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Reportaje:BRASIL

Paraty, el para¨ªso posible

Es uno de los rincones m¨¢s escondidos de Brasil. Aqu¨ª se mezcla la herencia colonial portuguesa con el exotismo de la selva tropical y las mejores playas del planeta. Antigua escala en la ruta del oro, engalanada por los ricos comerciantes, durante dos siglos vivi¨® una decadencia imparable. Hoy resurge.

Enrique Vila-Matas

Teniendo en cuenta que Dios se equivoc¨® mucho en la creaci¨®n de este mundo, ?por qu¨¦ no pensar que tambi¨¦n pudo haber errado cuando fabric¨® el para¨ªso? Lo m¨¢s probable es que el para¨ªso sea simplemente una invenci¨®n inhumana y un t¨®pico. Ahora bien, lo sea o no, lo cierto es que a casi todos nos llega un d¨ªa en el que tenemos la impresi¨®n de estar pisando ese t¨®pico, es decir, ese para¨ªso. A m¨ª me pas¨® este verano cuando visit¨¦ Paraty, en el Brasil. Y no he sido yo, por supuesto, el primero en tener esa potente impresi¨®n. A muchos de los visitantes de Paraty les parece haber llegado al famoso ed¨¦n, ese para¨ªso que tanto buscamos en la tierra y no todos confiamos en encontrarlo fuera de ella. Am¨¦rico Vespucio, sin ir m¨¢s lejos, pis¨® las playas cercanas a lo que a?os m¨¢s tarde ser¨ªan los alrededores de Paraty y dijo solemnemente: "?Oh, Dios! Si hubiera un para¨ªso en la tierra, no estar¨ªa lejos de aqu¨ª".

La ciudad prosper¨® en el XVIII como camino a las minas de oro
En la Pousada do Ouro se han hospedado Jagger y Tom Cruise

Situada en una costa de pronunciadas pen¨ªnsulas y de una multitud de playas apartadas y muy tranquilas, Paraty tiene a su espalda altas monta?as selv¨¢ticas que parecen abalanzarse sobre las centenares de islas que emergen de las aguas c¨¢lidas y transparentes. Hasta 1954, s¨®lo por mar se pod¨ªa llegar a Paraty. Hoy, el viajero que llegue de Europa en avi¨®n puede elegir muchas opciones, pero las dos m¨¢s pr¨¢cticas para llegar por tierra con cierta prontitud a la bella Paraty son dos. El aeropuerto de S?o Paulo o el de R¨ªo de Janeiro. Ambas ciudades se hallan a parecida distancia de Paraty, unas cuatro horas de carretera.

Supongamos que nos dirigimos a Paraty v¨ªa S?o Paulo y que planeamos regresar a Europa v¨ªa R¨ªo, de modo que as¨ª, al final del viaje, hayamos podido conocer la esencial Paraty, pero tambi¨¦n de paso las dos ciudades m¨¢s atractivas del pa¨ªs. Bien, aterrizamos en S?o Paulo y de inmediato yo me apresuro a recomendar que, por diversos motivos, pasemos la noche en esa ciudad. No tenemos prisa, y, adem¨¢s, tras el fatigante vuelo transatl¨¢ntico, cuatro horas de autocar nocturno hasta Paraty nos desestabilizar¨ªan en demas¨ªa y seguramente no gozar¨ªamos, en plenitud de condiciones, del maravilloso paisaje de la sierra ni ver¨ªamos con la intensidad necesaria la sorprendente Guaruja ni caminar¨ªamos bajo la lluvia en la incre¨ªble Ilha Bela. (Por cierto que, en Guaruja conoc¨ª en un bar a un hombre que dijo haber trabajado con el cineasta Glauber Rocha en Cadaqu¨¦s. Era un hombre al que se ve¨ªa enormemente apesadumbrado, era todo un personaje de pel¨ªcula. Beb¨ªa ron en peque?os sorbos y en un momento determinado dijo algo que anot¨¦ en una servilleta, porque me impresion¨®: "Hoy sufro, suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente").

