El criminal en potencia
El Marqu¨¦s de Sade. Su vida se confunde con su obra. Su apellido da nombre a los peores instintos sexuales. Donatien-Alphonse-Fran?ois de Sade (1740-1814) reinvent¨® las perversiones de la carne y las convirti¨® en literatura. Pas¨® la mitad de la vida en c¨¢rceles y manicomios. Su leyenda impresiona.
En oto?o de 1797, el marqu¨¦s de Sade, en libertad de una de sus numerosas prisiones, se siente nuevamente acosado. El golpe de Estado del 18 fructidor del a?o V (equivalente en el calendario de la Revoluci¨®n al 4 de septiembre de 1797) hab¨ªa desencadenado en Francia un nuevo furor jacobino, y el Directorio que se ha hecho con el poder dicta, entre otras medidas contra la prensa mon¨¢rquica y el clero, una ley pensada para castigar a aquellos miembros de la nobleza sospechosos de haber salido del pa¨ªs (ellos y sus bienes) a lo largo del periodo revolucionario. Sade se dirige entonces, a trav¨¦s de su apoderada y m¨¢s duradera amante, Madame Quesnet, al hombre que est¨¢ al frente del Directorio, el vizconde de Barras, con quien tiene diversas semejanzas: ambos son nobles y de familia provenzal, ambos fueron enemigos del ahora defenestrado Robespierre, y Barras, como Sade, ha llevado una visible vida de disipaci¨®n amatoria. Mientras Madame Quesnet se esfuerza en probar la fidelidad de Sade a la causa revolucionaria, ¨¦ste teme que precisamente por ser Barras un hombre del sur (donde el marqu¨¦s tuvo no s¨®lo sus dominios, sino tambi¨¦n sus esc¨¢ndalos) prefiera, para protegerse a s¨ª mismo, no mostrar una excesiva clemencia con tan notorio libertino.
Los temores de Sade se cumplieron, y en sus memorias el vizconde de Barras llama a su paisano "anomal¨ªa en medio de la especie humana", hablando de un "sistema" que Sade habr¨ªa establecido gracias a sus obras literarias, a las que reconoce talento. De acuerdo con ese sistema, escribe Barras, "los placeres de los sentidos, en lugar de consistir en la reciprocidad de las sensaciones agradables, han de fundarse por el contrario en el m¨¢s grande dolor del objeto elegido para saciar las pasiones. No le bastaba [a Sade] con obtener de ellas su expresi¨®n m¨¢s fuerte a trav¨¦s de la violaci¨®n y la violencia ejercida sobre todos los sexos, llegando a profesar que la voluptuosidad no pod¨ªa prescindir de la sangre y la carnicer¨ªa [?] Y as¨ª fue como, para atraer pros¨¦litos, para engolosinarlos y fortalecerlos en sus criminales rutas, trat¨® de demostrar por medio de la novela, con todo el prestigio de la elocuencia y todo el rigor de la l¨®gica, que las desdichas de este mundo est¨¢n reservadas a lo que llamamos virtud, y los laureles de la felicidad le corresponden al vicio; y que as¨ª ha sido desde Ad¨¢n, y nunca dejar¨¢ de serlo".
