?Ad¨®nde va Catalunya?
El escenario l¨®gico para la reforma del Estatuto consist¨ªa en una ampliaci¨®n de competencias y en un reforzamiento de la personalidad pol¨ªtica de Catalu?a, en el marco de una estrecha colaboraci¨®n -impl¨ªcita, por supuesto- entre la fuerza supuestamente hegem¨®nica del Parlamento catal¨¢n, el PSC, titular de la iniciativa, y el Gobierno de Madrid. Para algo ambos corresponden al mismo partido y adem¨¢s se da una excelente relaci¨®n entre los respectivos l¨ªderes, Maragall y Zapatero. La orientaci¨®n federalista del documento aprobado por el PSOE en Santillana abr¨ªa las puertas para un cambio en que las inevitables presiones de Esquerra pudieran ser encauzadas. El cheque en blanco otorgado anticipadamente de forma suicida por ZP a cuanto se aprobara en Barcelona responde a esas expectativas optimistas, que los hechos se encargaron de desmentir.
En la pr¨¢ctica, Maragall ha encabezado la conjunci¨®n de fuerzas responsable del texto del 30 de septiembre, al margen de cuanto se opinara en La Moncloa, y con una constante puja al alza impulsada por los dos hermanos enemigos del nacionalismo catal¨¢n. De nada sirvi¨® la alarma del proyecto de financiaci¨®n, ahora agravado, y tampoco la llegada a puerto ayer del nou Estatut, de hecho una Constituci¨®n catalana clara en su objetivo: dentro del Estado espa?ol, que no en Espa?a, aparece un sujeto designado para ejercer la soberan¨ªa en materias esenciales, la naci¨®n catalana, cuyas relaciones con dicho Estado ser¨¢n regidas ajust¨¢ndose a un principio de bilateralidad, por medio de la Generalitat.
En nombre del Gobierno, a la vicepresidenta no se le ocurre otra cosa que expresar el apoyo del Ejecutivo al invento, anunciando "retoques" en las Cortes. ?No han sido capaces de percibir en La Moncloa que en sus fundamentos doctrinales, en la definici¨®n del poder y en la organizaci¨®n del mismo, estamos ante una versi¨®n m¨¢s sofisticada pero no menos rotunda del soberanismo antes visto en el caso vasco? Y que el ajuste a la Constituci¨®n no se logra con el fraude de cubrir la cascada de competencias "blindadas" mediante el recurso al art¨ªculo 150.2 de la Constituci¨®n, autorizando las transferencias de competencias estatales a las comunidades, para vaciar al Estado desde su interior. El nuevo Estatuto pone en marcha un poder catal¨¢n, asentado en una tradici¨®n estrictamente nacionalista, sin mancha de espa?olidad alguna, y de adoptarse no lleva en modo alguno a un r¨¦gimen federal, sino a un Estado dual, con un recinto de soberan¨ªa propia para Catalu?a que no excluye su intervenci¨®n en las decisiones del Gobierno central, y en cambio coarta de antemano cualquier "ingerencia" de Madrid en el pleno autogobierno catal¨¢n.
El problema no reside en la declaraci¨®n rotunda de que Catalu?a es una naci¨®n. Para dorar la p¨ªldora, Maragall habla ahora de Espa?a como "naci¨®n de naciones", pero enga?a al enlazar tal propuesta con el texto del nuevo Estatuto. Para el documento reci¨¦n aprobado, naci¨®n en Catalu?a no hay m¨¢s que una: la catalana. No hay otra tradici¨®n ni debe haber otra memoria hist¨®rica, forjada desde el poder catal¨¢n como anuncia el Estatuto, que la catalana exenta de toda contaminaci¨®n. Naci¨®n de naciones implica imbricaci¨®n de procesos de construcci¨®n nacional, identidad dual que todav¨ªa hoy prevalece en la doble autodefinici¨®n de la mayor¨ªa de los catalanes, tambi¨¦n espa?oles. Algo que el Estatuto borra en sus art¨ªculos, paso previo a forzar su desaparici¨®n (v¨¦ase lo relativo al idioma). Carod triunfa. El paso principal hacia la "interdependencia" (sic) evocada en el pre¨¢mbulo, est¨¢ dado.
L¨®gicamente, la soberan¨ªa fiscal, y la aproximaci¨®n m¨¢xima al r¨¦gimen de privilegio vigente en Euskadi y en Navarra, cierran el c¨ªrculo, eso s¨ª buscando eufemismos -"solidaridad"- para esconder un objetivo tan impropio de la izquierda. Desde que en abril Castells cont¨® las ventajas econ¨®micas del porvenir a los lectores de Avui las cosas est¨¢n claras. Ahora, gracias a CiU, a¨²n m¨¢s. Hablar de federalismo en tales condiciones es una aut¨¦ntica profanaci¨®n. Del mismo modo, una cosa es reconocer la composici¨®n plurinacional de Espa?a, y otra ver en ¨¦sta un simple Estado cuyo vaciamiento progresivo se impone. La pregunta final al presidente Zapatero resulta inevitable: ?ad¨®nde va Espa?a?
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