En S?o Paulo todo es desmesurado. El d¨ªa en que pernoct¨¦ all¨ª, el equipo de f¨²tbol de la ciudad gan¨® la Copa de Libertadores y el triunf¨® se celebr¨® a lo grande en la avenida Paulista, a dos manzanas de nuestro hotel. "Toda la noche o¨ªmos pasar p¨¢jaros", escribi¨® Crist¨®bal Col¨®n en su diario de bit¨¢cora del descubrimiento de Am¨¦rica. Y yo en el m¨ªo podr¨ªa haber escrito "Toda la noche o¨ªmos gritos y petardos", de no ser porque, al comprar los peri¨®dicos al d¨ªa siguiente, descubrimos que los petardos hab¨ªan sido disparos. Varios muertos y doscientos heridos en enfrentamientos de la polic¨ªa con pandillas de exaltados que asaltaron y destrozaron durante la noche todo tipo de comercios de la avenida Paulista, esa calle tan principal como espectacular y que ofrece una gran muestra de rascacielos -algunos de ellos, muy audaces en su momento- de diferentes estilos y ¨¦pocas.

S?o Paulo, "la Nueva York del tr¨®pico", es la tercera ciudad m¨¢s grande del mundo, diecisiete millones de personas. La magnitud de la urbe y el n¨²mero de sus habitantes es tal vez lo que m¨¢s impresiona al llegar a una ciudad que en un primer momento no deslumbra -de hecho, los brasile?os te repiten constantemente que no es una ciudad bella, que no se la puede ni comparar con la maravillosa R¨ªo-, pero que a la larga acaba seduciendo, pues tiene un encanto que se va haciendo lentamente visible a medida que uno ahonda en su activo esp¨ªritu creativo. De hecho, es, por ejemplo, el pulm¨®n cultural del pa¨ªs. Basta con pensar en su famosa Bienal de Arte, el acontecimiento art¨ªstico m¨¢s importante de Am¨¦rica Latina.

Brasilia, por su parte, es la insulsa capital, la ciudad de los bur¨®cratas que, con la excusa de que Brasilia queda lejos, hacen lo mismo que los pol¨ªticos europeos, van poco al trabajo y se quedan en su ciudad, generalmente R¨ªo, jugando a los dados.

En cuanto a R¨ªo, tiene su maravillosa y grandiosa bah¨ªa de tarjeta postal, pero a veces parece que acabe todo ah¨ª, en la est¨¦tica espectacular de su redundante belleza de bah¨ªa redundante de tarjeta postal. Aunque, al mismo tiempo, uno puede tener la impresi¨®n contraria, la de que no todo acaba all¨ª, sino que, por mucho que lleve uno ya d¨ªas viajando por el pa¨ªs eterno brasilero, llegar a R¨ªo es como llegar por fin realmente al Brasil, y que, por tanto, todo empieza all¨ª, en ese paisaje tan redundante y tan exclusivo del ombligo moreno, el paisaje de la satisfacci¨®n est¨²pida de no tener que pensar en nada, salvo que eres de R¨ªo. Entonces quieres irte, pero, por enigm¨¢ticos motivos, no te vas. En los ¨²ltimos tiempos a R¨ªo le ha empezado a apasionar sentirse maltratada. Lo explica muy bien el joven escritor Rodrigo Lacerda en Vista do R¨ªo, donde dice que los cariocas en general sienten ¨²ltimamente un placer enfermizo en ver a R¨ªo maltratada, sucia, desperdiciada. Para Lacerda (que vive en S?o Paulo siendo de R¨ªo, la ciudad de la que est¨¢ enamorado), todo eso podr¨ªa proceder de una especie de culpa narcisista "por vivir en la ciudad m¨¢s bonita del mundo y haber perdido la capitalidad del pa¨ªs". A Lacerda, como a otros cariocas, le gustar¨ªa que R¨ªo se mirara menos al ombligo o se lamentara menos de su mal fario de los ¨²ltimos tiempos y recuperara un papel responsable, digamos que nacional.

