Testigos del horror en Besl¨¢n
Un a?o despu¨¦s, las v¨ªctimas recuerdan los tres d¨ªas de asalto terrorista a la escuela rusa

Ma?ana se cumple un a?o del secuestro de la escuela n¨²mero uno de Besl¨¢n, en el que perecieron 331 personas, entre ellas 176 ni?os. En el aniversario de aquel acto terrorista perpetrado en el Ca¨²caso ruso surgen de nuevo los interrogantes sobre las responsabilidades del suceso y se intensifican los penosos recuerdos de tres d¨ªas de horror que culminaron en tragedia. Debilitados por el hambre y la sed, los m¨¢s de mil rehenes que se hacinaban en la sala de deportes de la escuela, fueron alcanzados primero por las explosiones de las bombas instaladas por los terroristas, sepultados y carbonizados despu¨¦s por una techumbre en llamas, y atrapados, finalmente, en el fuego cruzado entre carceleros y liberadores.
A falta de agua, los rehenes recurrieron a su propia orina para dar de beber a los ni?os
Los guerrilleros utilizaron a mujeres y ni?os como escudos humanos
Las v¨ªctimas de Besl¨¢n evocan aquella pesadilla ante el Tribunal Supremo de Osetia del Norte en Vladikavkaz, donde, desde mayo, se juzga al checheno Nurpash¨¢ Kul¨¢yev, de 25 a?os, el ¨²nico secuestrador capturado con vida de los 32 integrantes del comando que exig¨ªa la retirada de las tropas rusas de Chechenia y la liberaci¨®n de los guerrilleros trasladados a c¨¢rceles osetias.
Los globos de colores fueron el primer detalle en el que se fijaron los padres que acompa?aban a sus hijos a la fiesta de principio de curso. Ascend¨ªan acompa?ados de detonaciones y algunos creyeron que se reventaban en el aire. Al ver a unos hombres en traje de camuflaje, alguna abuela pens¨® que los dirigentes locales velaban por la seguridad de los ni?os. Pero cuando les apuntaron con los fusiles y les hostigaron hacia la sala de deportes, comprendieron que se trataba de algo distinto. Los terroristas hab¨ªan tomado posiciones en torno al edificio y en el tejado y bajaban ya por la escalera del primer piso. Parte de los rehenes cree que algunos de los miembros de la banda estaban en el recinto cuando el comando dirigido por el ingush Rusl¨¢n Juchb¨¢rov, apodado el coronel, lleg¨® desde los bosques de la vecina Ingushetia. En la banda hab¨ªa ingushes, chechenos, un osetio, un ¨¢rabe y un individuo de "ojos rasgados".
Los alumnos y sus acompa?antes (padres, abuelos y hermanos menores incluidos beb¨¦s) se apretujaron en la sala de deportes. Los terroristas sacaron explosivos y cordeles de sus mochilas, en las que llevaban tambi¨¦n botiquines de campa?a, agua mineral, m¨¢scaras de gas y hasta cepillos de dientes. Con ayuda de los rehenes, distribuyeron los explosivos en las cestas de baloncesto y en los cordeles. Hicieron un tendido de bombas construidas con minas antipersonas y otros artilugios de fabricaci¨®n propia, cargados de metralla, y lo conectaron a un detonador. Un guerrillero hac¨ªa guardia permanentemente sobre ¨¦l y, el tercer d¨ªa, acababa de leer el Cor¨¢n cuando comenzaron las explosiones, que fueron inesperadas, seg¨²n la mayor¨ªa de los testigos.
Los terroristas actuaron de forma profesional. De entrada, asesinaron a la vista de todos a un hombre que les plant¨® cara. Luego, buscaron a los varones que hubieran podido amotinarse, les utilizaron para tapiar las ventanas, y luego fusilaron a la mayor¨ªa en el primer piso. Los pase¨ªllos se repitieron y pocos arrancaron una tregua a la muerte. Un hombre volvi¨® a la sala de deportes con un ojo colgando y otros, salvajemente golpeados.
