Las modelos
Las veo en la Pasarela Gaud¨ª; las hab¨ªa visto en la Cibeles; Esperanza Aguirre, tan distinta a ellas, quiere quitar el nombre para llamarla Pasarela Madrid. No s¨¦ si su desd¨¦n tendr¨¢ relaci¨®n con el establecimiento del Ayuntamiento en Cibeles, en el edificio barroco y fe¨ªsimo de Correos, para que salga al balc¨®n los grandes d¨ªas Ruiz Gallard¨®n, como el cuco de un reloj. Las veo: tienen unos rostros muy serios, como si estuvieran al cabo del saber de la vida, y unos cuerpos huidizos con unos peque?os y latentes pechos. A m¨ª me gustan las modelos, claro: es un viejo instinto m¨ªo con respecto a la mujer, y debe ser tan respetado como otros. ?nicamente me disuenan de la actualidad filos¨®fica, que todos divulgamos, del feminismo. La misma palabra "modelo" indica que se trata de algo que hay que imitar, que se propone como ideal, como hizo la condesa de S¨¦gur en Les petites filles mod¨¨les, donde dec¨ªa que "los ni?os son la humanidad" (en Francia, su libro se reedita desde el XIX, sin cesar; aqu¨ª m¨¢s vale que no se conozca este monumento a la beater¨ªa, donde defend¨ªa los azotes en el culillo, y uno lo relacionaba con el sadismo general). Estas criaturas no me parecen la humanidad: en la calle veo sus remedos, pero nada m¨¢s. La calle se ha liberado bastante de las modas en Madrid (algo menos en Barcelona y otras ciudades). Lo que ahora se ve es un intento de desnudismo. El pantal¨®n vaquero sobre el tanga ofrece inquietantes perspectivas en algunos casos pero, en la mayor¨ªa, s¨ª dan m¨¢s impresi¨®n de humanidad. Cuando veo en la puerta de la iglesia una multitud que aguarda a la novia, y ellas llevan sus pamelas y sus modas de imitaci¨®n, no me parecen normales.
Las modelos a las que admiro me inquietan por lo que deben sufrir, desde el adelgazamiento sin comer hasta el gimnasio al amanecer, y por lo que hacen sufrir a las mujeres normales. La cosm¨¦tica es una industria asombrosa: en los semanarios encuentro anuncios en cada p¨¢gina de productos de belleza tomados de todas las plantas de la tierra pasadas por todos los qu¨ªmicos de cejas quemadas por el estudio. Ahora entran en ese mundo los hombres; a m¨ª me llega demasiado tarde y poco convencido. Soy de los que dicen que al var¨®n y a la mujer hay que amarles por su inteligencia. No tengo ¨¦xito. O suficiente inteligencia espec¨ªfica.
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