Para hacer una semblanza del marqu¨¦s de Sade, incluso si no se le quiere juzgar, la dificultad est¨¢ en el grado de nuestra pasi¨®n y no en los datos, que son abundantes. Muchos de sus textos, incluyendo la que pudo haber sido su m¨¢s mef¨ªtica novela, Las jornadas de Florbelle, se extraviaron o quemaron, pero Sade fue un colosal graf¨®mano, y las miles de p¨¢ginas publicadas p¨®stumamente no alcanzan ni mucho menos la totalidad de lo que escribi¨®. A partir de 1900 empezaron a llegar los bi¨®grafos, conscientes, desde la primera hojeada a los manuscritos entonces in¨¦ditos, de que all¨ª hab¨ªa material para una interminable org¨ªa psicocr¨ªtica; no es extra?o que dos de los primeros en ocuparse de ¨¦l fueran m¨¦dicos. El caso cl¨ªnico del Divino Marqu¨¦s. Pero tambi¨¦n muy tempranos en el siglo XX fueron los deslumbrados por su "sol negro", los que ingenua o mal¨¦volamente vieron en ¨¦l al "esp¨ªritu m¨¢s libre que jam¨¢s haya existido", como dijo Apollinaire en su influyente perfil bioliterario aparecido en 1909. Con todo, las palabras antes citadas de su contempor¨¢neo Barras constituyen, a mi juicio, un equilibrado dictamen de la personalidad de Sade. Un hombre fronterizo entre el mal y el vicio (dos cosas bien distintas), entre la pr¨¢ctica de una crueldad delictiva y el ejercicio de una concupiscencia extremadamente violenta pero imaginaria.
De noble linaje y origen peque?oburgu¨¦s, puesto que su primer ancestro conocido, Hugues de Sade, fue un industrial del c¨¢?amo, casado -seg¨²n el cuento familiar- con una Laure de Noves que habr¨ªa sido la Laura de Petrarca, el futuro marqu¨¦s, Donatien-Alphonse-Fran?ois (y usaremos aqu¨ª, como es costumbre, las siglas de D.-A.-F.), naci¨® en 1740 en Par¨ªs, de un padre conde, disoluto, veleidosamente homosexual, entretenido entre la milicia y la diplomacia, y de una madre indiferente, muy apagada, a la que el hijo siempre odi¨®. D.-A.-F. fue un ni?o desp¨®tico y caprichoso, pero no hay que buscar en ello rasgos s¨¢dicos avant la lettre; muchos v¨¢stagos de alta cuna lo son, y m¨¢s si la infancia trascurre de un castillo a otro y se le aplica despu¨¦s al peque?o la pedagog¨ªa de los jesuitas.
A la edad de 14 a?os, el ni?o Donatien es sacado del colegio Louis-le-Grand por su padre, Jean-Baptiste, que le destina a una carrera militar. Empieza el ¨²nico periodo convencional, edificante, glorioso, de la vida de D.-A.-F. Apenas cumplidos los 18 participa activamente en la Guerra de los Siete A?os, donde se distingue en una batalla cerca del Rin y recibe de manos de Luis XV una cruz al valor. El conde est¨¢ feliz, pero no se conforma con ello; quiere toda la felicidad institucional para su hijo. El matrimonio. Con esa boda forzada e interesada empieza sin embargo a torcerse la rectitud del joven h¨¦roe, amante de otra mujer menos rica pero m¨¢s ligera de costumbres, la se?orita de Lauris, quien, sin hacer caso a sus encendidas cartas de amor, acaba dej¨¢ndole. Donatien se somete entonces al yugo matrimonial y -aunque le gusta m¨¢s una hermana peque?a de su prometida, Anne-Prosp¨¨re, con quien a?os despu¨¦s har¨¢ una escapada a Italia- se casa solemnemente en 1763 con Ren¨¦e-P¨¦lagie de Montreuil. Sensata y dulce, desgarbada y fe¨²cha, como su propia madre, Madame de Montreuil, da a entender en una carta, a D.-A.-F. le molesta m¨¢s que su esposa tenga pocas lecturas y una mala ortograf¨ªa. Aun as¨ª, procrear¨¢n tres hijos, y Ren¨¦e-P¨¦lagie dar¨¢ muestras a lo largo de la tormentosa vida conyugal de sensibilidad y astucia, mucho aguante y una fidelidad no correspondida.
