Escapando hacia el este
Las cat¨¢strofes no se ven cuando est¨¢s dentro. La realidad necesita la televisi¨®n, la luz: el poder. Ayer no tuvimos poder hasta abandonar el Estado de Misisip¨ª. Hasta las primeras horas de la tarde nos movimos por carreteras sin luz, en un coche al que se le terminaba la gasolina. Hab¨ªa que llegar hasta Atlanta, hasta Birminghan. Esta ciudad de Alabama hoy recuerda las conquistas de los derechos civiles, la lucha por el fin del racismo, la que fuera ciudad del Ku Kux Klan, all¨ª, en aquel lugar de tantos recuerdos oscuros del comportamiento humano, precisamente all¨ª nos aseguraban la luz, la gasolina y el poder de la televisi¨®n.
Poder ver la dimensi¨®n real de una cat¨¢strofe que s¨®lo hab¨ªamos sentido. Que nos cercaba, que nos amenazaba en la oscuridad. Sentir sin ver. "La memoria crea antes que el conocimiento, recuerde" escribi¨® Faulkner. Nuestra memoria sab¨ªa del desastre, pero no lo pod¨ªa recordar. Ahora, despu¨¦s de ver las globalizadas im¨¢genes de la cat¨¢strofe en la televisi¨®n de nuestro hotel en Alabama, ahora es cuando tenemos conocimiento de lo que realmente estaba pasando a nuestro lado. Ahora podemos recordar lo que antes cre¨ªmos. Lo que sentimos.
Llegamos a un hotel de Birminghan, un cl¨¢sico hotel del centro de la ciudad, en el que se alojaban otros que hab¨ªan podido fugarse de la cat¨¢strofe. Casi todos llevaban perros, es uno de los escasos buenos hoteles que admite animales. Por sus elegantes salones se ven perros salvados y acompa?ados por sus due?os, perros mimados que ya no tendr¨¢n su caseta en las orillas del golfo de M¨¦xico. Los due?os han perdido sus casas, pero han salvado a sus perros.
En la televisi¨®n seguimos asistiendo en directo al sufrimiento de muchos humanos que en unas horas han perdido el paisaje de una vida. Tambi¨¦n vemos im¨¢genes de animales sueltos, escapados de alg¨²n zoo y que ahora se encuentran libres y perdidos entre los restos de las ciudades derrumbadas. Los monos, que en el zool¨®gico parec¨ªan tan graciosos, ahora se han convertido en animales agresivos y temerosos. La ciudad de la diversi¨®n, Nueva Orleans, las otras ciudades de la costa, la zona con m¨¢s casinos de Am¨¦rica despu¨¦s de Las Vegas, tardar¨¢ mucho tiempo en recuperar sus diversiones.
"Con la inversi¨®n del gasto de dos semanas en la guerra de Irak, se hubieran modernizado las defensas de Nueva Orleans". Ayer lo dec¨ªa, con serenidad y seriedad un mandatario de la ciudad. Despu¨¦s de estas declaraciones, en las im¨¢genes de televisi¨®n aparece algo caracter¨ªstico de casi todas estas ciudades del sur, de otras muchas del mundo occidental, uno de esos caf¨¦s que venden comida r¨¢pida y mitolog¨ªa del rock: el Hard Rock Caf¨¦. En este sur llen¨® de rock y de blues, los caf¨¦s musicales son m¨¢s grandes, tienen, como llamada para sus fieles, una enorme guitarra el¨¦ctrica en la puerta. Una guitarra tan alta como el campanario de alguna de los millones de iglesias que crecen en este pa¨ªs de todas las religiones, y de ninguna. En Biloxi, el casi desaparecido hermoso pueblo de la costa del Misisip¨ª, casi todo est¨¢ derrumbado, todo invadido por las aguas, casi todo excepto la guitarra del Hard Rock Caf¨¦. Ah¨ª sigue, entera, erguida, sin da?os, como un faro, como el orgulloso campanario de una iglesia que tuviera fe en la diversi¨®n. Como un s¨ªmbolo de la resistencia de una ciudad que volver¨¢ a renacer con sus m¨²sicas.
Hemos huido al este. Atr¨¢s hemos dejado tantas desgracias anunciadas. Tambi¨¦n el sabor del Bourbon, esa bebida de Borbones y plebeyos. Estamos al norte de Georgia, hemos llegado a la capital de la Coca-Cola. Una met¨¢fora del poder. Estamos en el Downtown de Atlanta. Llenos de luz. Al lado de la CNN. Ahora podemos ver la siniestra oscuridad de la cat¨¢strofe. Va a hablar Bush, apagamos la televisi¨®n. Nunca podremos apagar nuestros recuerdos. Ya tenemos avi¨®n, dentro de dos d¨ªas estaremos en Madrid. En nuestra memoria, en nuestro pensamiento siempre la ciudad que nunca pudimos visitar.
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