En el comando hab¨ªa dos mujeres. Iban vestidas de negro y portaban cinturones explosivos. Ellas fueron las que, a punta de pistola, registraron a los rehenes para comprobar que hab¨ªan tirado sus m¨®viles, y tambi¨¦n las que llevaban a los ni?os al lavabo. La primera noche, Alla Jan¨¢yeva oy¨® una discusi¨®n entre una de las mujeres y el cabecilla de la banda. "En ruso y sin acento", la mujer gritaba: "No, no, no, no lo har¨¦, dijisteis que iba a ser una comisar¨ªa". Luego, oy¨® una fuerte explosi¨®n. A juzgar por los testimonios fragmentarios, incluido el de Nurpash¨¢ Kul¨¢yev, una de las mujeres fue asesinada por el cabecilla de la banda y la otra se suicid¨®. "El coronel dijo que no hab¨ªa venido a jugar y que cumpl¨ªa ¨®rdenes", se?ala Kul¨¢yev.
La explosi¨®n de las suicidas, en la que resultaron heridos varios guerrilleros, salv¨® -por lo menos temporalmente- la vida a algunos de los rehenes, ya que oblig¨® a interrumpir los fusilamientos. El maestro Alexandr Mij¨¢ilov volvi¨® a la sala de deportes ¨ªntegro e inform¨® a Zaira Berdikova. El coronel, le dijo, disparaba, sentado, a los hombres, de rodillas. Mij¨¢ilov muri¨® en las refriegas del tercer d¨ªa y no puede confirmar si Svetlana Dzebisova dice la verdad, cuando asegura que el maestro fue obligado a desenterrar armas ocultas en la escuela.
La sed era espantosa. Al principio los terroristas se aven¨ªan a llevar a los ni?os a los lavabos, pero el segundo d¨ªa se endurecieron e impusieron una huelga de hambre. El llanto infantil les irritaba y amenazaban con disparar. Cuando alguien hac¨ªa referencia al sufrimiento de los ni?os, respond¨ªan con ejemplos del sufrimiento de los ni?os chechenos. Las madres mojaban sus prendas en los pocos cubos de agua que les llegaban y humedec¨ªan con ellas la frente de los peque?os o les exprim¨ªan algunas gotas. Las mujeres, dice Dzebisova, se quitaron los sujetadores para usarlos como recipientes y como eventuales mascarillas de gas. A falta de agua, recurrieron a su propia orina para "refrescar" y dar de beber a los ni?os. Estaban sentados sobre "charcos" de ella, seg¨²n Dzebisova. El hedor era insoportable.
Durante tres d¨ªas, no comieron. A lo sumo les llegaron algunas migajas insignificantes. Un terrorista dio a la m¨¦dica Larisa Mamitova un pu?ado de pasas y d¨¢tiles y unas chocolatinas. Otro permiti¨® a los rehenes llevarse unos paquetes de leche en polvo de la cocina, pero la leche no se disolv¨ªa en agua fr¨ªa. Algunos rehenes hac¨ªan circular tazas con la esperanza de que las madres que amamantaban a sus beb¨¦s las llenaran. Las tazas volv¨ªan vac¨ªas.
Los secuestradores recurrieron a la m¨¦dica Larisa Mam¨ªtova para atender a sus heridos. Mam¨ªtova se ofreci¨® como mediadora y sali¨® a la calle el primer d¨ªa, enca?onada por un francotirador, para entregar un mensaje del coronel. Reclamaba la presencia de los l¨ªderes de Osetia del Norte e Ingushetia, adem¨¢s de la del consejero del presidente Vlad¨ªmir Putin para asuntos chechenos y un m¨¦dico que ya hab¨ªa actuado como mediador. El coronel advert¨ªa de que asesinar¨ªan a 50 ni?os por cada guerrillero muerto y que volar¨ªa la escuela, si hab¨ªa un asalto. Los representantes del Estado no reaccionaron y Mam¨ªtova volvi¨® a salir el segundo d¨ªa con otro mensaje que conclu¨ªa con la frase: "Nuestros nervios est¨¢n al l¨ªmite".