Muy poco despu¨¦s del enlace nupcial empiezan los estragos. Apollinaire, siempre dispuesto a ponerle un capote a su admirado marqu¨¦s, da una explicaci¨®n sumaria y c¨¢ndida: desterrada al convento la hermana peque?a Anne-Prosp¨¨re, Donatien "experiment¨® un gran despecho, una gran pena, y se entreg¨® al desenfreno". Los hechos no parecen haber sido as¨ª de sentimentales. El 29 de octubre del mismo a?o, al cumplirse los cinco meses de la boda, el marqu¨¦s de Sade es detenido por primera vez por orden del rey y conducido a la que ser¨¢ su primera prisi¨®n en la ciudadela de Vincennes. Seg¨²n la declaraci¨®n policial de Jeanne Testard, una joven prostituta v¨ªctima y acusadora de Sade, ¨¦ste, asistido al principio por un criado, la llev¨® a su domicilio privado de la calle Mouffetard, y cuando la chica se declara embarazada, cristiana y asustadiza, Sade la tranquiliza, haci¨¦ndola pasar al dormitorio. La habitaci¨®n, seg¨²n el relato de Jeanne, est¨¢ decorada de crucifijos de marfil, im¨¢genes de la Virgen y escenas del Calvario, colgadas en la pared entre grabados obscenos y una panoplia de l¨¢tigos, varas y disciplinas tanto de soga como de metal. Mientras la instruye para que le fustigue con unas bolas de hierro al rojo vivo, D.-A.-F. le pide a la chica que elija el l¨¢tigo con el que ¨¦l mismo la castigar¨¢. Jeanne se niega, Sade se irrita, saca unas pistolas, la amenaza con la hoja de un pu?al y, extasiado por el horror de la muchacha, eyacula sobre dos cristos de marfil. Tras someterse a los siguientes deseos del marqu¨¦s, que incluyen su propia sodom¨ªa utilizando aparatos artificiales y la profanaci¨®n de hostias consagradas, se van a la cama, donde, para arrullarla, D.-A.-F. le lee versos "repletos de impiedades y totalmente contrarios a la religi¨®n". ?l se duerme, pero no ella, que logra escaparse de la casa y encontrar una comisar¨ªa.
El marqu¨¦s estuvo s¨®lo quince d¨ªas encarcelado: Jeanne era una chica de la calle; Sade, un noble a¨²n con influencias en la corte, y los tiempos "antes de la revoluci¨®n", muy abiertos a todos los deslices er¨®ticos. El propio inspector encargado del caso reconoci¨® en su informe que en ning¨²n burdel de la capital faltaban las fustas y las varas de flagelar, y "esta pasi¨®n domina singularmente a los eclesi¨¢sticos". A partir de ese incidente y del breve encarcelamiento en Vincennes, podr¨ªamos decir que la vida del marqu¨¦s de Sade sigue una pauta casi ininterrumpida de atropellos, estupros, denuncias, prisiones, subterfugios, huidas, promesas de regeneraci¨®n conyugal, adulterios, estrechez econ¨®mica, pasi¨®n literaria. A¨²n falta tiempo para que se le conozca por sus obras, no menos disolutas que sus actos, pero ya Donatien empieza a so?arse escritor.
El siguiente objeto de su deseo fue una mendiga enga?ada a la que Sade hiere fren¨¦ticamente con un cortaplumas, derramando luego sobre la carne abierta cera fundida. Siete meses de c¨¢rcel en un fort¨ªn. Y una cierta disculpa entre las clases pudientes, que se toman en serio (la inteligente Madame du Deffand entre otros) la excusa dada por D.-A.-F. para acallar el esc¨¢ndalo: al verter la cera s¨®lo trataba de experimentar las virtudes de un ung¨¹ento curativo de su invenci¨®n.
