Los ataques de Mancebo
Garc¨ªa Quesada se impone en la primera etapa de monta?a del centro
Cuando le preguntan que por qu¨¦ hace algunas cosas, y si conoce a quien le inquiere, Pakito Mancebo, que es un cabezota, siempre responde: "T¨² ya me conoces". Se lo preguntaron ayer, entre un estruendo de charanguita, jotas segovianas, dulzainas y tamboriles, en la meta de La Granja porque en Navacerrada, en la primera subida al puerto que une Segovia y Madrid, la emprendida por el lado de las Siete Revueltas, Pakito Mancebo atac¨® una, dos, tres veces, y eso que quedaban a¨²n m¨¢s de 100 kil¨®metros para la llegada. Se lo preguntaban porque despu¨¦s, en la Morcuera, a 80 kil¨®metros de la llegada, Pakito Mancebo volv¨ªa a atacar. Esta vez con ¨¦xito. Un demarraje seco que dej¨® al pelot¨®n, al grupo de favoritos, pregunt¨¢ndose ?a d¨®nde ir¨¢ Pakito? ?No pensar¨¢ que conseguir¨¢ ganar la Vuelta en estos kil¨®metros que faltan, aunque le esperen sus compa?eros Lastras y Horrach delante, aunque los de Belda anden como locos por delante? Pero si est¨¢ a casi siete minutos en la general... Pero si hasta el podio, despu¨¦s de su desastre asturiano, despu¨¦s de la apoteosis de Heras, lo tiene a dos minutos...
Cuando se va Pakito, pocos saben por qu¨¦. Cuando se mueve Carlos Garc¨ªa Quesada, granadino y combativo, y espectacular esprintando en la monta?a, se sabe que busca la victoria, sin m¨¢s. La etapa. La medalla que su abuela Patrocinio le dio a su hijo Carlitos, en la boca, la lengua saboreando el oro, los dientes chocando contra el metal. No hay que preguntarle en meta, en la estrecha llegada en la que entra en tromba. Todo el despliegue de los corredores de Belda, todo el espect¨¢culo de sus chicos, a tirones, a arrancadas, encontr¨® su destino. Tampoco hay que preguntarles sus motivos, las razones de sus acciones, a Roberto Heras, el bejarano que se movi¨® con calma un d¨ªa de tres puertarracos en el que sus dos sombras, Menchov y Sastre, no le inquietaron. Heras s¨®lo necesita estar con el segundo, con el ruso, para sentirse tranquilo. Con ¨¦l estuvo en todo momento, y con Sastre, cuyos motivos son siempre cristalinos. Ayer se trataba de defender su plaza en el podio ante la lejana agresi¨®n del mayor de los Garc¨ªa Quesada, escalador de La Zubia (Granada), impetuoso cuando la carretera se empina, respetuoso cuando se inclina cuesta abajo, descensos que encara pensando en la vida, y la de Pakito, que no se sab¨ªa a d¨®nde iba.
Pakito no iba a ninguna parte. No lleg¨® a ninguna tampoco, lo que no le import¨® en absoluto a su cabeza testaruda. "Muy poca recompensa para lo mucho que trabajamos", resumi¨® Eusebio Unzue, director de Pakito, que tiene una cabeza m¨¢s pragm¨¢tica. Desconoc¨ªa, quiz¨¢s, que la recompensa de Pakito ayer no se med¨ªa en segundos (54 les rest¨® a los tres primeros), en puestos en la general, en victoria de etapa, sino en la belleza de quien parte sin mirar atr¨¢s, pedalea sin cesar y se lanza a tumba abierta por un puerto que sabe que no le llevar¨¢ a ninguna parte. Porque en el absurdo a veces reside la grandeza del ciclismo. Y Pakito, que penaba en las fr¨ªas llegadas asturianas, ayer, entre tamboriles, resplandec¨ªa de alegr¨ªa.
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