Rodeados de hero¨ªsmos inducidos
El truco b¨¢sico de la internacional de los neocon consiste en su incapacidad para preservarnos del desastre y en su habilidad para ofrecerse como h¨¦roes a la hora de negociar remedios a la devastaci¨®n que provocan
Exagerando
No es por poner en cuesti¨®n la importancia de la reforma del Estatut valenciano, pero el otro d¨ªa, en la tele, el presidente Camps estaba de un exultante que se sal¨ªa. A juzgar por sus gestos y sus palabras, casi daba la impresi¨®n de ser un Fernando Alonso al subir al podio para celebrar su t¨ªtulo mundial de F¨®rmula 1. En esa desmesura celebrativa puede seguirse sin mucha dificultad el poso o residuo de un complejo de inferioridad muy antiguo, una especie de ahora van a enterarse de c¨®mo nos las gastamos que, a fin de cuentas, se dir¨ªa un tanto inmotivado. Es dif¨ªcil aceptar que la historia de esta comunidad se escriba en el futuro tomando el acontecimiento del Estatut como el corte entre un antes y un despu¨¦s en nuestra convivencia. Pero aunque as¨ª fuera, no es buena cosa alardear de prepotencia en momentos como estos ni dar por sentado que se ganado por goleada a no se sabe qu¨¦ enemigo. A veces, la euforia desmedida empeque?ece el logro conseguido.
Sin exagerar
Se las ve desde la ventanilla del tren entre la Fuente de San Luis y las primeras construcciones del puerto. Trabajadoras del sexo. Trabajadoras del sexo masculino de ocasi¨®n. Abundan las subsaharianas, ligeras de ropa y con sus ¨²tiles de trabajo en un bolso en bandolera. Son las v¨ªctimas del tr¨¢fico de cuerpos, de la industria del sexo callejero, que llegan aqu¨ª enga?adas por unas mafias de las que resulta f¨¢cil escapar. Si colaboran con las autoridades para denunciar a sus explotadores se salvan, quiz¨¢s, de su actual situaci¨®n, pero qui¨¦n sabe si para caer en otra peor al quedarse, por lo com¨²n, con lo puesto y en la calle, sin la seguridad de una fuente alternativa de ingresos. Tampoco el regreso a sus pa¨ªses de origen es una perspectiva halag¨¹e?a. Y encima son frecuentemente maltratadas de manera severa, unas veces por clientes de gustos un tanto estrafalarios y otras por los mismos que las explotan. Para que no olviden lo que vale un peine. Con muchas p¨²as.
C¨¦ntimos sanitarios
Nada que objetar a las recientes medidas gubernamentales que gravan el tabaco y el alcohol para contribuir a la financiaci¨®n de la sanidad p¨²blica. Nada, salvo que no se puede argumentar, como una especie de torna, que la medida contribuye de paso a disminuir el consumo de ambos productos. Si ese prop¨®sito de matute se consigue, entonces disminuir¨¢ sin remedio el monto total de lo recaudado por esos impuestos, lo que parece bastante contradictorio. Porque o bien se conf¨ªa en que el ligero aumento de tasas no influya en el nivel de consumo, y en ese caso, aqu¨ª paz y despu¨¦s gloria, o bien se desea con toda el alma que ese consumo sufra una mengua de importancia, con lo cual la medida ser¨ªa, adem¨¢s de hip¨®crita, irrelevante. Fumar mata, como tantas otras cosas, pero hasta ahora no existe un impuesto adicional a las parejas de riesgo en las consecuencias de los malos tratos.
La jubilada airada
No comparto el optimismo de m¨¦dicos y otros cient¨ªficos que auguran un espectacular aumento de la esperanza de vida en Occidente en cosa de pocos a?os. Si hay que vivir cien a?os, los ¨²ltimos treinta ser¨¢n a cuenta de un Estado compasivo cada vez m¨¢s insuficiente a la hora de solventar los graves problemas asociados al bienestar de la vejez. La situaci¨®n es atroz en ese sentido, y nada nos asegura que habr¨¢ de mejorar en el futuro. Un ejemplo entre otros es el de esa justiciera jubilada brit¨¢nica de 73 a?os, que se niega a pagar una tasa municipal que atenta gravemente contra su precaria econom¨ªa de pensionista. Si le faltaran otros 27 a?os para cumplir con esa tasa abusiva que le imponen, es muy posible que decidiera extinguir su vida. Eventualidad que acaso ya contemplan cient¨ªficos de la salud, economistas de mucho m¨¢ster y funerarias punteras con visi¨®n de futuro.
Hurac¨¢n de negocios
Es que no falla. Cada vez que se desata un desastre natural, o de los otros, se pone en marcha el negocio antes de enterrar, o de contabilizar siquiera, a sus v¨ªctimas. Ocurri¨® en Irak (y, antes, en muchos otros sitios), y sucede ahora en Nueva Orleans, donde la reconstrucci¨®n de lo destruido por incapacidad de los gobernantes se delega m¨¢s o menos en las mismas empresas o grupo de allegados que algo podr¨ªan haber hecho por evitar la hecatombe. Es como el juego del mentiroso, hasta el punto de que cabe la sospecha de si tales desastres no son en alguna medida inducidos por negligencia a fin de amasar inmensas fortunas en la reparaci¨®n de unos da?os perfectamente evitables. Que se hunda Nueva Orleans, o lo que sea. No lo evitaremos, pero nos haremos m¨¢s ricos en su benem¨¦rita reconstrucci¨®n.
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