De nuevo en libertad, Sade la aprovecha: Ren¨¦e-P¨¦lagie le da (en 1771) un tercer hijo, una ni?a, la pareja se deja ver con frecuencia en sociedad, el marqu¨¦s viaja y estudia su retorno al ej¨¦rcito, ganando as¨ª el perd¨®n y la ayuda de su suegra, la poderosa Madame de Montreuil, sombra persecutoria y antagonista a lo largo de toda su vida adulta. Hasta que, al poco, sucede el episodio tal vez m¨¢s famoso en el historial maleante de Sade: el asunto de Marsella, tambi¨¦n conocido como el caso de los bombones de cant¨¢rida. Esta vez no hubo incisiones ni cristos mancillados, sino una enrevesada corrupci¨®n estomacal con los dulces rellenos del polvo extra¨ªdo de ese insecto, la cant¨¢rida, conocido en farmacia como desencadenante urinario y entre los erot¨®manos -bajo el nombre de mosca espa?ola- por su poder afrodis¨ªaco. Las v¨ªctimas eran unas chicas ligeras reclutadas en el puerto de Marsella por Latour, sirviente del marqu¨¦s, las cuales, gravemente descompuestas tras ingerir los bombones, denunciaron a quien con esa f¨®rmula magistral trat¨® de incitarlas a realizar actos contra natura. Sin duda por sus ribetes m¨¢s c¨®micos que macabros, el asunto tuvo una repercusi¨®n nacional, revel¨¢ndose (seg¨²n el testimonio jurado de las chicas) que, al negarse ellas a copular analmente pese al influjo de la mosca espa?ola, vieron c¨®mo el propio marqu¨¦s se hac¨ªa penetrar brutalmente por el criado Latour, en medio de una exaltaci¨®n placentera que bien podr¨ªa ser la que a?os despu¨¦s Sade pone en boca del se?or de Bressac, uno de los protagonistas de la que para algunos es su obra maestra, Justine: "No sabes lo delicioso que es ser la zorra de todos los que os desean [?] ser sucesivamente en el mismo d¨ªa la amante de un mozo de carga, de un marqu¨¦s, de un lacayo, de un monje; ser por turno querido de todos, acariciado, envidiado, amenazado, golpeado, unas veces entre sus brazos victoriosos y otras a sus pies, enterneci¨¦ndoles con caricias, reanim¨¢ndolos con excesos". Tiene una l¨®gica que el generador del sadismo fuera tambi¨¦n masoquista.
Las acusaciones en el asunto de Marsella resultaron muy graves: envenenamiento y sodom¨ªa; el primer delito, penado con la decapitaci¨®n; el segundo, con la hoguera. Sade se escabulle, y, tan desafiante como l¨²brico, vive su aventura italiana con la cu?ada Anne-Prosp¨¨re, refugi¨¢ndose a continuaci¨®n en Cerde?a. Pero la sa?a vengativa de su suegra, Madame de Montreuil, llega hasta all¨ª, y D.-A.-F., detenido por orden del rey sardo, es encerrado en la ciudadela de Miolans. Su esposa, Madame de Sade, le defiende p¨²blicamente frente a su propia madre: "No es un criminal a quien ella persigue, sino un hombre que ella considera rebelde a sus ¨®rdenes y voluntades". La muerte de Luis XV y los cambios gubernamentales del nuevo monarca Luis XVI le son favorables al preso, que ve revocada su condena, pudiendo regresar, protegido y acompa?ado por su mujer, Ren¨¦e-P¨¦lagie, a Francia, donde, en 1774, se instala en su castillo avi?on¨¦s de La Coste.
La reconciliaci¨®n matrimonial no implica el apaciguamiento de la voracidad sexual de Sade. Rodeado de un peque?o serrallo de ni?as, D.-A.-F. ejercita sus aficiones teatrales escenificando con ellas (y con Ren¨¦e-P¨¦lagie, ganada a la causa de la fornicaci¨®n en grupo) pantomimas lascivas. Lee tambi¨¦n ¨¢vidamente, y empieza a delinear su carrera literaria con la redacci¨®n de un Viaje a Italia. Esa pl¨¢cida vida es alterada un d¨ªa de enero de 1777 con la irrupci¨®n en el castillo del padre de una de las cocineras, Justine, un nombre figurado, reclamando la devoluci¨®n de su hija, seg¨²n ¨¦l secuestrada por el marqu¨¦s, quien lo niega todo mientras Justine, m¨¢s sirviente en su cama que en los fogones, se echa a los brazos del padre. ?ste dispara su pistola sobre el marqu¨¦s, que sale ileso, pero el nuevo esc¨¢ndalo lo aprovecha la implacable Madame de Montreuil. Instalado Donatien en Par¨ªs, las intrigas de su suegra y la estela de sus delitos le incriminan: es juzgado por "desenfreno y pederastia", aunque siendo finalmente la condena por "desenfreno y libertinaje a ultranza", tan s¨®lo se le amonesta y destierra. Sade vuelve a La Coste, encuentra all¨ª una nueva amante, y paseando con ella una tarde de 1778, ve entre los ¨¢rboles del parque del castillo unas sombras amenazantes, y sin m¨¢s decide escapar. En vano: por instigaci¨®n de Madame de Montreuil, se han revisado todas las causas pendientes, y el efecto acumulativo de tanto desm¨¢n es letal: Sade es capturado y confinado en la prisi¨®n de Vincennes, que ser¨¢, con la Bastilla y Charenton, su domicilio en los doce a?os siguientes.