En mi opini¨®n, S?o Paulo, que no es narcisista, es a la larga m¨¢s arrebatadora, y lo resulta cada vez m¨¢s a medida que uno va descubriendo que all¨ª se concentra una parte importante de la innegable gran energ¨ªa vital del pa¨ªs. En su avenida Paulista es imprescindible visitar el MASP, un elegante museo que tiene la mejor colecci¨®n de arte occidental de toda Am¨¦rica Latina. Su sede es un moderno edificio de la gran arquitecta brasile?a de origen italiano Lina Bo Bardi, con un dise?o atrevido que sorprende por su simplicidad. En los s¨®tanos, de una oscuridad quiz¨¢ exagerada, uno encuentra obras de una sorprendente legi¨®n de pintores franceses famosos. En un espacio m¨¢s bien sombr¨ªo, muy extra?amente iluminado -se me ocurri¨®, estando all¨ª, que ser¨ªa mejor acompa?arse de un quinqu¨¦ para ver mejor los cuadros-, se encuentran, apretujadas, pinturas de Degas, Manet, C¨¦zanne, Monet, Renoir, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Matisse, Modigliani, Chagall? Pero es que, adem¨¢s, en un espacio que recuerdo m¨¢s luminoso -est¨¢ en la segunda planta, pero est¨¢ tan claro en mi memoria que sin duda puedo equivocarme-, hay una amplia y casi incre¨ªble colecci¨®n de pintura cl¨¢sica, donde parece no faltar nadie. Murillo, Zurbar¨¢n, Vel¨¢zquez, El Greco, Goya, Cranach, Holbein, Rembrandt?

Si en S?o Paulo, antes de salir hacia Paraty, a¨²n nos quedara tiempo y hubi¨¦ramos podido recuperarnos del colosal MASP, recomendar¨ªa entonces aventurarse y desplazarse a la Pinacoteca do Estado, que se encuentra en una zona algo peligrosa de la ciudad, por lo que es mejor tomar alguna precauci¨®n, como hacer que nos espere el taxi, por ejemplo. A diferencia de pa¨ªses como M¨¦xico, los taxis en Brasil son asombrosamente seguros. Han llegado a un pacto excepcional en cuanto a la divisi¨®n de poderes con los poderes de las diversas mafias del pa¨ªs. En esta esencial Pinacoteca encontraremos una buena colecci¨®n de arte moderno, en la que se incluyen todas las grandes obras de los grandes nombres del arte brasile?o, como Portinari y Di Cavalcanti.

Con los taxis puede uno ir tranquilo, pero en esa S?o Paulo, que ya vamos a dejar para tomar la carretera hacia Paraty, la seguridad es muy insegura. Es una de las ciudades m¨¢s peligrosas del mundo, a pesar de que en la calle todo parezca generalmente normal, pero no conviene nunca bajar la guardia. Relajarse en este aspecto es lo menos recomendable para quien camine por las calles de esta gran ciudad. Como advierten muchas libros-gu¨ªas, recientemente la criminalidad ha aumentado y S?o Paulo se ha convertido en m¨¢s insegura que R¨ªo. Las zonas m¨¢s peligrosas son el centro por la noche, y el ¨¢rea de hoteles econ¨®micos de la rua Santa Efig¨¦nia. Como cada vez eran m¨¢s frecuentes los asaltos a coches y los robos en los sem¨¢foros, la situaci¨®n lleg¨® a tal punto que desde hace un tiempo se han cambiado las normas de tr¨¢fico para permitir no detenerse en los sem¨¢foros en rojo durante la noche. Es decir, que es suficiente con aminorar la marcha. Y bueno, ¨¦sta es la realidad, y conviene no olvidarla y seguir la marcha, desplazarnos ya hacia Paraty por una carretera que durante largo rato es un parque nacional con altas monta?as selv¨¢ticas, por una carretera inolvidable que va de S?o Paulo al mar, hasta Ubatuba concretamente, poblaci¨®n vecina a Paraty, donde es interesante detenerse y tomar contacto, por primera vez en nuestro viaje, con el Atl¨¢ntico. De vuelta al autocar (hay una eficaz l¨ªnea de autobuses llamada Paraty Tour) o al autom¨®vil, en el camino de la costa hacia Paraty, al volante de cualquier Chevrolet imaginario, entre otras muchas playas encontraremos la Praia Vermelha, la mejor de la regi¨®n y un lugar donde se practica a conciencia el surf. Conviene tambi¨¦n aqu¨ª pararse. Ir retrasando la llegada a Paraty, porque despu¨¦s de todo a Paraty -dice una curiosa leyenda- siempre se acaba llegando.

