Las razones del ¨¦xito
En la guerra cultural planetaria, el f¨²tbol es el producto europeo con m¨¢s ¨¦xito. Estados Unidos no ha conseguido exportar ni el b¨¦isbol ni la versi¨®n del rugby que all¨ª llaman football. El bal¨®n jugado con los pies, en cambio, rueda por los descampados suramericanos, por las calles africanas y por las esquinas de Asia. El invento brit¨¢nico no dej¨® de crecer durante el siglo XX y sigue expandi¨¦ndose en el XXI sin que las razones aparezcan del todo claras.
?Es por la brillantez del juego? Esa respuesta se desploma a los pies de cualquiera que vea f¨²tbol con cierta regularidad. El juego en s¨ª s¨®lo tiene el m¨¦rito del espacio abierto conjugado con la ocasional emoci¨®n en las ¨¢reas. ?Es porque cada vez se juega mejor? Sigan con atenci¨®n un partido normal de cualquier Liga normal, la japonesa, la colombiana o la polaca, y comprueben lo que da de s¨ª. ?Es por el brillo del c¨¦sped? ?Por el talento de los grandes futbolistas?
Un par de economistas, Stefan Szymanski y Andrew Zimbalist, han publicado un libro titulado National pastime Pasatiempo nacional) en el que comparan la organizaci¨®n administrativa del b¨¦isbol y el f¨²tbol y sugieren una posible respuesta.
El b¨¦isbol, como todos los deportes estadounidenses, se organiza sobre un sistema limitado de franquicias. Los clubes pueden cambiar de ciudad, pero son siempre los mismos. No hay ascensos ni descensos, se regula el mercado de fichajes de forma que favorezca a los d¨¦biles y se limitan tanto los sueldos de los jugadores como el presupuesto de los clubes. El resultado, en teor¨ªa, es una competici¨®n casi perfecta.
El f¨²tbol, en cambio, se mueve en el caos. Cuando una junta directiva se fija el objetivo de ascender de categor¨ªa gasta todo lo que puede y lo que no puede en fichajes; si el equipo no logra ascender, no mejoran los ingresos y todo ese gasto, convertido en deuda, supone un paso hacia la quiebra. Aunque todo depende al final del juego y de los marcadores, las grandes instituciones disponen de un margen de ventaja: su importancia social las hace en la pr¨¢ctica inmunes al colapso econ¨®mico. Pueden gastar y gastar y son cada d¨ªa m¨¢s fuertes frente a una clase media proletarizada ante el car¨ªsimo envite de los torneos continentales. El resultado, en teor¨ªa, es una competici¨®n desigual, previsible, imperfecta.
?Saben qu¨¦ sugieren Szymanski y Zimbalist? Que la gracia del f¨²tbol est¨¢ justamente ah¨ª. El Juventus tiene que ganar al Parma y gana; el Milan tiene que ganar al Treviso y gana. Pero no siempre. La fluidez de la escala futbol¨ªstica permite que un club de un barrio de Verona, el Chievo, pueda medirse hoy con las superpotencias. Cualquier otro club de barrio, en Ucrania o M¨¦xico, tiene el derecho a so?ar en unos cuantos a?os m¨¢gicos, en una escalada desde las categor¨ªas regionales hasta la Primera Divisi¨®n y en una fabulosa victoria internacional. ?Por qu¨¦ no? El truco es ¨¦se. El f¨²tbol acoge todas las pasiones personales, sociales y nacionales porque en ¨¦l nada es imposible. Llevado al extremo, resulta que el ¨¦xito del f¨²tbol tiene m¨¢s que ver con las normas federativas de ascensos y descensos que con la inspiraci¨®n de Kak¨¢.
Todo el mundo sabe que el Livorno no puede ganar la Liga. De momento, sin embargo, ese peque?o club de provincias ha decidido no vender a su h¨¦roe, Lucarelli, y est¨¢ ah¨ª, a rebufo del Juventus. Tras toda una vida en la oscuridad, disfruta de una ¨¦poca dorada. Quiz¨¢ ef¨ªmera, pero real. Olv¨ªdense de la belleza, del desmarque y del toque prodigioso. Lo que cuenta es otra cosa. El f¨²tbol, como el halc¨®n malt¨¦s, es del material con que se fabrican los sue?os.
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