"En la c¨¢rcel entra un hombre, y de ella sale un escritor", dijo Simone de Beauvoir en su interesante ensayo ?Hay que quemar a Sade? En los dos primeros a?os de encarcelamiento, el marqu¨¦s, convertido ahora en Monsieur 6, n¨²mero de su c¨¦dula carcelaria, ordena y pone en limpio el manuscrito del Viaje a Italia, dedicando gran parte del d¨ªa a la lectura: Marivaux, Voltaire, Laclos, junto a sus cl¨¢sicos de cabecera, Virgilio, Montaigne, Tasso. Lee tambi¨¦n libros de historia y de filosof¨ªa, mientras se entrega con entusiasmo a la obsesi¨®n teatral, ahora como autor dram¨¢tico muy celoso de ver estrenadas sus obras comercialmente, cosa que rara vez consigui¨®. En 1784 se clausura la prisi¨®n de Vincennes, y Sade es transferido a la fortaleza de la Bastilla; lleva con ¨¦l ya acabado su breve Di¨¢logo entre un sacerdote y un moribundo, un contundente alegato en favor del ate¨ªsmo, y los primeros esbozos del m¨¢s conocido y difamado de sus trabajos como escritor, Las 120 jornadas de Sodoma.
En la Bastilla remata ese libro, escrito inicialmente, a lo largo de 37 d¨ªas, en un rollo de papel de 12 metros de longitud que posteriormente Sade copi¨® con escritura microsc¨®pica (a fin de evitar su incautaci¨®n) en hojas de 11 cent¨ªmetros f¨¢ciles, cre¨ªa ¨¦l, de camuflar. Aunque los sadianos prefieren otras novelas suyas como la citada Justine, cumbre de la perversidad picaresca; el claustrof¨®bico y no menos depravado rond¨® de La filosof¨ªa en el tocador o la alegor¨ªa filos¨®fica Aline y Valcour, a m¨ª no me cabe duda de que Las 120 jornadas de Sodoma es -y no por calidad- el libro m¨¢s extraordinario jam¨¢s escrito, y su destino corre parejo al de la Revoluci¨®n, no s¨®lo por sus accidentes. Es una obra, como dijo Barthes, irrespirable; el minucioso cat¨¢logo de asesinatos atroces, humillaciones, violaciones y escenas coprof¨ªlicas de que se compone, m¨¢s que repugnar o excitar, agobia al lector, conduci¨¦ndole, en su traspaso de todo l¨ªmite, a una altura sofocante o un vac¨ªo vertiginoso. Nunca antes se hab¨ªa escrito nada as¨ª, como tampoco nunca una convulsi¨®n del injusto orden social hab¨ªa producido tanto terror y tanto da?o en la Europa moderna. De forma simult¨¢nea, el libro impublicado de Sade y el germen revolucionario franc¨¦s quedar¨ªan latentes hasta su explosi¨®n, liberadora y mort¨ªfera, en las primeras d¨¦cadas del siglo XX.
