Epistemolog¨ªa de las bombas
Cada vez que el terrorismo isl¨¢mico logra un atentado, son notorias las dos estirpes a las que pertenecen las distintas declaraciones pol¨ªticas: una afirma que no debe atenderse a las causas del terror, que el terrorismo no tiene justificaci¨®n y debe combatirse militarmente hasta vencerlo; la otra, sin negar que tenga justificaci¨®n moral alguna, afirma que, adem¨¢s de la acci¨®n judicial y policial, debe tenerse en cuenta las causas de que encuentre simpatizantes y apoyos. A menudo los primeros utilizan un t¨¦rmino filos¨®fico que los segundos no frecuentan: dicen que son "nihilistas". Sin embargo, es curioso que dicho t¨¦rmino lo use tanto gente como el neoconservador Andr¨¦ Gluksmann, cuanto algunos notables dem¨®cratas radicales, sea Seyla Benhabib, profesora de ciencia pol¨ªtica y filosof¨ªa de la Universidad de Yale. En Unholy Wars (Guerras no santas) la profesora declaraba categ¨®ricamente: "La nueva jihad no es s¨®lo apocal¨ªptica, es nihilista". Indicio de tal nihilismo ser¨ªan las repetidas declaraciones donde dicen amar la muerte frente a nosotros que amamos la vida. Lo cual, prosigue, supone una erotizaci¨®n de la muerte que se expresa no tanto en los discursos acerca de v¨ªrgenes esperando a los m¨¢rtires en el para¨ªso, cuanto, y especialmente, "por la destrucci¨®n del propio cuerpo en un acto de suprema violencia que lo desmiembra y pulveriza". Parece pues que el atentado se considere algo as¨ª como un aniquilador orgasmo explosivo que ocluye toda raz¨®n, y no un medio criminal sometido por ende a la racionalidad instrumental.
Sin embargo, a la luz de otros que voluntariamente despedazaron sus cuerpos contra el enemigo, puede extraerse alguna conclusi¨®n que contradice esa concepci¨®n "nihilista" de los terroristas suicidas. Que el terrorismo isl¨¢mico no tenga justificaci¨®n moral, no significa que no aduzca razones de lo que hace. No s¨®lo niegan, tambi¨¦n afirman. Asunto diferente es que la cuenta que ellos den no nos valga. O dicho de otra manera: que pensemos que las suyas son malas razones, inaceptables, no quiere decir que no sean razones en absoluto.
Tambi¨¦n el fen¨®meno de los kamikaces japoneses de la segunda guerra mundial -desde su mismo nombre que significa "viento divino"- comportaba cierta ret¨®rica religiosa. Uno de los primeros escuadrones se llam¨® Unidad Espiritualmente Satisfecha" y los pilotos volatilizados, convertidos en deidades protectoras del imperio, ten¨ªan un lugar asegurado en el templo sinto¨ªsta de Yasukumi Jinja de Tokio. Sus manuales de instrucci¨®n, la ceremonia de despedida, los poemas que dejaban escritos antes de partir... todo desprend¨ªa un perfume sagrado. Sin embargo, si leemos el reciente estudio de A. Axell e Hideaki Kase uno llega a conclusiones diferentes. Llama la atenci¨®n que desde los ataques tai-atari (estrellar en vuelo el propio avi¨®n contra el avi¨®n enemigo), los m¨ªsiles tripulados Baka, las bombas humanas Ohka, los torpedos humanos Kaiten, hasta los m¨¢s conocidos ataques tokko de los pilotos contra la flota enemiga, el fen¨®meno de los guerreros suicidas fuera masivo. Varios miles murieron y miles de voluntarios m¨¢s no pudieron cumplir su deseo al no haber ni aviones, ni otros medios -instructores, carburante...- suficientes. Porque la pol¨ªtica de ataques suicidas se adopt¨® a partir de la invasi¨®n de Filipinas, especialmente a partir de la batalla de Okinawa, cuando Jap¨®n comprob¨® desesperadamente la abrumadora superioridad enemiga y vio inevitablemente perdida la guerra. A partir de ese momento los bombardeos americanos destruyeron masivamente las ciudades japonesas (el 40% de Tokio, el 58% de Yokohama, el 56% de Kobe...). Los ataques suicidas fueron as¨ª fruto de la desesperaci¨®n y del intento, no de ganar la guerra que todos daban por perdida, sino de disuadir al enemigo de que invadiera Jap¨®n llegando a alg¨²n tipo de acuerdo. Con todo, al teniente Yukio Seki, primer piloto kamikace oficial -que no fue voluntario pero acept¨® disciplinadamente la sugerencia de sus superiores- le parec¨ªa un error desperdiciar a los aviadores m¨¢s experimentados que Jap¨®n tanto necesitaba. Es decir, desde aquel 25 de octubre de 1944 hasta el final de la guerra se discuti¨® mucho t¨¦cnicamente si los ataques suicidas eran el mejor medio para lograr aquel fin.
