Historia de dos golfos
Los golfos son ya dos: el de M¨¦xico y el Ar¨¢bigo-P¨¦rsico, y en ambos est¨¢ sufriendo Estados Unidos un grave menoscabo. En el primero, un hurac¨¢n ha rendido, indirecta pero cruentamente, homenaje a J. M. Keynes, al Estado-Providencia, al Estado-Naci¨®n, ¨²ltimamente tan vituperado en general, como necesario en particular. En el segundo, la guerra de Irak exhibe desde la ocupaci¨®n del pa¨ªs en 2003 la misma imprevisi¨®n, la misma confianza infundada en que las cosas deber¨ªan arreglarse por s¨ª solas, en que la carta otorgada de la democracia habr¨ªa de hacer innecesaria una dominaci¨®n larga y sangrienta.
En ambos casos hay miles de muertos; s¨®lo propios en el golfo de M¨¦xico, y propios tambi¨¦n, pero, sobre todo, ajenos, en el golfo de los musulmanes. Ambos constituyen, igualmente, un tipo de desgracia autoinfligida. De manera absoluta en Oriente Medio, donde nadie llamaba a Washington a arreglar el mapa, y s¨®lo parcial, por no prepararse para lo que se sab¨ªa que iba a ocurrir, en la lucha contra el hurac¨¢n Katrina. En este caso, la Administraci¨®n local se derriti¨® ante la magnitud de la tragedia, con la dimisi¨®n de una gran parte de polic¨ªas y servidores p¨²blicos; con operaciones de rescate en grandes estadios, donde no se hab¨ªan previsto ni condiciones sanitarias, ni provisi¨®n de agua, ni casi atenci¨®n de ninguna clase; y, para remate, con una Administraci¨®n federal que no se pon¨ªa al tel¨¦fono, y un presidente que no ten¨ªa ninguna prisa en dar por terminadas sus vacaciones.
Despu¨¦s de tantos a?os de o¨ªr a primeros mandatarios de Estados Unidos dirigirse al electorado para prometer el adelgazamiento de una Administraci¨®n abotargada de burocracia, un estorbo de papel timbrado que habr¨ªa de hacerse a un lado para que la iniciativa privada se preocupara de las necesidades ciudadanas, es todo un sarcasmo comprobar c¨®mo esa iniciativa se ilustra hoy en el saqueo.
Estados Unidos lleva desde la presidencia de Ronald Reagan (1980-1988), y a¨²n m¨¢s acentuado en el comienzo de siglo del segundo Bush, desliz¨¢ndose en un viaje hecho de hubris, de la enga?osa embriaguez de la victoria. El suicidio de la URSS -que no hay que lamentar- cre¨®, sin embargo, un gran vac¨ªo estrat¨¦gico que, con suerte desigual pero nunca de forma tan fragorosamente equivocada como ahora, Washington ha estado tratando de llenar.
La invasi¨®n de Irak, incluso animada de las m¨¢s sinceras intenciones democratizadoras, es una operaci¨®n que ha hecho el mundo m¨¢s peligroso, mejor surtido de talibanes del terror que ahora tienen m¨¢s campo para actuar que nunca anteriormente, con el nuevo frente que Washington les ha facilitado gratis en Bagdad. La prevista transformaci¨®n del pa¨ªs ¨¢rabe en r¨¦gimen amigo y aliado se supon¨ªa, muy al contrario, que iba a ser una fuerza de cambio irresistible en la zona, y, adem¨¢s, a muy buen precio.
Las nuevas armas inteligentes, las nuevas t¨¢cticas -swarming- de acecho y destrucci¨®n del enemigo, probadas con ¨¦xito aparente en Afganist¨¢n, habr¨ªan de hacer superfluos los grandes cuerpos expedicionarios; los ej¨¦rcitos que aseguraran, as¨ª, la hegemon¨ªa mundial ser¨ªan de dimensiones modestas a condici¨®n de que se comportasen con la autonom¨ªa, la agilidad y la precisi¨®n del enjambre de abejas que pica y se retira sin tener que acampar sobre el terreno. Y, en lugar de ello, lo que le falta a Washington son efectivos para un abejorreo que ni siquiera es suficiente.
La debacle del Katrina viene a remachar lo que la realidad prueba cotidianamente, con un creciente estruendo de protesta ind¨ªgena, en Am¨¦rica Latina; a saber, que el neoliberalismo sirve para muchas cosas, pero no para defender al ciudadano de s¨ª mismo; que el Estado es todav¨ªa insustituible para impedir que Hobbes tenga raz¨®n. Neoliberalismo, licuefacci¨®n del Estado, confianza ciega en el mercado, y que el resto corra a cargo de las ONG, igual a la ley de la selva. El Estado es todav¨ªa lo que nos separa de una barbarie que nunca ha estado lejos de la superficie.
Y la iron¨ªa final es la de que, hoy, una fuerza de esos mismos marines que no son capaces de estabilizar la situaci¨®n en el golfo de los musulmanes ha sido reclamada con urgencia para que, por fin, haga notar la presencia del Estado en el golfo de Luisiana y Nueva Orleans.
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