El 2 de julio de 1789, Donatien, que ha sido informado por su esposa de las revueltas que agitan Par¨ªs, sigue nervioso desde su celda el refuerzo de las defensas militares en la fortaleza, que le impide, por orden del gobernador, hacer su diario paseo por las almenas. Empieza entonces a vociferar hacia la calle que se est¨¢ degollando a los presos y que los carceleros son todos unos asesinos, y ante el revuelo creado, el marqu¨¦s ha de ser reducido, maniatado y, en mitad de la noche siguiente, trasladado al manicomio de Charenton. Diez d¨ªas despu¨¦s del traslado, el 14 de julio, tiene lugar la toma de la Bastilla. La Revoluci¨®n vac¨ªa las c¨¢rceles, pero en el asalto multitudinario la biblioteca personal del marqu¨¦s es "lacerada, quemada, arrebatada, saqueada", desapareciendo tambi¨¦n sus manuscritos, que ni siquiera las reiteradas pesquisas de su mujer logran recuperar. Pocos meses despu¨¦s, los dos hijos varones acuden al manicomio a comunicarle a su padre que el nuevo orden va a liberarle. A punto de cumplir los 50 a?os, Donatien sale de Charenton.
En esta segunda etapa posrevolucionaria de su vida se produce una aparente metamorfosis: no siendo aconsejables ni tal vez posibles las perversiones a escala feudal del gran se?or, Sade se asienta (una vez que Ren¨¦e-P¨¦lagie ha decidido no aguantar m¨¢s y separarse de ¨¦l) con una nueva y tambi¨¦n fidel¨ªsima amante, Madame Quesnet, a la que llamar¨¢ Sensible. Son a?os de relativa estabilidad en los que, sin embargo, su esp¨ªritu demoniaco se sigue manifestando en los libros, los panfletos y las intervenciones como orador y tribuno popular. Ya no hay raptos de jovencitas ni suministro de caramelos trucados: la horripilante carga de disoluci¨®n se transmite por v¨ªa impresa, y la publicaci¨®n de Justine o las desgracias de la virtud (1791), La filosof¨ªa en el tocador (1795) o La historia de Juliette (1797) acrecienta su fama de peligroso corruptor y blasfemo, caus¨¢ndole problemas, sobre todo en el periodo del "Reinado del Terror" jacobino comandado por Robespierre, un puritano radical que desconfiaba de los desmandados apetitos de Sade y un demagogo capaz de pronunciar la frase "El ate¨ªsmo es aristocr¨¢tico". Si algo distingu¨ªa al marqu¨¦s precisamente, antes y despu¨¦s de la Revoluci¨®n, era la vocaci¨®n atea, manifiesta, como ya se ha contado aqu¨ª, en sus sesiones de sadomasoquismo sacr¨ªlego, y con muy articulada elocuencia en sus obras: "La religi¨®n debe apoyarse en la moral, y no la moral en la religi¨®n", escribe Sade en la larga proclama social intercalada en las p¨¢ginas de alto contenido er¨®tico de La filosof¨ªa en el tocador, dirigi¨¦ndose a sus conciudadanos en estos t¨¦rminos: "Franceses, os lo repito, Europa espera de vosotros verse libre a un tiempo del cetro y del incensario" (cito por la traducci¨®n de Mauro Armi?o, Valdemar).