La mayor¨ªa de los pilotos tokko eran universitarios, m¨¢s de las especialidades de letras que de las de ciencias. Sus cartas de despedida eran las de hombres j¨®venes con profundos lazos familiares ("Motoko: llevo en mi avi¨®n la mu?eca que tanto te gustaba cuando eras un beb¨¦. De esta forma estar¨¢s conmigo hasta el ¨²ltimo momento. S¨®lo quer¨ªa que lo supieras. Pap¨¢", escribi¨® el teniente Motohisa Uemura). Muchos eran agn¨®sticos, otros budistas, sinto¨ªstas e incluso cristianos. Pero en todos las cartas o poemas de despedida se establec¨ªa un nexo entre la familia, la naci¨®n y la tradici¨®n encarnada en la lealtad al emperador. Expresaban un profundo sentido de deuda que ahora que Jap¨®n sucumb¨ªa deb¨ªa pagarse "esparci¨¦ndose" (forma de mentar la muerte que alud¨ªa a los p¨¦talos de las flores de cerezo que ca¨ªan de las cabinas abiertas de los aviones, as¨ª adornadas, sobre los que desped¨ªan a unos pilotos cuya media de edad era de 22 a?os).
Hay una diferencia esencial entre estos y aquellos suicidas: los kamikaces atacaban a un ejercito enemigo, los terroristas isl¨¢micos matan a la poblaci¨®n civil no combatiente. Pero no es menos cierto que desde entonces el campo de batalla no ha hecho m¨¢s que disolverse. En aquella guerra las v¨ªctimas civiles fueron abrumadoramente superiores a las militares y se hizo corriente el masivo bombardeo a¨¦reo de las ciudades, que culmin¨® en las masacres de Hiroshima y Nagasaki. Las guerras anticoloniales posteriores, o las llamadas contrainsurgentes, llevaron al paroxismo la conversi¨®n de la poblaci¨®n civil en objetivo b¨¦lico. Indochina, Argelia y Vietnam... son los jalones de un itinerario que llega hasta hoy: comp¨¢rese el n¨²mero de bajas civiles y militares en Palestina o Irak. As¨ª, los terroristas suicidas de hoy creen hip¨®crita la censura de sus atentados porque afecten a la poblaci¨®n civil. Tambi¨¦n se sienten profundamente ligados a sus familias, a su comunidad de origen y est¨¢n desesperados ante lo que consideran una agresi¨®n de una fuerza asim¨¦trica insuperable. Cierto, est¨¢n equivocados, incluso t¨¦cnicamente, pero no son nihilistas. Urge pues eliminar las causas de que tantos crean sus malas razones. Por cierto, no s¨®lo suyas, sino propias de todos los belicistas que militarizan la pol¨ªtica.
Nicol¨¢s S¨¢nchez Dur¨¢ es profesor del departamento de Metaf¨ªsica y Teor¨ªa del Conocimiento de la Universitat de Val¨¨ncia.
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