-Paraty te va a gustar -me dijo una amiga brasile?a, Carla Branco, cuando paramos en Ubatuba-, te va a gustar, ya ver¨¢s, es una ciudad vieja, de estilo colonial, que creci¨® con aguardiente de ca?a y oro y piedras preciosas e historias de piratas. Te va a gustar. Tuvo un esplendor en el siglo XVIII gracias a que por all¨ª pasaba la Ruta del Oro, la ruta que un¨ªa Minais Gerais con R¨ªo. Pero pronto encontraron un camino mejor y el oro ya no pas¨® por all¨ª. Entonces cay¨® en el olvido. Pero se ha conservado milagrosamente?

Me gust¨®, y mucho. Ya lo hab¨ªa intuido cuando en Barcelona me inform¨¦ sobre ella a trav¨¦s de libros. En Brasil todo "te ha de gustar", pero con Paraty no hace falta que te obliguen a ello, gusta inmediatamente. Entran por los ojos los colores variados de las casas, sus fachadas de colores y texturas terrosas, y tambi¨¦n el singular empedrado de las calles, el fondo verde natural de la ciudad y el ambiente tranquilo, y el transparente mar. Es como si todos esos elementos estuvieran seguros de gustar y eso precisamente les ayude a¨²n m¨¢s a gustar. Parece una ciudad eternamente joven, aunque tiene ya varios siglos.

Paraty, hoy reliquia colonial portuguesa, creci¨® y prosper¨® espectacularmente en el siglo XVIII como escala en el camino desde R¨ªo hacia las minas de oro de Minas Gerais. Fue un puerto importante en el que desembarcaban los mineros y las provisiones para las explotaciones ¨¢ureas, pero tambi¨¦n se cargaba el oro en los barcos que iban a Europa. El pueblo creci¨® y los ciudadanos que se hab¨ªan enriquecido financiaron la construcci¨®n de iglesias y el arreglo de calles y plazas. Do?a Mar¨ªa J¨¢come de Mello, por ejemplo, don¨® en 1646 un terreno para una capilla en honor de Nuestra Se?ora de los Remedios, y la capilla se convirti¨® dos siglos despu¨¦s (gracias a un tesoro pirata encontrado en Praia da Trindade) en iglesia, y la iglesia se convirti¨® en el centro de la villa y hoy es el icono de Paraty.

Las palmeras, la iglesia Matriz de Nuestra Se?ora de los Remedios, las playas y las islas infinitas al sol del Tr¨®pico, la felicidad. Paraty. No est¨¢ a un lado ni al otro del para¨ªso, parece hallarse en su centro mismo. Es una ciudad vieja que, efectivamente, creci¨® con aguardiente de ca?a y oro y piedras preciosas e historias de piratas. Se conserva perfectamente toda la Ruta del Oro, y, vi¨¦ndola y caminando por ella, es f¨¢cil imaginar el polvo y el sudor del antiguo camino, el penoso andar de los esclavos negros transportando el oro por la senda inacabable. Cuando se desplaz¨® la Ruta del Oro a otros espacios m¨¢s pr¨¢cticos, la ciudad fue cayendo en el olvido. El puerto de Paraty tuvo grandes a?os de esplendor, pero entr¨® en un gran declive cuando en 1720 se abri¨® una nueva ruta por Serra dos Orgaos. A mitades del siglo XIX la abolici¨®n de la esclavitud asest¨® un golpe definitivo al antiguo esplendor. Se intentaron recuperar sus habitantes con el auge del caf¨¦, pero tambi¨¦n los a?os de los cafetales acabaron, y Paraty cay¨® en un olvido sempiterno del que sali¨® en 1954, cuando se inaugur¨® la carretera que, cruzando la agreste Serra do Mar, permit¨ªa el acceso por tierra al probable para¨ªso.

