El amigo Montaigne
Sin duda, el ¨¦xito y la permanente vigencia de Montaigne a lo largo de los siglos tienen algo de enigm¨¢tico: no es un cl¨¢sico como los dem¨¢s, autor de un libro venerado y por tanto intimidador cuyo renombre nadie pone en tela de juicio pero que s¨®lo los estudiosos siguen frecuentando. No, Montaigne siempre ha gozado de la complicidad entusiasta de much¨ªsimos lectores que por lo dem¨¢s no muestran ninguna afici¨®n especial a los grandes monumentos literarios: para ellos, Montaigne es algo familiar y pr¨®ximo, una voz reconocible entre todas tanto cuando discute como cuando gasta bromas, en una palabra... un amigo. Por otros autores sentimos respeto o admiraci¨®n, por Montaigne sentimos amistad. Quiz¨¢ ning¨²n otro escritor se ha ganado tantos amigos desde que firm¨® su obra y no es detalle menor que dos de los primeros se llamasen Cervantes y Shakespeare.
ENSAYOS I
Michel de Montaigne
Introducci¨®n, traducci¨®n y notas
de Marie-Jos¨¦ Lemarchand
Gredos. Madrid, 2005
479 p¨¢ginas. 9,50 euros
Lo que Montaigne ofrece al
lector no es la solidez de una doctrina acabada ni tampoco el ejemplo moralmente edificante de una conducta digna de imitaci¨®n, sino m¨¢s bien compa?¨ªa: la cercan¨ªa inteligente de alguien que comparte con nosotros perplejidades, descubrimientos y hasta caprichos. La espontaneidad de su reflexi¨®n no proviene de sus lecturas cl¨¢sicas, sino de una curiosidad que peregrina incansable entre los temas que le brinda la cotidianidad: "Para un buen aprendizaje todo lo que se presenta ante nuestros ojos puede servir de libro y sobra como tal: la malicia de un paje, las tonter¨ªas de un criado, un comentario en la mesa son otras tantas asignaturas". De tal modo que lo mejor de sus "ensayos" (entendido este nombre en su d¨ªa chocante en el sentido de "intentos" o aun "experimentos" como hubiera querido fray Diego de Cisneros) no se debe a la deliberaci¨®n que traza el plan de trabajo sino a la divagaci¨®n afortunada que aparta de ¨¦l: "No me encuentro donde me busco; me encuentro mejor tropez¨¢ndome casualmente que buscando e inquiriendo con mi juicio". El asunto que le sirve de punto de partida -y que determinar¨¢ el t¨ªtulo, a menudo enga?oso, de la disertaci¨®n- es lo de menos: cualquier puerta es buena para entrar en un jard¨ªn de senderos que incesantemente se bifurcan y ninguno de los cuales desemboca en la roca s¨®lida de la certeza: "El primer argumento que Fortuna me ofrezca, lo retomo: todos me parecen igual de buenos. Nunca intento exponerlos enteros porque no alcanzo a ver el todo de nada: tampoco lo hacen los que prometen hac¨¦rnoslo ver. Entre las cien partes y las cien caras que tiene cada cosa s¨®lo escojo una: a veces, s¨®lo para tocarla con un lametazo; otras, con la yema de los dedos y puede que la pinche hasta el hueso. Le doy un puntazo, no muy ancho, pero lo m¨¢s profundo que pueda. Lo que m¨¢s me gusta es cogerla desde un punto de vista distinto (...) Sembrando una palabra aqu¨ª, all¨ª otra, muestras arrancadas a la pieza original, apartadas sin intenci¨®n ni promesa, no me veo obligado a acertar, y tampoco a aferrarme a mi postura sin tener ocasi¨®n de variarla cuando me apetezca: puedo entregarme a la duda y la incertidumbre o a mi horma preferida, es decir, la ignorancia". Y todo ello servido con un estilo lo m¨¢s parecido posible a la charla de un grato compa?ero, a veces sutil y otras directo hasta lo procaz: nada que ver con la elocuencia de la arenga o el serm¨®n: "El habla que me gusta es un habla natural y sencilla, tal sobre el papel como en los labios; un habla suculenta y nerviosa, corta y apretada, no tan delicada y peinada como vehemente y brusca".
Tal es la voz de Montaigne, adictiva y amistosa. Como ocurre con otras amistades, no siempre ni mucho menos compartimos sus puntos de vista m¨¢s personales: a veces nos irrita con sus arbitrariedades o prejuicios, otras nos azora con la confidencia de alguna debilidad. A ratos olvidamos lo antigua que ya es su franqueza moderna y de pronto un p¨¢rrafo nos lo aleja varios siglos... Pero si nunca cansa es porque "todo lo hace con alegr¨ªa", como ¨¦l mismo dijo. ?Qu¨¦ otro ser¨ªa capaz de escribir un ensayo titulado "Que filosofar es aprender a morir" para decirnos: "En la virtud misma -digan lo que digan- la meta ¨²ltima de nuestro empe?o es el placer. A quienes tanto les disgusta, a m¨ª, ?s¨ª me gusta golpearles el o¨ªdo con esta palabra!"? ?O qui¨¦n sino ¨¦l denostar¨ªa a los que ofrecen la filosof¨ªa como algo inaccesible y ce?udo para los ni?os, cuando "no hay nada m¨¢s alegre, m¨¢s gallardo, m¨¢s jovial, yo dir¨ªa divertido y juguet¨®n"? T¨®mate una copa conmigo, Michel: de blanco o de tinto (tambi¨¦n sobre sus preferencias sucesivas en este terreno se explaya en alg¨²n sitio).
Esta voz inconfundible, in
sustituible, nos la ofrece con la mayor galanura y propiedad Marie-Jos¨¦ Lemarchand en su nueva traducci¨®n de los "Ensayos". Una versi¨®n sumamente legible, que no retrocede ante actualizaciones necesarias ("echar un polvo", etc¨¦tera), competentemente anotada y presentada por Gredos en una edici¨®n de muy grato manejo, porque no debe olvidarse que ¨¦ste es un libro para leer y releer. Apenas me atrever¨ªa a hacer alguna objeci¨®n, desde mi profanidad filol¨®gica: no me convence el cambio del t¨ªtulo del admirable ensayo "De l'amiti¨¦" por "De los afectos", diga lo que diga el sabio M. A. Screech, porque es de la amistad y no s¨®lo ni mucho menos en el sentido griego de philia de lo que en ¨¦l habla el autor. Pero que tal minucia no empa?e el contento de releer este libro, porque "lo m¨¢s grande de este mundo es saber estar con uno mismo" y para ello nada mejor que acompa?arse del amigo Montaigne.
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