La m¨¦dica sac¨® partido de la relaci¨®n con los secuestradores. Llam¨® por tel¨¦fono, rob¨® algod¨®n y alcohol, arrambl¨® con todas las medicinas que pudo encontrar en los bolsos abandonados de los rehenes, y luego se asom¨® al balc¨®n del primer piso para contar los cad¨¢veres de los fusilados que se amontonaban en el jard¨ªn. Cont¨® 21 y no le dio tiempo a participar en su retirada.
Al producirse la explosi¨®n, Mam¨ªtova perdi¨® el sentido. Lo recuper¨® al notar que alguien le tiraba muy fuerte del pelo. Un chico de 14 a?os la hab¨ªa agarrado por los cabellos antes de expirar. "Y s¨®lo entonces me acord¨¦ de que ten¨ªa un hijo", dice.
Los gestos humanos de los secuestradores se limitaban a permitir un sorbo de agua, un trapo empapado o un desplazamiento a rincones m¨¢s frescos o menos atestados. Lidia Urm¨¢nova perdi¨® cuatro nietos, una hija y una nuera en el secuestro. Una de sus nietas, diab¨¦tica, muri¨® al segundo d¨ªa. Cuando agonizaba, los terroristas se ofrecieron a matarla, para facilitarle el tr¨¢nsito. Un guerrillero que le hab¨ªa dado agua con az¨²car, fue fusilado por la noche por haberla ayudado, asegura Urm¨¢nova.
Tras las explosiones del tercer d¨ªa, muchos se desvanecieron y volvieron en s¨ª, ensordecidos y rodeados de cad¨¢veres desnudos, pero no carbonizados. Los padres buscaban a sus hijos, arrancados de sus brazos. Remov¨ªan los cad¨¢veres mutilados y ensangrentados y no lograban reconocerlos, porque todos los ni?os cubiertos de polvo les parec¨ªan id¨¦nticos. Algunos vieron el cielo sobre sus cabezas, otros sintieron ardientes gotas de pl¨¢stico licuado caer sobre ellos, pero, antes de que la techumbre se viniera abajo definitivamente, hubo unos instantes preciosos. La oportunidad de huir dependi¨® de la capacidad de reacci¨®n f¨ªsica y psicol¨®gica de los rehenes, de su emplazamiento en relaci¨®n con las bombas y de su capacidad para burlar a los guerrilleros que les azuzaban hacia la cantina.
En la cantina, los supervivientes volvieron al infierno, al verse atrapados entre los guerrilleros que disparaban, y los liberadores que tambi¨¦n "disparaban desde fuera y tiraban granadas", a juzgar por testimonios como el de Regina Kus¨¢yeva o Alla Jan¨¢yeva. Los guerrilleros utilizaron a mujeres y ni?os como escudos humanos. Les obligaron a ponerse de pie en las ventanas y a agitar trapos y cortinas, pidiendo a los de fuera que no dispararan. "A las ventanas se subieron los ni?os que estaban all¨ª sin sus padres", puntualiza Jan¨¢yeva. Un ni?o fue tiroteado por los guerrilleros cuando intentaba saltar y la metralla de una de las granadas lanzadas desde fuera, mat¨® a Arina, que proteg¨ªa a sus hijos con su cuerpo.
Kus¨¢yeva habla de varias mujeres que agitaban cortinas rojas por la sangre, mientras un carro blindado disparaba desde fuera. Mija¨ªl Mij¨¢ilov, un guardia de seguridad, confirma que los esfuerzos de los rehenes para interrumpir el tiroteo fueron in¨²tiles. Nurpash¨¢, que estaba en la cantina, salt¨® por la ventana y fue apresado por los agentes de los servicios especiales.


Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