Paraty, visto en su conjunto, es una obra de arte. Luego, cuando uno va observando los peque?os detalles (los de las fachadas, por ejemplo, la luz de los atardeceres, la calma y aterradora soledad del mar en la noche sin horizonte) va ratific¨¢ndose a¨²n m¨¢s en esta impresi¨®n siempre y cuando, andando por el irregular empedrado de la ciudad, logre uno mantener un cierto equilibrio y mantenerse perfectamente en pie, pues es bien cierto que quien camina o, mejor dicho, malcamina o malanda por los pes-de-moleque (pies de chiquillo, el nombre local de los irregulares adoquines), da siempre la impresi¨®n de andar borracho. Eso es tan cierto como que, por ese motivo, no siempre es f¨¢cil observar los peque?os detalles, pues el visitante teme, sobre todo en los primeros momentos de su primer paseo, llevar la cabeza demasiado alta y ser v¨ªctima de la observaci¨®n de esos detalles, es decir, caer de bruces sobre el raro empedrado.

Pero uno a todo se acostumbra. En pie o no del todo en pie, no es un secreto que quien camina o malcamina o malanda por los pes-de-moleque va venciendo paulatinamente los riesgos del paseo, aprendiendo a cada paso a tambalearse menos. Es una extra?a o curiosa forma de luchar para ir mereci¨¦ndose la posibilidad de fijarse cada vez mejor en los detalles. Dicen que el d¨ªa en que uno se va de Paraty es precisamente el d¨ªa en que ya ha aprendido a andar con equilibrio perfecto sobre las piedras de la antigua Ruta del Oro. Este aprendizaje parece formar parte de la aventura m¨¢s ¨ªntima del viaje. Tampoco es un secreto que hay quien logra con mayor rapidez que otros amaestrar f¨¦rreamente las tentaciones del tambaleo y no tiene que esperar al ¨²ltimo d¨ªa para ver los detalles por completo. Este dominador prematuro de los pes-de-moleque simplemente avanza m¨¢s pronto que los dem¨¢s y conoce antes que nadie la felicidad de ir radiante por las calles empedradas de la ciudad de los equilibristas, la prosperidad de mirar sin problemas al monte y al mar y sentir las olas de calor, o bien la lluvia nocturna en invierno, o el paso de las brisas vespertinas. En fin, en Paraty sucede que, se aprenda antes o no a andar por las piedras, quien se pierde de d¨ªa o de noche distra¨ªdo por los edificios y las casas de otro tiempo, acaba siempre entendiendo al final, en compa?¨ªa de su andar antes trastabillado pero ya cada d¨ªa m¨¢s vertical, por qu¨¦ alguien, en nombre de la humanidad, hizo de Paraty, en el siglo XX, un patrimonio de todos, un patrimonio del equilibrio universal de la naturaleza, y de la humana tambi¨¦n. Es como si Paraty fuera un lugar s¨®lo para aprender a andar no sabe por d¨®nde.

Del necesario equilibrio entre Oriente y Occidente habla precisamente Shalimar, o el equilibrista, la ¨²ltima novela de Salman Rushdie, a quien conoc¨ª en julio de este a?o en la Fiesta Literaria Internacional de Paraty (m¨¢s conocida por la FLIP). Se trata de un festival que en s¨®lo tres a?os ha cobrado una gran importancia en Brasil. Centenares de personas, llegadas de S?o Paulo y R¨ªo, llenan a rebosar los encuentros literarios del festival, encuentros acompa?ados de samba continua. Es una gran y sorprendente fiesta de la Literatura, cuya alma organizadora es Liz Calder, "la gran dama de la edici¨®n brit¨¢nica", directora de Bloomsbury y descubridora, en un golpe de suerte, de los libros de Harry Potter, pero tambi¨¦n de muchos de los grandes escritores de ahora. Liz es una enamorada de Paraty desde hace d¨¦cadas. Este a?o acudieron a su festival, entre otros, David Grossman, Jeanette Winterson, Milton Hatoum, Jon Lee Anderson, Michael Ondaatje. Es un festival muy british, pero muy abierto a la cultura de otros pa¨ªses, con las l¨®gicas preferencias hacia la literatura brasile?a, muy pujante hoy en d¨ªa.