Sade sobrevivi¨® a Robespierre, pero los ¨²ltimos a?os de su vida, sin cambiar el signo aciago y la trasgresi¨®n, tuvieron momentos pat¨¦ticos: el marqu¨¦s reniega m¨¢s de tres veces de esas novelas escandalosas publicadas sin nombre, pese a lo cual vuelve a ser detenido en 1801 para la que ser¨¢ su ¨²ltima y definitiva morada carcelaria, de nuevo en Charenton. Aunque el recluso goz¨® all¨ª de ins¨®litos privilegios por la simpat¨ªa ilustrada del responsable del manicomio (libertad de movimientos, encuentros amorosos sin restricci¨®n, representaciones teatrales, muy frecuentadas por la aristocracia parisiense, en las que ¨¦l dirig¨ªa a los lun¨¢ticos, como plasm¨® Peter Weiss en su pieza Marat/Sade),
D.-A.-F. se siente obligado a escribir personalmente en 1809 a Napole¨®n Bonaparte, quien, tras su flamante escalada del poder desde que le nombraron c¨®nsul republicano, ha reinstaurado en todo su esplendor el cetro y el incensario coron¨¢ndose emperador de Francia. La untuosa carta est¨¢ escrita en tercera persona: "El se?or de Sade, padre de familia, en el seno de la cual ve para su consuelo a un hijo distinguido en los ej¨¦rcitos, arrastra desde hace nueve a?os, en tres prisiones consecutivas, la m¨¢s desgraciada vida de este mundo. Septuagenario, casi ciego, abrumado de gota y de reumatismos en el pecho y el est¨®mago que le hacen sufrir horribles dolores". Como en el caso de la antigua petici¨®n al vizconde de Barras, Napole¨®n no se dej¨® conmover por los acentos lastimeros de Sade y escribiendo, tambi¨¦n ¨¦l en una tercera persona mayest¨¢tica, el Memorial de Santa Helena, dice haber le¨ªdo en su d¨ªa una novela de Sade, "el libro m¨¢s abominable que haya concebido la imaginaci¨®n m¨¢s depravada", que llev¨® a su autor preso, situaci¨®n que al emperador le sigue pareciendo apropiada para semejante vulnerador de la moral p¨²blica.
1814. Napole¨®n sucumbe al vaiv¨¦n de la pol¨ªtica francesa de esos a?os, pero su sucesor Luis XVIII se mostrar¨¢ a¨²n m¨¢s severo con Sade, tratando de recluirle carcelariamente en su cuarto y suspender las funciones teatrales del hospital. Acompa?ado hasta el final por la constante Sensible y por Mademoiselle Madeleine, una muchachita que ser¨ªa su ¨²ltimo amor o su ¨²ltima presa desde que se conocieron, teniendo ella 12 a?os, muere Donatien el 2 de diciembre en presencia de su hijo Claude-Armand, que hab¨ªa ido a visitarle a Charenton. En contra de sus ¨²ltimas voluntades, muy detalladas, la tumba del marqu¨¦s, para la que ¨¦l mismo hab¨ªa escrito un epitafio present¨¢ndose como "detenido bajo todos los reg¨ªmenes", fue coronada con una cruz.
A tan tempestuosa vida siguieron cien a?os de silencio, hasta que en 1904 un psiquiatra berlin¨¦s publica una edici¨®n restringida de la copia de Las 120 jornadas de Sodoma que, sin saberlo su autor, hab¨ªa sobrevivido al asalto de la Bastilla. Pronto empieza a hacerse realidad la profec¨ªa de Apollinaire de que el marqu¨¦s de Sade dominar¨ªa el siglo XX. Algunos de sus m¨¢s grandes escritores le estudiaron a fondo y le apreciaron, el surrealismo le tom¨® como ense?a de rebeld¨ªa convulsiva, y, rescatadas sus obras del infierno de los coleccionistas especializados, no han dejado nunca de ser editadas y quiz¨¢ le¨ªdas, alcanzando ¨²ltimamente la suprema consagraci¨®n de los cl¨¢sicos: formar parte de la venerable colecci¨®n de La Pl¨¦iade. ?Redime todo esto a Sade? ?Le hace mejor hombre, menos criminal?
