motocicleta, y siempre, hiciera lo que hiciera y saliera de cuanto saliera, era encantador porque viv¨ªa encantado. No se disimula el gusto, se contagia.
Fama ten¨ªa de borracho, parrandero y jugador. Pero era sobrio como un lagarto y sus ¨²nicos dos vicios eran uno: los aviones. Porque las mujeres no son un vicio, aunque se diga que eran el suyo. Todo el mundo lo imaginaba como sus personajes, m¨¢s hablador que cojo. Macho mexicano, s¨ª, pero de los conquistadores, no de los golpeadores. De los que cantan, no de los que gritan. De los que cobijan, no de los que avasallan. De los que sonr¨ªen, no de los que amargan. De los buenos, no de los malos.
A todas luces tuvo tres mujeres. Con Mar¨ªa Luisa Le¨®n se cas¨® siendo muy joven, enamorado como s¨®lo la primera vez, estrenando el traje a la medida que gan¨® en un concurso de aficionados, reci¨¦n llegado a probar fortuna en la Ciudad de M¨¦xico. Vivieron juntos 10 a?os, hasta que alguien le fue a ella con el chisme, no la mentira, de que su marido ten¨ªa una hija con una bailarina: Guadalupe Torrentera, su segundo amor. Con ella tuvo tres hijos y un idilio de pel¨ªcula que dur¨® hasta 1952 en que ¨¦l dio de bruces con la actriz Irma Dorantes, su tercer amor reconocido. Se cas¨® con ella en M¨¦rida, ador¨¢ndola tambi¨¦n, porque el amor no se gasta. Tuvieron una hija. Al poco tiempo, Mar¨ªa Luisa, de quien nunca se divorci¨®, consigui¨® que la Suprema Corte de Justicia declarara nulo ese matrimonio. La prensa y la patria se conmocionaron.
En ¨¦sas estaban cuando el m¨¢s dr¨¢stico de todos sus amores tuvo a bien dejarlo caer tras levantarlo en vilo. As¨ª de loco es el destino cuando se tropieza con los m¨¢s queridos. No ten¨ªa tantos a?os y se volvi¨® un dios como todos los que mueren j¨®venes y c¨¦lebres. Nadie lo vio con canas, con arrugas, con varices, desentonado, desencantado, aburrido, aburriendo a otros. Todos seguimos vi¨¦ndolo joven y arrebatador, cualquier tarde a las cuatro, en el canal de las pel¨ªculas.
Y nunca tiene su presencia en pantalla menos espectadores que el m¨¢s crucial noticiario de ¨²ltima hora. Porque las viejas historias siempre son las m¨¢s nuevas, y la gente que hizo las mejores historias jam¨¢s se va demasiado lejos; se queda cerca todo el tiempo, por si alguien necesita exorcizar el tedio y sentirse acompa?ado en la terca b¨²squeda de un avi¨®n que no se caiga.
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