En la Pousada da Marquesa, en la Rua Dona Geralda, en la plaza principal de la ciudad, conviv¨ª con todos esos escritores y recuerdo que un error del servicio de lavander¨ªa hizo que entraran en mi estancia dos camisas que pertenec¨ªan a mi vecino de cuarto, Salman Rushdie. Con flema brit¨¢nica anot¨¦ el error y s¨®lo un d¨ªa despu¨¦s llam¨¦ a lavander¨ªa y logr¨¦ intercambiarlas por las m¨ªas. La Pousada da Marquesa es una de las tantas pousadas que dan un distintivo especial a Paraty. Parecen pensadas para parejas en luna de miel. De hecho, tienen una gran fama entre los reci¨¦n casados de medio mundo, tanto los que ya est¨¢n separados como los que siguen unidos. Posadas las hay de todas clases, y la de la Marquesa -que data del siglo XVII, una antigua casa se?orial- no es de las m¨¢s lujosas, es m¨¢s bien de clase media, pero con gran solera y piscina incorporada. De hecho, ninguna de las pousadas se exceden en los precios. Destaca, eso s¨ª, una en la que la FLIP aloj¨® a un joven escritor portugu¨¦s, el intr¨¦pido y metaliterario Gon?alo M. Tavares. Se trata de la Pousada do Ouro, en la Rua da Praia. All¨ª se han hospedado -se encargan enseguida de decirte- gente como Mick Jagger, Sonia Braga o Tom Cruise. "En mi hotel el servicio de lavander¨ªa es impecable", recuerdo que me dijo Tavares antes de ocurrirme con las camisas lo que despu¨¦s ocurri¨®. Tavares se adelanta a veces a los acontecimientos. Por otra parte, andando sobre los adoquines de la ciudad, nos adelantaba siempre a todos mientras dec¨ªa y cantaba que quer¨ªa tener "un mill¨®n de amigos". Aunque me pareci¨® que era el rey de los equilibristas, no llegu¨¦ a envidiarle como tampoco le envidi¨¦ su pousada, pues en el fondo la de la Marquesa, aunque m¨¢s modesta, se encuentra en el sitio ideal, se encuentra en la plaza central de la ciudad, en el lugar desde donde se domina todo lo que ocurre en Paraty, sobre todo si uno est¨¢ sentado en una de las terrazas de uno de los dos peque?os y amables bares que hay en esa plaza. En uno de los dos, en el de la esquina con una calle cuyo nombre no recuerdo (las calles de Paraty tienen m¨¢s de una denominaci¨®n; por ejemplo, a la Rua Marechal Deodoro da Fonseca la llaman tambi¨¦n la Rua de Cadeira, y as¨ª todo: no hay una calle que s¨®lo tenga un nombre), dan una bebida que ayuda a comprender la belleza de esa plaza. Se trata de la cachaza del lugar, un licor de az¨²car de ca?a de gran prestigio, hecho en la propia Paraty. Para distinguirla de otras cachazas brasileras, la de esta ciudad se llama pinga y tiene en un fin de semana de agosto su propio festival, cada d¨ªa ya m¨¢s famoso y escandaloso: el Festival da Pinga.

Precisamente del bar de la esquina de la plaza sal¨ª para tomar el autocar y viajar a R¨ªo el d¨ªa triste en que lleg¨® la hora de dejar Paraty. La carretera que va a R¨ªo es la que tiene m¨¢s playas desiertas de todo el mundo. Nadie habla en el autocar porque todo el mundo contempla embobado la exhibici¨®n o despliegue de tantas playas maravillosas por kil¨®metro cuadrado. Recuerdo que a esas alturas del viaje ya nos hab¨ªan sucedido muchas cosas, pero que todav¨ªa nos quedaba por ver nada menos que la bah¨ªa de R¨ªo, esa bah¨ªa que cre¨ªamos haber visto tantas veces en los reportajes y en el cine, y que, cuando la ves, ves que no es como la imaginabas. Copacabana, Flamengo, Ipanema, Botafogo, Fluminense. Los nombres fabulosos de la infancia y del f¨²tbol en la playa. La primera visi¨®n supera a todo lo so?ado y es como si el c¨ªrculo se cerrara para poder realmente abrirse. Tuve esta impresi¨®n todo el tiempo que pas¨¦ en R¨ªo, la impresi¨®n de que el viaje acababa de empezar. ?D¨®nde? No he de saberlo nunca.

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