Literariamente, Sade es excepcional. Fund¨® una literatura entera, distinta, resonante y aut¨¦nticamente seminal, que ninguna otra lengua que yo conozca posee (al margen de su excelencia art¨ªstica, para m¨ª no muy grande). Y la persona tambi¨¦n fascina en sus contradicciones. Vehemente adalid contra la pena de muerte cuando las cabezas rodaban por toda Francia, creador de prototipos femeninos de una descarada independencia e igualados en perversi¨®n a los hombres, defensor valeroso y muy precursor (en uno de sus libros publicados en vida, La filosof¨ªa en el tocador) de la opci¨®n homosexual, el riesgo ante su figura es caer en la falacia rom¨¢ntica, la misma que ha ennoblecido con un aura legendaria a asesinos reales como Landr¨², Roberto Zucco o El Estrangulador de Boston. Dos importantes factores distinguen a Sade de semejantes antih¨¦roes. Aunque sus novelas abunden en truculentas escenas de asesinato y tortura, la peor criminalidad sadiana es intencional, imaginada. Y si hay un vicio que le caracteriza -por encima de los dem¨¢s que tuvo-, es el de escribir. Ning¨²n malvado ha sustanciado sus cr¨ªmenes con 20.000 p¨¢ginas de una monumental aridez y una notable potencia turbadora. No son, pese a todo, motivos suficientes para sacarle del purgatorio, un lugar sin duda del agrado de Sade. Los hechos hist¨®ricos, documentados, se imponen a la ficci¨®n: D.-A.-F. fue un indeseable que abus¨® con sa?a de su poder, de su dinero y de la astucia de su formidable inteligencia para herir, violar, embaucar y envilecer al m¨¢s d¨¦bil, al pobre y al simple.
Acabo con una fantas¨ªa de corte inocuamente s¨¢dico.
El llamado por sarcasmo Divino Marqu¨¦s llen¨® las hojas de sus diarios y sus libros con juegos num¨¦ricos y signos indescifrables, que en algunas novelas parecen constituir el esqueleto herm¨¦tico de la acci¨®n. Pues bien, en su posteridad hubo seis nombres que constituyeron la avanzadilla de la hoy abundante facci¨®n sadiana, y los seis -Barthes, Bataille, Beauvoir, Bergam¨ªn, Blanchot, Breton- tienen la misma letra inicial en sus apellidos. ?Casualidad o designio? La B le dio futuro a Sade con un dispositivo que tiene sus pasajes m¨¢s inspirados en Barthes (cuando habla de la inapelable "verdad l¨¦xica" de D.-A.-F.), en la comparaci¨®n de Bataille entre Sade y Goya (atormentados ambos por el exceso del dolor, el autor de Las l¨¢grimas de Eros ve tanta aberraci¨®n en el pintor como en el marqu¨¦s) y en Jos¨¦ Bergam¨ªn, quien se?al¨® muy pertinentemente que la dimensi¨®n desmesurada y el verdadero peligro de la vida y la obra de Sade radican en su voluntad pedag¨®gica, en el obstinado empe?o did¨¢ctico de sus m¨¢s despiadadas lecciones. Pero avanzando en el abecedario encontramos a quienes no le disculparon. Raymond Queneau, el novelista de Zazie en el metro, escribiendo en la significativa fecha de 1945, no duda en despojar al marqu¨¦s de la impronta libertaria que Breton y ?luard, durante la fase comunista del surrealismo, le hab¨ªan dado; para Queneau, "el mundo imaginado por Sade y querido por sus personajes (?y por qu¨¦ no por ¨¦l?) es una prefiguraci¨®n del mundo en el que reinan la Gestapo, sus suplicios y sus campos". Y as¨ª lo puso en im¨¢genes Pier Paolo Pasolini al trasponer en su pel¨ªcula Sal¨° o las 120 jornadas de Sodoma la acci¨®n del libro original desde la mansi¨®n en la Selva Negra donde trascurren los cuatros meses de brutal org¨ªa a una villa ocupada por cuatro mandamases de la rep¨²blica fascista de Sal¨°. Politizando de manera inequ¨ªvoca el relato, Pasolini, que hab¨ªa le¨ªdo bien a todos los escritores sadianos, de la A a la Z, mostr¨®, en la l¨²gubre etapa final de una trayectoria de escritor y cineasta siempre franca y osada en materias ven¨¦reas, la sombra m¨¢s ominosa de Donatien-Alphonse-Fran?ois.
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