"... je continue ma vie d'artiste"
Los empresarios del teatro catal¨¢n (Adetca) han tenido un detallazo para su tradicional fiesta Arriba el tel¨®n, que marca el comienzo de la temporada barcelonesa: en vez de los interminables discursos y los cachitos de obras inminentes decidieron regalarnos, en el T¨ªvoli, un fant¨¢stico espect¨¢culo sorpresa, La vie d'artiste (racont¨¦e a ma fille), de J¨¦r?me Savary. Una funci¨®n estrenada en la sala Favart de la Op¨¦ra Comique de Par¨ªs, que ha recorrido Italia (en italiano), media Francia (en franc¨¦s, claro) y que despu¨¦s de la maravillosa noche del T¨ªvoli (en castellano, el castellano que Savary aprendi¨® en su Argentina natal), visitar¨¢, atenci¨®n, el Espa?ol del 4 al 6 de noviembre, invitado por el Festival de Oto?o. Savary en Barcelona: recuerdos instant¨¢neos, como golpes de luz en un t¨²nel, de aquella primera visita del Magic Circus al Romea, en 1976, con Les grands sentiments; quiz¨¢, tambi¨¦n, la primera vez que los chavales de entonces, hambrientos como perros, empezamos a creer en una Internacional de los artistas.
Si no recuerdo mal, aquel mismo verano T¨¢bano present¨® un gran montaje al aire libre, en La Florida, de Los ¨²ltimos d¨ªas de soledad de Robinson Crusoe. Y en oto?o, la semilla del Magic Circus creci¨® hasta ocupar, nunca mejor dicho, el ins¨®lito espacio del Borne: aquel bullicioso y multitudinario Don Juan, servido por la flor y nata de la acracia teatral catalana, y culminado por Pau Riba/Do?a In¨¦s ascendiendo al cielo en una gr¨²a de veinte metros. Savary, un sembrador de locura. Para algunos, un irremediable has been ("mejor ser un has been que un never has been", como dice, sabiamente, en su mon¨®logo); para otros, entre los que me cuento, un invicto: "Me han enterrado tantas veces", a?ade, "que ya he perdido la cuenta". Savary, 62 a?os, 40 de carrera, 150 espect¨¢culos a sus espaldas. Algunos torpes, facilones, como Y'a d'la joie, su chusco homenaje a Trenet, o, de nuevo en Barcelona, aquel descoyuntado Tango de Don Juan, pero tambi¨¦n con cotas inolvidables: en mi palmar¨¦s particular, Melodies de malheur o el Songe d'une nuit d'¨¦t¨¨ que mont¨®, con perfume gitano, en la cantera de Avi?¨®n, con los reyes de Atenas llegando en sus haigas verde, amarillo, magenta, rasgueando rumbas, y Titania brotando de la monta?a con una falda de estrellas que parec¨ªa la campana de Filadelfia o un descomunal bomb¨®n de Baci & Perugina.
Savary, un ni?o bien (reto?o de un ricacho con veleidades beatnik y de la hija de Jack Higgins, el gobernador de Nueva York) que, felizmente, escogi¨® el cot¨¦ jardin; un cr¨ªo eterno que sigue haciendo teatro "para no abandonar el pa¨ªs de la infancia". Un cr¨ªo que se planta en el escenario con el rostro enharinado y su chistera abollada en mil batallas, mascando un habano y luciendo un trip¨®n glorioso, para dibujar, en un garabato maestro, un perfil canalla, petardista y descaradamente sentimental, como el viejo Calvero de Candilejas, con la trompetita empapada en tequila, y abrirnos sus maletas de comediante, de las que van a brotar (primera) el pueblo de Chambon-sur-Lignon, "helado y protestante", en las cumbres del Alto Loira, de donde escap¨® (segunda: una torre Eiffel de pedrer¨ªa) al Par¨ªs de los zazous, para enamorarse locamente de una bailarina del Marqu¨¦s de Cuevas que, en su enso?aci¨®n, cruza el fondo del escenario montada a lomos de un elefante. La bailarina (y todas las mujeres de su vida) est¨¢n interpretadas por la inquilina de la ¨²ltima maleta, mitad Gelsomina mitad mu?eca mec¨¢nica: su hija, Nina, que fue Irma la Dulce en Chaillot y a quien el zorro Savary hizo debutar a los cuatro a?os en su Historia de un soldado en la Scala porque "ser¨ªa bueno para su curr¨ªculo".
Nina Savary, sospechosamente parecida a Victoria Chaplin, baila y canta que da gusto verla, se r¨ªe de su progenitor y coloca sobre sus hombros una capa para que no se muera de fr¨ªo real bajo una nieve imaginaria, prometi¨¦ndole una cena en el Amaya, solos los dos, a la que acabe la funci¨®n, y se convierte en una Billie Holiday imposible, sobrealimentada, con enormes tetas, o un David Bowie ("te lo juro, hija, trabaj¨® conmigo en el Magic Circus, en Londres, cuando a¨²n se llamaba David Jones") con el pelopanocha de Ziggy y un tut¨² y los huevos colgando, que canta Rock'n'roll Suicide, casi la versi¨®n glam del Bye Bye Show Biz que padre e hija entonar¨¢n luego como responso del Carromato de los Animales Tristes.
La vie d'artiste es un viaje autobiogr¨¢fico, desde una Pampa en la que el patriarca familiar mont¨® una comuna/har¨¦n hasta ese Pont des Arts en el que el gran liante asegura que acabar¨¢n sus d¨ªas (para ver si as¨ª cae una subvenci¨®n); un viaje con parada en el Nueva York de los sesenta, con Miles y Lenny Bruce como maquinistas, y sobre todo el ¨¢ngel Thelonious en el Five Spot Cafe, y recuerdos para la banda argentina (V¨ªctor Garc¨ªa, Copi, Arrabal), y pullas para los ni?os sesentayochistas que gritaban "Vilar, B¨¦jart, Salazar, m¨ºme combat" -un Vilar que, con Jean Dast¨¦, otro gran ausente, le contagi¨® el amor al teatro- y el perfume de Liza Minnelli y, por supuesto, los viejos, eternos n¨²meros del Magic Circus: los conejos folladores, el "alguien morir¨¢ esta noche" que aterroriz¨® a Fellini, y la historia de amor entre el mago Astor y su ayudante partida en dos. Savary aporrea la bater¨ªa, se disfraza de se?orona o de cura, y recorre los bosques de su cot¨¦ jardin para convertirlos en historias que atraviesan como r¨ªos o trenes ("hoy Venecia, ma?ana Verona, pasado Cremona") este espect¨¢culo desbordante y viv¨ªsimo que, insisto, han de atrapar al vuelo en el Espa?ol. Y si se quedan con hambre, una recomendaci¨®n: pillen tambi¨¦n por ah¨ª (o sea, v¨ªa Internet) sus dos suculentas entregas autobiogr¨¢ficas: La vie priv¨¦e d'un magicien ordinaire (Ramsay, 1985) y Ma vie commence ¨¤ 20h.30 (Stock/Laurence Pernoud, 1991).
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